Muy escasa fue la relación de los miembros de la aristocracia, la alta burguesía, las clases pudientes, las gentes adineradas o los privilegiados de la fortuna, como quiera llamárseles, que a lo largo de nuestro período republicano echaron mano a su bolsa personal para sufragar desinteresadamente algún proyecto cultural. No les dolía en lo absoluto dilapidar mil pesos una noche en un casino de juegos o adquirir joyas valiosas, autos de último modelo, celebrar fiestas de disfraces fastuosas; hacer viajes frecuentes a Nueva York y a París. Pero miraban por encima del hombro cualquier proyecto cultural y se desentendían de todo gesto encaminado a respaldarlo monetariamente. Solo unos pocos integrantes de aquella clase exquisita asumieron una actitud muy diferente y contribuyeron de modo altruista a iniciativas encaminadas al desarrollo de nuestra cultura. Entre esas excepciones estuvieron Oscar B. Cintas, propietario de una muy valiosa pinacoteca, integrada por cuadros de Goya, Rubens, Rembrandt y otros relevantes pintores, y la donó al Estado cubano, Joaquín Gumá Herrera, Conde de Lagunillas, quien invirtió una incalculable cantidad de dinero en la compra de piezas de arte griego y egipcio y las entregó al Museo Nacional del Palacio de Bellas Artes también para el disfrute del pueblo cubano, María Luisa Gómez Mena, patrocinadora de la Escuela Libre de La Habana, fundada en 1939, de la imprenta La Verónica, que logró establecer en esta capital el poeta malagueño exiliado en Cuba Manuel Altolaguirre, en el mismo año, y de la divulgación internacional, seguidamente, de la obra de nuestros pintores más sobresalientes en esa época, y Josefina Tarafa, quien realizó aportes monetarios para que Lydia Cabrera, María Zambrano y otros intelectuales pudieran desarrollar sus proyectos. A esta relación debemos añadir, además, al escritor José Rodríguez Feo, cuyo centenario celebramos en este 2020.
Perteneciente a un clan familiar adinerado, que encabezaba su tío, Federico (Fico) Fernández Casas, propietario de un central, grandes extensiones de tierras y miles de cabezas de ganado, nació en La Habana el 20 de diciembre de 1920. Cursó los grados elementales en varios centros docentes habaneros y a continuación marchó a los Estados Unidos, donde se graduó de Bachiller y, en 1943, de licenciado en Literatura e Historia de Norteamérica en la prestigiosa Universidad de Harvard. Tras su regreso a Cuba le propuso al poeta José Lezama Lima y a otros escritores amigos fundar una revista literaria que él se encargaría de patrocinar. Así nació Orígenes (1944-1956), una de las publicaciones periódicas más importantes de la cultura cubana. En sus páginas colaboró con frecuencia por medio de reseñas críticas y traducciones, al tiempo que también gestionaba textos inéditos de importantes autores extranjeros a los que estaba unido por lazos de amistad. Tras romper su relación con Lezama Lima fundó otra valiosa revista, Ciclón (1955-1959), que igualmente costeó y en la que tuvo como una especie de secretario a Virgilio Piñera. Por aquellos años también ayudó a jóvenes pintores, compró sus cuadros y promovió las obras que realizaban.
A diferencia de muchos se sus familiares, tras el triunfo revolucionario decidió permanecer en el país. Trabajó como editor y traductor en la Imprenta Nacional de Cuba y en la Editorial Nacional de Cuba; también fue redactor de Ediciones Unión y miembro de la Comisión de Publicaciones de la UNEAC. Realizó las valiosas antologías Cuentos norteamericanos (1964), Cuentos ingleses (1965), Cuentos de horror y misterio (1967) y Cuentos rusos (1968), obras en las que demostró sus amplios conocimientos de la literatura universal. En forma de libro solo publicó los ensayos Notas críticas (1962) y Temas norteamericanos (1982), así como el volumen de cartas Mi correspondencia con Lezama Lima (1989). Murió en La Habana el 21 de diciembre de 1993.
La «impresión de viaje» que a continuación reproducimos la escribió cuando aún no había cumplido los 19 años, a raíz de una visita poco afortunada que hizo a Tierra Santa a principios de agosto de 1939, en momentos en que ocurrían violentos enfrentamientos armados entre judíos, que se proponían afincarse en la zona que después pasaría a ser el estado de Israel, y los árabes, que por motivos religiosos y de otra índole rechazaban su presencia. En medio se hallaban como ocupantes de Palestina las tropas inglesas. El texto apareció publicado en la revista Carteles Año XX Nro. 24. La Habana, 20 de agosto de 1939, página 50. Que este rescate sirva como reconocimiento a José Rodríguez Feo en el centenario de su natalicio.