La toma de posesión de Barack Obama abrió las puertas de la Casa Blanca al cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos y al onceno que debía bregar con el “problema cubano” al cabo de un conflicto de medio siglo. En ese lapso, la manera de lidiar con “el más cercano de los enemigos” ha recorrido diversas avenidas, caracterizadas sin embargo por la confluencia de los fines y el fracaso de los métodos. Sabotajes, aislamiento político-diplomático, atentados, embargo/bloqueo, guerra bacteriológica, leyes extraterritoriales y “abrazos de la muerte” han conformado un expediente demasiado parecido a sí mismo y constituido herramientas de una política de escaso pragmatismo que parecería fatalmente condenada a la repetición.