La inserción del cristiano en el mundo y la necesidad de que su opción de fe impregne no sólo sus actos explícitamente religiosos, sino su vida toda, siempre se ha expresado de muchas maneras en la vida de la Iglesia. “No te pido que los sa
ques del mundo, sino que los preserves del Mal” (Jn 17, 15), pedía el Señor en su oración de la Última Cena. La Carta a Diogneto, un bellísimo testimonio de ese empeño por expresar a Cristo en todos los hechos de la vida, confeccionada en los primeros siglos del Cristianismo, ya destaca cómo los seguidores de Jesús, si bien se diferencian de los demás por su proyecto de vida…