Como opinión relacionada directamente con otros textos sobre el mismo tema publicados en Espacio Laical, a continuación le damos cabida en nuestras páginas al siguiente trabajo, publicado hace poco tiempo en la revista argentina Criterio.
El Día de las Madres se fue tornando una fecha comercial.
Los regalos pretender hacer felices a las que un día generaron hijos. Además de los obsequios, sin embargo, esta fecha recuerda la experiencia más primordial de la humanidad desde sus comienzos: la relación entre madre e hijo.
De ser en las sociedades primitivas algo natural, parte del ciclo biológico de la vida que se reproduce y se multiplica, la maternidad pasó a pensarse por la razón y la cultura. Los discursos atravesaron siglos y conocieron transformaciones según épocas y contextos.
En las grandes religiones se encuentra la presencia de diosas madres que marcan las creencias con el sello de la fertilidad y de la fecundación. Su ritmo es el de la madre tierra, con sus estaciones, muertes y renacimientos. Las religiones monoteístas están signadas por el movimiento de la revelación de un Dios único y trascendente invocado con nombres masculinos como Señor, Guerrero, Padre. En el discurso del cristianismo, sin embargo, hay una novedad introducida por la maternidad: la persona de la madre de Jesús. El cristianismo afirma que la persona divina del Verbo se encarna en el vientre de la joven María de Nazaret. Es la madre que da carne, humanidad, a aquél que los cristianos que se sacrifica hasta el fin por el hijo, olvidándose de sí misma, sintetizadas en la frase «ser madre es padecer en el paraíso», son ahora rechazadas. Paralelamente, hoy el antiguo preconcepto de la maternidad vista como único e irrevocable destino de la vida de una mujer es insostenible.
Las mujeres se emanciparon, entraron en el espacio público y en el mercado del trabajo. Las jóvenes madres a menudo comparten con los esposos y compañeros el cuidado de los hijos y combinan los deberes de la maternidad con las obligaciones profesionales.
Algunas planean su maternidad y eligen la edad y el momento en que desean procrear. Otras no disfrutan de ese privilegio. Sometidas por la pobreza o por la violencia, o por ambas al mismo tiempo, quedan embarazadas siendo adolescentes, a veces de un familiar que puede incluso ser su propio padre, dentro del hogar.
Sin embargo, es evidente que nada ha logrado sustituir la experiencia única de generar y alojar otra vida en el propio cuerpo. Y por eso la primera experiencia de alteridad y relación que cualquier ser humano tiene o tendrá será aquella que se inicia en el vientre materno. Por más traumática que sea, por más negativa, lo que acontece es el milagro de habitar en otro y ser por él habitada. Del santo al criminal, del genio al iletrado, del rico al pobre, todos, sin excepción, son —somos— hijos e hijas de una mujer. Tenemos madre.
Muchas, además de tener madre, somos madres. Un día sentimos latir otro corazón junto al nuestro. Vimos nuestro cuerpo transformarse al ritmo del otro que en nosotras crecía y se desarrollaba. Y al término de ese proceso de intimidad y comunión con la otra vida que en nosotros sucedía, vivimos la plenitud de dar a luz y recibir en nuestros brazos aquel pequeño ser que nos hizo y hace sentir que el mundo comienza y se reanuda. Para todas, en este día, deseo la conciencia de la gracia de vivir es a plenitud.
No solo para María de Nazaret llegó la culminación de los tiempos con el nacimiento de su Hijo, a quien dio el nombre de Jesús, que quiere decir el Salvador. En cada madre que vivió la experiencia del nacimiento, esa plenitud llegó.
Por eso es urgente recuperar el discurso de la maternidad, algo oscurecido por otros discursos que predominan en la modernidad y en la secularización. Si la maternidad no vuelve a encontrar su ciudadanía plena en la vida humana de hoy, es de temer que caminemos hacia una peligrosa decadencia sin esperanza de retorno. Que se homenajee a las madres. No olvidando, sin embargo, que ya han recibido el mayor regalo. Obsequio que es gracia recibida, llamada a convertirse en donación permanente. Ser humano y mortal y al mismo tiempo morada de la vida. Portadora del deseo del amor que es fértil y que se reproduce. Ser frágil y perecedero, pero que lleva en sí el secreto de la vida que no muere porque sigue sucediendo para siempre y continuamente. Feliz Día de las Madres para todas.
Nota:
1 La autora es teóloga y docente en el Departamento de Teología de la Universidad Católica de Río de Janeiro. Este trabajo lo hemos tomado de la revista argentina Criterio, octubre de 2018, pp. 52-53.