No me siento preparado para avizorar la historia; ni siquiera mi propia historia. Me han pedido – supongo que por colaborar sistemáticamente con esta publicación y también por el artículo de mi autoría que recientemente se publicó sobre el tema de la Educación (Reunión de padres o un secreto develado, Año 3, No. 1/2007, página 29)–, que opine sobre el futuro de la educación en Cuba. Es un tema difícil porque, como cristianos, estamos desautorizados a mirar la historia con una visión negativa, catastrófica; también porque a la hora de definir la educación, desde el término mismo, me cuesta mucho saber dónde poner el énfasis, si en la educación como sistema (lo que implicaría hablar de los programas de estudio, de la organización escolar, de los proyectos educativos, etc.) o de la educación como cultura, formación y aprendizaje. Las cosas se complican cuando veo el noticiero estelar de la televisión y me pregunto ¿a cuál educación he de referirme, a la que viven mis hijas, mis nietas, los hijos de mis vecinos, o a la otra que me presentan en los medios? (No es la misma, les aseguro que hay diferencias). Aún así me aventuro – porque al fin y al cabo me han pedido “una opinión” y eso me da la posibilidad de hablar en primera persona, desde mi experiencia y desde mi propia historia– a opinar sobre el caso. Intentaré hacerlo, preguntándome y respondiéndome sobre algunas cuestiones que creo medulares en este tema. Otras muchas tendrán que aguardar en el tintero.