Conservemos la pureza de nuestra fe

A cargo de Jorge Domingo Cuadriello

Si creemos en los dioses africanos, digámoslo claramente.
Si somos cristianos, seámoslo de verdad

» El auge de la santería

Se está produciendo un fenómeno en nuestro pueblo cubano del exilio que nos debe preocupar profundamente a todos los que queremos una Cuba verdaderamente cristiana. Me refiero al auge de la santería y del sincretismo religioso, especialmente en algunas zonas como Miami, New York y New Jersey, hasta el punto de que ya la santería ha sido admitida oficialmente como una religión a la par con las demás en algunos estados de los Estados Unidos.

Quizás en el fondo de todo esto subyace un ansia de lo sobrenatural como contrapeso al vacío espiritual de una sociedad secularizada y tecnificada, unido a una deficiente atención religiosa por la diversidad de idioma y de costumbres. No es mi propósito detenerme aquí a estudiar las causas de este fenómeno sino sólo fijarme en algunos puntos que nos ayuden a superarlo positivamente y hacer un llamado a todo nuestro pueblo para que conservemos la pureza de nuestra fe.

Mons. Eduardo Boza Masvidal

Mons. Eduardo Boza Masvidal

» Origen

El origen de la santería en Cuba es perfectamente explicable. Poco después del descubrimiento, junto con los conquistadores vinieron los misioneros que hicieron una profunda labor evangelizadora y sembraron en nuestro pueblo la semilla de la fe cristiana. Pero cuando se cometió aquella tremenda injusticia de traer del África negros como esclavos, arrancados inhumanamente de su patria y de su familia, aquellos hombres no pudieron ser debidamente evangelizados. Ni los sacerdotes sabían sus lenguas africanas, ni ellos entendían el español. Se les hacía externamente ir a la iglesia y practicar la religión católica, pero sin que hubiera habido una verdadera conversión: por dentro ellos seguían pensando en sus dioses paganos, y cuando veían en los templos católicos las imágenes de los santos cristianos, sin ninguna mala intención de su parte, los identificaban con alguno de sus dioses con los que les encontraban algún parecido o algún punto de contacto. Así nació y fue creciendo esa mezcla y confusión religiosa que después se extendió aun a personas de otro origen y raza.

» Diferencias

¿Por qué no se pueden conciliar el cristianismo y la santería? Vamos a señalar dos o tres diferencias fundamentales:

a. El cristianismo es monoteísta, cree en un solo Dios. El Dios cristiano es el Dios de la Biblia, uno en naturaleza y trino en personas, Creador y Señor de todas las cosas. Esta creencia en un solo Dios es tan fundamental en nuestra fe que para defenderla lucharon mucho los Profetas en el Antiguo Testamento ya que el pueblo de Israel tenía constantemente la tentación de volverse hacia los dioses de los pueblos paganos vecinos, y los Profetas les hacían una crítica dura e irónica haciéndoles ver que esos eran dioses falsos, hechura de manos humanas, que tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan, y es por eso que la ley de Moisés les prohibía hacerse imágenes para apartarlos de esa tentación. Jesucristo es ese único y verdadero Dios hecho hombre por nosotros.

La santería, en cambio, es politeísta, cree en muchos dioses, cuyos nombres ha dado a las imágenes de la Virgen María y de los santos cristianos. Pero la Virgen María y los santos no son dioses; son puras criaturas humanas, personas reales que han existido, y en su vida han dado ejemplo de fidelidad a Dios y de santidad de vida.

b. El cristianismo es la religión del amor. Ese único Dios verdadero es un Padre que nos ama y al que nosotros amamos. En la oración acudimos a El con confianza de hijos y en su Providencia descansamos confiados.

La santería, en cambio, es la religión del temor, del miedo. Hay que hacer cosas para librarse de males y apartar poderes maléficos, o para tener suerte y hacer propicios los dioses. Se teme más que se ama.

c. El cristianismo nos lleva a hacernos mejores, a transformar nuestra vida. En la medida en que lo vayamos viviendo de verdad tenemos que hacernos mejores, vencer nuestros defectos y adquirir más virtudes, más dominio de nosotros mismos, más caridad, más humildad, más espíritu de servicio, en una palabra, más santidad.

La santería, en cambio, se queda en prácticas externas, en ritos y ceremonias que no nos transforman por dentro, y que adquieren cierto sentido mágico cuyo efecto depende de los actos en sí, sin que nos cambiemos internamente.

Señalemos finalmente algunas normas pastorales. Nuestra actitud con las personas que practican la santería no ha de ser una actitud cerrada, de rechazo total, sino una invitación a la reflexión y a la purificación de la fe.

a. Un llamado a no mezclar. La Iglesia Católica en el Concilio Vaticano II proclamó el principio de la libertad religiosa, o sea el respeto que merece cada hombre que sinceramente y de buena fe practica una religión. Por eso la Iglesia mira con ese respeto las religiones africanas para aquellos que han nacido en ellas, y allí tratan de buscar sinceramente a Dios; pero a lo que no hay derecho es a la mezcla de elementos de dos religiones distintas no siendo así ni una cosa ni otra. Esto que en su origen tuvo una explicación razonable sin mala fe, como apuntábamos anteriormente, no la sigue teniendo cuando ya no existen esas razones. Si creemos en los dioses africanos, digámoslo claramente, y ésa será entonces nuestra religión; si somos cristianos, seámoslo de verdad y aceptemos nuestra fe en toda su pureza.

b. Aprovechemos los elementos válidos que hay en toda religión para purificarlos a través de una verdadera labor evangelizadora. El Concilio Vaticano II en el Decreto Nostra Aetate sobre la «Iglesia Católica y las Religiones no Cristianas», dice que en toda religión hay destello de aquella «Verdad que ilumina a todos los hombres» aunque esté también mezclada con muchos errores. Así hemos de partir de estos elementos positivos que hay en la santería para llevar a una verdadera fe. Así, por ejemplo, la creencia en Dios. Estas personas no son ateas ni materialistas, creen en lo sobrenatural, en un ser Supremo. Aquí ya tenemos un poco de terreno ganado. Lo que hay que hacer es purificar esa idea de Dios hasta llegar al Dios Uno, Creador y Señor, al Dios­-Padre, al Dios-­Amor. Estas personas dan culto a los santos. Habría que partir de ahí para llegar a lo que es verdaderamente un santo, que no es un ser mitológico, sino un ser real, cuyo nacimiento y vida conocemos, que amó heroicamente a Dios y al prójimo y nos dio un ejemplo y nos señala un camino.

Ciertamente esta labor evangelizadora es dura, lenta y difícil, y sería más fácil rechazar todo y quedarnos tranquilos pensando que somos los verdaderos cristianos, pero entonces no estaríamos acercando a esas personas al verdadero Dios.

» Explotación comercial

Hay un último punto que creo no se puede pasar por alto: la explotación comercial de la santería, y esto sí debe merecer nuestra repulsa y condenación. Vemos cómo proliferan las llamadas «Botánicas» en las cuales se venden toda clase de objetos, yerbas, pomadas, collares, etc. por personas que muchas veces no creen absolutamente en nada de eso pero lo hacen porque eso les deja dinero y es un buen negocio. No se puede explotar así la fe del pueblo. Es algo absolutamente reprobable ante Dios, y es un signo más de la entronización del dios «dinero» que para muchos es el supremo valor.

Que estas palabras sirvan de invitación a todos para vivir un cristianismo auténtico y profundo, sin mixtificaciones ni deformaciones, alimentado en la Palabra de Dios contenida en la Biblia, y que la devoción a la Santísima Virgen María de la Caridad, nuestra Madre y Patrona, sea para nosotros camino para ir a Jesús y formar así un pueblo verdaderamente cristiano.

 

Eduardo Boza Masvidal (Ciudad de Camagüey, 1915 ­ Los Teques, Venezuela, 2003). Obispo católico. Realizó estudios en el Colegio La Salle, del Vedado, y en la Universidad de La Habana se graduó de Doctor en Filosofía y Letras. Después de haber sido alumno del Seminario de San Carlos y San Ambrosio se ordenó sacerdote en 1944. A continuación se desempeñó como párroco de Madruga y, más tarde, de la Iglesia La Caridad del Cobre, en La Habana, y en 1960 fue designado Obispo Auxiliar de esta capital. Por aquellos días asumió el rectorado de la Universidad Católica Santo Tomás de Villanueva. Después de haber permanecido una semana detenido por las autoridades revolucionarias fue expulsado del país en el barco Covadonga, al igual que más de un centenar de religiosos católicos, en septiembre de 1961. Tras una breve estancia en España, continuó su labor pastoral como Obispo en Los Teques, Venezuela. El texto que aquí reproducimos constituye un capítulo de su libro Voz en el destierro. Miami, Florida, Revista Ideal, 1997, pp. 227­232.