Hablar de Gabriel García Márquez siempre es difícil. Son muchos los riesgos. El primero es errar por exceso de entusiasmo y perderse en adorables detalles. El segundo, por el contrario, adoptar un enfoque frío que haga parecer al excelente escritor como otra entrada más en una enciclopedia. La verdad sea dicha. Estamos hablando de un colombiano común, nacido en Aracataca en 1928, residente en México en la actualidad; ex-periodista, narrador, guionista, mecenas de la cubana Escuela de Cine de San Antonio de los Baños y que ha ganado premios importantes, como el Nobel de Literatura en 1982, y el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos de 1972. Lo difícil es seguir viéndolo así después de leer sus principales novelas y relatos. Cuesta creer que un hombre que ha hecho brotar tanta magia de la realidad ficticia de sus historias no sea asimismo un mago, algún ser sobrenatural.
Este autor nació en un pueblo rural de Colombia, que permanece en la actualidad casi como él lo dejó, y allí pasó buena parte de su infancia. Los recuerdos de entonces nutrieron la mayor parte de su ficción. Las cosas atípicas que vio en esos lugares, empezando por el cartel de “Macondo” de la finca donde paraba el tren antes de llegar a Aracataca; las fantasías que le transmitía su abuela, en la que tenía cariño y confianza; y sus primeras lecturas, reveladoras, como Las Mil y Una Noches, fueron sus principales fuentes de imaginación.