En la casa de Cuba

De antemano abro el juego: van a ser las palabras de un ateo con fe… Sin verdades absolutas, pero defi-

nitivamente “a la izquierda del corazón”.1 Desde esta óptica personalísima no creo que haya aún, a escala macrosocial, una visión clara del futuro cubano, y peor, del presente cubano. Tenemos un proyecto sociopolítico entre ensoñaciones y delirios, que, si bien aún es válido, debe desmarcarse del modelo estatista-burocrático que provocó el colapso de un socialismo deformado. La primera idea para rebasar este período sería colocar en la piedra cimiento de una Cuba incluyente, la defensa de la identidad nacional, de la patria en una dimensión ética, más que ideológica. El aliento estalinistabrezhnevchiano que aún respiran muchas instituciones cubanas debe expirar, y recordarse acaso como un gas de efecto invernadero. Así debemos comenzar.

Revisitando las palabras de monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal sobre la Casa Cuba encontré una interpretación explicativa del vice editor de la revista Espacio Laical, Lenier González Mederos, donde expone lo siguiente: “Cuba comporta una pasión y un delirio… Esta necesidad de recomponer lo que está roto o desgarrado, nace de una antropología convencida de que el ser humano constituye el centro mismo del Cosmos: el hombre es un tabernáculo sagrado dotado del don preciado de la libertad. En este nacionalismo de entraña católica, se equipara el cosmos nacional con una CASA, porque su cimiento nace de la fraternidad entre sus miembros