Harold Bloom y yo

Hice mis estudios de máster y doctorado en lenguas románicas en la Universidad de Yale, donde fui nombrado, al graduarme, profesor asistente. Al año acepté una oferta de la Universidad de Cornell que tenía mejores perspectivas para el futuro y allá me fui, y en efecto me ascendieron a una posición permanente en muy poco tiempo. A los seis años regresé a Yale, con un puesto igualmente fijo, pero en un campo que no me daba acceso a la actividad que allí se desarrollaba en crítica literaria, que era la más importante del país.

El Departamento de Español era una especie de ghetto aparte. Pero Harold Bloom se tomó el trabajo de buscarme, hacerse amigo mío, invitarme a cenas en su casa, con gente como Paul de Man, a quien yo sólo conocía como estudiante; en fin, me abrió las puertas de la gran Yale, con la que yo tenía contacto desde Cornell a través de la revista Diacritics, de la que fui uno de los fundadores. Eso se lo agradeceré a Harold mientras viva, además de su amistad, cariño y calor humano cuando sufrí la tragedia más grande que puede sufrir un ser humano: se me murió de cáncer mi hijo Carlos, a los 22 años de edad.

Yo también lo he acompañado a él en los sufrimientos terribles que la enfermedad de su hijo mayor le han causado. Así que, cualquier discrepancia que yo tenga con Harold hay que verla en el contexto de esa amistad, y de que yo creo en la grandeza de su obra, que le ha conseguido, como siempre pasa, no pocos enemigos. Cualquier cosa es perdonable, salvo el éxito.