La pena de muerte

Cuando un sacerdote lleva muchos años sirviendo al pueblo de Dios en la cura de almas, se da cuenta de lo complejo que somos los seres humanos. Por su relación con tantas personas en el trato diario, dentro y fuera de la comunidad eclesial, pero, sobre todo, en el ejercicio del sacramento de la reconciliación o de la confesión, como se le conoce. Es verdaderamente una bendición de Dios contar con este sacramento para uno mismo y para con todos los que se acercan a nosotros buscando perdón, consuelo, compresión o un simple consejo. Todos queremos sentirnos justifi cados, o sea, perdonados, aun cuando aceptamos que hemos pecado. El sentido de justifi cación hacia nuestra persona conlleva que aunque se reconozca que hice mal, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer?