Tras la terminación de la guerra en 1898 los españoles debieron reacomodar su comportamiento ante la pérdida de las excesivas prerrogativas coloniales, que hasta entonces habían disfrutado. Pero gracias a las ventajas otorgadas por el Tratado de París con respecto al mantenimiento de sus propiedades y las ofrecidas por las nuevas leyes de inmigración pudieron ampliar su radio de acción en el panorama económico-social de la Isla.
El crecimiento sucesivo de la comunidad hispana durante las dos primeras décadas del siglo xx, partiendo de sus antecedentes finiseculares, consolidó un mecanismo organizativo de tal magnitud que algunos analistas lo consideraron como el de un estado dentro del Estado. Las numerosas instituciones de carácter asociativo y sus incidencias en la ubicación laboral y en las atenciones benéficas, sanitarias y educacionales a los recién llegados, constituyeron la esencia del mantenimiento de la población hispana en el país. Nacieron perfectamente concebidas para el mejor control en todas sus instancias a partir de un orden jerárquico piramidal.

Así reflejó la publicación humorística La Política Cómica aquel drama de los inmigrantes españoles.
Además, sus permanentes relaciones con las autoridades consulares, los grandes industriales y comerciantes de origen hispano y la invariable presencia de una prensa totalmente ibérica o cercana a sus intereses, complementaron el dominio casi absoluto sobre dichas masas inmigrantes. Esto les permitió negociar con verdadera potestad con el gobierno cubano ante los más diversos e inesperados acontecimientos. También los comprometió a acometer delicadas tareas dentro del seno de la comunidad cuando el desenvolvimiento de la vida económica del país mostró signos de descalabro. Esto se evidenció en la profunda crisis económica de finales de 1920 y 1921.
En los años anteriores había arribado a Cuba una gran cantidad de españoles atraídos por la bonanza económica, especialmente en la etapa conocida como «las vacas gordas», cuando el precio del azúcar subió extraordinariamente en el mercado internacional. Como ejemplo de aquel movimiento migratorio existen estadísticas que reflejan esos instantes de numerosas llegadas.
1910 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28,380
1911 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30,660
1916 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36,266
1919. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36,155
1920. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73,5001
Durante la crisis surgida poco después como consecuencia de la caída del precio del azúcar y ante la excesiva depresión en todos los sectores de la economía, se evidenció un exagerado número de fuerza de trabajo acumulada, especialmente para las funciones de la zafra azucarera de 1921. Durante el avance de la cosecha esa situación terminó siendo insostenible y las masas ocupadas en las labores agrícolas se vieron desplazadas y desprovistas de las más elementales condiciones de vida. Entonces miles de españoles empobrecidos avanzaron hacia La Habana en busca de una solución inmediata a sus dificultades. Esa situación fue el mayor reto que tuvo que afrontar la jerarquía española, la cual debió poner a prueba una organización que hasta entonces había sorteado diferentes situaciones coyunturales ante algunos avatares de la vida insular. Esta, sin dudas, constituyó una titánica prueba.
A partir de ese instante se estableció un mecanismo institucional que vinculó a todos los elementos hispanos dentro del país para solventar la abrupta crisis. Entre los cálculos iniciales y, quizás para aumentar el dramatismo, se comenzó a hablar de sesenta mil desalojados. Se procedió a la salida inmediata del territorio nacional como única solución posible para evitar que vagaran por las calles en deplorable estado. Para afrontar el desafío se apeló inicialmente a la concentración de recursos a través del Comité de Sociedades Españolas, siempre dirigido desde el Casino Español de La Habana, y al apoyo y socorro urgente del Consulado Español, que debía asumir la absoluta responsabilidad. Tras colectas, ofrecimientos de albergue y manutención a los inmigrantes se logró ir estabilizando el grave problema. La prensa se haría urgente eco del llamado y sería la encargada de guiar públicamente los pasos a seguir para encauzar mejor la campaña. Las relaciones con las Secretarías de Gobernación, Hacienda y Sanidad cubanas, preocupadas por la situación, también les posibilitaron obtener algunos beneficios eventuales. Después de un período intenso de ajuste, decenas de miles de españoles desposeídos abandonaron Cuba.
Así fueron los hechos. La imposibilidad de vender el azúcar producido durante la zafra de 1921 en el extranjero y la amenaza de que toda la producción se estancara en los almacenes provocaron el reclamo de no pocos especialistas por detenerla con antelación al tiempo previsto de cosecha. No fue casual que desde mediados del mes de mayo se alzara la voz del Diario de la Marina para evitar esa amenaza latente.2 Aunque en la declaración oficial del Diario solo se hacía una dramática referencia a la difícil situación en la que permanecerían los colonos y los campesinos ante la posible terminación anticipada de la zafra, era evidente que su mayor preocupación la constituía la enorme masa de inmigrantes que quedaría abandonada a su suerte. Su temor se acrecentaba debido a la inevitable quiebra de los bancos que históricamente garantizaron la estabilidad financiera de los ahorristas hispanos y por la casi segura falta de pago en efectivo a los braceros españoles por parte de las administraciones de los centrales.
Detrás del llamado del Diario, especie de defensa premonitoria, existía una sólida base argumental que presentía lo que en realidad sucedería poquísimo tiempo después. No fue nada casual que ese mismo día, 16 de mayo, el propio periódico escribiera en primera plana una breve nota de la «Delegación de la Cruz Roja Española», en la cual se nombraba al señor Ignacio Plá «Delegado Especial de Comisiones Cooperadoras en Cuba».3 Luego de felicitarlo, le deseaba «…el mayor éxito en las importantes gestiones que se le han confiado». Y a pesar de haberse logrado un necesario alargamiento de la zafra era incuestionable que la debacle se acercaba.
La preocupación iba en aumento. Por eso, en medio del arribo masivo de inmigrantes desde el campo a la capital, la crisis se evidenciaba con crudeza. Miles de hombres comenzaron a caminar por La Habana sin rumbo cierto y a aglomerarse frente al Consulado Español y al Diario de La Marina con el fin de resolver su pronta salida del país. Entonces se hizo inevitable más explícitamente un nuevo llamado del Diario para socorrer de modo inmediato a los españoles abandonados a su suerte por la cruel realidad. El día 4 de junio, en primera plana, formulaba un alegato público con el título: «El Conflicto de los Inmigrantes».4
Comenzó así una agresiva campaña a favor de los españoles desempleados con el fin de eliminar cuanto fuera posible la secuela dejada por la inédita situación. En sus páginas comentaba agriamente acerca del estado de invalidez de los inmigrantes por la ausencia total de pago, las liquidaciones en vales o, en el mejor de los casos, por los verdaderamente mezquinos salarios recibidos, con los cuales no podrían siquiera retornar a su país. Criticaba el alto precio de los pasajes de tercera y conminaba a las compañías navieras a reducirlos a la mitad. Apelaba también al Consulado Español y al generoso altruismo de las sociedades españolas de beneficencia con el fin de encauzar la prestación de los servicios más urgentes hacia la gran masa trabajadora. Se alarmaba de los futuros miles de desalojados que deambularían por la ciudad.
Precisamente, al otro día del llamado se patentizaba una de las mayores preocupaciones: el anuncio público del Banco Español de acogerse a la Ley de Liquidación, es decir a la quiebra. El banco constituía uno de los últimos reductos de las esperanzas hispanas. Ya anteriormente habían quebrado los bancos Internacional y Nacional. Solo restaba asumir el conflicto e intentar resolverlo con la mayor rapidez posible.
Durante varios días se publicaron noticias acerca de cómo se acometería la difícil empresa de embarcar a tantos desplazados. En un editorial del día 12, el Diario puntualizaba las crecientes dificultades que se tendrían que vencer y nuevamente precisaba su posición: «El Gobierno Español está obligado a exigir más reducciones de precios a las navieras, ya que subvencionan algunas empresas con fuertes sumas para encontrar en ellas, oportunamente, ayuda en los problemas nacionales». «Puede también el Estado Español a ese fin de la repatriación de inmigrantes, aumentar las asignaciones a los Cónsules.» Y más adelante agregaba, quizás con mayor y ambivalente comprensión del problema: «A Cuba no le conviene echarse encima la carga pública que suponen miles de extranjeros hambrientos y ociosos. Y España no puede permitir que sus hijos anden por el mundo abandonados y miserables». Por eso, decía, nadie debía negarle el apoyo: «…por patriotismo y humanidad».5
Días antes, el 9 de junio, las Sociedades Regionales de Beneficencia, haciéndose eco del clamor del Diario, le habían solicitado al gobierno español su mediación con respecto a las compañías navieras. A estas, además, le demandaban expresamente que disminuyeran a la mitad el precio de los pasajes de tercera clase. Solamente el día 14 se recibieron promesas de ambas instancias. El gobierno español, aunque preocupado, se limitó a expresar a través de un cable urgente: «Aunque carece de medios legales para obligar compañías navieras rebaja de pasajes Gobierno S. M. preocupa hondamente situación inmigrantes de Cuba y trata solucionar conflicto por cuantos medios estén a su alcance».6 Por otro lado, la respuesta de la Compañía Trasatlántica, aunque positiva, resultó algo dilatoria y así lo publicaba el Diario. Expresaba que Manuel Otaduy, representante de la Compañía Trasatlántica en Cuba, recibió un cable extraoficial donde le decían que la Compañía: «…se pondría a disposición del Consulado para que este distribuyera medios pasajes en la capacidad de los departamentos de tercera clase de los vapores que iniciaran próximamente viaje».7
No obstante, al observar cierta lentitud, el periódico volvió a arremeter contra las evidentes trabas. Entonces, el día 16 hizo una exhortación al país con el fin de iniciar y mantener una suscripción permanente para acometer con la mayor celeridad la solución del trágico asunto. La campaña se nombraría: «En favor de los Inmigrantes». En el texto inicial expresaba: «No queríamos tomar parte en el asunto por delicadeza. Pero como la cosa urge y el Diario de la Marina es lo que es y lo seguirá siendo mientras respire en nuestras manos, abramos una suscripción para darle de comer a tantos infelices». Arremetió contra la Compañía Trasatlántica «…institución cuasi oficial, subvencionada por el estado…» y la conminó de inmediato a rebajar los precios de los pasajes. Además, insistía en el dinero como única salvación inicial a la situación de los inmigrantes y terminaba clamando con indignación: «Dinero y pasajes baratos. Ese es el grito de guerra, mejor dicho, el grito de paz y caridad».8
Pero a pesar de las muchas gestiones, el día 19, en plena efervescencia de la suscripción, el Ministro español en Cuba, el señor Mariátegui, después de reunirse con el presidente del Casino Español, el delegado de la Cruz Roja y con veintitrés representantes de todas la instituciones españolas en la ciudad, debió enviarle al rey otro cable pidiéndole de inmediato su mediación con las compañías Trasatlántica y Pinillos para que acabaran de aplicar el medio pasaje. Informaba que ya las compañías navieras extranjeras habían dado su consentimiento.
En el país se daban algunas soluciones. Hasta el propio gobierno cubano, a través de las Secretarías de Sanidad y Gobernación, concedió inicialmente locales en el campamento de Triscornia para asumir unos cien inmigrantes establemente. Unos días después, ofreció el antiguo convento de Santo Domingo para otros trescientos más. Posteriormente, cedió parte de la sede de la Secretaría de Obras Públicas, en la antigua Maestranza de Artillería, para otros tantos. Los que marcharan serían sustituidos inmediatamente por otros nuevos hasta la finalización de los embarques. Además, las quintas de salud La Purísima y La Covadonga asignaron asilo a algunas decenas de paisanos y la Lonja del Comercio se dispuso a colaborar inmediatamente. Por su lado, las instituciones hispanas organizaban el trabajo para afrontar las dificultades.
Aunque no siempre los intereses hispanos coincidían exactamente, las propias reglas instituidas en la comunidad iban desbrozando obstáculos hasta compatibilizar a todos los sectores involucrados en los acontecimientos, sobre todo cuando se trataba de hechos de tal magnitud. En cuanto a la suscripción, se acogieron todas las fuerzas hispanas y comenzó una espiral de donaciones que pudo canalizar, en alrededor de dos meses y medio, el suficiente dinero para ir resolviendo las necesidades puntualmente priorizadas. Y aunque aún hubo que esperar unos días para la rebaja de los pasajes por parte de la Trasatlántica, ya algunas compañías extranjeras habían asumido el traslado de miles de inmigrantes por solo medio pasaje. Se incorporaron, además, la compañía española de Pinillos y los buques de cubanos que se dedicaban a la navegación oceánica.
El representante de la Compañía Trasatlántica, Manuel Otaduy, debió explicar públicamente la demo ra de su decisión y adujo el alto costo en Cuba del combustible, el mantenimiento de los buques y otras consideraciones acerca de la competencia desleal de las compañías extranjeras, que podían aumentar y disminuir la afluencia de sus buques a la Isla en dependencia de la demanda. No así las compañías españolas con destinos preestablecidos y constantes. Pero, al fin, cedieron ante el reclamo general, especialmente al de las autoridades españolas. El día 23 de junio la Trasatlántica accedió oficialmente. También el Consulado, tras haber obtenido al parecer una subvención en dinero del gobierno español, procedió al pago del medio pasaje masivo para eliminar lo más pronto posible la calamitosa situación de sus súbditos. En fin de cuentas, debía asumir la mayor responsabilidad en esta coyuntura histórica.
La Habana fue por esos meses una ciudad superpoblada y más desaliñada de lo habitual. En la medida en que se acumulaban los inmigrantes, a pesar de la constante partida de miles de ellos, se temía la posibilidad de contagios infecciosos o desordenes por la presencia de tantos hombres desprovistos de cobija y prácticamente sin alimentación. Desde muy temprano, la Cruz Roja expresó: «Grupos numerosos de ellos, frente al Consulado de España, esperando la gracia de un medio pasaje, otros en los bancos de los paseos públicos, ociosos y tristes. Muchos que desorientados van por las calles fatigados, mal vestidos, sin esperanza ya de encontrar trabajo».9 Esta situación se mantuvo latente por unos meses y otras voces lanzaron gritos de alerta y lamentación.
En un comentario del Secretario de Sanidad, publicado en el mismo periódico, se esclarecía: «La existencia en La Habana de un considerable número de hombres sin casa y en tan grave estado de desamparo crea serios problemas de higiene, de beneficencia y de policía urbana, que interesa resolver urgentemente con la cooperación de todos. Esos pobres inmigrantes sin hogar se ven obligados a permanecer en las calles y plazas. Comen y duermen en los portales, aceras y parques, a la intemperie y en las peores condiciones de higiene. No pueden, como es fácil advertir, atender a su aseo personal. Se ven obligados en muchos casos a hacer sus necesidades corporales en las calles, las que ensucian y llenan de residuos orgánicos. Lo más grave para nosotros es que muchos de ellos están atacados de paludismo y de otras enfermedades transmisibles». Y abordando ese lado delicado del asunto, deslindaba la responsabilidad del gobierno con la situación: «Este aspecto del problema que es el que más directamente nos concierne, lo atiende ya y resuelve debidamente la Secretaría de Sanidad y Beneficencia, por conducto de la jefatura y dirección de Sanidad».10
Quizás el testimonio más dramáticamente poético fuera el que escribió el periodista catalán Lorenzo Frau Marsal, luego de observarlos una noche cuando caminaba por la ciudad. Salido de una reunión en el Consulado Español y transitando por las calles San Pedro y Muralla, expresaba con dolor: «Ha sido una visión de tragedia. Y un cuadro de dolor y de anhelo» (…) «fue entonces que este paisaje de agonía y esperanza puso de súbito» (…) «ante nuestros ojos llenos de tristeza y de asombro todo el horror de sus pinturas». «En la plazuela de San Francisco, al are libre, cientos de hombres dormían con el duro piso por cabezal y sin otro cobertor que la fronda piadosa de los árboles: Eran los inmigrantes.» Después de detenerse en alguna descripción de la ciudad nocturna, continuó: «Torcimos por la calle San Ignacio y en la cercana plazoleta de La Catedral» (…) «puso de nuevo en nuestra alma el desencanto, el abatimiento y la resignación de los vencidos. En el atrio, en los escalones, los pobres inmigrantes dormían». «Desde puertos, desde las ciudades lejanas, estos hombres humillados ahora sobre el suelo, vieron cruzar un día los vapores, vieron correr los trenes. El anhelo de un bien mejor los lanzó a la ventura. Los sueños de riqueza ya se han desvanecido, nada desean sino tornar a la aldea sencilla, rotas tal vez para siempre la ambición y la audacia».11
En medio de esta situación, la preocupación del Diario de la Marina y de las instituciones por resolver el drama en el más breve tiempo posible, se tornó inexcusable. El trabajo mancomunado de todos pudo eliminar el enorme excedente de inmigrantes en alrededor de dos meses y medio. Después del llamado del periódico a la suscripción, prácticamente todo el país se había movilizado y enviado dinero para paliar la tormenta. En esos meses de crisis, de «vacas flacas», la moneda se había deprimido extraordinariamente por lo que la suscripción adquiría un mayor reto para la población hispana residente en el país. Por eso, desde los primeros dos mil pesos obtenidos al otro día del comienzo de la colecta, el Diario aducía: «A más de dos mil pesos asciende y aún no hace veinticuatro horas que nos dirigimos al público en demanda de socorro para esos infelices» (…) «Dos mil pesos en esta época equivaldría a quince o veinte mil pesos en aquellos tiempos en que tratábamos de tú a tú a los millones».
Evidentemente, el hecho aumentaba su trascendencia en esos nuevos tiempos de descalabro económico. De inmediato comenzaron también las primeras donaciones de comidas ofrecidas por fondas y restaurantes para ayudar a la mayor cantidad posible de desplazados. Fue un movimiento que paulatinamente abarcó a buena parte de los centros gastronómicos hispanos de la ciudad. Cada uno de ellos, de acuerdo con sus posibilidades, ofreció cuotas diarias para la alimen-
tación de muchísimos inmigrantes. Ese primer día el Washington Hotel y el restaurant El Ariete brindaron el servicio y dos días después se sumaban los cafés Oriental, La Comedia, La Hacienda y los hoteles Las Tullerías, Crisol y Zabala. El Diario estaba convencido de que aparecerían muchos otros y expresaba: «Pero ya vendrán, ya vendrán los dueños de fondas» y repetía el clamor del primer llamado: «¡Dinero y pasajes baratos! Ese es el grito de guerra…»12
Al paso de los días continuaron incorporándose un buen número de establecimientos gastronómicos para apoyar el llamado y se habilitaron dos residencias para asistir permanentemente a alrededor de ochocientos comensales diarios en las sesiones de desayuno, almuerzo y comida. Para evitar descontrol, se asignaron vales diarios, de modo que no pudieran existir situaciones de fraude.
Por supuesto, los asistentes debían mostrar previamente sus documentos acreditativos como el pasaporte o la cédula de identificación. Día por día se asignaba pan, huevos y sardinas a todos los seleccionados, para que al menos fueran sosteniéndose en tanto les llegaba el momento de su salida del país. Entonces, los puestos vacantes los asumían otros nuevos desplazados. En uno u en otro sitio pudieron alimentarse hasta tanto no embarcaran definitivamente.
Desde las más ricas personalidades de la industria, la banca y el comercio hasta los más humildes trabajadores de cualquier rincón del país aportaron su contribución a la colecta. Casi día tras día aparecían las listas de donantes como expresión de credibilidad.
La propia posibilidad de aparecer en la prensa quizás impulsó a muchos a hacer sus donaciones. La noticia siempre vio la luz en primera plana en demostración de la importancia del hecho. En la etapa de mayor contribución, cumpliendo con la máxima de que todos aparecerían en la relación de colaboradores, esta fue tan grande que debieron publicarla también en las páginas interiores del periódico.
Hasta la Federación de Foot Ball Association de Cuba, dominada por los españoles, se solidarizó con la causa de los inmigrantes y le brindó su apoyo inmediato. En carta al director del Diario de la Marina, fechada el día 27 de junio, se expresó que la organización: «…acordó aceptar la idea expuesta en la última reunión ordinaria por “Iberia Foot Ball Club” y celebrar el próximo 2 de julio un match en el “Parque Muntal” a beneficio de los inmigrantes españoles que desean ser repatriados y cuyo producto líquido irá a engrosar la suscripción tan felizmente iniciada por usted.
En este match contendrán los clubs “Hispano” e “Iberia”, que se encuentran a la cabeza del actual Campeonato y a su éxito económico han de propender los catorce clubs federados. La liquidación y el producto de este match serán remitidos a usted en el más breve espacio de tiempo…» Y firmaba N. Paseiro, secretario.13
Aunque no conocemos la cifra recaudada en el match, no dudamos de su apreciable volumen por la cantidad de público que siempre presenciaba los partidos en situaciones de solidaridad como esa. La noticia, al otro día, afirmaba categóricamente el éxito absoluto de asistencia. Era una forma más de expresar el apoyo a la comunidad hispana.
La suscripción del Diario hasta el 31 de julio, exactamente después de mes y medio del llamado, alcanzaba la cifra de 42,783 pesos y 90 centavos, suma que mostraba el nivel de sensibilidad de la población en la Isla con respecto al asunto. Hacia esa fecha se había conseguido embarcar, gracias solo a la suscripción, algo menos de mil inmigrantes, y continuaban realizándose las salidas. En las negociaciones directas del Diario y las sociedades españolas de beneficencia con las autoridades navieras se logró que los pasajes adquiridos llegaran a costearse por solo 53 pesos, cifra inferior, incluso, a la del medio pasaje que estaba previsto inicialmente desembolsar.
Paralelamente, por parte del Consulado se creó un mecanismo de apoyo para asumir el cobro de los vales que no les habían desembolsado a los braceros en los centrales azucareros donde habían laborado. La institución emitió una circular donde anunciaba que a partir del 1º de agosto todos los poseedores de vales podían dejarlos depositados en su sede para que se cobraran con posterioridad. Aunque constituyó una solución algo tardía, al menos los trabajadores dispusieron de una opción para el cobro futuro del extenuante trabajo realizado en los centrales. Si los braceros pudieron finalmente cobrar o no quedará por ahora en el silencio de la historia, dado el desajuste que provocó aquella crisis. Al menos se les ofreció entonces esa remota posibilidad. Por otra parte, en la amarga coyuntura que debieron sufrir el tratamiento público que se les brindó quizás pudo disminuir la sensación de invalidez en la que se vieron envueltos.
El urgente llamado del Diario de la Marina había logrado su objetivo al sensibilizar a las fuerzas internas y al gobierno español, en especial al Consulado en La Habana, que debió asumir la responsabilidad de casi todas las salidas de los inmigrantes. Hacia finales de agosto, exactamente el día 23, solo restaban unos 350 trabajadores desplazados en espera de su salida y fueron albergados en la Quinta del Rey, que se convirtió en el último reducto.
Para esa fecha, la recaudación había llegado a los 45, 315 pesos con 62 centavos. A costa de la suscripción también habían marchado algunos cientos más y llegarían a sumar 1 348 inmigrantes. El resto de las decenas de miles de embarcados corrieron a cargo del Consulado Español. Sin dudas, la presión ejercida por el Diario de la Marina a esa instancia consular provocó una respuesta más ágil y responsable. Se había desplegado un gran esfuerzo y aún el Diario exhortaba a continuar la cooperación para terminar con total éxito la labor emprendida. En el resumen publicado se felicitó a todos los donantes y colaboradores. Además, se dejó plasmada la relación de todos los gastos realizados hasta ese instante, de modo que pudiera ser corroborado por cualquier lector. Habían cumplido una gran faena.
Al final, se cerró definidamente la operación con cuarenta mil embarcados. Aparte de la iniciativa del Diario, el Consulado debió realizar una tarea titánica para actualizar documentos, administrar y suministrar dinero y comida y sacar del país a una cifra gigantesca. No obstante, si lo comparamos con los sesenta mil inmigrantes anunciados originalmente, podremos aventurarnos a ofrecer algunas conclusiones. Es casi seguro de que el número restante logró permanecer en el país. Aunque es muy difícil inferirlo y muy remota la posibilidad, quizás una parte de ellos pudo marchar por su cuenta después de la gran campaña, de acuerdo con las cifras de salida que ofrece el censo.
Pero indiscutiblemente, de los que se arriesgaron a permanecer en el país, unos debieron de haber conseguido trabajo en el sector de Obras Públicas, como habían previsto algunos funcionarios españoles con las autoridades cubanas, y otros tal vez fueron asimilados por el propio engranaje hispano. Es posible que algunos más lograran escabullirse y permanecieran dentro de la ciudad realizando labores informales, con la esperanza de obtener trabajo lo más pronto posible hasta esperar el comienzo de la siguiente zafra azucarera. Lo cierto es que ante la guerra de España en Marruecos, que atravesaba por uno de los momentos más sangrientos, la decisión de muchos inmigrantes de permanecer en la Isla a cualquier precio era perfectamente entendible.
Para los llamados a quintas, es decir al servicio militar, el mantenerse en el país pudo convertirse en una necesidad imperiosa. Las numerosas víctimas de aquella guerra hacían que muchos prefirieran el hambre en Cuba a la muerte segura en Marruecos. Por otro lado, durante el curso del año 1921 la situación cubana se fue normalizando lentamente y resulta probable que los inmigrantes españoles hayan obtenido trabajo de peones en talleres o fábricas, se hayan convertido en trabajadores domésticos o empleados de los comercios y almacenes hispanos de la ciudad. Tal vez fueron sobreexplotados, pero se salvaron de la guerra y de la deshonra que habría significado el regreso a la aldea empobrecidos.
Para la jerarquía hispana, asumir la salida del excedente laboral se convirtió en un mal necesario, al cual había que darle rápida solución. Quizás una de las razones más obvia constituyó la de evitar poner en cuestionamiento ante el gobierno cubano la tan arraigada fama española de ser una inmigración responsable y favorecida. Se debía impedir cualquier criterio que pudiera entorpecer, una vez normalizada la situación y comenzada la próxima zafra, la llegada de nuevos contingentes de inmigrantes. La pretensión hispana de españolizar la Isla y de promover el aumento de su comunidad siempre estuvo presente en su estrategia. La necesidad de que ingresaran cada vez más españoles en el país se evidenció en algunas intervenciones calamitosas de periodistas y funcionarios españoles, dolidos por el terreno perdido ante la fuga urgente de tantos compatriotas. Los representantes del Diario de la Marina, avezados en esos avatares, se percataron de inmediato de la significación de la debacle y fueron los primeros en promover la organización del entramado de protección y embarque de los braceros. Debían no dar pie a las críticas.
La invasión de inmigrantes asiáticos y caribeños los conminaba a proteger el prestigio de su gente y a incrementar su presencia en la sociedad cubana. En el llamado del día 16 de junio, el Diario también se lamentaba de la deplorable situación: «Los españoles se van, ante la alarma de las personas sensatas, en tanto que no hay manera de librarse de los hombres de otras razas a quienes una ley desdichada abrió las puertas…» (…) «La urgencia de las medidas a emplearse en este conflicto nos induce a pensar en otros recursos que el gobierno de Cuba pudiera brindar a la emigración española» (…) «Proyectos e ideas se han lanzado mil veces para darle carácter de permanencia y seguridad a la visita de los emigrantes europeos, a los españoles principalmente, por las condiciones inestimables e incomparables que en ellos concurren por ser transformados a poco de su llegada en elementos útiles al bienestar y el engrandecimiento de Cuba».14
Latía permanentemente la posibilidad de incrementar la inmigración española y estaban decididos a abordar la crisis con el mayor ímpetu, y así hicieron. Después de todo, siempre quedaría algún grupo de inmigrantes sin empleo deambulando por la ciudad, pero en una cifra tolerable a españoles y a cubanos acaudalados para mantener el ejército permanente de fuerza de trabajo a su disposición. Continuaría la vida. Los sobresaltos tan brutales de los españoles no volverían a revelarse hasta la nueva gran crisis de principios de los años 30, agravada por la excluyente Ley de Nacionalización del Trabajo, que establecía como mínimo el 50 por ciento de los puestos de trabajo para los cubanos.15 Hechos que se convertirían entonces en el gran declive de la emigración masiva hacia nuestro país.
Bibliografía Mínima
Álvarez Acevedo, José Manuel: La colonia española en la economía cubana. Editorial de Úcar, García y Cía, La Habana, 1936.
Barcia Zequeira, María del Carmen: «Un modelo de emigración “favorecida”. El traslado masivo de españoles a Cuba», en revista Catauro. La Habana, año 3. num. 4, 2001 pp. 36-59.
Censo 1919 República de Cuba. Editorial P. Fernández S.A., La Habana, 1919.
Cobiella García Michael: «La inmigración a Cuba.
Grupos, expectativas e imagen nacional (19021935)» en Perfiles de la Nación ii. (Comp.) María del Pilar Díaz Castañón. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
Fernández, Aúrea Matilde: «Evolución de las sociedades españolas en Cuba a lo largo del siglo xx», Debates Americanos, La Habana, enero-diciembre 2002, no. 12, pp. 148-164.
Iglesias García, Fe: «Características de la inmigración española en Cuba 1904-1930», en Sánchez Albornoz, Nicolás (Comp.) Españoles hacia América. La emigración en masa. 1880-1930. Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp. 270-295.
Instituto de Historia de Cuba: La Neocolonia. Organización y crisis. Desde 1899 hasta 1940. La Habana, Editora Política, 1998.
Notas:
1.Carlos M. Trelles Govín: Biblioteca histórica cubana. tomo ii. Imprenta de Ernesto Estrada, Matanzas, 1924, p. 369.
2.«La Zafra no debe suspenderse», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 112, 16 de mayo, 1921, p. 1.
3.«Delegación de la Cruz Roja Española», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 112, 16 de mayo, 1921, p. 1.
4.«El Conflicto de los inmigrantes españoles» Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 133, 4 de junio, 1921, p. 3.
5.«Los Inmigrantes Españoles», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 140, 12 de junio, 1921, p. 3.
6.«Las Sociedades Regionales de Beneficencia gestionan la reducción del precio de los pasajes», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 137, 9 de junio, 1921, p. 3.
7.«Las gestiones a favor de los Inmigrantes», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 142, 14 de junio, 1921, p. 9.
8.«Impresiones», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 137, 16 de junio, 1921, p. 1.
9.«La Cruz Roja Española y los inmigrantes», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 139, 11 de junio, 1921, 1.1.
10.«El problema de los inmigrantes». «Cambio de Impresiones con el Secretario de Sanidad», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 161, 8 de julio, 1921, p. 1.
11.«Los inmigrantes en la media noche» en «Actualidad», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 160, 7 de julio, 1921, p. 3.
12.«Impresiones», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 138, 17 de junio, 1921, p. 3.
13.«En favor de los inmigrantes», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 152, 28 de junio, 1921, p. 1.
14.«Impresiones», Diario de la Marina, La Habana, año lxxxix 137, 16 de junio, 1921, p. 1.
15.Hortensia Pichardo. «Ley del Nacionalización del Trabajo». En Documentos para la historia de Cuba. Tomo iv, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1978, pp. 98-99.