En octubre pasado Brasil fue a las urnas para decidir un proceso sucesorio que se caracterizó por ser el más reñido en los últimos 25 años de la historia del país. Pocas veces los brasileños estuvieron tan divididos en unas elecciones y quien acompañó a los tensos debates entre los candidatos pudo constatar que lo que estaba ocurriendo era un duelo mortal entre grupos políticos que se postulaban como representantes de dos tipos bien diferentes de país ante los más de 140 millones electores.