Pocos poetas cubanos han disfrutado en vida de una popularidad tan grande como la de José Ángel Buesa. Esa dicha, que no le fue dada a Martí ni a Lezama Lima, no obstante su mayor significación para las letras cubanas, estuvo cerca de ser obtenida por José María Heredia y Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (Cucalambé).
El primero conquistó celebridad con sus poemas de corte patriótico, que fueron tomados como bandera por nuestros primeros independentistas, mas no alcanzaron una amplia divulgación.
Por el contrario, las décimas de Nápoles Fajardo reunidas en el volumen Rumores del Hórmigo fueron memorizadas y cantadas con entusiasmo; pero quedaron más bien reducidas al ambiente campesino.
En cambio los versos neorrománticos de José Ángel Buesa, ya en el siglo XX, se esparcieron por los distintos estratos sociales y acapararon el gusto poético de más de una generación.
La prueba de su triunfo no sólo estuvo en las numerosas reediciones de sus libros, en especial del titulado Oasis, hecho totalmente inusual durante nuestra etapa republicana, ni en la declamación frecuente de sus poemas a través de la radio y de las veladas culturales, ni en la inclusión de los mismos en diferentes antologías, sino en los imitadores que siguieron su ruta y trataron en vano de alcanzarlo, entre ellos Gustavo Galo Herrero y Sergio Hernández Rivera. Aunque a algunos pueda parecerle exagerada la frase, debemos aceptar que Buesa creó escuela. Modesta, eso sí; pero escuela.