«Esta unidad se reserva el derecho de admisión»

Antes del triunfo revolucionario de 1959 en Cuba las fronteras sociales estaban muy bien delimitadas. Existían clubes, casinos y otros centros de recreación exclusivos para la clase adinerada, la alta aristocracia y los que, aunque el sistema político cubano se basaba en una República, ostentaban títulos nobiliarios procedentes de España.

Aquellos que integraban los estratos sociales más humildes, como los empleados y los trabajadores, debían conformarse con las limitadas posibilidades que les brindaban las agrupaciones gremiales, al estilo de la Asociación de Empleados de la Cervecería La Tropical, el Club de los Yesistas o el Club de Jardineros del Cementerio de Colón.

Los chinos contaban con sus agrupaciones, por lo general en la calle habanera de Zanja, la numerosa colonia española se agrupaba en infinidad de entidades comarcales y en La Bella Unión y el Club Atenas coincidían los negros y los mestizos. Esos espacios de recreación y esparcimiento poseían áreas definidas. A ningún albañil o talabartero se les ocurría aspirar a ingresar en el Miramar Yatch Club o en el Casino Español de La Habana, del mismo modo que ninguna pareja de la raza negra podía soñar con la posibilidad de pasar la luna de miel en una habitación del hotel Havana Hilton, aunque dispusiera del dinero para ello.