La charla TED del Papa Francisco

TED – Tecnología, Entretenimiento, Diseño (en inglés: Technology, Entertainment, Design) es una organización sin fines de lucro dedicada a «ideas que vale la pena difundir» (del inglés: ideas worth spreading). Comenzó con un congreso en 1984, que se convirtió en un evento anual (TED Conference) a partir de 1990 y se cuenta hoy entre los más prestigiosos del mundo.

Sin embargo, TED se ha hecho famosa sobre todo por sus charlas (TED Talks). Las charlas TED se han convertido en el modelo de conferencia para estos tiempos. Son breves (unos 18 minutos), siempre muy amenas, y se caracterizan por ser a la vez informativas, inspiradoras y motivadoras. Como TED nació en Silicon Valley, en un inicio las charlas se dedicaban mayormente a temas de tecnología y diseño, pero hoy cubren una amplia gama de temas de la cultura y la educación, las ciencias, la tecnología, las artes y el diseño, el desarrollo y otros temas globales, la política, los negocios y el entretenimiento. Los conferencistas TED han incluido a figuras de fama mundial como Bill Clinton y Bill Gates, ganadores del Premio Nobel como James Watson, Murray Gel l-Mann y Al Gore, ídolos del mundo del espectáculo como Sting y Bono, líderes de la tecnología como los fundadores de Google, Sergey Brin y Larry Page, y muchas otras figuras de primer nivel, entre ellas el físico Stephen Hawking, el cineasta James Cameron, la naturalista Jane Goodall y el evangelista Billy Graham.

En marzo de 2016 había ya más de 2 400 charlas TED disponibles en línea para consulta y descarga gratuita, que en total han sido vistas cientos de millones de veces. El pasado martes 25 de abril el papa Francisco hizo historia cuando participó en el congreso TED de 2017, en la que es ahora su sede habitual, la ciudad canadiense de Vancouver. La charla TED del Papa, con el título Por qué el único futuro que vale la pena construir incluye a todos ha tenido repercusiones muy positivas y ha suscitado expresiones de aprecio y respaldo en los más variados ambientes y encontrando eco aprobatorio en medios de todo el mundo. El Papa centró su intervención en la urgente necesidad de fomentar una cultura del encuentro, reconociendo cuánto necesitamos unos de otros, pues la existencia de cada uno de nosotros está inextricablemente unida a la de los demás, aunque a veces no queramos reconocerlo. «Qué maravilloso sería —propone el Papa— si el aumento de las innovaciones científicas y tecnológicas correspondiese también con una mayor equidad e inclusión social. Qué maravilloso sería si, mientras descubrimos nuevos planetas, descubriésemos las necesidades del hermano y la hermana que orbitan a mi alrededor».

La charla TED del Papa se presentó en el congreso mediante un video filmado en la Ciudad del Vaticano, con un formato similar al que caracteriza este tipo de alocuciones. Habló en italiano, desde un escritorio, y su charla, que duró casi 18 minutos, tuvo un éxito inmediato. En menos de 24 horas ya había sido vista en línea más de 300 000 veces, y en apenas una semana, acumulaba más de un millón y medio de reproducciones.

A continuación ofrecemos una transcripción en español de la charla TED del papa Francisco. » Por qué el único futuro que vale la pena construir incluye a todos «:

Buenas tardes… o buenos días, no sé qué hora es allí. Sea la hora que sea, estoy feliz de participar en este encuentro. Me ha gustado mucho el título «The Future You» («El futuro tú») porque, mientras mira al mañana, invita ya desde hoy al diálogo: de cara al futuro, invita a consultar a un «tú». «The Future You»: el futuro está hecho de ti, está hecho de encuentros, porque la vida fluye a través de las relaciones. Muchos años de vida me han afianzado cada vez más la convicción de que la existencia de cada uno está ligada a la del otro: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro.

Al conocer o escuchar a enfermos que sufren, a migrantes que afrontan tremendas dificultades en búsqueda de un futuro mejor, a presos que llevan el infierno en el propio corazón, a personas, especialmente jóvenes, que no tienen trabajo, a menudo me pregunto: «¿por qué ellos y no yo?» Yo también nací en una familia de migrantes: mi papá, mis abuelos, como muchos otros italianos, partieron para Argentina y conocieron la suerte de quien se queda sin nada. Yo también podría haber estado entre los «descartados» de hoy. Por eso, en mi corazón, siempre permanece esta pregunta: «¿Por qué ellos y no yo?» Me gustaría, sobre todo, que este encuentro nos ayude a recordar que todos necesitamos los unos de los otros, que ninguno de nosotros es una isla, un yo autónomo e independiente del otro, que solamente podemos construir el futuro juntos, sin excluir a nadie. A menudo no pensamos en ello, pero en realidad todo está vinculado y necesitamos recuperar nuestros vínculos: también ese duro juicio que llevo en el corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no curada, ese mal no perdonado, ese rencor que solo me hará daño, es un pedacito de guerra que llevo dentro, un foco en el corazón que debe extinguirse para que no desate un incendio y no deje cenizas.

Muchos hoy, por diversos motivos, no parecen creer que sea posible un futuro feliz. Estos temores se toman en serio. Pero no son invencibles. Se pueden superar, si no nos cerramos en nosotros mismos. Porque la felicidad solo se experimenta como el don de armonía de cada uno con el todo. También las ciencias —lo saben mejor que yo— nos indican hoy una comprensión de la realidad, donde cada cosa existe en relación, en interacción continua con las otras. Esto me lleva a mi segundo mensaje.

Qué maravilloso sería si el aumento de las innovaciones científicas y tecnológicas correspondiese también con una mayor equidad e inclusión social. Qué maravilloso sería si, mientras descubrimos nuevos planetas, descubriésemos las necesidades del hermano y la hermana que orbitan a mi alrededor. Qué maravilloso sería que la fraternidad, esta palabra tan bonita y a veces incómoda, no se redujese solo a la asistencia social, sino que se convirtiese en la actitud básica en las decisiones a nivel político, económico, científico, y en las relaciones entre personas, entre pueblos, y países. Solo la educación en fraternidad, en una solidaridad concreta, puede superar la «cultura del descarte», que no trata solo de alimentos y bienes, sino ante todo de personas marginadas de sistemas tecno-económicos, en cuyo centro, sin percatarse, a menudo ya no está más el hombre, sino los productos del hombre.

La solidaridad es una palabra que muchos quieren quitar del diccionario. Sin embargo, la solidaridad no es un mecanismo automático, no se puede planificar o controlar: es una respuesta libre que nace del corazón de cada uno. Sí, ¡una respuesta libre! Si uno entiende que su vida, aunque en medio de tantas contradicciones, es un don, que el amor es la fuente y el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de hacer el bien a los otros? Para participar activamente en el bien hace falta memoria, hace falta coraje, y también creatividad.

Me han dicho que en TED se reúne mucha gente muy creativa. Sí, el amor pide una respuesta creativa, concreta, ingeniosa. No bastan los buenos propósitos y las fórmulas ya consagradas, que a menudo solo sirven para tranquilizar conciencias. Juntos, ayudémonos a recordar que el otro no es una estadística o un número: el otro tiene un rostro, el «tú» es siempre un rostro concreto, un hermano al que cuidar. Hay una historia que contó Jesús para explicar la diferencia entre quien no se preocupa y quien cuida del otro. Probablemente la conozcan, es la parábola del Buen Samaritano. Cuando preguntaron a Jesús: «¿quién es mi prójimo?» —es decir, ¿a quién debo cuidar?— Jesús contó esta historia, la historia de un hombre al que los ladrones habían asaltado, robado, golpeado y abandonado en el camino. Dos personas muy respetables de la época, un sacerdote y un levita lo vieron, pero pasaron de largo sin pararse. Después llegó un samaritano, que pertenecía a una etnia despreciada, y este samaritano al ver a ese hombre herido en el suelo, no pasó de largo como los demás, como si no pasara nada, sino que tuvo compasión. Se conmovió y esta compasión lo llevó a actuar de manera muy concreta: vertió aceite y vino sobre las heridas de aquel hombre, lo llevó a un albergue y pagó de su bolsillo los cuidados necesarios. La historia del Buen Samaritano es la historia de la humanidad de hoy.

En el camino de los pueblos hay heridas provocadas por el hecho de que en el centro está el dinero, están las cosas. No las personas. A menudo es costumbre de quienes se creen respetables no cuidar de los otros, dejando a tantos seres humanos, pueblos enteros, atrás, tirados por el camino. Existe, sin embargo, quien da vida a un mundo nuevo, cuidando de los otros, incluso asumiendo los costos. De hecho, decía la Madre Teresa de Calcuta, no se puede amar si no es a costo propio.

Tenemos mucho que hacer, y debemos hacerlo juntos. Pero, ¿cómo hacer con todo el mal que respiramos? Gracias a Dios, ningún sistema puede prohibir que nos abramos al bien, a la compasión, a la capacidad de reaccionar al mal que nace del corazón del hombre. Ahora me dirán: «Sí, bellas palabras, pero yo no soy el Buen Samaritano y mucho menos la Madre Teresa de Calcuta». Sin embargo, cada uno de nosotros es precioso; cada uno de nosotros es irremplazable ante los ojos de Dios. En esta noche de conflictos que estamos atravesando cada uno de nosotros puede ser una vela iluminada que nos recuerda que la luz prevalece sobre las tinieblas, y no al contrario.

Para nosotros, cristianos, el futuro tiene nombre, y este nombre es esperanza. Tener esperanza no significa ser optimistas, ingenuos, ignorantes del drama de los males de la humanidad. La esperanza es la virtud de un corazón que no se aferra a las sombras, que no se refugia en el pasado, que no vive a duras penas el presente, sino que sabe ver el mañana. La esperanza es la puerta abierta al porvenir. Es una semilla de vida, humilde y oculta, que con el tiempo se transforma en un gran árbol; es como una levadura invisible que hace levar la pasta, que da sabor a toda la vida. Es capaz de mucho, porque basta solo una pequeña luz que se alimente de esperanza, y la oscuridad ya no estará completa. Basta un solo hombre para que haya esperanza, y este hombre puedes ser tú. Después otro «tú», y otro «tú», y entonces somos «nosotros». Y cuando hay un «nosotros», ¿comienza la esperanza? No, ya ha comenzado con el «tú». Cuando hay un nosotros, comienza una revolución.

El tercer y último mensaje que me gustaría compartir hoy es sobre la revolución: la revolución de la ternura. ¿Qué es la ternura? Es el amor que se acerca y se hace concreto. Es un movimiento que parte del corazón y llega a los ojos, a las orejas, a las manos. La ternura es usar los ojos para ver al otro, usar las orejas para oír al otro, para escuchar el grito de los niños, de los pobres, de quien teme al futuro; escuchar también el grito silencioso de nuestra casa común, de la Tierra contaminada y enferma. La ternura significa usar las manos y el corazón para acariciar al otro, para cuidarlo.

La ternura es el lenguaje de los más pequeños, de quienes necesitan del otro. Un niño se encariña y conoce al papá y a la mamá por las caricias, por lamirada, por la voz, por la ternura. Me gusta escuchar cuando el papá o la mamá hablan con su hijo pequeño, y ellos también se hacen niños, hablando como habla él, el niño. Eso es la ternura: rebajarse al nivel del otro. También Dios se rebajó en Jesús para estar a nuestro nivel. Este es el camino recorrido por el Buen Samaritano. Es el camino recorrido por Jesús, que se rebajó, que recorrió toda la vida del hombre con el lenguaje concreto del amor. Sí, la ternura es el camino que han recorrido los hombres y mujeres más valientes y fuertes. La ternura no es debilidad, es fortaleza. Es el camino de la solidaridad, el camino de la humildad. Permítanme decirlo claramente: cuanto más poderoso eres, cuanto más tus acciones tienen un impacto sobre la gente, mucho más humilde has de ser. Porque si no el poder te arruina, y tú arruinarás a los demás.

En Argentina se decía que el poder es como tomar ginebra en ayunas: la cabeza te da vueltas, te embriaga, te hace perder el equilibrio y te lleva a hacerte daño a ti mismo y a los demás, si no lo juntas con la humildad y la ternura. Sin embargo, con humildad y amor concreto el poder —el más alto, el más fuerte— se hace servicio y difunde el bien.

El futuro de la humanidad no está solo en manos de los políticos, de los grandes líderes, de las grandes empresas. Sí, su responsabilidad es enorme. Pero el futuro está sobre todo en las manos de las personas que reconocen al otro como un «tú» y a sí mismos como parte de un «nosotros». Necesitamos los unos a los otros. Y por eso, por favor, recuérdenme también con ternura, para que lleve a cabo la tarea que me ha sido encomendada para el bien del otro, de todos. De todos ustedes, de todos nosotros. Gracias.