Quizás la imagen que tenemos de un canciller de la Academia Pontificia de Ciencias, y Ciencias Sociales, sea el de un erudito envejecido, de andar lento y hablar pausado, gruesos lentes y habitual indumentaria de tonos oscuros, inescrutables. Pero Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo nos cambia, de pronto, cualquier figura preconcebida sobre quien dirige la Academia de Ciencias más antigua del Mundo, fundada en 1603. Es un hombre alto, ágil y fornido cual deportista, y se expresa cercano, casi familiar, como si conociera de siempre a sus interlocutores. A esto une un carisma especial para la comunicación, aún en el diálogo más ríspido, y su humor es penetrante y lúcido como el de la mayoría de sus compatriotas argentinos.