Benjamín de Céspedes: prostitución y racismo en La Habana colonial

En el número anterior de esta revista apareció publicado el artículo de Jorge Domingo Cuadriello «La polémica acerca del estudio La prostitución en la ciudad de La Habana (1888)», que ha motivado el comentario que con gusto a continuación ofrecemos. Las páginas de Espacio Laical siempre estarán abiertas a los que deseen expresar sus criterios, aunque sean discrepantes, en un ambiente de respeto y en aras de ir en busca de la verdad.

Consejo de Redacción de Espacio Laical

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Escribo estas notas tras la lectura del interesante artículo «La polémica acerca del estudio La prostitución en la ciudad de La Habana (1888)» de Jorge Domingo Cuadriello, publicado en Espacio Laical. Hace unos años, en 2012, escribí tres breves artículos sobre ese libro y sus repercusiones para una bitácora personal que publicaba en esa época. Me pareció curioso que, habiendo fatigado las mismas fuentes y las mismas biografías, nuestra percepción del asunto fuese, si no diametralmente opuesta, sí distinta.

El lector del artículo de Domingo Cuadriello podría pensar que las abundantes críticas que siguieron a la publicación del libro de De Céspedes eran digresiones, pues atacaban el racismo, la misoginia y el separatismo de este, en lugar de concentrarse en el tema de la prostitución, que es el del libro. Y además, el lector se lleva la impresión de que Cuadriello ve en el debate sobre el libro el enfrentamiento entre dos bandos claramente definidos: el integrismo español, católico y reaccionario por una parte; y el separatismo, científico y progresista por la otra.(Por supuesto, el lector debería volver al artículo de Cuadriello para juzgar por sí mismo estas impresiones.)

Pienso, en cambio, que el debate provocado por el libro del Dr. Benjamín de Céspedes cruza una y otra vez los bandos en que tendemos a dividir, más por comodidad que por exactitud, las tendencias de la sociedad cubana en las últimas dos décadas del siglo XIX.

» Empecemos por el inicio: el prólogo

 La prostitución en la ciudad de La Habana1 apareció, como indica Cuadriello, prologado por Enrique José Varona. En su elogiosa presentación, Varona llama a los cubanos negros «piaras de ganado negro»; y a los asiáticos, «chinos decrépitos en el vicio». Comentando estas frases, Cuadriello dice: «con el afán de flagelar a los males sociales que aquejaban entonces a Cuba y en particular a la prostitución, Varona llegó a un extremo insostenible». Me parece que el problema es más grave, y que la motivación detrás de esas frases de Varona es el prejuicio racial, no el entusiasmo moralizante. Las prostitutas, los proxenetas y los clientes de los prostíbulos de La Habana en esa época eran —según el propio libro de De Céspedes— de todas las razas y nacionalidades existentes en la Isla. Varona se refiere así a los cubanos de origen africano o asiático no por su pasión moralista, sino porque tenía sentimientos u opiniones racistas, por doloroso que nos pueda resultar ese dato.

A fines del siglo xix el racismo era moneda común entre personas que hoy muchos llamarían «progresistas». Precisamente un año antes de la publicación del libro de De Céspedes, cuando Paul Lafargue —el yerno franco­cubano de Marx— se postuló para concejal por el distrito de París donde estaba el zoológico, Frederick Engels comentó: «Al estar, en su calidad de negro, un paso más cerca del reino animal que el resto de nosotros, sin duda es el representante más adecuado para ese distrito».2

Sería erróneo, sin embargo, asumir que el racismo decimonónico era un pecado de época imposible de evadir. Cinco años después del libro de De Céspedes y el prólogo de Varona, José Martí publicaría en Patria su archiconocido artículo contra el racismo «Mi raza», donde afirma: «Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. En los campos de batalla murieron por Cuba, han subido juntas por los aires, las almas de los blancos y de los negros.» Y luego añade: «Los hombres verdaderos, negros o blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito y el orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos, negro o blanco».3 Benjamín de Céspedes, Varona o Engels no fueron racistas por haber nacido en el siglo xix, ni por la pasión con que querían combatir la prostitución, el colonialismo o la injusticia social, sino por las mismas razones por las que personas de todas las épocas y de todas las condiciones han tenido sentimientos racistas.

Muchas veces me he preguntado qué pensaría Antonio Maceo, siete años después, cuando recibió la noticia de que Varona había sucedido a José Martí como director del periódico Patria. ¿Cómo habrán leído él y tantos héroes negros de nuestras guerras de independencia este libro escrito por un partidario de su causa?

El racismo de De Céspedes no es un detalle menor ni una pifia moral aislada, sino que constituye la esencia de su libro y de su pensamiento. Su informe sobre la prostitución en La Habana de la época es un documento valioso, revelador y fascinante. Pero el análisis y las conclusiones a las que llega a partir de sus datos son desoladoramente monstruosos. Como dije hace años al comentarlo, en su libro sobre la prostitución este autor exhibe un racismo orgiástico. Su libro es quizás el más completo, explícito y execrable ejemplo literario del racismo en la historia de Cuba. Y por eso es imposible reducir las críticas que el libro recibió a los sentimientos integristas o al conservadurismo católico de sus críticos.

» Pedro Giralt

En la época en que se publica La prostitución… Giralt era uno de los redactores de la revista La Habana Elegante junto al novelista Ramón Meza, el poeta Julián del Casal, Manuel de la Cruz, el dramaturgo Ignacio Sarachaga y el poeta Enrique Hernández Miyares, entre otros. Era este un círculo de independentistas en reposo: De la Cruz, Meza y Hernández Millares serían pocos años después colaboradores del periódico Patria. Giralt, sin embargo, era un defensor del dominio español, como muestra su minuciosa Historia contemporánea de la Isla de Cuba,4 publicada en 1896.

Su libro El amor y la prostitución, réplica a un libro del Dr. Céspedes, es mucho menos interesante que el de De Céspedes, pero no se puede reducir a un manifiesto integrista. En primer lugar, en respuesta al libro de este, Giralt hace una defensa de la causa de la mujer poco habitual en la Cuba colonial. Dice Giralt: «…no estaremos perfectamente civilizados, ni estará la sociedad en equilibrio, mientras la mujer no ocupe el lugar que le corresponde como individuo social.»

«La cultura de un pueblo se mide por los fueros y derechos que disfruta la mujer.»5

Compárese esa cita de Giralt con esta descripción de la mujer que hace Benjamín de Céspedes:
El deseo de adquirir a todo trance objetos que sirvan para engalanar su belleza, y hacer más agradable y engalanada su existencia, puede subyugar tan imperiosamente la voluntad de una mujer, que sin otro incentivo que la codicia y el empeño del lujo, ella se precipite, como pajarillo seducido por la engañosa penetrabilidad del cristal azogado, a buscar en ese agitado oleaje de la prostitución, los recursos necesarios para satisfacer sus vehementes caprichos femeniles.6

Explica también Giralt la necesidad de que la mujer reciba educación, se incorpore a la fuerza laboral y disfrute de los mismos derechos que el hombre. Rechaza la tesis de que la poligamia sea más natural que la poliandria y explica por qué los gozos sexuales femeninos son tan intensos —si no más— que los masculinos. Además, en defensa (¿ingenua o desalmada?) de la prostitución, propone otras ideas que resultan curiosamente actuales. Afirma, por ejemplo:

[…] si vamos á prohibir la prostitución por el mal venéreo que propaga, justo es que por igual razón se prohíban las tabernas y cafés porque desarrollan el alcoholismo. Deberemos también reglamentar las comidas poniendo en cada casa un Don Pedro Recio de Tirte Afuera, porque los excesos gastronómicos son origen frecuente de mil enfermedades crónicas y agudas. Deberemos prohibir el uso del tabaco, porque según autorizados facultativos, el fumar es causa de otras enfermedades.7

Giralt defiende el dominio español, y se duele de las críticas que hace De Céspedes a los «inmigrantes» (así los llama) peninsulares. Y también rebate su misoginia con la defensa de la mujer que ejemplificamos antes. No parece molestarle, sin embargo, el racismo de De Céspedes contra la población negra, pues apenas lo menciona. Pero cualesquiera sean las consideraciones que merece su libro, no se resumen a una defensa del dominio español sobre Cuba.

El anticlericalismo y la irreligiosidad de Giralt son quizás más marcados que los de De Céspedes. En muchos sentidos, Giralt se muestra como el verdadero librepensador en este debate: predice —con cierto entusiasmo— la desaparición del matrimonio como institución legal, propone que la prostitución sea considerada una transacción comercial como cualquier otra, y repite la tesis de Adam Smith de que la suma de los intereses individuales conduce al bienestar social. Concluye sus reflexiones sobre el tema con una frase lapidaria: «La prostitución es un matrimonio de cinco minutos».8 Benjamín de Céspedes, el patriota criollo, escribe como un esclavista nostálgico. Giralt, el español colonialista, escribe como un liberal sin ilusiones.

Vale la pena notar también que Giralt aclara dos veces, al inicio mismo de su libro, que De Céspedes es su amigo, «a pesar de cuanto se diga en este libro». En esos finales del siglo xix habanero, donde todo era temor y esperanza, incertidumbre y pasiones, aún era posible la amistad entre los adversarios.

Dice Giralt en el prólogo de su libro: «No puedo, pues, menos de manifestar la pena que me causa tener que batallar contra una clase entre la que cuento numerosos y predilectos amigos, á quienes siempre he de querer, deseando que estas luchas no entibien lo más mínimo nuestra amistad».9

» Rodolfo de Lagardere

Rodolfo de Lagardere, como bien apunta Cuadriello, fue «un personaje estrafalario», «nieto del famoso traficante negrero Pedro Blanco Fernández de Traba». También es cierto que era nieto por vía materna de una princesa africana. Como es cierto igualmente que sus primeros escritos en Cuba aparecen bajo un pseudónimo que indica el orgullo de sus raíces africanas: El Mandinga.

Los detalles de su origen se pueden hallar en un libro escrito por Martín Morúa Delgado y publicado en Nueva York en 188210. Allí Morúa acusa a Lagardere de ser un agente pagado por el gobierno español para promover la causa del integrismo entre la población negra de Cuba, en su mayoría recién salida de la esclavitud en esa época. El libro está escrito en un tono irónico y despiadado, y en sus páginas Morúa explica que el abuelo de Lagardere, Pedro Blanco, era un traficante de esclavos catalán residenciado en La Habana que, por favorecer su negocio, se había casado con la hija del rey africano al que le compraba los prisioneros que traía a América como esclavos. De esa unión nació Rosa, la madre de Lagardere. Educada en Francia por designio de su padre, Rosa hablaba el español con dificultad. Quizás el primer idioma de Lagardere haya sido el francés. Según indica Morúa, Lagardere nació en Barcelona y su verdadero nombre era Rodolfo Fernández­-Traba.

Según se lee al final de la sección dedicada a Lagardere en el libro de Morúa, ambos habían sido amigos. Evidentemente, esa fue una amistad que no logró superar los desencuentros personales y políticos de los  de los dos adversarios.

En los años inmediatamente posteriores a la Guerra de los Diez Años, bajo el seudónimo de El Mandinga, Lagardere se había convertido en un columnista popular en la Isla, especialmente entre la población negra. En esa época, Morúa había sido uno de los admiradores de Lagardere, quien lo había guiado y ayudado en sus primeros pasos en el mundillo literario de la Cuba de entreguerras. Según el libro de Morúa, en un debate periodístico, para responder a las críticas de este, Lagardere le recordó esa admiración antigua y los favores que le debía. Morúa acepta en su libro la exactitud de esos detalles, pero el recordatorio probablemente no fue bien recibido.

¿Invalida la condena de Morúa lo que Lagardere dice sobre el libro de De Céspedes seis años después? ¿Es De Céspedes una víctima del integrismo de Lagardere o se merece las críticas que este le hace?

» Las ideas de Benjamín de Céspedes

Para entender las críticas de Lagardere, es útil conocer los juicios de Benjamín de Céspedes sobre los cubanos negros en La prostitución…:

Una fatalidad antiquísima, verdadera desgracia moral heredada, corroe la infeliz raza de color, explotada ayer como servil instrumento de trabajo, y hoy como carne de lujuria. Pero esa raza impenitente, después de diez años de redención, es hoy más esclava que nunca, de su indolencia, sus vicios y depravaciones. Si al menos como el estiércol aislado, ella se destruyera sin contagios, en su podredumbre; pero no, su contacto íntimo inficiona [sic] todo cuanto toca; la raza de nuestras desgracias, habrá de servir de vehículo también de nuestras miserias. […]

En el organismo linfático de la sociedad cubana, el abceso [sic] supurante de la prostitución radica en las costumbres de la raza de color […] las uniones carnales más peligrosas para la salud y la moral pública, son las que se establecen entre individuos de diferentes razas y condiciones. De esta mancomunidad viciosa de las razas, brotará el tipo mestizo: la mulata.11

Y poco después añade:

La prostitución de la raza de color, a diferencia de la blanca, es por lo general prolífica, y estos seres se multiplican como poluciones de microbios en una maceración podrida. Desde la cuna acompaña a la mulata el cortejo de enfermedades hereditarias: la escrófula, la sífilis y el raquitismo, transmitidas por sus degenerados progenitores. Ellas heredan también los rasgos deformes físicos y morales de la raza africana, y los más vulgares de la raza blanca.12

Es este racismo lo que hace que el libro de De Céspedes sea insalvable. Son esos párrafos —y otros muchos semejantes— los que hacen decir a Rodolfo Lagardere al inicio de su réplica a De Céspedes, como cita Cuadriello: «Grande injusticia comete el Dr. Céspedes, al sellar, con sello de infamia, la frente de los negros, también hombres, al llamarlos “idiotas africanos”».13

En su crítica, Lagardere establece relaciones de causa y efecto entre el separatismo y el anticlericalismo, la irreligiosidad y el cientificismo, el darwinismo y el racismo, que no hay que compartir, pero que tampoco pueden ser eludidas a la hora de considerar su análisis. Para él, la dignidad humana, común a todos los hombres más allá de razas u orígenes, parte de la condición de hijos de Dios y de hijos de un padre común: Adán. El rechazo de la «unidad adámica», como la llama Lagardere, es el primer paso hacia el concepto de razas superiores e inferiores. Y respondiendo a las diatribas contra la raza negra del libro de De Céspedes, responde Lagardere:

[…] ¿qué cargos, qué serios cargos no podría hacer yo a la raza a que no dudo pertenezca el Dr. Céspedes, empeñado en encerrar la personalidad del negro en el ataúd de plomo de las genealogías y del privilegio del color, y empeñado en desdeñar de la manera más injuriosa, al tenido por él, inferior a los brutos, a las aves y a los peces?¿No temerá el Dr. Céspedes el juicio, impregnado con lágrimas de los que mañana escriban y dirijan su ojo perscrutador [sic] sobre esa democracia criolla­blanca­sin igualdad, democracia que ha destinado a los negros como los caballos padres en las yeguadas, que ha relegado a ser meros comparsas, sin voz ni voto […] y ha mantenido a los ayer esclavos en la más crasa ignorancia por medio de grandes cábalas políticas, de tremendos engaños y de sofísticas mentiras?¿No temerán esos blancos que comulgan en los mismos altares que comulga el Dr. Céspedes […] no temerán el fallo de la historia por haber perpetuado a los negros, mucho tiempo y por razones de conveniencia, en instituciones como la Esclavitud [sic], opuestas a su naturaleza y a su voluntad?14

Por supuesto que la tesis de Lagardere lleva un ancla que la hunde desde el principio. Piensa él que, a la larga, los cubanos negros estarían mejor bajo el dominio español que en una Cuba independiente. Para justificarlo dice que el cristianismo español está destinado a reconocer la dignidad de todos los seres humanos, sin distinción de razas, mientras que los separatistas —por sus supuestos darwinismo e irreligiosidad— organizarían una sociedad donde los negros serían siempre ciudadanos de segunda clase. Pero no explica Lagardere cómo el gobierno español, cristiano según él, mantuvo la esclavitud por cuatro siglos, hasta que las huestes que luchaban por la independencia de Cuba obligaran a ese gobierno a abolirla.

Y sin embargo, ¿podemos desdeñar el peligro racista que anuncia Lagardere para la futura república cubana? ¿Se puede ignorar lo que dice sobre esas deudas que la raza negra podría reclamar a De Céspedes y sus antepasados?

¿Era Lagardere una pluma a sueldo del gobierno colonial español o eran esas sus ideas, más allá de si cobraba o no por expresarlas? ¿Es posible invalidar sus razones a partir de detalles de su biografía o merece que se lo tome literalmente en serio? No hay que negar que fuese un personaje estrafalario, ni que la diatriba de Morúa Delgado contra él pueda contener mucho de verdad; pero hay que leerlo y, a partir de lo que dice él mismo, pensar quién estaba más cerca de la verdad y la justicia, si él o el Dr. De Céspedes. Uno de los pasajes más sobrecogedores del libro de este es el que dedica a la mulata cubana. El fragmento es extenso e intenso, como el racismo del Dr. De Céspedes:

De esta duplicidad de afectos é intereses, resulta que las uniones carnales más peligrosas para la salud y la moral pública, son las que se establecen entre individuos de diferentes razas y condiciones. De esta mancomunidad viciosa de las razas, brotará el tipo mestizo: la mulata.

Engendrada esta sin amor, surge de los misterios casuales de la fecundación, como un dejo amargo é inoportuno de la lascivia. […]

Desde la cuna, acompaña á la mulata el cortejo de enfermedades hereditarias: la escrófula, la sífilis y el raquitismo, trasmitidas por sus degenerados procreadores. Ellas heredan también los rasgos deformes físicos y morales de la raza africana, y los más vulgares de la blanca. La complexión huesosa de la mestiza, se caracteriza por el predominio de ángulos que se aguzan bruscamente en las epífisis, rompiendo con la trabazón armónica de las junturas. Las extremidades de su cuerpo son deformes, y el color gris­marmóreo de los pies y de sus manos viscosas, semejan mucho á la coloración del vientre de los animales anfibios que reptan en las orillas pantanosas. En cambio heredan del blanco, la flojedad y la atrofia muscular que agravan con sus hábitos indolentes, hasta el punto de aparecer enjutas y descarnadas, unas veces, y otras infiltradas enormemente por el tejido grasiento que las envuelve en una gordura desigual; pues, mientras persisten encanijados los muslos y las pantorrillas; el vientre, los pechos y los brazos, se desbordan con la blandura malsana de las carnes sueltas y fofas. Son muy desairadas y dengosas al andar, se desploman de los hombros y arrastran unas veces los pies como si patinaran sobre chancletas ó se balancean como si les oprimiera dolorosamente los zapatos. Son largas de talle y mal formadas de cadera, que por lo hombrunas y escurridizas, carecen de esas graciosas medias curvas que se quiebran atrevidamente en los flancos, esfumándose delicadamente en el bajo vientre. El color de su piel es la combinación más obscura ó más clara de los tonos blancos, negros y amarillos, en una superficie luciente por el exceso de materia sebácea, ó áspera por las dermatosis y la anemia.15

¿Habrá criticado Lagardere a De Céspedes solo en servicio del gobierno español o habría en él la intención de defender su raza y su madre, una mulata como las que desprecia De Céspedes? ¿Y habrá algún modo de negar la esencia racista de su libro después de realizar el arduo ejercicio de leerlo?

» Conclusión

El debate sobre La prostitución en la ciudad de La Habana es un retrato complejo y fascinante de las ideas y tendencias que se disputaban el futuro de Cuba en la década de 1880. Y como suele suceder en estos asuntos, en el debate nadie parece tener el monopolio de la verdad o de la bondad.

Enrique José Varona fue una de las figuras esenciales de Cuba en los finales de la Colonia y los inicios de la República. Su obra escrita y su actividad política ganaron para él un lugar de privilegio en la historia de Cuba. Ese es un hecho innegable, pero también es evidente que las páginas que escribió para prologar el libro de De Céspedes son quizás las más lamentables de su vida.

Rodolfo de Lagardere es un personaje olvidado, y probablemente sea justo ese olvido. Su ilusión de una Cuba española donde los cubanos negros fueran tratados como iguales por el gobierno colonial estaba desmentida a priori por cuatro siglos de esclavitud. Pero su crítica al racismo de De Céspedes y su visión del peligro racista para una futura República cubana fueron tristemente acertados.

Benjamín de Céspedes, exiliado en Costa Rica, se convirtió en figura destacada de la medicina de ese país. Es recordado hoy por el libro que nos ocupa más que por sus méritos como médico o por su participación en la vida intelectual de fines del xix en La Habana.

Martín Morúa Delgado, casi olvidado como escritor, es recordado por su actividad política y legislativa. Hijo de madre esclava, nació, como Lagardere, de padre blanco y madre negra. Autodidacta, llegó a ser uno de los líderes intelectuales de su generación. No se puede asomar uno a su vida y a su obra sin admiración. Fue polemista incisivo y ganó enemigos con su palabra. En su semblanza de Lagardere se burla despiadadamente de este. Resulta irónico entonces que sus dos actos más recordados por la historia de Cuba sean, de alguna manera, el cumplimiento exacto de los peligros anunciados por Lagardere.

Delegado a la Asamblea Constituyente, se opuso junto con Salvador Cisneros Betancourt a la mención de Dios en el Artículo 1 de la Constitución de 1901. Y el 11 de febrero de 1910, dos meses y medio antes de su muerte, presentó ante el Senado la llamada Ley Morúa, una enmienda al Artículo 17 de la ley electoral que en la práctica ilegalizó el Partido Independiente de Color. Aprobada tras su muerte, esa enmienda tendría como consecuencia final la Guerra de 1912 y la masacre de miles de miembros del Partido Independiente de Color.

Notas:

1. Céspedes, Benjamín de. La prostitución en la ciudad de La Habana, Establecimiento Tipográfico O’Reilly Número 9. La Habana, 1888

2. Engels, Frederick. Carta citada en la antología The Condition of Britain: Essays on Frederick Engels, de John Lea, Geoffrey Pilling. Pluto Press, Londres ,1996.

3. Martí, José. «Mi raza». En Patria, Nueva York, 16 de abril de 1893

4. Giralt, Pedro. Historia contemporánea de la Isla de Cuba, Imprenta de «El Avisador Comercial». La Habana, 1896. Este «resumen cronológico» de la historia de Cuba, aunque evidentemente integrista, resulta un excelente testimonio del estado de opinión cotidiano en La Habana durante la década de 1890.

5. Giralt, Pedro. El amor y la prostitución, réplica a un libro del Dr. Céspedes, Imprenta «La Universal», La Habana, 1889, p. vii

6. Céspedes, Benjamín de. La prostitución en la ciudad de La Habana. Cit. p. 120

7. Giralt, Pedro. El amor y la prostitución, réplica a un libro del Dr. Céspedes, Cit., p. 18

8. Ibídem, p. 216.

9. Ibídem, p. v.

10. Morúa Delgado, Martín. Dos apuntes: Biografía de dos langostas que parecen hombres, Imprenta de Hallet y Breen, Nueva York, 1882.

11. Céspedes, Benjamín de. La prostitución en la ciudad de La Habana. Ob. Cit. pp. 170-171

12. Ibídem, pp. 172-173.

13. Blancos y negros, refutación al libro «La prostitución», delbDr. Céspedes. Imprenta «La Universal», La Habana, 1889,  p. 1

14. Ibídem, p. 5.

15. Céspedes, Benjamín de. Ob. Cit. pp. 173-174.