Llegaba la medianoche del viernes 11 de marzo de 1949 cuando un grupo animoso de marineros norteamericanos pertenecientes a la tripulación de los barcos de guerra atracados en el puerto habanero irrumpió en el Parque Central, se acercó sin pérdida de tiempo a la estatua del Apóstol y tres de ellos comenzaron a escalarla.
Ante los ojos estupefactos de los ancianos que acostumbraban sentarse allí a conversar y de los que ya a esa hora se retiraban de los cines y de los cafés, uno de los uniformados, con agilidad de felino, ascendió hasta lo más alto del monumento y comenzó a hacer piruetas mientras era retratado y, también, cubierto de insultos por los ciudadanos que comenzaron a reaccionar, indignados.