Querido Umberto Eco: He aquí la pregunta que, como ya le había anticipado en la última carta, tenía intención de hacerle. Se refiere al fundamento último de la ética para un laico, en el cuadro de la “posmodernidad”. Es decir, más en concreto, ¿en qué basa la certeza y la imperatividad de su acción moral quien no pretende remitirse, pa ra cimentar el carácter absoluto de una ética, a principios metafísicos o en todo caso a valores tras cendentes y tampoco a imperativos categóricos universalmente válidos?
En términos más sencillos (da do que algunos lectores me han hecho llegar sus quejas por la excesiva dificultad de nuestros diá logos), ¿qué razones confiere a su obrar quien pretende afirmar y profesar principios morales, que puedan exigir incluso el sacrificio de la vida, pero no reconoce un Dios personal? O, dicho de otro modo, ¿cómo se puede llegar a decir, prescindien do de la referencia a un Absoluto, que ciertas ac ciones no se pueden hacer de ningún modo, bajo ningún concepto, y que otras deben hacerse, cues te lo que cueste? Es cierto que hay leyes, pero ¿en virtud de qué pueden llegar a obligarnos aun a cos ta de la vida? Sobre estos interrogantes quisiera que trata ra en esta ocasión nuestra conversación.