CUBA: identidad y participación política

No había transcurrido aún un quinquenio del inicio de la República, en 1902, cuando de manera bochornosa para los cubanos, se le entregaba el gobierno de la Isla al interventor norteamericano William H. Taft. Aunque mediados por más de un siglo de distancia, la historiografía todavía culpa de este hecho a un individuo, Don Tomás Estrada Palma, o también a una estructura política: el bipartidismo caudillesco de los liberales y conservadores, incluso a los propios mecanismos de dominación norteamericano.

Pero cuando ocurría esto, muchos confirmarían aquella tesis, nunca empolvada, a pesar de su antigüedad, de que los cubanos eran sujetos ineptos para el autogobierno. Poco después llamarían los intelectuales del patio a fomentar entre sus compatriotas una cualidad nacional que definirían como la “virtud doméstica”. Versión esta del republicanismo clásico que formulaba de manera explícita que sin ciudadanos virtuosos no puede existir una república funcional. Esta especie de axiología política hunde sus raíces en las más remotas teorías políticas occidentales y para ello existirían textos como el de Rafael Montoro, Manual de Moral y Cívica, cuya finalidad evidente era inculcar en los ciudadanos valores políticos.