Hombres y mujeres según la Iglesia

Henos aquí de nuevo para proseguir nuestra conversación, y le confie so que lamento en cierta manera que la redac ción haya decidido que sea yo siempre el que em piece, pues me da la impresión de que resulto algo impertinente. Tal vez la redacción se haya deja do llevar por ese banal cliché según el cual los fi lósofos están especializados en formular pregun tas cuyas respuestas desconocen, mientras que un pastor de almas es por definición aquel que siempre tiene la respuesta adecuada. Afortunadamen te ha demostrado usted, en sus precedentes car tas, lo problemática y sufrida que puede llegar a ser la reflexión de un pastor de almas, decepcio nando a quienes se esperaban de sus palabras el ejercicio de una función oracular.

Antes de plantearle una cuestión cuya res puesta desconozco, quisiera exponer algunas pre misas. Cuando una autoridad religiosa cualquiera, de una confesión cualquiera, se pronuncia sobre problemas que conciernen a los principios de la éti ca natural, los laicos deben reconocerle este dere cho; pueden estar o no de acuerdo con su posición, pero no tienen razón alguna para negarle el derecho a expresarla, incluso si se manifiesta como crítica al modo de vivir de los no creyentes. El único ca so en el que se justifica la reacción de los laicos es si una confesión tiende a imponer a los no creyentes (o a los creyentes de otra fe) comporta mientos que las leyes del Estado o de la otra re ligión prohíben, o a prohibir otros que, por el contrario, las leyes del Estado o de la otra religión consienten.