Hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, autoridades de la nación, distinguidos miembros del cuerpo diplomático, queridos hermanos y hermanas todos:
Siento que no me repongo aún de las emociones profundas dejadas en mí por la vivencia eclesial extraordinaria, única, si pueden estos adjetivos calificarla de algún modo, que he compartido con mis hermanos cardenales de todo el mundo en estas jornadas de Roma.