La subjetividad afectada

Este trabajo obtuvo mención en el Concurso de Ensayo Breve de Espacio Laical 2017 en la categoría Ciencias Sociales

La corrupción y el crimen organizado se oponen a la fraternidad.
PaPa Francisco

La sombra es buena para el crimen.
A los que quieren ser criminales en la sombra salgámosles
al paso para que no se valgan de nosotros.
José Martí

 

Uno de los problemas más graves que Cuba presenta y está urgida de resolver para salir exitosa en el empeño por actualizar su modelo económico, está en la insuficiente articulación y coherencia de las formas de organización social, política, legal, económica. «Pero estamos muy lejos de la conversión de» tales «formas», «en un todo coherente que marche hacia la profundización del socialismo y avance hacia la eficiencia económica y el bienestar generalizado».1

Cuando la articulación y coherencia están ausentes de las normativas, regulaciones y disposiciones establecidas, de manera que funcionen como un todo sistémico, el sujeto social tiende a perder violenta o gradualmente —ello dependerá de las circunstancias y el escenario donde actúe—, los parámetros reguladores y autorreguladores. Cuando esto último sucede, las reacciones del individuo pueden ser diversas, hasta esquizofrénicas, las cuales, de acuerdo a su magnitud, podrían generar un efecto multiplicador muy negativo.

Analícese el trasfondo de muchas de las reiteradas quejas y denuncias que la población dirige a los medios de difusión masiva para plantear asuntos tan diversos como las violaciones de la legalidad —dígase aquellas relacionadas con la especulación, el acaparamiento, la corrupción y otros rasgos del mercado negro—, y nos percataremos de la falta de coherencia e integralidad de las referidas formas de organización concebidas por las instituciones del país para prevenir que tales hechos ocurran.

Cuando los canales encargados de que se cumpla lo dispuesto no actúan de manera sistémica, la posibilidad de que se quebrante el orden establecido se hace mayor. Ante esa situación los ciudadanos tienden a reaccionar negativamente, máxime si resultan afectados por tales violaciones. No sería extraño entonces que entre estos últimos se genere una crisis de credibilidad con respecto a las instituciones de la Revolución.

El sujeto social siempre espera que la ley constituya un igualador entre todos los ciudadanos. En la práctica no ha sido difícil encontrar individuos violadores de la legalidad, devenidos en verdaderos «hombres-corchos». Los derechos del consumidor se quebrantan y quienes les «multan» en el peso o en el precio del producto la mayoría de las veces permanecen intocables detrás del mostrador. Un director de empresa viola consuetudinariamente lo establecido en cuanto a los contratos; los cobros y pagos entre entidades; no rinde cuenta de su gestión ante el colectivo laboral sobre el comportamiento del plan de la economía y el presupuesto. Y, sin embargo, «no pasa nada», según los propios trabajadores de la entidad.

Toda esta falta de coherencia y de articulación en las formas de organización definidas para garantizar el funcionamiento adecuado de la sociedad ha fomentado entre determinados segmentos poblacionales una conducta transgresora del orden establecido, la cual se manifiesta en una actitud utilitaria, agiotista y prevaricativa con respecto a la llamada propiedad social, en lo que constituye una clara expresión de que la subjetividad está afectada, entre otras razones, porque «se hiperbolizó lo social, y se olvidó de que lo social solo existe mediante lo individual».2 De ahí que «los cambios cualitativos necesarios en las relaciones de propiedad deben pasar por la relación entre la sociedad y el individuo refractados en la subjetividad como elemento activo en el sistema de la propiedad».

» Un doble país

La subjetividad del cubano se ha visto afectada porque en no pocos asuntos tenemos un doble país, que ha llevado al sujeto social a moverse en esa bifurcación, con sus visibles y dañinos efectos. Existe una doble moneda y una doble moral. En los medios de difusión masiva la propaganda político-ideológica tiende a ser solo un reflejo del país que se ve, silenciando en ocasiones el que no se ve. Por momentos el discurso político refleja la Cuba ideal y no aborda la Cuba real. En el terreno de la cultura —aunque todo lo abordado antes tiene mucho que ver con la problemática cultural—, se advierte cierta tendencia a concebir propuestas elitistas y otras de cuestionable calidad, y ambas se difunden sin que medie un análisis valorativo para encauzar el gusto de los públicos. Esto último ocurre a contrapelo de la política oficial establecida para esta esfera. No por gusto un importante intelectual cubano, al ser galardonado por la organización de los jóvenes escritores y artistas, como reconocimiento a su magisterio en el ámbito creativo, acotó: «Es imperioso que los jóvenes no permitan que llegue a haber dos Cubas en la cultura».3 Suele ocurrir que el día a día del ciudadano transcurre entre la economía formal y la economía sumergida.

» Las incoherencias hacen mucho daño La falta de articulación y coherencia, así como la ausencia de un enfoque integral y sistémico para enfrentar estos complejos asuntos han llevado al país a actuar sobre las coyunturas, ofreciendo de ese modo una vía expedita al oportunismo, donde suelen solaparse tendencias negativas —como la corrupción—, contrarias al sistema de valores que la sociedad preconiza y que tuercen con sus turbulencias —a veces bien violentas— las relaciones de distribución socialistas, creándose «dos pedagogías invisibles, y eso provoca incoherencias dentro de la conciencia social, que pueden conducir al debilitamiento del sistema. Eso fue lo que pasó en el campo socialista europeo: fue surgiendo un mecanismo de privatización sumergida de la propiedad social que se extendió y llegó a crear poderes paralelos».4 Una dicotomía en extremo peligrosa en todos los órdenes, tanto en el plano individual como colectivo.

Como consecuencia de esa dualidad en la personalidad del individuo, el concepto de lucha se ha visto degradado, y por imperio de las circunstancias, dígase sobrevivencia, supervivencia o subsistencia, una legión de «luchadores» se mueve, entra y sale, diariamente, de una forma u otra, en los circuitos de la Economía Formal y la Economía Subterránea, entre las cuales se ha establecido una simbiosis, con sus propias peculiaridades.

Históricamente, el pollo, la carne de res y otros productos que se vendían en las carnicerías estatales, de forma liberada, eran el fruto de transacciones y hechos vinculados al mercado negro. Esto último cobró particular fuerza en la década de los 80 del siglo xx, cuando la vida del cubano se hacía menos precaria, contrastantemente. Dichas turbulencias han tenido un impacto indiscutible en la subjetividad de las personas, que vieron cómo en la economía en la sombra, a través de estrechos vínculos con las dependencias estatales, era posible amasar fortuna de forma rápida y segura, y sin mucho riesgo. Durante largos años primó en la sociedad, en el orden individual y colectivo, la actitud del avestruz, de esconder la cabeza en la tierra, para soslayar tales realidades, para poner a salvo no pocos intereses creados por medio de la economía invertida.

Lamentablemente, se ha introducido en ciertos segmentos poblacionales una suerte de moral delictiva, tendente a justificar bajo el apelativo de «luchador» o «luchadora» las transacciones más insospechadas. Expresiones como esta se han hecho recurrentes: «El carnicero que me tumba la onza de carne, esa es su lucha; prefiero eso que el de la jinetera. Todo el mundo te tumba una onza en esta sociedad. La jinetera trasmite enfermedades sexuales».5 Opiniones
como la siguiente amenazan con devenir en regla: «Una persona que se lleva de una fábrica una cosita, yo no la denunciaría. Por ejemplo, un par de jabones para venderlos. ¿Tú sabes lo que cuesta un jabón en la shopping y cuánto gana ese hombre? 148 pesos. Con eso no se puede bañar». Tales criterios constituyen una alerta roja acerca de cómo transcurre la vida y la subjetividad ciudadana en la Cuba profunda.

La corrosión de valores esenciales y universales ha penetrado hasta el tuétano de los huesos —y lo peor, en la mente— de una cifra considerable de personas, quienes observan impasibles, como algo muy normal, que la prensa diaria que llega a los estanquillos de periódicos y revistas tome el rumbo de la especulación, porque el empleado del kiosco «se está buscando algo; tiene que defenderse», como suele escucharse en las colas, durante la espera de dichas publicaciones.

Ese espíritu y concepción de «búsqueda» a cualquier costo y a toda costa, se introdujo en varios sectores y ramas de la economía nacional y se estableció una verdadera cultura del «pillo triunfador». De ahí que el comercio y la gastronomía han devenido en una actividad laboral muy cotizada en todos los órdenes, hasta el punto que una plaza de empleado en dicho sector llegó a cotizarse en el mercado negro en alrededor de 2 000 y 2 500 pesos en moneda nacional, compra que después se «dolarizó». Así ocurrió en los años 1993 y 1994, los más críticos del llamado Período Especial que vivió la Isla tras el derrumbe de la Unión Soviética y los países de Europa del Este.

» Causas y antecedentes

Pero como todo fenómeno negativo tiene sus causas y antecedentes, trataremos de profundizar en estos últimos. En los albores de la década de los 80 del pasado siglo, previo al «proceso de rectificación de errores y tendencias negativas» en el propio sector del comercio y la gastronomía se advirtió una de estas tendencias: «cuadros profesionales encubiertos, es decir, la gente que actúa como cuadros profesionales pagados por la administración y no aparecen emplantillados como profesionales».6 Las cifras llegaron a ser alarmantes en algunos sindicatos. Esa «profesionalización fraudulenta» genera un clima pernicioso, favorable al soborno y otras formas de corrupción, producto de «las agonías y dificultades materiales» que aquejan también a quienes ejercen esas funciones, muy vinculadas a los trabajadores.

En las citadas condiciones, la labor sindical se vio lastrada por la falta de coherencia en aquellas personas encargadas de ejercer un liderazgo positivo en el seno de los colectivos de trabajadores, lo cual pudo conducir, en el peor de los casos, a una crisis de autoridad y credibilidad. Cuando esto ocurre, la subjetividad del sujeto social se ve afectada en ambos sentidos. En una época más gloriosa de la Revolución, por decirlo de algún modo, como fueron los años 70 y hasta mediados de la década de los 80 del pasado siglo, «había un cierto rechazo de los jóvenes al sector del comercio y la gastronomía», «una subestimación ante la falta de prestigio, de deterioro de la imagen del sector. Por los problemas y las dificultades de orden subjetivo y las objetivas los jóvenes no querían venir a trabajar al sector». Ello generó «un envejecimiento relativo de la fuerza de trabajo».

Cabría preguntarse: ¿por qué aquella negativa de entonces se convirtió en un interés inusitado desde los años 90 hasta la actualidad? A esta altura del análisis no sería ocioso recordar lo que expresó uno de los participantes en un panel convocado por la revista Temas para debatir acerca de la existencia de una cultura de los servicios en Cuba:

Creo que el sector de los servicios debe cambiar; tiene que haber una política de distribución de la riqueza que favorezca a las personas que les gusta ser exquisitas en su trabajo… Pero si la estructura de esa actividad o de ese frente no las acompaña; y si, además, los mecanismos de motivación, no son coherentes, lo que hacen es acomodarse, dejarse llevar por la corriente. Al propio tiempo, qué paradoja: ¿Por qué tanta avidez en los alumnos de noveno grado por estudiar en los institutos tecnológicos de gastronomía? ¿Por qué los muchachos quieren ser gastronómicos? ¿Por qué mucha gente está buscando un filón para entrar en ese mundo? Es un fenómeno digno de estudiarse.7

A propósito de esta última consideración, resulta revelador lo expresado por el director de la Unión de Empresas de Comercio y Gastronomía en La Habana durante un análisis sobre los servicios gastronómicos efectuado en diciembre de 2011, en el seno de la comisión correspondiente de la Asamblea Provincial del Poder Popular, que tenía entonces en su agenda el debate de este tema. El citado directivo comentó que «los adiestrados no van a cobrar el estipendio, lo cual es doloroso, porque la “búsqueda” es mucho mayor». Sin dudas esta revelación ratifica algo que ya se advertía, que el nocivo germen de asaltar el «botín social», práctica bastante extendida en otros sectores de la sociedad cubana, se ha instalado en la subjetividad de una parte de los jóvenes que se preparan para ingresar como trabajadores en ese sector.

La referida Unión de Empresas de Comercio y Gastronomía en la capital cerró el año 2011 con un total de 3 041 técnicos medios en adiestramiento laboral, graduados de las diferentes especialidades afines a las actividades que se desarrollan en el gremio. El 45 por ciento de ellos se desempeñan en dependencias gastronómicas. La Habana contaba entonces con alrededor de 1 250 de esas unidades y se tenía en cartera el paso en una primera etapa de unas 316 a un nuevo modelo de gestión no estatal, como parte de la aplicación de la política económico-social aprobada en el Sexto Congreso del Partido.

La introducción de mercancías en la red gastronómica, algo que también está presente en la comercial, devino un hábito y tendencia incontrolables para las propias autoridades del sector, «porque hay que vivir», alegan, con particular desenfado, algunos de los beneficiados con estas prácticas cuando han sido interpelados al respecto. El salario medio pagado en el sector gastronómico capitalino al cierre del año 2011 ascendió a 328 pesos. En la propia etapa, de los 46 974 trabajadores incluidos en los sistemas de pago por resultados —se incluyen también los de comercio— fueron beneficiados el 34,3 por ciento, con un promedio de pago de más de 133 pesos. En ambos casos se trata de indicadores muy bajos.

Los incentivos monetarios al mejor desempeño y otras formas de estimulación, junto a la aplicación de sistemas de trabajo autogestionarios, pudieran contribuir a cambiar la imagen del sector gastronómico estatal, a mediano y largo plazo, y sobre todo a que se produzca una evolución positiva en la subjetividad afectada, que lastra la vida económico-financiera, social y hasta política, tanto en lo interno como en lo externo de ese gremio. Aunque expertos consideran que cualquier monopolio, público o privado, se presta a la ocurrencia de corrupción. Como también estiman que la introducción de la competencia en la prestación de servicios, a través de unidades públicas o privadas, diluye las posibilidades de corrupción.

» Asalto al «botín social»

Esa persistente tendencia a buscar fortuna a través del asalto al «botín social», estableciendo no pocas veces redes especulativas y de acaparamiento bien articuladas entre las dependencias gastronómicas y otros tentáculos de la economía sumergida, nos lleva a compartir las siguientes consideraciones: «el mercado negro y la corrupción —y en especial la de los individuos que sitúan dentro de las redes informales— se ceban en el deterioro de las condiciones de ingresos de los trabajadores, devolviéndoles más deterioro material y moral».8

Esta simbiosis —término al cual me he referido en otro momento— entre quienes prestan servicios en las unidades gastronómicas y los conductos que actúan desde la sombra, se produce en cifras insospechadas, a pesar de las excesivas regulaciones existentes. No obstante esto último, se advierte una extendida falta de autorregulación en el sujeto social, acentuada por el insuficiente funcionamiento de dichas regulaciones y por la incoherencia que se advierte en las formas de organización de la sociedad. Preguntémonos: ¿por qué se violentan consuetudinariamente los derechos del consumidor para «multarlo» en el precio o en el peso de los productos?

Sin ánimo de justificar tales conductas agiotistas, ello suele ocurrir porque no siempre se toma en cuenta que «un proyecto socialista, la valoración del trabajo mediante la ampliación de posibilidades de acceso a bienes y servicios, es una cuestión estratégica. Toca a la esencia misma del sistema. Su empobrecimiento, por el contrario, corrompe la base social que lo sostiene».

La persistente disposición de asalto al «botín social», que también toca, de forma creciente, a un número indeterminado de jóvenes empleados gastronómicos, incluso con formación académica, pudiera vincularse al hecho, por ejemplo, de que al cierre del año 2011 en La Habana fue preciso remover a alrededor de 566 administradores de unidades, dado que algunos de ellos habían sido sancionados a penas de hasta 15 y 8 años de privación de libertad por delitos de hurto, robo con fuerza y malversación.

Resulta difícil pensar que individuos con tales antecedentes penales —y no se trata de negar el derecho de rectificación de las personas y su posibilidad de mejoramiento humano—, estén interesados en fomentar un clima de control en las dependencias a ellos asignadas. ¿Cómo llegaron a dicha responsabilidad? La respuesta no constituye un enigma difícil de dilucidar. Los propios tentáculos y las transacciones del mercado negro les permitieron llegar hasta allí para cebar sus insaciables apetitos en la llamada propiedad social, a la sombra del Estado. Incluso, algunos de ellos han asumido la repudiable actitud de demostrar que este último resulta incapaz de resolver los graves problemas de eficiencia y de descontrol existentes en la red gastronómica estatal, en momentos en que el país está inmerso en la actualización de su modelo económico. Una tendencia negativa que debe ser observada con sumo detenimiento, pues «detrás de estos fenómenos aparentemente simples, se esconden procesos y situaciones realmente desintegradoras».

» La ley como igualador

Esta ley genera a diario una catarata de opiniones e inquietudes en el seno de los más diversos estamentos de la sociedad cubana, porque el hecho de «que las autoridades violen el ordenamiento jurídico estimula la desobediencia generalizada a las leyes por parte de los ciudadanos».9 Eso ocurre allí donde la ley no resulta un igualador entre todos los sujetos sociales, sin excepción. Quizás no sea este un criterio compartido por muchos, pero también es cierto que está en la subjetividad de no pocas personas cuando miran hacia el interior de la Isla, lo cual resulta inquietante, porque «la impunidad hace al delincuente». Algo que no se puede dejar de tener en cuenta es que quienes mueven los resortes del mercado negro conocen a la perfección las fisuras de la ley. De ahí que «los corruptos saben muy bien hasta dónde pueden ser beneficiados o perjudicados».

La llamada «actualización del modelo económico cubano» quizás tiene ante sí el mayor de sus retos, trabajar con la persistencia y la precisión del orfebre, sobre las causas —no sobre los efectos—, que han generado los sólidos eslabones de la ya extendida cadena de incoherencias existentes en no pocos aspectos de nuestra vida cotidiana, detrás de la cual está la burocracia enquistada. De ahí que se haya instalado en la subjetividad ciudadana: «la creencia, entronizada con fuerza en el imaginario popular, de que las soluciones solo se darán de contrabando, atendiendo a que en ocasiones no hay soluciones a derechas o libres de soborno».10

La doble moral, «delicado problema político-ideológico arraigado en la subjetividad»11 hace que el sujeto social asuma «los roles de víctimas o de cómplices»12 desde el más absoluto silencio, abulia y desidia. Ello hace que el ciudadano aparentemente esté dispuesto a escuchar los pormenores de esta compleja problemática, pero no a participar en una reflexión colectiva sobre el tema, desde la individualidad. ¿Cómo lograrlo? ¿Cómo revertir esta inquietante situación?

Las respuestas a estas últimas interrogantes se hacen harto difícil cuando advertimos que «no es este un problema concentrado en un blanco definido, al cual podamos hacerle fuego desde una sola dirección». Este delicado asunto solo podrá tener una posible solución a través de una activa participación de la ciudadanía y de las instituciones, «ventilando públicamente cuáles son las manifestaciones» de estas tendencias negativas, lo cual se impone hacer «con análisis y precauciones de rigor». De lo que se trata es de crear mecanismos y canales que permitan una mayor participación ciudadana en el manejo de la administración pública, los cuales ofrecerán una gran oportunidad, si se utilizan apropiadamente.

Pero esto último igual resultaría insuficiente. «También es clave que una cultura de denuncia, de exigir multa por errores, de pedir se cumpla lo que está estipulado, florezca y se acreciente como estilo ciudadano. Solo así habrá un real contrapeso frente a la sensación de impunidad», de incoherencia y desarticulación que el ciudadano advierte en las formas de organización concebidas por la sociedad cuando acude por una u otra razón a las instituciones públicas, lo cual ha reforzado patrones, conductas y actitudes bien distantes hoy del sistema de valores que se preconiza.

En medio de esta dicotomía crecen las más jóvenes generaciones, cuya subjetividad no escapa a esta inquietante problemática, la cual es tan solo la punta de un bloque de hielo, flotando a la deriva en el mar y poniendo en peligro cuestiones esenciales para la nación. Ante un panorama que no se puede desconocer y que tampoco permite espera, «urge cultivar la ética como orientadora del comportamiento» y «desarrollar en los niños y jóvenes la autoestima de ser honesto y de preservar el patrimonio público.»

A propósito de esto último, en los albores del primer lustro de la década de los 90 del pasado siglo, una importante publicación cubana y de Iberoamérica adelantaba la siguiente inquietud, cuando esbozaba algunos pormenores de la investigación emprendida por el autor de este ensayo sobre el mercado negro en Cuba:

Quiénes y cómo serán los gobernantes del 2010 o 2020 si nuestros niños crecen inmersos en situaciones tan contradictorias, donde una cosa les dicen en la familia o en la escuela y ese discurso se bifurca en su contrario cuando ven el trapicheo u observan bienestares provenientes del Mercado Negro y de otras conductas impropias.13

» La subjetividad ciudadana

A propósito de las acciones dirigidas a fomentar una cultura de civismo y ética entre quienes constituyen el futuro de una nación, el destacado intelectual brasileño Frei Betto, teólogo de reconocido prestigio aboga por «poner en práctica medidas educacionales y de transparencia, a fin de contener la corrupción»,14 al tiempo que plantea que «las familias y las escuelas necesitan inculcar en los más jóvenes el horror a la falta de ética y la autoestima basada en el carácter».

Si se aspira a tener éxito en la lucha contra la corrupción y las prácticas agiotistas y especulativas  por parte de los ciudadanos, es necesario e imprescindible tener en cuenta a todos los grupos sociales, sin excepción, porque ninguno está ajeno a esas tendencias negativas, dado que «cada sujeto (individual o colectivo) crea su propia escala subjetiva de valores, distinta de los demás. Esta subjetivación de valores se realiza a través de complicados procesos de valoración que permiten al sujeto enjuiciar la realidad desde el ángulo de sus necesidades, intereses, ideales, aspiraciones, gustos».15

Los «reguladores internos de la actividad humana» dependen en buena medida de la coincidencia de los intereses individuales con los de la sociedad, algo a tener muy en cuenta en las condiciones de Cuba, donde no resulta difícil percatarse de la existencia de situaciones incoherentes y desarticuladoras, con un visible impacto negativo en la subjetividad.

Sin embargo, no siempre se toma en cuenta en la conformación de la subjetividad ciudadana la «dependencia de las influencias educativas y culturales que ese sujeto recibe y de las normas y principios que prevalecen en la sociedad en que vive y que funcionan muchas veces como prejuicios o estereotipos valorativos asumidos acríticamente por diferentes sujetos».

Para que la evolución de la subjetividad del individuo marche hacia una escala superior de valores y resulte coincidente con el sistema de patrones que la sociedad preconiza, no ha de perderse de vista que «para que ciertos valores se instituyan a través del poder, antes tienen que existir como aspiración, como ideal, como valores deseados, es decir, subjetivamente».

En ese largo y complejo camino, no exento de contradicciones, dirigido a desentrañar las causas reales de la subjetividad afectada, cuyos efectos se hacen cada vez más visibles, es preciso considerar que «es cierto que los valores instituidos adquieren tal fuerza que en ocasiones tienden a aplastar las subjetividades alternativas y dan la impresión de ser la realidad última, la verdad misma». Tampoco puede desconocerse que «una cosa es la forma en que se presentan y funcionan los valores instituidos y otra cosa es lo que son en realidad», consideración en extremo valiosa para no caer en el recurrente error de confundir el país ideal con el real o el que se ve con el que no se ve.

Las contradicciones que suelen darse entre los diferentes sujetos y segmentos sociales, quienes poseen «múltiples apreciaciones subjetivas de los valores», ponen en primer plano la necesidad de que exista tolerancia, lo cual «está lejos de ocurrir siempre», porque «muchas veces entre los diversos sistemas subjetivos existe una relación real de incompatibilidad, que se pone de manifiesto sobre todo en sus expresiones práctico-conductuales: la puesta en acción de un determinado sistema subjetivo de valores impide u obstaculiza la realización práctica de los criterios valorativos de otros sujetos».

A propósito de lo antes expresado, hay que decir que «esta relación de incompatibilidad genera actitudes y conductas contrapuestas, así como choques entre los sujetos portadores de diferentes interpretaciones subjetivas». No hay que perder de vista que «el despliegue incontrolado de todas estas tendencias valorativas existentes en la sociedad provocaría una total anarquía social y una especie de estado de guerra permanente, sobre todo en los casos en que los objetos de diferentes apreciaciones valorativas constituyen objetos públicos, es decir, objetos cuya significación trasciende al individuo o a un determinado grupo social en concreto».

Lo anteriormente descrito explica el porqué «no es de extrañar entonces que los sujetos hagan todo lo posible por extender sus propias valoraciones a todos los demás, sobre todo como medio de legitimar un determinado tipo de praxis social a tono con la interpretación propia de los valores». Si se analiza con profundidad la evolución negativa que se advierte en la subjetividad de un número considerable de ciudadanos en Cuba —del efecto de la crisis de los años 90 del pasado siglo—, pudiéramos percatarnos de la validez de las cuestiones hasta aquí expresadas para abordar los pormenores de una realidad que no debiéramos desconocer. Constituiría un grave error, cuyo pago sería un pesado fardo a cargar por la sociedad en todos los órdenes, obviar esta situación.

» Control popular

Se advierte en la Isla la urgente necesidad de que los canales de participación popular tengan una presencia real y efectiva en los procesos, pues hoy lamentablemente no ocurre así. ¿Dónde está el control popular? Lenin señaló su vital importancia en una breve expresión: «Confiar, pero controlar». El visible incremento de las conductas corruptas y de las ilegalidades pone sobre el tapete la imperiosa necesidad de «aumentar el control de la sociedad sobre la administración pública».16

Ante las condiciones actuales de Cuba y los tiempos precursores que se avistan «no puede postergarse la participación popular en la dirección y el control de todo el proceso, por la necesidad de enfrentar las insuficiencias y los enemigos, porque, precisamente, esa participación y la conciencia revolucionaria son las dos armas más poderosas que tiene el régimen socialista para enfrentar y vencer las insuficiencias y los enemigos. En ella reside la fuerza mayor de la revolución socialista».17

Para que la citada fuerza se haga tangible en la cotidianidad y los ciudadanos sean un ente realmente activo en «el control de todo el proceso», no puede desconocerse que «el papel de los cambios generados por la acción humana en la sociedad y en los individuos mismos es, por tanto, decisivo. Por esto es que el predominio del factor subjetivo es indispensable y decisivo durante todo el proceso de la transición socialista». Pero sería incompleto el accionar de los ciudadanos a partir «del factor subjetivo» si se desconoce el hecho de que «esos procesos deben atravesar todos los niveles de la formación social en transición, al mismo tiempo que se desarrollan en cada uno de ellos».

Muchas de las tendencias negativas que se han introducido en el tejido social, con efectos muy nocivos, tienen su causa en el desconocimiento de que «las normas, los mecanismos de control y su funcionamiento efectivo a escala de todo el país son obligaciones inexcusables para todos, son condición indispensable, y constituyen la garantía del sistema».

Definitivamente hay que dejar atrás el criterio erróneo de que los elementos desclasados, los lumpen y antisociales —la llamada escoria—, son solo individuos de determinados grupos sociales, minoritarios por lo general, sino que esas tipologías sociales pasan por todos los grupos sociales, sin excepción, y que la vigilancia y control de su comportamiento tampoco debe tener exclusiones, para no caer en los errores y las tendencias negativas precedentes.

» Estrategia rectificadora preventiva, sin excepción

La siguiente historia pudiera estar multiplicada «n» veces en cualquier recodo de la sociedad cubana actual, sin reparar si el protagonista reside en una ciudadela o en una propiedad horizontal. En todo caso lo que pudiera variar es el «modus operandi», de acuerdo al pelaje del autor. El hecho ocurrió en plena vía pública en el barrio Cayo Hueso, del municipio capitalino de Centro Habana, cuando comenzaba la segunda década del siglo xxi. Un hombre decía a otro, a viva voz: «Hay que esperar hasta por la tarde, a que la gente venga del “curralo” (trabajo), con lo que se “facharon” (robaron), para “matar la jugada” (hacer el negocio)».

Dicha expresión nos dice qué pudiera estar pasando en el interior de las instituciones públicas del país, de los colectivos laborales y estudiantiles, de la familia, del individuo, con independencia de la filiación política o del grupo social al que pertenezca. No puede perderse de vista que la estrategia rectificadora preventiva pasa por todos los grupos sociales, sin excepción.

Como se conoce, Cuba está empeñada en la llamada «actualización de su modelo económico». En la concreción de ese propósito, ya sea a corto, mediano o largo plazo, tiene un peso fundamental y decisivo la participación de los ciudadanos desde sus diferentes estamentos sociales. La Isla pudiera remontar la situación económica existente; pero si no se avanza a la par en la recuperación de la subjetividad afectada, la transición socialista se verá muy comprometida porque «el mejoramiento económico no conduce mecánicamente a formas superiores de vida social».18

Para recuperar esas zonas de la subjetividad, donde se hacen más visibles los efectos de errores y nocivas prácticas precedentes, es preciso tener en cuenta que «el socialismo como alternativa pasa por la necesidad de un fortalecimiento permanente de la cultura. Ello implica un aumento de la participación política y social de la población, sin la cual la cultura puede convertirse en fuente de importantes contradicciones, que pueden llegar a ser profundamente antagónicas con el desarrollo del sistema, como ocurrió en los países de Europa del Este».

Todos —al menos la mayoría de los cubanos— coincidimos en que «el mejoramiento de los indicadores económicos es una necesidad impostergable para nuestro país». Pero tampoco debemos soslayar que «el socialismo, como proyecto, se define por la calidad que se logre en sus distintos niveles de desempeño humano, tanto individual como en las distintas formas y planos de la subjetividad social». Y para que esto último se materialice y tome cuerpo en el tejido social, «tendrá que ser ante todo, un proceso sociopolítico estimulante del crecimiento permanente de lo humano, donde sus valores se potencien por las regularidades esenciales logradas en cada momento constitutivo del proyecto sociopolítico».

«Aparte de reconocer la necesidad de identificar los perfiles y sustancia de estos serios problemas, todo el mundo se pregunta cómo frenar un fenómeno que compromete el sistema de valores de la sociedad».19 Fidel Castro planteó a las «nuevas generaciones de líderes»: «¿Qué hacer y cómo hacerlo?».20 En ese propio y aleccionador contexto, el líder histórico de la Revolución Cubana interpelaba también a sus jóvenes interlocutores con otras previsoras interrogantes: «¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario? ¿Cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario?».

Dicho esto último, alertaba con absoluta transparencia: «Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes… si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos». El estadista puso así sobre el tapete de lo que constituye el complejo entramado socioeconómico y político cubano, un asunto crucial y decisivo, el cual no puede descuidarse ni por un instante, dado los profundos cambios en curso, mayores aún, de cara al futuro. Me refiero a la consecuente y militante actitud de quienes sucederán en el poder a la generación histórica de la Revolución, ante cualquier posible desvío en el camino.

En aquella memorable intervención de Fidel ante los más jóvenes dirigentes del país, la cual pudiera considerarse su testamento político, dado el alcance y trascendencia de lo expresado en la misma, preguntó: «¿Es solo una cuestión ética?». Y a continuación contestó: «Sí, es primero que todo una cuestión ética; pero además, es una cuestión económica vital».

En aquel discurso, que marcó un antes y un después para la Cuba que entraba en los albores del siglo xxi y que retomó la estrategia rectificadora preventiva emprendida a mediados de los años 80 del segundo milenio, el dirigente denunció vicios, robos, desvíos y otros rasgos del mercado negro. «Pero qué nivel de arraigo tienen determinados vicios», diríamos casi todos a la altura de este análisis —como él expresó entonces—, lo cual nos lleva a señalar de que «se trata de fenómenos ciertamente difíciles de extirpar mientras vivamos esta etapa de carestías; pero acerca de los cuales es imprescindible actuar también desde el punto de vista ideológico si nos interesa preservar valores que apuntalan el patrimonio ético de la nación».21

La llamada «actualización del modelo económico cubano» pasa por restituir las zonas afectadas de la subjetividad ciudadana. De ahí que todos los elementos de juicio expresados hasta aquí, «servirán para conformar un juicio individual y colectivo sobre qué está pasando y qué hacer para menguar la nocividad de estos fenómenos. Analizarlos sin tapujos será útil, al menos, para verbalizarlo como realidad que debe ser transitoria y para inculcar en los jóvenes el sentido de cómo esta doble moral pone en bancarrota la honorabilidad de la sociedad en su conjunto».

» Epílogo

Estamos ante un asunto que reclama una multiplicidad de miradas, sin prejuicios y sin los consabidos temores al qué dirán. No debemos preocuparnos por cuán filosos pudieran ser los análisis sobre un tema que reclama un espacio en la agenda mediática y pública. Tampoco debe quitarnos el sueño hasta dónde llegará el bisturí en la disección de estas crudas realidades, con evidentes síntomas de metástasis en el tejido social.

El colega José Alejandro Rodríguez en sendas ediciones dominicales del diario Juventud Rebelde, correspondientes al 31 de agosto de 2014 y al 16 de abril de 2017, caló hondo en esta inquietante problemática. En el primero de estos comentarios, titulado «Subterránea y peligrosa», plantea que «no aparecen estudios e investigaciones académicas acerca de fenómeno tan lacerante en lo económico y en lo moral, fomento de corrupción, delito económico y de redes malsanas».

En el segundo de estos análisis, «No tan subterránea, y muy peligrosa», el referido columnista señala: «Y a más de dos años y medio de aquel alegato, pudiera reafirmar que el mercado informal, con su resaca distorsionadora, continúa rearticulándose en Cuba con fuerza inusitada. Y sus dinámicas parecieran retar a las de la economía oficial».

Otro profesional de la prensa subraya «que la mala conducta que valida la complicidad con lo mal hecho. He ahí quizás el mayor peligro de una sociedad impregnada por la corrupción».22

Estamos ante un entramado socioeconómico tan contrastante como contradictorio, pues subsisten «modos de complicidad que a menudo involucran en el mecanismo de la “lucha” y “resolver” a personas honradas… víctimas de una red comercial tan “sumergida” como eficiente no le resta ni peso ni significación a tal realidad». Porque a pesar de esto último, «la víctima prefiera seguir siéndolo antes que perder los asideros que esa red le proporciona».

Obviamente, no son pocas las preguntas pendientes aún de respuestas, para desentrañar, hasta donde sea posible, este oscuro panorama de la vida nacional, donde una suerte de hidra de mil cabezas se reproduce o trasmuta, ante los intentos por fragmentar o fracturar sus tentáculos. Mientras tanto, la subjetividad ciudadana sufre una metamorfosis cuyos efectos negativos e imprevisibles tienen una amplia gama de expresiones en la vida del país.

Notas:

1. Martínez Heredia, Fernando Viva voz. La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 2010. p. 140.

2. AA. «La propiedad social en los fundamentos del proceso de dirección en Cuba» En Filosofía y sociedad. La Habana, Cuarta Jornada Científica del Instituto de Filosofía, 2011, p. 112.

3. Palabras de agradecimiento pronunciadas por Fernando Martínez Heredia, durante el acto de entrega del premio Maestro de Juventudes. En Juventud Rebelde, La Habana, 19 de octubre de 2011, p. 6.

4. «La fuerza invisible que modela el mundo. Entrevista a Juan Luis Martín, miembro de Merito de la Academia de Ciencias de Cuba». En Juventud Rebelde, La Habana, 25 de septiembre de 2011, pp. 4-5.

5. Rodríguez Ruiz, Pablo Los marginales de las Alturas del Mirador. Un estudio de caso. La Habana, Fundación Fernando Ortiz, 2011, p. 358.

6.Discurso pronunciado por el compañero Jaime Crombet, miembro del Secretariado del Comité Central del Partido, en la clausura del Tercer Congreso del Sindicato Nacional de Trabajadores del Comercio y la Gastronomía. ( Teatro «Lázaro Peña», 27 de mayo 1989).

7. «Último jueves. Los debates de Temas». La Habana, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2008. Volumen 2, pp. 300-301.

8. Rodríguez Ruiz, Pablo. Ob. Cit., p.

9. Góngora, Santiago «Tres partes y tres fuentes integrantes de la corrupción» Ponencia presentada en el Quinto Encuentro Internacional sobre la Sociedad y sus retos frente a la corrupción, efectuado en noviembre de 2011 en el Palacio de Convenciones de La Habana.

10. Juventud Rebelde. La Habana, 15 de julio de 2012, p. 3.

11. Juventud Rebelde. La Habana, 6 de mayo de 2012, p. 3. 12

12. Juventud Rebelde, La Habana, 15 de Julio de 2012, p. 3.

13. Bohemia, La Habana, 26 de noviembre de 1993, p. 40.

14. Granma, La Habana, 25 de mayo de 2012, p. 9.

15. Fabelo Corzo, José Ramón Los valores y sus desafíos actuales. La Habana, Editorial José Martí, 2011. p. 63.

16. Granma, La Habana, 25 de mayo de 2012, p.9.

17. Martínez Heredia, Fernando Las ideas y la batalla del Che. La Habana, Editorial Ciencias Sociales y Ruth Casa Editorial, 2010, p. 123.

18. González Rey, Fernando «Acerca de lo social y lo subjetivo en el socialismo». En Temas 3. La Habana, julio-septiembre de 1995. p. 101.

19. Bohemia, La Habana, 26 de noviembre de 1993 p.4.

20. Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz por el aniversario 60 de su ingreso a la Universidad de La Habana. Acto efectuado en el Aula Magna el 17 de noviembre de 2005. Tabloide Especial número 11 de Juventud Rebelde. La Habana, 2005, p. 17.

21. Bohemia, La Habana, 26 de noviembre de 1993, pp. 40-41.

22. Toledo Sande, Luis «Detalles en el órgano». En Cuerdas y claves en la Cuba de hoy. La Habana, Ediciones Extramuros, 2014, p. 78.