El papa Benedicto XVI, en histórico gesto, habla a la Iglesia y a la comunidad política de la República Popular China.
Catalogada por algunos como una lección magistral de eclesiología y diplomacia, la carta del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de la República Popular China ha sido publicada. En 20 magníficas cuartillas el Pontífice perfila un nuevo escenario para la solución de importantes problemáticas pastorales que laten en el seno de la comunidad eclesial china. Este inmenso país asiático ha sido el espacio donde la gestión diplomática de la Santa Sede -luego de los cambios acaecidos en la Secretaría de Estado vaticana con Benedicto XVI- se ha desenvuelto con mayor dinamismo y creatividad. El documento, hecho público el pasado 30 de junio, conjuga con una delicadeza admirable la altura teológica del Santo Padre y la astucia política de un equipo que coordina el cardenal Tarciso Bertone.
Cuando se termina de leer el documento logramos percibir que su autor está animado por un auténtico espíritu de reconciliación. Un peculiar realismo político impregna cada párrafo del texto. Y en mi opinión, esta peculiaridad brota del amoroso reconocimiento, por parte del Papa, de la legitimidad de todas las partes en conflicto. Con un lenguaje claro, sencillo, y desprovisto de condenas anatemizantes, Benedicto XVI reconfigura los márgenes de una posible solución al problema chino, y abre las puertas para que la comunidad política, la Iglesia china y la Santa Sede, puedan dar pasos efectivos hacia un futuro más armonioso.