La obsesión laica por un nuevo Apocalipsis

Querido Carlo Maria Martini:

Confío en que no me consi dere irrespetuoso si me dirijo a usted llamándole por su nombre y apellidos, y sin referencia a los há bitos que viste. Entiéndalo como un acto de ho menaje y de prudencia. De homenaje, porque siem pre me ha llamado la atención el modo en el que los franceses, cuando entrevistan a un escritor, a un artista o a una personalidad política, evitan usar apelativos reductivos, como profesor, emi nencia o ministro, a diferencia de lo que hacemos en Italia. Hay personas cuyo capital intelectual les viene dado por el nombre con el que firman las propias ideas. De este modo, cuando los france ses se dirigen a alguien cuyo mayor título es el pro pio nombre, lo hacen así: “Dites-moi, Jacques Maritain”, “dites-moi, Claude Lévi-Strauss”. Es el reconocimiento de una autoridad que seguiría sien do tal aunque el sujeto no hubiera llegado a em bajador o a académico de Francia. Si yo tuviera que dirigirme a San Agustín (y confío en que tampo co esta vez me considere irreverente por exceso) no le llamaría “Señor obispo de Hipona” (porque otros después de él han sido obispos de esa ciudad), sino “Agustín de Tagasta”.