Desde los calendarios astrológicos de la antigüedad hasta el calendario gregoriano en los albores de la modernidad —de uso casi universal— estos han servido al hombre para replantearse una y otra vez el complejo problema que ofrece el tiempo en la vida humana, calcular sus jornadas y establecer los ritmos necesarios para que las acciones sean eficientes dentro de la relación tiempo-espacio. Para el creyente cristiano, el conocimiento de los ciclos y las estaciones expresadas en los calendarios, aun hoy en la era de la desmesura tecnológica digital, permite organizar su participación entre lo sagrado y lo profano, entre el contexto cívico y religioso.
Respondiendo a esta necesidad, desde hace algunos años la Conferencia de Obispos Católicos de la Iglesia Católica en Cuba emite un calendario con características propias. Se trata de un pequeño folleto apaisado en cartulina cromada, con una extensión que regularmente abarca ocho folios. El formato es muy práctico para su impresión, ya que responde a la hoja tamaño «carta» (27,9 x 21,5). Su diseño y edición no solo cumplen con las funciones ordinarias de un típico calendario católico: brindar información sobre el santoral, los días festivos y las lunaciones, todo ello acompañado de imágenes religiosas, sino que también ofrece un tema de interés para el cristiano, que se va comentando en pequeños párrafos durante cada mes del año. De este modo el calendario cumple una doble función: informativa y reflexiva. Su modesto, pero sobrio diseño en materia de ilustraciones, y el lenguaje asequible a todos los lectores han hecho que su edición de medio millón de ejemplares tenga una buena acogida en hogares cristianos y no cristianos, aunque de manera general los temas que aborda el calendario son de carácter religioso: la Virgen, la fe, los santos, entre otros. Sin embargo, la propuesta para el 2018: El Laico en la sociedad y en la iglesia, toca un importante punto en el contexto del cristianismo cubano, católico y no católico.
Desde las primeras oraciones en las páginas de presentación el redactor invita al lector a plantearse una pregunta que parece retórica: ¿soy un laico? Esta interrogante realizada en primera persona no es casual, sino un profundo cuestionamiento que va a la conciencia del creyente en Jesucristo, Señor y Redentor de la Iglesia. ¿Pero qué es un laico? En su significado más llano es el creyente bautizado en nombre de Jesucristo que no es miembro del clero. El catecismo católico lo define de la siguiente forma: «Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo».1
Aunque la fe universal en Jesucristo se manifiesta de forma sobrenatural e individual, el hecho de que sea una experiencia individual no debe ser interpretado como un sentimiento aislado, sino compartido con toda la comunidad eclesial y cívica. Es en la unidad de todos los fieles a Jesús donde el laico participa con el clero en la expresión profética de Cristo que se hace manifiesta en el pueblo de Dios. De este modo comparte la experiencia del apostolado de Jesús ante el mundo.
Es precisamente en las coordenadas de este testimonio evangélico insertado en la sociedad civil que el calendario de la iglesia Católica de 2018 invita al laico cubano a reflexionar sobre su vocación cristiana ante las realidades sociales, políticas y económicas de su tiempo.
En aras de tener un cuadro lo más completo posible de lo anteriormente dicho, en cada página del calendario, de manera breve y al mismo tiempo elocuente, se abordan los temas más importantes de nuestra agenda pública y social desde la perspectiva del laico: la medicina, la política, la ciencia, la iglesia, el trabajo, el medio ambiente, la acción social, el deporte, la cultura, la educación, la economía y la familia.
Cada breve reflexión concerniente a estos tópicos es un llamado a que el cristiano cubano de «a pie» considere como un hecho real su participación activa (no elusiva, distante o pasiva) de cada proceso que tiene lugar en su realidad. Sin embargo, para lograr esa participación plena el laicado cubano tiene grandes desafíos por delante.
El primero de ellos es la conciencia del laico como ciudadano. Ser ciudadano implica que la persona forma parte de un Estado con una Constitución; por ende tiene derechos políticos, y estos derechos se extienden al ámbito social y civil. De modo que el laico tiene tanto derecho como cualquier otro ciudadano a participar de manera activa en el destino de la nación en la que vive. En el caso de nuestro país, no es un secreto que las tensiones del pasado entre la Iglesia Católica y el Estado Revolucionario, con sus encuentros y desencuentros, acercamientos y distanciamientos, erosionaron esta posibilidad. A pesar de que el Estado cubano en sus lineamientos políticos de 1975 consideró que cada ciudadano tiene derecho a profesar la religión de su preferencia y practicar el culto sin otra limitación que el respeto a las leyes y las normas de la moral socialista, la realidad fue muy diferente. En algunos casos de manera abierta, y en otros de forma subrepticia, el cristiano en Cuba durante más tres décadas a partir de 1959 fue considerado un ciudadano de segunda clase. Este prejuicio no ha desaparecido pese a los loables cambios en la Constitución cubana a partir de 1992 sobre la religión, asociados a la influencia de la visita de tres Papas a la Isla.
No obstante, aún la visión que se tiene acerca del cristianismo, en general, y el catolicismo, en particular, es la de una ideología, no la de una institución que representa a un poder espiritual, con la cual el Partido Comunista debe compartir un espacio de tolerancia y respeto. Pero al ser considerada como ideología, al fin y al cabo, se le toma sutilmente como competidora en la primacía del espacio psicológico y social entre las masas. De ahí que se pretenda que su influencia debe estar contenida dentro de los muros de los templos y los seminarios. Un ejemplo de ello lo podemos ver en los estudios culturales cubanos, donde el cristianismo no aparece como religión del pueblo, sino como grupo dominante que llegó por la vía de la conquista, propició la esclavitud y colaboró con ella. Se le vincula casi siempre a cualquier forma de poder tiránico o imperial. Estos presupuestos también podemos encontrarlos en la zona discursiva más superficial de la periodicidad historiográfica cubana de las últimas cinco décadas, a tal punto que el rico crisol cultural e intelectual del cristianismo, y los cristianos como sujetos que forman parte ineludible del devenir histórico, ocupan un lugar secundario dentro de la historia social, económica y política de Cuba.
De modo que el segundo desafío del laico cubano durante su peregrinaje en el reino de este mundo, es tener plena conciencia que camina sobre una pendiente cuesta arriba. Este ajuste entre su vida como ciudadano y su vocación como seguidor de Jesucristo, cuya iniciativa es «particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y económicas», tiene un precio en la psicología moral y cívica del laico. Sobre todo cuando se trata de adaptarse y sobrevivir en una sociedad donde su igualdad de condiciones en materia de participación política y social es cuestionable, en comparación con aquellos ciudadanos cuyo compromiso político oficial, hace que disfruten de un estatus privilegiado a la hora de formar parte activa de las decisiones del país, aunque el laico disienta con ética y respeto.
No es raro entonces que muchos laicos desarrollen una actitud de rancio secularismo en su vida cívica y profesional, que en ocasiones desdice del rostro que ofrecen en su marco íntimo congregacional y familiar. Convengo en que el uso de máscaras sociales es parte de la supervivencia en los Estados en crisis, como el nuestro. También es importante añadir que el laico está completamente expuesto a los rigores devenidos de las fricciones y prejuicios en materia de conflictos políticos e ideológicos, doctrinales y eclesiásticos. El laico no recibe el mismo trato que un miembro del clero; de ahí que el clero deba apoyar a aquellos laicos que obren en plena consagración y confesión de fe cuando le señalen a los poderes del Estado sus errores en materia de justicia y derechos políticos y civiles. De no ocurrir esto, el laicado se sentirá desamparado y, en el peor de los casos, traicionado. En estos casos el abandono de la fe, la indiferencia o el paso del laico católico hacia otras denominaciones religiosas no debe parecernos extraño.
Sin embargo, pese a todas estas coyunturas sociales y eclesiales, el laico es el alma de la iglesia y su mayor misionero. Como expresara Juan Pablo ii «también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo. Coincide con san Gregorio Magno, quien, predicando al pueblo, comenta de este modo la parábola de los obreros de la viña: “Fijaos en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor”».2 De aquí la otra gran importancia del laico: este llega a donde no puede llegar el clero, o donde rara vez el poder eclesial alcanza a extender su influencia. En el caso de Cuba, esto se ratifica por el hecho lamentable de que la Iglesia perdiera sus centros educativos con la Ley de Nacionalización de la Enseñanza en 1961. Ante la ausencia de una educación religiosa cristiana, la labor del laico es fundamental en la transmisión de valores morales a las nuevas generaciones y en establecer una pauta en el ejercicio de la buena ciudadanía, aunque muchos factores conspiren en su contra.
El tercer escollo no se encuentra en la relación del laico con los poderes seculares, sino en el corazón mismo de la fe. Se trata de la cuestión cristológica. Para ahondar mejor en esto que acabamos de decir, es importante que el laico no olvide nunca que Jesucristo, el Señor de la Iglesia, y al mismo tiempo máximo ejemplo de todo fiel creyente, no fue un sacerdote, o una figura del clero judío de su tiempo. El pueblo lo consideraba un Rabi, un maestro, que antes había trabajado como carpintero para ganarse la vida. De modo que, sin caer en reduccionismos y salvando distancias entre los diferentes contextos históricos, no es descaminada la analogía de Jesús de Nazaret con la figura del laico.
Partiendo de lo anterior, el laico debe preguntarse de qué parte del rico e inagotable legado de Jesús toma ejemplo e inspiración. La ilimitada herencia de Jesucristo siempre ha movido a cristianos y no cristianos a reflexiones y debates en torno a su naturaleza humana y divina. El propio seno del cristianismo no ha estado exento de polémicas al respecto, al punto que desde hace siglos se ha generado una de las disciplinas más importantes de la teología: la cristología. A lo largo del desarrollo de esta disciplina, se han desgajado dos tendencias de análisis que han influido en la predicación del Evangelio desde los primeros siglos del cristianismo hasta nuestros días: el Cristo de la Fe y el Cristo de la Historia.3
El Cristo de la Fe, sin detrimento alguno de los aspectos ordinarios de la vida de Jesús durante su paso por este mundo, tiene su base en la resurrección como hecho legitimador del poder universal del Dios encarando. Es en la resurrección y asenso donde Jesús de Nazaret, el Galileo, adquiere la categoría de Kirios, Rey de reyes y Señor de señores, Sumo Sacerdote intercesor ante Dios Padre de aquellos que compró con su sangre derramada en la Cruz del Calvario. Las connotaciones escatológicas de este evento constituyen uno de los pilares sobre los que descansan las doctrinas y dogmas de mayor importancia para la iglesia, siendo esta cuerpo, unidad y expresión viva de la fe de todos los creyentes y en la cual Jesús es su soberano espiritual y el Papa su cabeza terrenal.
Por tanto el Cristo de la Fe como expresión más legítima de la teología y el pensamiento cristianos constituye la base de las doctrinas y los dogmas de la iglesia, que se transmiten de generación en generación, y al mismo tiempo permiten la continuidad eclesial como institución. Sobre esto los filósofos idealistas dirían que la vigencia de la Iglesia a lo largo de la historia ha estado sustentada en la efectiva idea de un Cristo metafísico.
El Cristo de la Historia, en cambio, es la mirada hacia los aspectos más humanos de la vida terrenal de Jesús. Aquí el Hijo de Dios no abandona su naturaleza divina, pero reafirma su fragilidad humana como complemento de esa naturaleza. Es el Cristo que actúa como hombre en su contexto histórico. Aquí radica, a juicio de quien escribe estas páginas, lo más fascinante de la vida de Jesús: siendo hijo de Dios se hizo carne entre los hombres, y como hombre vivió y padeció. No hay nada, en ninguno de los cuatro evangelios, que pueda contradecir esta afirmación: la absoluta coherencia de Jesús como Hijo de Dios con una misión redentora y al mismo tiempo como hombre que actuó en plena consonancia con su época. Es por ello que el Cristo de la Historia es también fuente de inspiración y cercanía vital para la fe del creyente. Como bien me decía en cierta ocasión sobre Jesucristo un profesor de narrativa cuyo credo personal se debatía entre el ateísmo y el agnosticismo: «con el Jesús de los milagros no puedo sentirme identificado, porque yo no hago milagros, pero con el Jesús que lloró en la tumba de Lázaro, sí, porque yo también he llorado por la pérdida de seres queridos». Este pensamiento lo hago extensivo a otras áreas de la vida terrenal y publica de Jesús. Es el Cristo que habló de justicia social y misericordia hacia aquellos que no tenían un lugar en la sociedad judía de su tiempo, dominada por el Imperio Romano en el siglo i d.C., el Cristo que plantaba cara a los escribas y fariseos, del Jesus que se indignó y tomó el látigo para barrer la corrupción en el templo.
Advertencia: esta mirada de Cristo resulta riesgosa. La historia del cristianismo está llena de mártires que intentaron seguir el ejemplo del Jesús de la Historia. Ir tras la huellas del Hijo de Dios cuya naturaleza humana también estuvo comprometida con su misión redentora, y por ello murió en la agonía de la Cruz, le costó la vida a monseñor Arnulfo Romero y al teólogo Ignacio Ellacuría, por tan solo citar dos ejemplos mundialmente conocidos; pero también muchos laicos anónimos han muerto, han padecido prisión y sufrido represalias por su fe en aquel Galileo incómodo, que fue repudiado por las autoridades político-religiosas de su tiempo, entre otras razones, por denunciar públicamente sus iniquidades y su prevaricación.
¿Cuál es el Jesucristo que habita en el corazón de los laicos cubanos? Sé que esta pregunta es osada, pero el calendario de la Iglesia Católica del presente año nos conmina a planteárnosla. Espero, por la buena salud espiritual de mis hermanos laicos, que sean ambos, el de la Fe y el de la Historia. Porque Jesús es uno solo y sus dos naturalezas, la humana y la divina, están fusionadas entre si y no podemos separar una de la otra.
El Jesús que nos asiste a la diestra de Dios Padre es también aquel que en su humanidad clamó por la justicia y los derechos elementales de los menos favorecidos de su tiempo. El Cristo sufriente del Getsemaní, tembloroso, a punto de quebrarse, que derramó lágrimas de sangre y que un ángel tuvo que asistirlo para darle fuerzas, es también el Cristo que triunfó ante el dolor y la muerte. Pero todo ello tuvo un enorme sacrifico y un gran sufrimiento. ¿Quiero decir entonces que el cristiano es un «sufridor» y por tanto su condición social es la de padecer y esperar pacientemente? No, el cristiano sufre, como aquellos que no profesan la fe en Jesús, pero el cristiano autentico sabe que el sufrimiento, aunque esté más allá de su comprensión, tiene un propósito que no siempre es fácil de entender. Pero como decía san Pablo: «a los que aman a Dios, todas las cosas le vienen a bien».
El laico es un discípulo de Jesús, es su seguidor; el laico es el eslabón fundamental de la fe cristiana en la predicación del evangelio, porque es quien lleva el testimonio vivo e íntegro del mensaje a sus hermanos no cristianos. El pensador José de la Luz y Caballero reiteraba, desde la más elevada ética, que había que ser «un evangelio vivo», y ese protagonismo lo tiene el laico en cada aspecto de su vida cívica, política y social, no exenta de conflictos y obstáculos.
Ojalá este calendario propicie las lecturas cotidianas en el seno de cada hogar y ayude a cada cubano a mirar con más profundidad y conciencia el compromiso de fe y civismo que implica ser un laico católico. Por mi parte, solo me resta exclamar: ¡Enhorabuena para el Calendario 2018 de la Iglesia Católica en Cuba!
Notas:
1. Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles Laici de su santidad Juan Pablo ii sobre vocación y misión de los laicos en la iglesia y en el mundo. La cita corresponde a San Gregorio Magno, Hom. In Evang. i, xix, 2: PL 76, 1155. [3] Conc. Ecum. Vat. ii, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 33
2.Es importante aclarar que ambos aspectos están entrelazados, son integrales, pero a la hora de particularizar la naturaleza divina y la terrenal de Jesús, se hacen necesarios niveles de análisis e interpretación que atraviesan distintas disciplinas.
3.Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles Laici de su santidad Juan Pablo ii sobre vocación y misión de los laicos en la iglesia y en el mundo. La cita corresponde a San Gregorio Magno, Hom. In Evang. i, xix, 2: PL 76, 1155. [3] Conc. Ecum. Vat. ii, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 33
4.Es importante aclarar que ambos aspectos están entrelazados, son integrales, pero a la hora de particularizar la naturaleza divina y la terrenal de Jesús, se hacen necesarios niveles de análisis e interpretación que atraviesan distintas disciplinas.
5.Catecismo de la Iglesia Católica escrito en orden a la aplicación del Concilio Ecuménico Vaticano ii. Juan Pablo, Obispo Siervo de los Siervos de Dios para perpetua memoria (1992).
6.Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles Laici de su santidad Juan Pablo ii sobre vocación y misión de los laicos en la iglesia y en el mundo. La cita corresponde a San Gregorio Magno, Hom. In Evang. i, xix, 2: PL 76, 1155. [3] Conc. Ecum. Vat. ii, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 33
7.Es importante aclarar que ambos aspectos están entrelazados, son integrales, pero a la hora de particularizar la naturaleza divina y la terrenal de Jesús, se hacen necesarios niveles de análisis e interpretación que atraviesan distintas disciplinas.
8.Magno, Hom. In Evang. i, xix, 2: PL 76, 1155. [3] Conc. Ecum. Vat. ii, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 33
9.Es importante aclarar que ambos aspectos están entrelazados, son integrales, pero a la hora de particularizar la naturaleza divina y la terrenal de Jesús, se hacen necesarios niveles de análisis e interpretación que atraviesan distintas disciplinas.