La primera encíclica que abordó el tema de la comunicación social se debió a Pío IX, y se publicó en 1936 con el título –que algunos consideran ominoso– de Vigilanti cura. Centró su atención en el cine, dirigida como estaba principalmente a los obispos de Estados Unidos, con motivo de la fundación en ese país de Liga de la Decencia, en el cuadragésimo aniversario del nacimiento del cine.
Tales antecedentes, y el hecho de que comience refiriéndose a un «atento cuidado», podría sugerir que su contenido es más receloso que lo que realmente es. Si bien el texto advierte que el cine «debe ser elevado de conformidad con los objetivos de una conciencia cristiana, y salvado de efectos envilecedores y desmoralizadores», también expresa, en su número 23, una apreciación categórica –y sumamente lúcida– del poder extraordinario de este medio audiovisual, y su potencial para la educación y la evangelización por comparación con un discurso verbal abstracto: «Puesto que en realidad el cine es una especie de lección objetiva que, para bien o para mal, educa a la mayoría de las personas con mayor efectividad que el razonamiento abstracto…».