La oposición es necesaria

Uno de los primeros actos que realizan las dictaduras al adueñarse del poder es suprimir la oposición. Esa supresión constituye una de las señales más evidentes para poder descubrir si determinado gobierno es o no dictatorial, en los casos muy frecuentes en los países hispanoamericanos en que el dictador no tiene el valor de confesar que lo es y se esfuerza vanamente en negar el carácter dictatorial de su gobierno. Las dictaduras necesitan forzosamente suprimir la oposición.

Primero, para hacer creer que todo el país apoya al dictador, que está de acuerdo con él y no desea que abandone el poder ni se cambie de régimen; y esto sólo puede lograrse ahogando toda crítica e impidiendo que la opinión pública se manifieste. Segundo, para tener el dictador y su camarilla manos libres a fin de realizar sin trabas de ninguna clase cuantas arbitrariedades, atropellos y abusos tengan por conveniente, así como para disponer a su antojo y capricho de los fondos públicos, ya para embolsárselos más o menos abierta o hipócritamente, ya para malbaratarlos en fastuosas obras materiales con que han de pretender comouflagear su despotismo, sus errores, su incapacidad y su desgobierno; y esas manos libres sólo puede tenerlas el tirano suprimiendo la oposición, porque es la única manera de evitar que se levanten protestas contra las injusticias, se desenmascare la mentira y la hipocresía, se manifieste la crítica, existan rebeldías y estalle la carcajada de burla y desprecio para el dictador y su coro de eunucos y afeminados.

Los procedimientos que las dictaduras emplean para exterminar la oposición e impedir que surja de nuevo, son varios, según el sistema de cada dictador. Algunos, los que dan la cara, como el que padece Italia o el que soportó España, prohíben la oposición oficialmente. Siquiera con este método no hay engaño ni hipocresía y se afrontan las responsabilidades. Otros dictadores, los vergonzantes, la suprimen mediante procedimientos tortuosos y amañados, pero declarando que existe, y si no se manifiesta de manera amplia, como en otros tiempos, es por la libre voluntad de partidos, políticos y publicaciones, convencidos todos de la admirable y ejemplar obra gubernativa.

Se compra y soborna a los leaders y eminencias de los partidos oposicionistas, ya mediante el apoyo gubernamental para continuar indefinidamente y a espaldas de la voluntad popular en sus puestos de carácter electivo, ya encasillándolos en cargos en los ministerios o secretarías del Ejecutivo, en la carrera diplomática o consular, ya favoreciéndolos con jugosas entregas mensuales provenientes de algunos de esos fondos secretos o disimulados de que suelen disponer los dictadores para cubrir estos bajos menesteres, ya regalándoles productivas concesiones, monopolios, subastas, etc., etc. Procedimientos análogos se utilizan con los directores de periódicos y periodistas. Este sistema de la compra y el soborno da admirables resultados y se desenvuelve sin dificultades ni tropiezos. El único peligro que ofrece es que sean tantos los oposicionistas identificados con el gobierno, que no alcancen los puestos ni la plata para todos.

Pero suele haber oposicionistas insobornables, irreductibles, tanto en la política como en el periodismo. Con estos irreductibles se utilizan el amedrentamiento, la violencia, la orden de dar un paseo al extranjero, la amenaza de cerrar el periódico o la clausura de éste, los obstáculos o ataques al negocio de que viva el oposicionista, abrumándolo con inspecciones, multas, etc., u obligando a amigos del gobierno a que le nieguen toda ayuda y cooperación. Si se trata de un partido político se buscarán las más fantásticas triquiñuelerías para impedir o anular toda acción oposicionista, modificando las leyes, dictando disposiciones arbitrarias, utilizando la fuerza pública, etc., etc.

Si los oposicionistas a los que no se pueden reducir son elementos obreros, los procedimientos que contra ellos utilizan hoy en día los dictadores para anularlos, son más drásticos: el palo, la cárcel, la expulsión, la desaparición, la disolución de sociedades y gremios, la clausura de periódicos. Se argüirá siempre para justificar estas barbaridades, el mantenimiento del orden público. El respeto al principio de autoridad, la acusación de rojos, comunistas, anarquistas, bolcheviques, de estar en inteligencia con Rusia, de preparar huelgas, atentados, motines, ¡la debacle! Esta necesidad de mantener el orden público, es uno de los pretextos que las dictaduras utilizan como fundamento de la represión oposicionista. Alegan además —el dictador y los oposicionistas colaboradores, adictos o cooperadores del gobierno— la conveniencia de que el país no sea agitado por las luchas políticas, porque estas perturban la marcha de los negocios, el desenvolvimiento del comercio, la industria, la agricultura; lo costosos que son los movimientos políticos tales como organizaciones y reorganizaciones de partidos, campañas electorales, elecciones.

Se predica la necesidad de que el país experimente descanso político, tranquilidad, cura del reposo, de que reine en todo el territorio nacional una paz lo más semejante posible a la que reinaba en el Paraíso antes del escándalo social de la manzana, o la que existía en el Cielo, hasta que surgieron los hombres providenciales y las camarillas de serviles aduladores los quisieron colocar no ya a la diestra del Padre, sino en el mismo trono del Todopoderoso con la palomita del Espíritu Santo a los pies, no sobre la cabeza. Se predican la paz, la unión y la concordia entre todos los ciudadanos, para cooperar a la grandiosa obra que el gobierno realiza de reconstrucción, regeneración y engrandecimiento nacionales.

Todo eso se invoca para defender la necesidad de esa cura del reposo, y de que esa quietud política no sea perturbada por campañas oposicionistas, nocivas al país, a su tranquilidad, a su crédito en el extranjero. Y a los que no están de acuerdo con esa quietud se les anatematiza, si son obreros con el calificativo de comunistas, si son políticos, con el de malos patriotas, si son periodistas, con el de eternos inconformes que solo buscan reclamo y popularidad. Seamos sinceros y francos y no nos ciegue la pasión. Están en lo justo el dictador y su camarilla de palaciegos, eunucos y afeminados y oposicionistas incondicionales, en la necesidad de suprimir e impedir la oposición para que se disfrute de reposo, quietud, orden, paz, concordia. Lo confesamos. Pero, permítasenos sólo una pequeña aclaración.

No es el país el que necesita que desaparezca la oposición, que exista ese reposo, quietud, etc. A los que les hacen falta es… al dictador y su camarilla y a los oposicionistas gubernamentales, y los necesitan para poder vivir, como viven, sabrosamente, a costa del Estado, repartiéndose, entre unos cuantos, puestos, prebendas, concesiones, monopolios, explotando al pueblo, engañándolo, atropellándolo. ¡Es natural! Como a esos señores les va muy bien no quieren que las cosas cambien. ¡Ellos son los que necesitan reposo y quietud! A ellos es a los que les perjudicaría la existencia de oposición, porque si hubiera oposición ellos serian desalojados inmediatamente de sus productivas posiciones.

Emilio Roig

Emilio Roig de Leuchsenring

La oposición los barrería, porque sólo se mantienen en sus puestos por la arbitrariedad y la fuerza, no por la voluntad ni simpatías populares. Los pueblos no necesitan ese reposo sino para ser explotados y tiranizados. Necesitan, sí, como los individuos, vida, cambio de ideas y de impresiones, lucha de opiniones, el que los problemas y necesidades públicos sean planteados a la luz del día y debatidos a fin de que del choque de opiniones salga lo conveniente para el país. Necesitan los pueblos, la oposición, no circunscrita a un solo partido, sino repartida en todas las tendencias que surjan. Oposición, para que los gobernantes no violen impunemente la Constitución y las leyes. Oposición, para que desaparezca el continuismo, engendrador de oligarquías despóticas y dictaduras. Oposición, para que unos cuantos no usufructúen los puestos públicos y no dispongan libremente del tesoro público. Oposición, para acabar con monopolios y explotaciones.

Oposición, para impedir que se atropelle al hombre y al ciudadano, negándole e impidiéndole el libre ejercicio de sus derechos como hombre y como ciudadano. Oposición, para que el país prospere y se engrandezca, y sea patria de decoro, con todos y para el bien de todos, no feudo miserable de unos cuantos aprovechados que viven regalada y sabrosamente, mientras la mayoría es rebaño de esclavos, parias en su propia patria, con hambre y sed material y hambre y sed de justicia.

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Emilio Roig de Leuchsenring (La Habana, 1889 – Ídem, 1964). Historiador y periodista. Graduado de Doctor en Derecho en la Universidad de La Habana. Formó parte del Grupo Minorista, fue subdirector de la revista Carteles y oficialmente fue nombrado Historiador de la Ciudad de La Habana. Presidió el Instituto de Intercambio Cultural Cubano-Soviético, fue miembro de la dirección del Frente Nacional Antifascista y vicepresidente de la Asociación Nacional contra las Discriminaciones Raciales. Después de 1959 integró el Consejo Asesor del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Cuba. Entre sus obras se encuentran La lucha cubana contra la Enmienda Platt, la intervención y el imperialismo yanqui (1937), Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos (1950), Martí, antimperialista (1953), Los Estados Unidos contra Cuba libre (1959). El presente artículo vio la luz en la revista Carteles Año xv Nro. 17, La Habana, 27 de abril de 1930, páginas 34 y 46, en momentos en que entraba en su fase final la dictadura de Gerardo Machado