Cada uno de nosotros es único e irrepetible, resultado de su propia historia personal, familiar y comunitaria. Uno de nuestros más preciados dones es la capacidad de conservar y transmitir la memoria de esa historia, y aprender de ella: de la nuestra y de la de aquellos que nos antecedieron. Así hemos recibido nuestra herencia de fe y de cultura, parte inseparable de quienes somos y tesoro inestimable que transmitimos a quienes vendrán después de nosotros.