La Iglesia ha confesado ininterrumpidamente a lo largo de los siglos a María como la “Aeiparthenos”, la “Siempre Virgen”. Pero, ¿por qué este énfasis en la virginidad de la Madre del Señor? Aunque a primera vista pudiera parecer algo no interdependiente, el cristiano no puede eludir el hecho de que, para aceptar a Jesús como el Mesías, como el Hijo de Dios hecho hombre, precisa de la aceptación de la virginidad de María: “señal” de su autenticidad.
El profeta Isaías, (unos 700 años antes de su nacimiento), así lo había anunciado al acorralado rey Ajaz: “…el Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7, 14).