Cuando el presidente número 44 de Estados Unidos hizo su juramento sobre la misma Biblia que usara Abraham Lincoln, casi 150 años antes, provocó en los oídos norteamericanos un ruido que aún se percibe en el país como una resonancia enigmática: dijo su nombre completo, Barak Hussein Obama, algo inusual. Y aunque Hussein, en el mundo que llamamos árabe, es un apellido tan frecuente como en España, Pérez, o Smith, en Inglaterra, en ese momento supremo del cambio de poder en la nación norteamericana muchos creyeron que el propio presidente
reconocía ser un musulmán tapiñao y que en breve la Casa Blanca se llenaría de turbantes y los salones del Congreso de terroristas petroleros.