“…ahora bien, afirmaban éstos que, en suma, su crimen… se había reducido a haber tenido por costumbre… reunirse antes de rayar el sol y cantar, alternando entre sí a coro, un himno a Cristo como Dios. Terminado todo esto, decían que la costumbre era retirarse cada uno a su casa y reunirse nuevamente para tomar una comida, ordinaria, empero, e inofensiva….”.
(Fragmento de carta de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, (62- 114 d.C.), al Emperador Trajano consultándole sobre la conducta de los cristianos)
Cada domingo, durante el Credo, después de la confesión de fe “en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra…”, proclamamos: “Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero… de la misma naturaleza que el Padre… quien por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen y se hizo hombre…”.