La noticia llegó desde Roma como un abrupto deshoje en otoño: la hermana Pilar estaba muy enferma. Entonces recordé cómo la conocí. Las hermanas de la Compañía de María, Orden de Nuestra Señora a la cual pertenecía desde 1957, vivían al lado de mi casa en La Habana, y aquella mujer madura, canosa, de espejuelos y apariencia de maestra, salía poco después de las seis de la mañana a buscar el pan que les tocaba por la libreta de abastecimiento.
Después supe por la hermana Xiomara que, en efecto, se trataba de una eminente profesora e investigadora de Historia, y que, destacada en Cuba, traía la misión de enseñarnos a todos un poco más, sobre todo y no lo sospechábamos, que la sabiduría es humilde. Aquella imagen de una famosa catedrática cargando la jabita plástica y dentro el pan único, sin complejos y con una sonrisa y un saludo para los vecinos, se me hizo interesante testimonio de vida: no acabamos de entender que, como ella misma gustaba repetir de los benedictinos, la felicidad es orar y trabajar.