El 20 de diciembre de 2019, NETFLIX comenzó la distribución por streaming de su producción Los dos papas. La película se había estrenado en el festival Telluride, en agosto, con una recepción de público y crítica que algunos consideraron “sorprendentemente positiva”, y antes de su distribución definitiva, en noviembre, se proyectó, con resultados de taquilla modestos, en un número limitado de salas en Estados Unidos.
Durante estas primeras semanas, sin que pueda decirse que causara un enorme revuelo, la cinta sí ha suscitado numerosos comentarios e incluso ha logrado varias nominaciones a importantes galardones, como los Globos de Oro y los premios de la Academia de Hollywood, los famosos premios Oscar.
Espacio Laical quiere contribuir al debate acerca de Los dos papas con estas dos reseñas de diverso signo. Ya para esta fecha la mayoría de los lectores interesados en la película pueden haberla visto, porque una copia más que aceptable circuló en el ubicuo “paquete semanal” y fue proyectada, además, durante el Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano, celebrado en La Habana en este mes de diciembre. Ahora lean, mediten, debatan…
Los dos papas, la película
Por p. Luis García Orso, s.j.
Hay que decir de entrada que estamos ante una película, ante una creación fílmica, no ante un documento histórico. Los dos papas (The Two Popes, 2019) es una película que combina situaciones reales con ficción; y más ficción, pues la mayor parte del film es una conversación imaginaria. Teniendo como protagonistas a dos personajes históricos muy conocidos y actuales, el papa Benedicto XVI y el papa Francisco, dos potentes actores se encargan de representarlos para un guión cinematográfico, no para contar todo sobre su vida. El Ratzinger de Anthony Hopkins es una creación, y el Bergolio de Jonathan Pryce es también una creación, aunque en algo se parezcan a las personas reales, y la película recuerde algunos incidentes verdaderos, unos puntos de la historia (no todos los posibles) que irán dando la secuencia del guión: el cónclave de 2005 con la elección de Benedicto XVI, su renuncia en febrero 2013 y la elección de Francisco, la decisión de Bergolio en 1956 de seguir la vocación sacerdotal, el inicio terrible de la dictadura argentina en 1976.
Grandes y santos personajes históricos han merecido tratamientos cinematográficos, que nunca agotan la personalidad verdadera; que son acercamientos interesantes y respetuosos desde la propia visión del director o del guionista, pero que nunca son copia exacta del personaje; que siempre gustan más o menos al espectador, según su propia visión o imagen del personaje. Por ejemplo, acerca de la vida de Jesucristo, Pasolini hace El Evangelio según san Mateo (de 1964) y Nicholas Ray, Rey de Reyes (de 1961), y sus imágenes de Jesús son muy distintas: austero y seco uno, imponente y muy norteamericano el otro. Como entre los artistas del siglo xvi, es también muy distinto el Jesús de El Greco al de Miguel Ángel. Cada artista transmite su propia imagen; cada persona se sentirá más o menos identificada con esa recreación. ¿Qué imagen de San Francisco de Asís será más fiel al original: la inocente y sencilla de Roberto Rossellini (en su filme de 1950) o la del radical revolucionario de Liliana Cavani (en 1989)? Y ambas versiones están recomendadas por el Vaticano (en su selección de 1995).
Dentro de una historia conocida, la película Los dos papas inventa una posible conversación entre el papa Benedicto y el cardenal Bergolio; una conversación muy personal e íntima, muy honda y creyente, que desembocará en una confesión de ambos. En la primera parte del film, el guión quiere presentar en ellos dos visiones de la Iglesia: el énfasis en la tradición, el orden y las verdades cristianas, por una parte, y la propuesta del cambio, la apertura, la reforma,
Sir Anthony Hopkins (izquierda) como Benedicto XVI y Jonathan Pryce como el cardenal Bergolio, futuro papa Francisco.
por la otra. Los acentos en una o en otra se dan por la actuación enfática de Ratzinger o de Bergolio, casi como si fueran opuestos o rivales. Ellos representan así distintas posturas en la Iglesia (y no solo en sus personalidades). Pero llega la noche, el descanso, el encuentro: «Esta noche seamos hermanos», invita el papa Benedicto, mientras toca al piano una composición del checo Bedrich Smetana. El Papa será el primero que abra su corazón esa noche y la mañana siguiente, a un asombrado Bergolio. Lo que sigue es esa andadura hacia la hermandad, donde Dios mismo es el camino.
En la película, el Papa le comparte al cardenal argentino su decisión de renunciar a la silla de Pedro, al papado, por el bien de la Iglesia, porque «la Iglesia necesita un cambio», en medio de los escándalos financieros, de abuso sexual y de poder, de presiones en la curia vaticana, de filtración de documentos reservados, de descrédito y deserción en la Iglesia. De hecho, en su histórica renuncia, el 11 de febrero de 2013, el papa Benedicto expresó:
Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro.
El guión de la obra imagina cómo podría ser este sincero y humilde reconocimiento del papa Benedicto «ya no tengo fuerzas» que lo lleva a tomar una valiente y discernida decisión.
En la película, el papa Benedicto le dice al cardenal Bergolio que la Iglesia necesita de alguien como él en el servicio papal. A partir de ahí comienza la primera confesión, la de Bergolio, con un enorme peso de culpa y remordimiento por «no haber hecho lo suficiente» como Superior de los jesuitas argentinos, durante la dictadura, en los años 1976-1983, en particular ante la misión de los padres Jalics y Yorio, que padecieron la prisión y la tortura. Narra también su ministerio en Córdoba, en el centro de Argentina, donde aprende escucha y conversión. La absolución sacramental que recibe del mismo Papa tiene una honda verdad: «Usted no es Dios, solo un ser humano. Crea en la misericordia que predica». La película cierra esta parte con una fiesta de reconciliación, comiendo pizzas y bebiendo Fanta, la bebida preferida de Benedicto.
Viene luego la segunda reconciliación, la del papa Benedicto: «porque todos somos pecadores, oiga mi confesión». «Siempre he querido escuchar la voz de Dios, pero ya no la escucho», quizás encerrado en libros y solo, dice Benedicto. Pero ahora, al encontrarse con Bergolio, ha vuelto oír la voz de Dios, le ha dado señales, que le dicen: «Vete, mi siervo fiel», a servir a la Iglesia en silencio orante, encarnado. El papa Benedicto recibe el gozo de la absolución y de su nueva misión, que luego se convierte en la felicidad de estar entre los peregrinos en la capilla Sixtina. Aunque con personalidades distintas, ambos viven la misma comunión creyente y de amor. La caridad y la verdad se necesitan una a la otra, van unidas, recuerdan ambos.
La escena alude a la carta encíclica papal Caritas in Veritate, de Benedicto, de junio 2009: «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo… La verdad libera a la caridad de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal… El amor —caritas— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz».
En Los dos papas, toda la creación cinematográfica: guión, dirección, ritmo, actuaciones, locaciones, fotografía, música… atrapan al espectador, tocan la fe y el sentido de la vida, contagian esperanza. Los creadores principales son el director y el guionista. El director brasileño Fernando Meirelles tiene notables películas de compromiso social, como Ceguera (Blindness, 2008), El jardinero fiel (The Constant Gardener, 2005) y Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002). El escritor, novelista y dramaturgo neozelandés Anthony McCarten ha sido reconocido por sus guiones y producciones de Bohemian Rhapsody (2018), Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2017) y La teoría del todo (The Theory of Everything, 2014).
La película puede verse como una recreación de dos pasajes de la vida de Pedro, el pescador y discípulo, al lado de Jesucristo: Simón Pedro que cae de rodillas diciendo «Aléjate de mí que soy un hombre pecador» (Lc 5, 8); y Pedro triste de que el Resucitado le pregunte tres veces si lo ama, pero confesando tembloroso y de corazón «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17). Es la entrega humilde y confiada de un Pedro que asume su verdad y al que Jesucristo deja el «primado de la caridad». Así Benedicto, así Francisco.
Los dos papas es la historia de dos seres humanos que buscan a Dios, que aman la Iglesia y la humanidad, que quieren asumir —con dolor y temblor— una misión, que se reconocen pecadores y necesitados de redención. Dos hombres que han de reencontrarse con su propia humanidad y con Dios, con su silencio y su palabra, con su gracia y su perdón. Los dos papas es un diálogo, una conversación, un encuentro entre dos hombres distintos que salen de sí mismos y se abren a algo Mayor. Eso que tanto necesitamos hoy en la sociedad y en la Iglesia. Encontrarse así merece bailar un tango.
Los dos papas
Por Gustavo Andújar
Gracias a que Los dos papas se presentó en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana en este mes de diciembre, pude verla en la pantalla grande, incluso antes de su estreno mundial en NETFLIX, la plataforma internacional de streaming que fue su productora. A la salida del cine me encontré con un amigo, sacerdote jesuita, que inmediatamente se deshizo en elogios sobre la película: «¡Maravillosa! Anoche la vi y ahora volví a verla, porque me fascinó. ¡Lloré!». No pude menos que admirarme una vez más de la polisemia del cine. Ambos salimos de la misma función, pero no vimos la misma película.
Los que no la han visto y detestan que se la cuenten, mejor no sigan leyendo, porque lo que sigue es una larga serie de spoilers, como se dice en el argot cinematográfico para describir los elementos del relato que se supone que no se revelen a los que esperan verla.
Los dos papas está concebida como un contrapunto entre Benedicto XVI y Francisco. Su relato parte de la muerte de san Juan Pablo II y el cónclave en el que resultó elegido el cardenal Ratzinger, para centrarse en una imaginaria entrevista entre el cardenal Bergoglio, que ha presentado su renuncia, y el papa Benedicto XVI, que lo llama a Roma para encontrarse con él.
Si los personajes de la película fuesen tan ficticios como la entrevista, no habría mayores objeciones que hacer a Los dos papas. Es una película muy bien hecha: entretenida, amena y muy disfrutable: está protagonizada por dos de los más grandes actores del momento, Jonathan Pryce y Sir Anthony Hopkins; su director, Fernando Meirelles, es un experimentado realizador que ha alcanzado grandes éxitos en su natal Brasil (Ciudad de Dios, 2002), el Reino Unido (El jardinero fiel, 2005) y en el entorno internacional (Ceguera, 2008), y su guionista, el neozelandés Anthony McCarten, hizo previamente gala de oficio con La teoría del todo (2014), Las horas más oscuras (2017), y Bohemian Rhapsody (2018). Para la fastuosa producción se reprodujeron con extraordinaria fidelidad en los estudios de Cinecittà la Capilla Sixtina y los corredores, salones, jardines y aposentos vaticanos en los que se desarrolla la mayor parte del filme.

Fernando Meirelles, director de Los dos papas.
El principal problema es que la película trata sobre dos hombres que no solo están vivos, sino que son muy conocidos. Si bien el cardenal Bergoglio, el hoy papa Francisco, está representado con bastante fidelidad, muchos sabemos que ese Benedicto XVI vanidoso, arrogante y despistado que nos presenta la película no tiene nada que ver con el verdadero, a quien los que lo han tratado describen como afable y sencillo, más bien tímido y sumamente alerta y agudo. Hombre de gran brillantez intelectual, goza de un profundo respeto en el mundo académico, porque es universalmente reconocido como uno de los más importantes teólogos de nuestro tiempo. Presentarlo como un solitario retraído y huraño, ajeno a la realidad del mundo, incapaz siquiera de entender un chiste, es una falsedad.
La película muestra al entonces cardenal Ratzinger, inmediatamente antes del Cónclave de 2005, promocionando febrilmente su «candidatura» como sucesor de Juan Pablo II con todo miembro del Colegio Cardenalicio que se pusiera a su alcance, proponiendo un «programa de gobierno» basado en que nada en la Iglesia debía cambiar. Si un cardenal hiciera una «campaña electoral» como la que el filme le atribuye a Ratzinger, quedaría totalmente desacreditado. Hay un famoso aforismo vaticano que dice que quien entra al Cónclave como Papa, sale cardenal. Más aún, es bien conocido que Ratzinger nunca tuvo interés alguno en ser Papa. Varias veces le pidió, sin éxito, al papa Juan Pablo II que lo liberara de su servicio como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, para cumplir su sueño de retirarse a su natal Alemania y terminar tranquilamente su vida dedicado a la enseñanza y la oración.
El guionista McCarten ha descrito el núcleo temático de Los dos papas como «una confrontación entre un progresista y un conservador». No solo son etiquetas que parten de una sobresimplificación de enfoques en los que caben muchísimos matices, sino que la cinta elige presentar esa confrontación como un contraste simplista y tramposo entre el académico ensimismado y distante, indiferente ante el mundo real y atrincherado en sus concepciones caducas, rechazado por la gente sencilla y del que se burla hasta la monja que le sirve la comida, y el hombre de pueblo, sabio, pero también cercano, querido y admirado por todos, simpático y ocurrente, que reconoce sus propias limitaciones y culpas, y en cuya boca el guión pone todas las preguntas significativas y respuestas ingeniosas. A mi entender, este tipo de enfoque elemental y maniqueo, tan del gusto del peor cine comercial, lleva implícito un menosprecio por el público y su capacidad para apreciar un acercamiento más matizado y complejo, más cercano a la realidad.
Muchos justifican todo esto afirmando que «no es un documental, sino una obra de ficción». Cabría preguntarse si es legítimo, al amparo de ese argumento, dar una imagen falsa de una persona viva. Es justamente para evitar reclamaciones de ese tipo que existe aquel descargo de responsabilidad, incluido en tantas películas: «cualquier semejanza con acontecimientos reales, o con personas vivas o muertas, es pura coincidencia». Los dos papas dice estar «inspirada en hechos reales», pero no solo presenta a Bergoglio como el principal antagonista de Benedicto XVI —algo que nunca fue—, sino que pone en boca de Benedicto XVI la igualmente falsa afirmación: «estoy en contra de todo lo que Ud. (Bergoglio) dice».
Es calumnioso que se presente a Benedicto XVI confesando el encubrimiento de Marcial Maciel, cuando fue Ratzinger quien reunió, apenas fallecido Juan Pablo II, todas las pruebas en su contra y lo separó del ministerio sacerdotal, algo por lo que el papa Francisco declaró estarle especialmente reconocido y agradecido. Otro tanto hizo con otros 500 sacerdotes culpables de abuso. Fue Benedicto XVI quien impulsó y aprobó el establecimiento de las actuales normas, mucho más estrictas, para la protección de los menores en la Iglesia.
Por último, está el tema de la renuncia, y el hecho de que este Papa «conservador» haya sido capaz de hacer algo totalmente revolucionario, algo que ningún Papa se había atrevido a hacer en 700 años. Benedicto XVI explicó con toda claridad que a su avanzada edad le faltaban ya las fuerzas para desempeñar eficazmente su ministerio, y sentía que debía renunciar. Esto evidentemente resul taba demasiado sencillo para Meirelles y McCarten, que necesitaban algo más negativo y dramático, así que le atribuyen al Papa —de un modo puramente especulativo— el estar atravesando una profunda desolación espiritual, una crisis de fe que hace que decida renunciar porque «ya no escucha la voz de Dios».
Si uno está dispuesto a admitir como un recurso artístico válido esta masiva tergiversación de la realidad histórica, hecha con total desprecio a la reputación de Benedicto XVI, la película puede considerarse una convincente y emotiva apología del diálogo. Es a través de un diálogo honesto, de corazón a corazón, que los dos personajes centrales ven reducirse paulatinamente el contraste entre ambos, y recorren un camino de creciente conocimiento y aprecio mutuo, hasta que nace entre ellos una verdadera amistad, cimentada en la fe y el compromiso eclesial que comparten y viven sinceramente. Esta parte incluye algunos de los mejores momentos de la película.
Yo me pregunto si la imagen de Benedicto XVI con la que se quedará la inmensa mayoría de los espectadores de la película, que no tienen otras referencias sobre él, será la de este final, ya reconciliado con su «adversario», sonriente y en paz. Ojalá.
Francisco ha continuado, con renovado ímpetu, la importante serie de transformaciones que había iniciado ya Benedicto XVI tras el impasse vivido durante los años finales de Juan Pablo II, debido a la muy disminuida capacidad de trabajo del Papa. Se habían acumulado durante ese período muchos asuntos que necesitaban —y necesitan todavía— atención. Benedicto XVI llevó el proceso de cambios hasta donde le alcanzaron las fuerzas. Francisco ha asumido el relevo y continuará guiando a la Iglesia. Cada uno lo ha hecho con el estilo que le es propio, tal vez más doctrinal uno, tal vez más pastoral el otro, pero con total fidelidad ambos a Cristo y a su Iglesia.
Es obvio que Meirelles quiere apoyar decididamente al papa Francisco con su película, lo cual aplaudo. Lamento profundamente que haya decidido hacerlo denigrando al Papa Emérito Benedicto XVI.
Notas:
1 Los dos papas (The Two Popes) / EE.UU.-Reino Unido-Italia-Argentina / 2019 / color, 125 minutos / Dirección: Fernando Meirelles / Intérpretes: Jonathan Pryce, Sir Anthony Hopkins, Juan Minujín.