Desde el siglo XVIII muchos antropólogos en Norteamérica comenzaron a interesarse en el estudio de las culturas indígenas, ya que estas preservan ricas experiencias sobre la sobrevivencia, adaptación y convivencia del ser humano en los más diversos medios geográficos de este inmenso continente.
Y como la lengua es el soporte idiomático de la cultura, y esas culturas eran ágrafas, o sea, carentes de escritura, no bastaba la observación participante, era imprescindible la comunicación verbal para asimilar esos conocimientos. Esto se realizaba mediante intérpretes que habían aprendido con sus limitaciones algunas de las lenguas europeas que se fueron imponiendo en Norteamérica por la colonización.