Enrique Gay Calbó, el historiador de los símbolos patrios

Premio del Concurso de Ensayo Breve Espacio Laical 2017 en la categoría de Ciencias Sociales

El reciente debate que ha suscitado el uso de la bandera cubana por la juventud me ha llevado a revisar las preocupaciones que mostraron los historiadores cubanos durante la etapa republicana en cuanto a la educación cívica, sobre todo en edades tempranas, en la cual se insertaba el conocimiento preciso de los símbolos patrios. Por supuesto, saltaba a la vista que la figura más destacada históricamente en el trabajo desarrollado por la cultura en torno a la divulgación de los emblemas e insignias asociadas a la construcción de la nación era la de Enrique Gay Calbó, periodista, jurista, literato e historiador muy destacado y respetado durante los primeros cincuenta años del siglo xx. No era un hecho casual, sino el resultado de un importante trabajo publicado por la Sociedad Colombista Panamericana en 1958 bajo el título Los símbolos de la nación cubana. Las banderas. Los escudos. Los himnos.

Sin embargo, las indagaciones realizadas con jóvenes que actualmente estudian carreras en el campo de las Ciencias Sociales me han demostrado que a pesar de existir varias obras de Gay Calbó en las principales bibliotecas del país, los estudiantes no pueden ofrecer datos precisos acerca de su contribución en el plano de la Historia de Cuba. Una rápida revisión de la bibliografía utilizada en algunos trabajos de diploma arrojaba también su falta como referencia autorizada en más de una etapa o asunto de carácter histórico

Como no me gusta satanizar a los jóvenes, considerándolos frágiles ante el estudio, de inmediato traté de recordar mi época de estudiante y busqué entre mis recuerdos cómo había sido tratado o referenciado este autor. Al mirar hacia atrás traje a mi memoria las pocas veces que este historiador fue mencionado en las aulas. Profesores como Sergio Aguirre, Hortensia Pichardo, Olga López y Berta Álvarez presentaban a este autor junto a otros tantos hombres dedicados a la indagación histórica, pero que no contaban con una obra amplia y consolidada como la de Ramiro Guerra, Herminio Portell Vilá, Emeterio Santovenia y Julio Le Riverend, entre otros. Al hacer un esfuerzo mayor precisé también que en la fase final de la Licenciatura, al elaborar una especie de tesina, que se exigía en aquel momento por la asignatura de Historia de Cuba y de Metodología de la Investigación, solicité al Dr. Sergio Aguirre información sobre Gay Calbó. En aquella ocasión Aguirre se expresó con admiración sobre este historiador, fundamentalmente por su actuación cívica y patriótica. Me aclaró que formaba parte de un grupo de investigadores muy próximos a Emilio Roig, el Historiador de la Ciudad, quienes siempre mantuvieron interés en rescatar la memoria olvidada de los mambises y de los hombres preocupados por la educación que constituía un punto de partida para el perfeccionamiento del cubano.

Tras la primera constatación comencé mi búsqueda en los fondos del Archivo Nacional y los de las bibliotecas. Una exploración en la Biblioteca Nacional José Martí me situó frente a la folletería de Gay Calbó, a través de la cual me percaté de la variedad de las reflexiones hechas por este intelectual acerca de la sociedad cubana. En la biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística, donde se atesoran los valiosos fondos de la Sociedad de Amigos del País, encontré, además de folletos, algunos libros suyos poco conocidos como La América indefensa y El Bobo. Ensayo sobre el humorismo de Abela. Vida, pasión y fuerza de El Bobo. La Colección Rara de la Biblioteca «Rubén Martínez Villena» de la Universidad de La Habana cuenta también con otras fuentes valiosas como son las relaciones epistolares que mantuvo con personalidades de la cultura. En la Biblioteca Histórica de la Oficina del Historiador de la Ciudad se encuentran documentos importantísimos donde se puede apreciar la relación entre Gay Calbó y Emilio Roig. A esta gran figura de la historiografía se debe no solo la recopilación de sus obras, sino también una biografía bien documentada con motivo del cincuentenario periodístico de Enrique Gay Calbó, celebrado en La Habana en 1957 bajo el auspicio de la Oficina del Historiador. A todo esto se unió la posibilidad de revisar los documentos guardados en el Archivo Nacional, donde se conservan dos de sus intervenciones en la Academia de la Historia.

Gracias a las nuevas tecnologías no me fue difícil obtener información acerca de este autor entre los cubanos radicados en Miami, quienes han tratado de divulgar su actuación en el campo de la historia, pero sin ofrecer muchos datos novedosos. Generalmente, se le presenta como un literato, abogado e historiador, integrante de la primera generación republicana y figura puente con los más destacados hombres de letras en aquel momento, tal como lo demuestra su colaboración en revistas como la Revue de l’Amérique, de Francia, Nosotros, de Argentina, Repertorio Americano, de Costa Rica, Ariel, de Honduras, y Rodó, de Chile.

En casi todos los trabajos se subrayan sus virtudes humanas y se le califica como un hombre de bien, generoso, cumplidor en todas sus actividades, con una vida masónica intachable y una obra relevante para la cultura nacional. De manera especial se acentúa entonces que no ha sido reconocido lo suficiente por la historiografía cubana. Algunos argumentan que, a pesar de sus ideas humanistas, no llegó a asimilar la dinámica de la realidad revolucionaria y poco a poco se apartó y lo apartaron de la vida pública. En este último sentido se plantea que su relación familiar con la familia Urrutia Lleó lo separó del proceso que se inició en Cuba después de 1959.

Bajo la calificación de «historiador olvidado» han aparecido sobre él algunos comentarios: «autor desdeñado por la historia marxista» es el título de una de las observaciones, en otros trabajos se considera que ha sido «relegado y arrinconado», como otros que mantuvieron su militancia en la masonería. Todas las alusiones tienen como denominador común cierta marginación a la obra realizada. De ahí mi interés en analizar su posición historiográfica y también el uso social de la historia que se daba en la época en que Gay Calbó comenzó a producir trabajos propiamente relacionados con la investigación histórica o su incursión en cuestiones sociales y de política internacional, para lo cual utilizó eficazmente el contexto histórico.

Acercarnos a una evaluación más justa es el interés de este trabajo. Para ello fundamentaremos el criterio de que Enrique Gay Calbó, al igual que otros intelectuales que se desarrollaron en la primera mitad del siglo xx, abogaron por divulgar la historia patriótica como un medio para luchar contra los desmanes de los gobiernos que traicionaban el ideal martiano; se destacaron en mantener viva la memoria de las principales figuras de las luchas independentistas y, sobre todo en el contexto del liberalismo cubano, llevaron a cabo una increíble labor en pro del desarrollo de la cultura nacional, fundamentalmente utilizando sus investigaciones históricas para confirmar que solo un pueblo culto podía alcanzar plenamente su libertad y también el progreso, el cual tendría como parámetro, ante todo, el avance en el plano moral y en el jurídico. El uso de la historia por aquel entonces estaba relacionado con este tipo de crítica social: no se trataba exactamente de un arma para combatir los desajustes de un sistema de explotación que ya estaba cuestionado desde las ideas más radicales. La crítica tampoco se asociaba al criterio de desobediencia civil, sino de lograr virtudes políticas compartidas que hicieran cumplir lo normado por el régimen constitucional recién instaurado en el país.

Al mismo tiempo, aquellos historiadores propiciaron —más bien para una élite— la defensa del saber en aras de contar con instrumentos educativos para una sociedad que se enfrentaba, en diferentes circunstancias, a criterios evaluativos sobre Cuba como «país ingobernable», tal como había sucedido en las naciones latinoamericanas luego de concluido su ciclo independentista en 1825. También abogaron por crecer en el orden ciudadano como una forma de combatir el complejo de inferioridad ante la propaganda del paradigma democrático norteamericano.

Para comprender la complejidad y particularidad de Enrique Gay Calbó en el mundo intelectual cubano haremos un recorrido por los aspectos más sobresaliente de su vida y su obra y sobre todo por el medio en que se desenvolvió

» Informaciones acerca de los primeros años de su vida

Algunas fuentes consultadas afirman que Enrique Gay Calbó nació en Holguín el 11 de octubre de 1889 y se conoce su ascendencia española por parte del padre, quien había llegado como sargento del ejército colonial durante la guerra iniciada en 1868. No obstante, su padre evidenció rápidamente una tendencia liberal procedente de la organización masónica a la cual pertenecía, aunque no se tienen datos concretos al respecto. Precisamente por esas ideas habría de enfrentar contratiempos en sus funciones militares, por lo que se licenció de la milicia y se incorporó a la vida civil. Las fuentes con las que se cuenta para reconstruir esta historia son las propias notas que hizo el historiador como especie de recuento de su vida.

Liberado de los compromisos militares y dedicado entonces al comercio, la agricultura o la industria, según como se presentaran las posibilidades, el padre de Gay Calbó se estableció en la localidad de Manzanillo para fundar una familia, la cual no llegaría a contar con un sólido respaldo económico. Sin embargo, pudo enviar a su hijo al colegio de don Miguel de la Guardia, de quien se dice que profesaba ideas separatistas, trasmitidas a su hijo Ángel de la Guardia, quien más tarde acompañaría a José Martí en su caída en Dos Ríos. La decisión de su padre por este colegio traduce, de alguna manera, su rechazo a las escuelas controladas por la Iglesia, razonamiento típico de la mentalidad liberal.

De esta etapa guardaría Gay Calbó los recuerdos de las vicisitudes de su familia al terminar la guerra, así como el clima de violencia de los últimos años. Relacionado con los tres bombardeos sufridos por Manzanillo durante el bloqueo de los norteamericanos a Cuba, él recordaría años después: «A los militares, a las guerras, a la destrucción, debo yo mi pobreza y mi infelicidad. ( ) Las cosas vistas y oídas sobre la disciplina militar me convirtieron al pacifismo.De alguna manera, la lucha por un país sin guerra estuvo presente en su quehacer intelectual».1

Tras la pérdida de los padres quedó como huérfano al cuidado de unos tíos y vio interrumpidos sus estudios. En su trabajo «El cincuentenario de mi primer artículo» recordaría: «He vivido dentro de todos los dramas de la pobreza»,2 a la vez que lamentaba que «las aulas quedaron excluidas de mi horizonte».3 Las limitaciones económicas no solo trajeron por resultado la separación de los hermanos, sino también la imposibilidad de una enseñanza sistematizada en centros especializados. Sin embargo, en cuanto a la educación moral reconoce «que le bastaron los nueve años» para aprender de su madre y de su padre. Tampoco renuncia a la formación autodidacta. Sería asiduo lector en la biblioteca fundada por Emilio Bacardí. De esas lecturas vendrá su gusto por escritores españoles como Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas y Emilia Pardo Bazán.

Su juventud se desarrolló en Santiago de Cuba, lugar donde logró establecer amistades esenciales en su vida, tanto para su formación política como para sus intereses como escritor. Desde 1905, con apenas 14 años, había entablado una gran amistad con Martín del Torno, de origen asturiano, quien había tenido una participación activa en la organización de la Liga Obrera de Oriente junto al coronel del Ejército Libertador Rafael Gutiérrez. Este amigo, poseedor de gran cultura, significaría para Gay Calbó una especie de «guía y mentor». Asimismo, influye en él en estos años Bernardo Callejas, amigo de la familia, quien lo recomienda para trabajar en el periódico La Independencia, dirigido por Alberto Duboy.

En esos años cambia de trabajo con frecuencia y realiza labores más bien simples. En un banco local realizó funciones de mensajero y en esas gestiones conoció a un viejo vendedor de libros. Esa sería la vía para leer a Calderón de la Barca, Lope de Vega, Guy de Maupasant, Emile Zola, Víctor Hugo, Gustave Flaubert, Théophile Gautier y Mariano José de Larra. De esa manera se fue consolidando una cultura que le permitiría aspirar a continuar estudios en Santiago de Cuba. Ya en 1907, al contar con 18 años, se prepara para el magisterio y tres años más tarde comenzó sus funciones como maestro de instrucción primaria.

De su estancia en Santiago de Cuba guardaría muy buenos recuerdos. Al cumplirse 50 años de su primer artículo se referiría a ella como «la muy amada e inolvidable ciudad».4 De esta etapa sobresalen sus trabajos de colaboración en la prensa, como artículos, cuentos y crónicas. Fue también entonces traductor y en esos años vertió textos del catalán al español. Había leído poemas de autores catalanes y precisamente ese idioma le entusiasmó siempre a causa de la magnitud de sus escritores. Con Juan Francisco Sariol, dueño de la imprenta de Torralbas, donde se editaba la revista literaria El Pensil, Calbó no solo publica algunos de sus trabajos literarios sino que además funda en 1911 la revista Renacimiento, de la cual fue director, y tuvo a José Manuel Poveda como asesor literario. Según sus apreciaciones, en Santiago de Cuba se vivía en esos momentos «un mundillo literario de aspiraciones infructuosas.»

En 1908 su amigo Martín del Torno parte hacia La Habana y Gay Calbó se instala en Cienfuegos hasta 1914, fecha en que sigue la ruta de su compañero asturiano. De esos años datan algunos de sus escritos. En la Colección Rara se encuentran sus comedias El ayer, que fuera estrenada en el Teatro Terry el 6 de diciembre de 1912 y salió impresa en 1913, y Era un cazador. Asimismo, un acercamiento a su producción de estudios históricos y sociales nos confirma que en Cienfuegos también su labor periodística fue diversa.5 Sobresalen sus réplicas en apoyo a las reclamaciones de los trabajadores de los ingenios; sus críticas al abandono de la escuela pública y sus inclinaciones por las cuestiones cívicas. En ese aspecto se haría notar el debate que sostuvo con el profesor español padre Antonio Oraá, de la Orden de los Jesuitas del Colegio de Cien fuegos, quien era autor de un texto de Cívica en el que se atrevió a burlarse de la Constitución cubana.6

En esa ciudad además trabajó primero en el diario de información El Día, luego pasó a El Diario y en 1912 comenzó a dirigir el periódico El Comercio, de gran proyección en la región cienfueguera. Allí igualmente se vinculó por primera vez a cuestiones políticas al aspirar a un cargo de Concejal por el Partido Conservador, en pleno proceso de elecciones municipales en 1916. Tenía como propósito ubicarse dentro del gobierno para actuar en pro de las necesidades del país; pero no logró ser elegido. Opuesto desde aquel año a la reelección presidencial, se niega a firmar el cobro de sus trabajos en el Ayuntamiento, evitando de esa manera ser considerado un «botellero». A raíz de estos incidentes abandona el Partido Conservador y se vincula a la lucha social que desplegaba en la Liga Obrera, aunque nosotros no hemos hallado evidencias de sus actividades en esa organización.

Este joven se había desenvuelto en Oriente bajo una atmósfera de patriotismo y de decencia, y había alcanzado cierta experiencia en el periodismo, cuando decide emigrar a la capital en busca de mejoramiento en el orden intelectual y económico. A partir de esos años compartirá, por una parte un clima de efervescencia cultural y, por otra, los inicios de los enfrentamientos de clase, no siempre explícitos, pero que evidenciaban las tensiones sociales y los vaivenes de los hombres interesados en la política.

» La Habana y su mundo intelectual

En busca de empleo viaja a la capital y allí encuentra trabajo en 1917 como profesor en la «Escuela Nueva», dirigida a la enseñanza primaria. De modo simultáneo establecerá contactos con los principales periódicos. Como redactor y Secretario de Redacción se desempeña en la revista Cuba Contemporánea entre 1919 y 1922. No podemos dejar de señalar la relevancia de esta publicación que contó con colaboraciones de personalidades de la cultura cubana como Dulce María Borrero de Luján, Alfonso Hernández Catá, Luís Rodríguez Embil, José Antonio Ramos, Francisco González del Valle y Ernesto Dihigo.

No pasemos por alto el contexto en que Gay Calbó se inserta en el mundo intelectual de la capital. Nos estamos refiriendo a la década del 20, que al decir de la historiadora Berta Álvarez Martens «es el momento donde Cuba se va a pensar a sí misma, va a expresar por sí misma a partir de sus clases, sectores, grupos, federaciones, sus opiniones, sus proyectos, sus programas» y el pensamiento ilustrado cubano a través de la prensa y de los círculos de opinión discutirán cuestiones tan importantes como «la inoperancia del Congreso, la no representatividad de los partidos, la necesidad de fortalecer el asociacionismo, la importancia de la sociedad civil, como fuente natural de la representatividad parlamentaria, el problema del reeleccionismo, lograr una educación no escolástica sino científica y cubana».7

Caracterizar solo una década es algo muy riesgoso si no se tiene en cuenta el período anterior que, en el caso de Cuba, algunos historiadores han considerado como «puente» entre el fin del colonialismo y la institucionalización de la República. El país llevaba adelante la experiencia republicana, la cual expresaba una singularidad, al establecerse una estructura burguesa con crecimiento económico que indicaba su inserción en la modernidad, aunque desmedrada, al decir de Joaquín Santana, en tanto proceso complejo y contradictorio «que no modificó en lo fundamental la deformada estructura económica de latifundios y monoproducción, pero que favoreció el tímido incremento de una burguesía e industria nacionales en otros sectores económicos».8

En cuanto a las ideas políticas, en estos años las liberales están presentes en los discursos más refinados. El pensamiento libertario, heredero de las ideas independentistas y del propio discurso martiano, avanza —lentamente y con grandes paradojas— hacia posiciones democráticas al defender el perfeccionamiento de las instituciones y la participación cívica.9 Todo ello se relaciona con los propósitos de aplicar las políticas que garantizasen el criterio de propiciar un campo donde se desplegasen las actividades para alcanzar el diálogo entre sujetos representantes de una posición política, religiosa, moral o económica y el Estado, portador este de la preponderancia política de un partido triunfante o de una coalición de poder. Se trataba, al decir de Enrique José Varona, de salvar «el alma cubana», algo más que la República.

Justamente, sería la prensa quien llevaría adelante esta batalla con toda la complejidad con que aparecía la nueva sociedad. El llamado «cuarto poder» estuvo presente en los grandes eventos, cualquiera que fuera su naturaleza, en pro o en contra de las mejores causas. La lucha por impulsar la educación y el tratamiento del problema negro podría servir para ilustrar una oposición positiva. Así, a favor de la escuela cubana se aliaron muchos hombres a través de los diarios; también a través de los medios de prensa responsabilizaron a los negros de la realidad que vivían al dibujarlos como hombres incapacitados culturalmente para insertarse en el nuevo proyecto de nación.10 De igual forma, el ejercicio periodístico pudo servir al saneamiento político del Estado recién organizado. Los periódicos en aquellos años tuvieron la posibilidad de interpretar y explicar la información y de esa manera contribuir a la creación de la opinión pública. En momentos históricos en que existía una gran parte de la población analfabeta y con poca organización política, los escritos de la inteligencia cubana podían ejercer una especie de contrapeso al poder del gobierno y, de alguna manera, servir de control a las injusticias por parte de algunos gobernantes, quienes ya habían sido criticados por su ineficacia en lo político o en lo administrativo.

Tal vez por la importancia de la prensa, la tendencia literaria de Gay Calbó se inclinó hacia el periodismo, en tanto al formar parte del círculo de escritores, se fueron ampliando sus posibilidades como intelectual. Se ha dicho que en estos años las publicaciones de carácter literario evidenciaban también el cruce de visiones culturales.11 Los periodistas incursionaron en la literatura, en tanto los poetas y novelistas hacían trabajos de prensa, indistintamente, lo cual les ofrecía un trabajo de mayores ingresos aunque no siempre estables. Así, de manera simultánea, Gay Calbó ocupó funciones de redactor-fundador de El Cuarto Poder en 1920;12 de Secretario de Redacción de Heraldo de Cuba entre 1920 y 1922, y de redactor de la revista Náutica en 1920. Quedó asociado a los actos fundacionales de los diarios habaneros El País y El Sol, de los cuales fue, asimismo, redactor, y se mantuvo además colaborando en Diario de Cuba, de Santiago de Cuba, entre 1925 y 1932.

Fue en ese medio donde se puso de manifiesto la ética profesional de Gay Calbó. En relación con el alto sentido que tenía del deber de un comunicador, Emilio Roig aporta una anécdota significativa al referirse a la negativa de Gay Calbó a continuar trabajando en un periódico «donde con fines de publicidad se trató de halagar la morbosidad pública con una suscripción nacional para propiciar la fuga hacia el extranjero del bandolero Arroyito.» Entonces declaró: «No puedo estar donde se hace eso».13

Alternando las funciones de periodista, continúa sus estudios. En 1925 alcanzó el grado de doctor en Derecho Civil y Público: cuatro años después se graduaba en la Facultad de Filosofía y Letras. Con doble titulación universitaria tendría entonces mayores posibilidades de trabajo, aunque no siempre de manera estable. Como profesor en la enseñanza superior no pasó de realizar contribuciones muy puntuales. En 1936 sería aceptado como Profesor ad-honoran de la Escuela Privada de Derecho, de La Habana, centro importante en el cual se entrenó más de un ilustre profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad habanera, y nueve años más tarde, en 1945, llegó a formar parte del claustro de la Escuela Superior de Administración Pública del Municipio de La Habana, como Catedrático de Relaciones Exteriores.

Su formación en el campo jurídico le permitió acercarse y, por cierto con mucho interés, a las cuestiones de la organización de la vida republicana. Por tal razón, en la sociedad civil cubana de principios de siglo tuvo una participación activa junto a otros intelectuales. De alguna manera, la diversidad de estudios logrados y la relación con hombres de la cultura interesados particularmente en el desarrollo del país, influyó en su manera de escribir. No se trata de monografías, sino de estudios más breves en los que se iría evidenciando su mirada sociológica. Y, por esta especialidad, también pudo ejercer en 1926 el cargo de Secretario de la Unión de Municipios de Cuba, actividad que le permitió oficiar en 1938 como Secretario General Auxiliar del Primer Congreso Interamericano de Municipios. Además, dejó escritos importantes en esta rama del saber. Así, en 1926 presentó a la Sociedad Cubana de Derecho Internacional el trabajo «Génesis de la Enmienda Platt», el cual fue ampliado en estudios posteriores relacionados con la política intervencionista de Estados Unidos en Cuba.

Acertaba Emilio Roig al decir que Gay Calbó tenía varios intereses: históricos, sociológicos, problemas cubanos e internacionales, por lo cual no se enfrascó en una línea específica. No buscó la especialización exactamente en ningún campo. Utilizó su formación para incidir en el ambiente social y político. Al igual que sus amigos, fue un «hombre de letras, aliterado de afición, crítico literario y político»; también realizó críticas a la sociedad al convertirse en fiscal de las lacras sociales. Sus análisis no se circunscriben a la realidad nacional; al igual que otros abogados se interesa por indagar en la realidad internacional y esa visión internacionalista le permitió ofrecer soluciones legales para ordenar el país.

Asimismo, su formación humanista, relevante en las cuestiones de las ciencias jurídicas, le facilitó el estudio de los problemas regionales. Al integrar la Sociedad Cubana de Derecho Internacional —inaugurada en 1916 para apoyar el esfuerzo de Manuel Sanguily, Sánchez de Bustamante y Márquez Sterling en pro de lograr la supresión de la Enmienda Platt— pudo participar en los debates organizados por una vanguardia elitista que, si bien no generó nuevas prácticas políticas, al menos aupó los sentimientos patrióticos que condicionó nuevas relaciones entre los intelectuales y el espacio público al formularse disímiles preguntas sobre el destino nacional.

Para algunos historiadores, esta organización era el resultado de la maduración del pensamiento verdaderamente cubano, que expresaba ya una intención de resistencia a partir de la toma de conciencia de lo que significaba, en tanto los intelectuales iban logrando esclarecer «el carecer denominador de las relaciones de los Estados Unidos».14 El análisis de las relaciones intencionales permitía no solo precisar el fenómeno imperialista, sino también exponer los criterios de la intelectualidad de la naciente república en una revista tan importante y reconocida como Cuba Contemporánea. No es casual entonces que en 1922, por sugerencia de Emilio Roig, escribiera Gay Calbó el trabajo «La política de injerencia de los Estados Unidos hacia América» y luego, en 1925, redactara el artículo «La América indefensa», que se publicaría ese año como folleto, en el cual aparecieron en total tres trabajos referidos a la injerencia norteamericana en América Central bajo los títulos de «La intromisión norteamericana»; «Centroamérica intervenida» y «La Diplomacia Interamericana».

Si trazamos una simple cronología comparada encontraremos los hechos que corroboran la política de intervención de los Estados Unidos en Centroamérica y la respuesta que desde el mundo intelectual cubano fue apareciendo. Melly del Rosario González Aróstegui, resalta que «A la altura de los años 20, se propone el empleo de derecho internacional como arma antinjerencista a la unión de los pueblos como remedio a la situación de dominio». Y cita esta frase de Enrique Gay Calbó: «el imperialismo de Norteamérica es ya un hecho innegable y se ha extendido por toda Centroamérica y el Caribe».15

Existían sobradas razones para que los hombres de la cultura de las primeras décadas republicanas consideraran que había que fortalecer la conciencia política a través de divulgación de la historia. Mario Riera en su libro Cuba Política. 1899-1955 relata cómo en el proceso de la Constituyente de 1901 aparecieron evaluaciones muy críticas hacia los mambises por hombres partidarios del gobierno español o del Partido Autonomista. Se cita en esa obra cómo Eliseo Giberga, antiguo autonomista y delegado a la Constituyente de 1901 por el Partido Unión Democrática, había calificado de nefasta la actuación revolucionaria de José Martí, por lo que Salvador Cisneros y Lacret pidieron su expulsión, a la vez que narra cómo se inició la recolecta para ayudar a la madre de Martí, porque el gobierno no le había dado ayuda alguna.

10.4Vale recordar entonces el intenso trabajo desarrollado por la Academia de la Historia de Cuba para alcanzar una visión patriótica de nuestro pasado. Como ejemplos se pueden citar algunos trabajos presentados en 1943 al Primer Congreso de la Historia, como el de Leonardo T. Mármol y Valdés titulado «La enseñanza revolucionaria de la Historia», el cual plantea que: «Teniendo en consideración el determinismo económico de todo hecho histórico, la enseñanza de la historia debe partir siempre de la razón económica»; o el de Manuel I. Mesa Rodríguez «Fracaso del sentido nacionalista de la enseñanza de la Historia en la Escuela primaria cubana» o el libro de la «Enseñanza de la Historia» como un texto a trabajar por los profesores.16 En esa atmósfera de crítica hacia la insuficiencia de la historia escrita o investigada y del deterioro ideológico que padecía la intelectualidad cubana vista por muchos como la crisis del patriotismo,17 se desenvuelve el periodista Gay Calbó, quien por otra parte está constatando la preocupación de esta realidad en la vida masónica.

Además publicó otros trabajos aislados del mismo corte histórico al seguir la corriente intelectual cubana que ponía énfasis en los asuntos relacionados con la historia de Cuba y América. De gran significación fueron sus ensayos El padre Varela en las Cortes españolas de 1822-1823; Arango y Parreño. Ensayo de interpretación de la realidad económica; El cubano, avestruz del trópico y Orígenes de la literatura cubana, que respondían a este profundo interés en someter a análisis los momentos trascendentales de la nación cubana en aras de consolidar las ideas patrióticas.

En la época de Gerardo Machado este destacado hombre de letras, al igual que otros, consideró incorrec ta la labor de este general, que gobernaba impositivamente, al enfrentarse a los obreros y a los estudiantes, dos de los sectores que más lo combatirían. Se sabe que desde sus inicios este presidente se había enfrentado a las críticas de una parte importante de las publicaciones del país, fundamentalmente de los periódicos Heraldo de Cuba, La Discusión, Diario de la Marina y El Día, su más enconado adversario.18 En ese clima de oposición estaba también Gay Calbó. No obstante, no tuvo una participación activa en los hechos que culminaron con el derrocamiento del gobierno, así como tampoco se vinculó al Grupo Minorista.

Fue evidente que se alejó de cualquier compromiso partidista; no militó en ningún grupo político y su interés se centró en el desarrollo de la cultura. Trataba de garantizar espacios de acción simbólica, donde reproducir el espíritu cívico de lealtad, de confianza, de autoridad y de capacidad de gestión política, pero no la intervención a través de los grupos organizados en partidos. No obstante, no le fueron ajenas las luchas, tanto nacionales como internacionales, por la democracia. Por ejemplo, se indica en muchas referencias biográficas que Gay Calbó estuvo entre los intelectuales que intentaron salvar a numerosos republicanos españoles,19 al utilizar su cargo en la Secretaría de Estado para crear el expediente salvífico denominado «Carnet de Tránsito», un recurso para facilitar la ruta del exilio a más de un republicano tras terminar la Guerra Civil.20

Precisamente en esta década se produce un gran acercamiento entre Gay Calbó y Emilio Roig. Eusebio Leal, en una entrevista realizada en octubre de 2016, al rememorar esta gran amistad, señaló que «Roig tenía por Don Enrique una gran admiración y respeto. No solamente por su cubanía tan arraigada sino también por la seriedad con que asumió el oficio de indagar en profundidad sobre los símbolos patrios».21 Ambos coinciden en el uso que hacen de la historia aun cuando Roig tenga trabajos de mayor impacto por su radicalismo al defender el papel protagónico de los cubanos en la lucha por su independencia.

Finalizando la década del 40 Gay Calbó puso atención en las características sociológicas de los cubanos. En su estudio titulado El Bobo. Ensayo sobre humorismo de Abela. Vida, pasión y fuga de El Bobo analizó la realidad cubana en la cual el Bobo hizo de la mascarada un recurso para burlarse de las injusticias, la violencia y el patrioterismo. Desde esta perspectiva fustigó la imagen del avestruz, que como muchos cubanos cree vivir en el mejor de los mundos porque está convencido de que su Isla es de corcho y siempre aparecerá algo maravilloso que le permita sobrevivir. Opinó que la historia del Bobo es algo así como un reverso por tener la peculiaridad de echar una ojeada sobre lo que está del otro lado, un atisbar lo que no se ve cuando estudiamos la historia. Y en esta característica de ser observador de lo que vive y se mueve por detrás acaso reside la ligereza y el incentivo de su historia.22

Este ensayo es un análisis profundo de la expresión artística de Abela desde la historia, pero también de la cultura, la literatura, la plástica. «El humorismo no es risueño, ni cómico, ni provoca el dictamen pueril o chacotero. Proviene de las vetas más íntimas (…) La risa del humorista se impregna de tristeza con el drama diario del hombre».23 Con este texto también inició su proyecto de caracterizar al cubano. Sobre todo en el trabajo referido al aveztrucismo. Se plantea que el cubano tiende a confiar en el mañana, siempre piensa en una etapa de vacas gordas y no es previsor. Este trabajo sin duda trascendería como crítica a la participación ciudadana.

A pesar de todas estas advertencias, su vida transcurre sin obligaciones políticas con ningún grupo, no obstante ser los años 50 una etapa de gran movilización revolucionaria y de decisiones políticas prominentes. A esa actitud suya puede haber contribuido el desastre social ocurrido luego de la caída de Gerardo Machado y la traición de los grupos que tomaron el poder. Más de un cubano consideró en aquel momento que no había muchas posibilidades de transformar realmente el país. El apoliticismo había ganado cierto espacio.

En el plano de su producción historiográfica, no podemos pasar por alto su contribución a la Historia de la Nación Cubana, obra publicada en 1953 por un equipo integrado por Ramiro Guerra y Sánchez, José Manuel Pérez Cabrera, Juan J. Remos y Emeterio Santovenia. Fue el momento más sobresaliente de su espíritu de apoyo a la causa cubana. El volumen sexto, dedicado al Autonomismo y a otros partidos políticos, fue el aporte intelectual de Gay Calbó a aquel reclamo de contar con una historia nacional.

En ese texto precisará que no se podría encontrar separatismo en las filas autonomistas y si bien rechaza sus consideraciones, opina que deben ser respetados aquellos que por su sinceridad e interés lucharon en otras trincheras. Se trata de un análisis sobrio, pero categórico, de la posición antiindependentista de los partidarios de la autonomía.

Al llegar en 1959 la Revolución la vida cambió, sobre todo porque se presentó un futuro lleno de proyectos que no siempre fueron comprendidos, aunque la mayoría se identificaba con ellos por abrir una puerta a anhelos de muchas generaciones. Pero, por otra parte, como señaló Fernando Martínez Heredia, «La revolución tuvo que enfrentar situaciones límite, frente a las cuales reaccionó en la primer década con sucesivas profundizaciones del proceso»,24 lo cual acarreó un enfrentamiento social a partir de un sinnúmero de diferencias y polémicas, incluso entre los participantes en el proceso. A esto habría que unir toda la implicación que tuvo la proclamación del marxismo como ideología de la revolución, no solo por los prejuicios del mundo liberal ante la estructura del sistema socialista que se conocía en Cuba, sino también por las reservas contra el Partido Socialista Popular dentro los grupos que habían tomado parte en la lucha revolucionaria.

Por otra parte, la Revolución clamaba por la integración, por la participación activa y, de alguna manera, comenzó a ver con mucha suspicacia a los observadores, los no participantes, que se mantenían cautelosos ante el avance vertiginoso de las medidas revolucionarias. Asimismo, la alta representación de la juventud en las movilizaciones y en la propia dirigencia también evidenciaba los cambios que se llevaban a cabo, de manera más belicosa y también irreverente ante los consejos de aquellos que por haber vivido más, pensaban que tenían la razón. Sin llegar a ser un choque de generaciones, las diferencias quedaron marcadas.

Si tenemos en cuenta que Gay Calbó formaba parte de los grupos ligados a la predica masónica de amor y fidelidad a la patria, pero con un fortísimo sentido de la fraternidad, basado en el planteamiento bíblico de amar los unos a los otros (Juan 13:34), es comprensible que tuviera muchas razones para actuar con cuidado ante el proceso que se ampliaba. En realidad, se hizo bien difícil hacer coincidir la fraternidad con el clamor de unión que había enarbolado el internacionalismo proletario con pleno sentido de clase, para enfrentarse radicalmente a todo lo que significase explotación del hombre por el hombre. Evidentemente, estas nuevas relaciones sociales se contrapusieron al sentido cristiano de la fraternidad, supuestamente ajeno a las posiciones políticas.

Muchos de los hombres nucleados alrededor de las instituciones culturales, a pesar de continuar en sus puestos de trabajo, fueron perdiendo protagonismo. En muchos casos esto coincidió con el abandono del país de amigos y familiares, por lo que mantuvieron una posición expectante y de cautela, a la vez que el proceso revolucionario, que actuaba como una gran locomotora, imponía un ritmo tan acelerado que muchas veces se hacía incomprensible, sobre todo para quienes estaban convencidos del cambio como resultado básicamente del progreso de la educación y la cultura.

El movimiento que se inició en 1959 era tan profundo e incorporaba a todos de una manera tan radical que rompió con las formas tradicionales de comportamiento social; impuso la solidaridad y fustigó la fraternidad que frenaba la lucha de clases. Este gran vuelco se fue evaluando de muy diversa manera por los hombres de las logias, quienes querían preservar sus vínculos por encima de la propia política. Hoy esto forma parte del pasado, pero quienes vivieron esa etapa, tan convulsa e insurgente, saben que no fue un momento de reflexión, sino de combate, con todos los errores y desaciertos que se han producido no en Cuba, sino en todos los lugares donde ha ocurrido una revolución trascendente.

En ese sentido también habría que analizar los últimos momentos de la vida de Gay Calbó, agitada en ese proceso de reconstrucción nacional, al cual se sumaría el ambiente familiar nada favorable al estar casado con la hermana de Manuel Urrutia Lleó, presidente del Gobierno Provisional Revolucionario y depuesto en el mismo año 1959. Tal vez la declinación de sus colaboraciones en la prensa, su alejamiento de las actividades del proceso revolucionario y su paralización de las investigaciones históricas, hasta donde conocemos, estén relacionados con este conjunto de circunstancias. Sin embargo, Gay Calbó decidió vivir en Cuba y residió hasta que le llegó la muerte en 1977 en su casa de la calle Juan Bruno Zayas, esquina a Lacret, Santos Suárez.

Enrique Gay Calbó, iniciado en la Logia Habana en 1922, tras su fallecimiento fue reverenciado por sus hermanos masones, quienes lo recordaron de esta manera: «Gay Calbó actuó durante más de medio siglo en la masonería iluminando senderos de cultura, unión y fraternidad, humildemente, obstinadamente, sin alardes, sin aspirar a nada, sin pedir nada, él a quien asistía el derecho a las más altas posiciones entre nosotros».25

Por parte de las instituciones cubanas, Gay Calbó no contó en aquel momento con la ayuda y el reconocimiento que tal vez merecía, pero ese olvido ha tratado de rectificarse con gestos acertados, como la reciente publicación por la Editorial Boloña de su libro Los símbolos de la nación cubana. Las banderas. Los escudos. Los himnos; la instauración, por parte de la Academia de la Historia de Cuba, del Premio a la Critica historiográfica que lleva su nombre; la dedicatoria de una de las aulas del Colegio San Gerónimo, de La Habana, y la segunda graduación de la Licenciatura en Gestión del Patrimonio Histórico-Cultural del curso 2016-2017. Pero lo más importante ha de ser la lectura de sus textos por los jóvenes interesados en las muchas disciplinas que él desarrollo. Ese será el mejor tributo a su memoria.

Notas

1. Los datos se han tomado de las referencias que brinda Emilio Roig en sus palabras de bienvenida a la Academia. Se completaron con las palabras de homenaje de Roig a nombre de esta institución por el cincuentenario de la labor periodística de Gay Calbó.
2. Gay Calbó, Enrique. «En el cincuentenario de mi primer artículo». En Cincuentenario periodístico de Enrique Gay Calbó. Oficina del Historiador de La Habana, 1957. Historia habanera no. 64, p. 37.
3. Ídem, p. 17.
4. Ídem, p. 33.
5. De esa época, según Roig, hay trabajos suyos poco conocidos. Por ejemplo, la novela, titulada Crisis, terminada en 1907, en la cual están plasmadas las apreciaciones de este joven ante la realidad de incertidumbre que vive el país.
6. En ese debate fue apoyado por Manuel Márquez Sterling desde el diario Heraldo de Cuba, con el artículo «Envenenan el alma de los niños». Estos debates fueron bastante comunes y por la presión de las principales figuras de la cultura cubana se lograría en 1925 que la enseñanza privada fuese controlada técnicamente por las instituciones públicas.
7. Criterios expresados por la profesora Berta Álvarez en la entrevista que le hiciera Roberto Veiga con motivo del 70 aniversario de la Constitución de 1940. Publicado en Cuba Posible, La Habana, 2015.
8. Santana Castillo, Joaquín: «Cartograma de las ideas filosóficas en la República». En Temas, Número extraordinario, 24-25/La Habana, enero-junio del 2001, pp. 98-108.
9. James, Joel Cuba 1900-1928. La república divida contra misma. La Habana, Arte y Literatura, 1976.
10. Quiza Moreno, Ricardo «La lección que dan las cosas: sociedad y nación cubana a través de las exposiciones (1876-1904)». En Caliban. Revista Cubana de Pensamiento e Historia. La Habana, enero-marzo de 2010.
11. El periodismo en Cuba. Libro conmemorativo del día del periodista, La Habana, 1952.
12. Periódico político de información. En sus inicios fue dirigido por León Ichaso y José Muñiz Vergara. En 1920 Gay Calbó se convierte en Jefe de Información bajo la dirección de Ramón Vasconcelos.
13. Emilio Roig. Cincuentenario periodístico de Enrique Gay Calbó. Obra Citada.
14. González Aróstegui, Melly del Rosario «Antiinjerencismo y antimperialismo en los inicios de la República». En Temas no. 22-23, La Habana, julio-diciembre, 2006, p. 21.
15. Ídem, p. 21.
16. Emeterio Santovenia. 40 años de vida de la Academia. Discurso leído el 10 de octubre de 1950, La Habana, 1950.
17. Alberto Lamar Schweyer. La crisis del patriotismo. Una teoría de las inmigraciones. La Habana, Editorial Martí, 1929.
18. Lima Sarmiento, Edel. La prensa cubana y el machadato. Un acercamiento a la relación prensa-poder. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2014, p. 9
19. La otra figura que colaboraría desde la Legación Cubana en Madrid sería José María Chacón y Calvo.
20. Ver, de Jorge Domingo Cuadriello: El exilio republicano español en Cuba. Madrid, Editorial Siglo xxi, 2009, p. 40.
21. Entrevista de Leonor Amaro a Eusebio Leal. Oficina del Historiador de la Ciudad.
22. Gay Calbó, Enrique. El Bobo. Ensayo sobre humorismo de Abela. Vida, pasión y fuga de El Bobo. La Habana, Impresores Úcar García, 1949.
23. Idem. p. 33.
24. Martínez Heredia, Fernando. «Gramsci en la Cuba de los años sesenta» En Hablar de Gramsci. La Habana, Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2003, p. 76.
25. En La Gran Logia Año 97, no. 10. La Habana, octubre de 1977.