Palabras que esperan

Todo lo que es (mirado con exactitud) está bien.
Hèlèn Cixous
«El último cuadro o el retrato de Dios»

 

Tuve la oportunidad de asistir a un encuentro convocado por el Instituto de Filosofía de nuestro país con el objetivo de realizar un debate acerca del fundamentalismo1 religioso. Fue muy interesante escuchar opiniones de representantes de diferentes instituciones sobre este tema, así como disfrutar las intervenciones de mis ex estudiantes, ahora convertidos en profesionales. Aunque no constituye para mí una línea de investigación y no me gusta —como es lógico— emitir criterios sobre terrenos desconocidos, mi motivación para hacerme presente en tal actividad consistió en que días antes había leído una especie de manifiesto publicado en una agencia de información. La autora denunciaba la aparición de carteles colocados por algunas iglesias donde se reclamaba la continuación irrestricta de la familia tradicional y la no oficialización en la sociedad cubana del matrimonio entre personas del mismo sexo. Estos anuncios provocaron un movimiento de respuesta de los partidarios de tales aspiraciones y fueron objeto de duras críticas. De ahí el origen de este debate.

Mi objetivo no es reflexionar sobre el asunto descrito anteriormente, es decir, escribir sobre lo que no tengo un conocimiento profundo: el campo de la religión; me resulta imposible introducirme en el plano teórico de tamañas discusiones. Además, hay textos sobre estos hechos escritos por especialistas en la materia. Con gusto adquirí en el lugar ejemplares de Caminos, revista cubana de pensamiento socioteológico publicada por el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. (CMMLK). En su número 87-88 del 2018 hallé el trabajo de un miembro del Consejo de Redacción de Espacio Laical, el teólogo Johan Moya, quien hizo un análisis de este fenómeno en el caso de Cuba. Pero algo llamó de manera alarmante mi atención: en el trabajo citado de la agencia de información se hizo un llamado a las mujeres con creencias religiosas a «abandonar el patriarcado y sumarse a las filas del feminismo», es decir, a que dejaran de ser cristianas. Me pareció desacertada e infantil semejante pretensión. Por su modo de juzgar, una persona se revela a sí misma, independientemente de las cualidades o del talento que pueda poseer.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu en la Sociología de los Intelectuales destaca que todos tenemos vínculos y raíces, pasiones e intereses y, por lo tanto, puntos de vista… y meteduras de pata.2 La sociología del conocimiento nos enseña que siempre corremos el peligro de plantearnos como sujeto absoluto, de supuestamente conocer sobre los otros, mejor que ellos, la verdad. De lo que se trata es que cualquier proyecto sociológico debe ir más allá de lo que parece obvio, tanto desde el comportamiento social como desde la ciencia. Tal vez estas sean las consecuencias de un adoctrinamiento sistemático oficial que esquematiza y pervierte la comprensión. La razón necesita estar en comunidad con los otros.

Es bueno mencionar un cuento de David Garnett titulado «Un hombre en el zoo», que cuenta la historia de un muchacho que visita con su novia un zoológico. Sale tan trastornado que le escribe al director de este establecimiento y le propone que lo coloquen en una jaula porque allí falta un mamífero: él mismo. Lo internan en el zoo en una jaula cerca de un chimpancé con un cartel que dice: «Homo sapiens. Este espécimen ha sido donado por el señor John Cromantie. Se ruega al hombre no irritar al hombre con sus observaciones personales.» Con este ejemplo el autor de Homo academicus llama la atención acerca de cómo los académicos caemos en nuestras propias clasificaciones.

Son reveladores —en estas diversas corrientes feministas que se manifiestan en la actualidad— los análisis que hacen las mujeres negras en el movimiento de reivindicación por sus derechos. Alegan que sus demandas y problemas son otros, como el racismo que todavía existe en las escuelas y cómo se relata la Historia, por solo citar dos ejemplos, pues no se sienten representadas por las mujeres que hablan en nombre de todas.

La conocida escritora norteamericana, pensadora política y activista social bellhooks —cuyo verdadero nombre es Gloria Jean Watkins y el seudónimo lo toma de su bisabuela materna: Bell Blair Hooks, quien tenía una voz fuerte y audaz— no usa mayúsculas porque para ella lo más importante es su trabajo, la sustancia de sus libros, donde, entre otros temas, analiza el desprecio por los problemas de raza y clase dentro del propio feminismo. La esencia de su obra se condensa en el título de uno de sus textos: El feminismo es para todo el mundo (2000), donde ofrece una teoría feminista más inclusiva y aboga porque las mujeres reconozcan sus diferencias sin dejar de aceptarse unas a las otras. De esta manera integra género, raza y clase a través de eso que hoy se denomina interseccionalidad. En el 2014 fundó el «bellhooks Institute» al que acuden pensadoras y activistas de todo el mundo. Siempre ha subrayado que los hombres no son el enemigo, sino las ideas patriarcales,

En no pocas ocasiones el feminismo occidental ha juzgado el uso del velo en el mundo árabe y musulmán como un símbolo de carencia de autonomía. En una entrevista del 2004 hecha en el periódico digital Mujeres en Red a la conocida filósofa española Amelia Valcárcel, de «lengua afilada y voz envolvente», por Maricel Chavarría, la primera declara que «pedir tolerancia para una práctica [se refería al uso del velo en las escuelas españolas] que supone minorización es un anacronismo. No se puede pedir que sea tolerada una conducta que tuvo que ser abolida para que existiera la libertad individual.» Sin embargo, Malika Abdelaziz, periodista argelina radicada en España, recuerda que el uso del velo fue un símbolo de resistencia contra la tiranía del Sha en Irán, también en Turquía reapareció esta costumbre femenina como señal de hostilidad política a los gobernantes, y, por tanto, defiende el derecho de las mujeres a elegir llevar o no llevar el velo, a pesar de haber sido, en este contexto de negarse a usar tales prendas, quemadas con ácido, golpeadas y degolladas, en algunas de las regiones donde se practica la religión musulmana. A cada rato veo pasar a cubanas con velos. Sería bueno algún pronunciamiento sobre esta nueva práctica en nuestro país que tenga en cuenta un devenir móvil, donde la perspectiva deconstruccionista no se oponga a otra construcción.

En un momento determinado de mi vida comprendí que en materia de pensamiento no existe la delegación. Se da la palabra muchas veces a portavoces autorizados y ¿son ellos los que más saben? Cambiar la vida también debería consistir en esas menudencias de las que se compone la vida de la gente. Una posición radical: o estás conmigo o estás contra mí, se vuelve absurda; ese ultra izquierdismo que observo a diario resulta otra forma de conservadurismo. Continuamente escuchamos un lenguaje de consignas y repeticiones, de frases trilladas, y ello provoca cierto cansancio y una sensación de extrañamiento, un fuerte deseo de echarse a correr,

Aprendo con mis estudiantes y fuera del aula. Soy consciente de que el día que me retire o baje en mí el shiftingcharacter,3 no podré mantener este oficio de profesora. Nada puede legitimar un racionalismo absoluto, invariable, a pesar de que desde que tengo uso de razón he sido inducida a una única razón, a una única teoría, a una única verdad. Todo fue supuestamente muy fácil de inculcar a mi generación, no sospechamos en esos tiempos que lo que es cómodo de enseñar —paradoja pedagógica— es inexacto.

» Simone Weil: pensadora de la experiencia

Si Simone Weil (1909-1943) viviera, estoy segura que no aceptaría la tesis planteada del abandono de aquello en lo que creía. Esta mujer de izquierda, luchadora antifascista, en una ocasión en el patio de la Sorbona —ante una disquisición filosófica sobre el sentido de la vida— miró a Simone de Beauvoir de arriba abajo y le dijo muy seria: ¡qué bien se ve que Ud. no ha pasado hambre! Por solo citar algunas palabras de esta paradigmática filósofa que resumen la tesis que pretendo defender: «un Estado no tiene derecho a separarse de toda religión, salvo en la hipótesis absurda de que hubiera llegado a suprimir la desdicha.»

En la carta al Padre J. M. Perrin —un sacerdote dominico ciego que la conoció en Marsella y se convirtió en su confidente—, conocida como su autobiografía espiritual, Simone describe tres contactos con el cristianismo:

  • Cuando sus padres la llevaron a Portugal para que recuperara su salud, estando en un pueblo de pescadores, vio una procesión de estos en honor a su santo patrono. Las mujeres entonaban cánticos antiguos de una tristeza desgarradora. Allí tuvo la certeza de que el cristianismo era la religión de los esclavos, de que los esclavos no podían dejar de adherirse a ella: «y yo entre ellos».
  • En 1937, estando en Asís, algo más fuerte que ella la obligó a ponerse de rodillas.
  • Un contacto más extenso, vinculado a la forma en que articuló la espiritualidad cristiana, aunque permaneció a las puertas de la Iglesia.

Weil, quien estuvo en el centro de los acontecimientos de su tiempo y se conmovía por el sufrimiento de cualquier ser humano en el mundo, describió la realidad con total lucidez, en una carta dirigida a sus padres desde Londres en 1943. Escribió: «estamos bajo el peso de la espera». De igual manera se había pronunciado antes, en 1933, cuando viajó a Alemania: «Todo está a la espera». Destacó que la oposición entre el poder y la opresión se resuelve en el nivel de la ley, que es el equilibrio.

En 1938 fue a Solesmes, a la celebración de la Semana Santa. Allí conoció a un sacerdote que la puso en contacto con el poema de George Herbert «Love». Cuando le dolía la cabeza lo recitaba, dijo que ese poema era el más hermoso del mundo. La filósofa observa: «La extrema grandeza del cristianismo procede del hecho de que no busca un remedio sobrenatural contra el sufrimiento, sino un uso natural del sufrimiento»,4 Murió de tuberculosis el 23 de agosto de 1943, en Ashford, Kent.

» María Zambrano: su concepto de piedad

Lejos de todo esencialismo, la pensadora española María Zambrano concibió la educación como un proceso «mediador», abierto al desarrollo pleno de la persona como miembro activo de una comunidad, que acoge y respeta las distintas formas de realización personal, sin violentar la propia singularidad: «Educar será ante todo, guiar al que empieza a vivir en esta su marcha responsable a través del tiempo».

Para la autora de El hombre y lo divino esto último constituye una especie de temor que, a la vez que asusta, sostiene al ser humano en su existir. No por gusto las iglesias cubanas comenzaron a llenarse durante la crisis de los 90 del pasado siglo. Además, en la fenomenología de la religión que Zambrano esboza en la mencionada obra, de contenido espléndido, subraya la importancia de la piedad «que supone el momento creativo del pensamiento y del comportarse humanamente».5 Hay que repasar este clamor de «comportarse humanamente». El feminismo cubano tendría que detenerse en este legado universal, se critica la violencia terrible en otros países, y está muy bien que se haga, pero ¿atendemos con seriedad lo que nos está pasando? ¿Cuántas personas son asesinadas en nuestro suelo, macheteadas? ¿Cuántas mujeres violentadas por sus esposos, violadas, acosadas sexualmente? ¿Cuántos animales arrojados a la calle, quemados, apaleados? ¿Cuánta basura no es necesario recoger? ¿Cuantos edificios están por caer? ¿Cuántos cubanos han muerto en el intento de emigrar?…

Zambrano desarrolla una racionalidad donde manifiesta una heterodoxa reflexión religiosa expresada metafóricamente. Un concepto pensado de manera profunda por María es capaz de brindar respuesta a la comprensión y solución de muchos de nuestros problemas: la piedad. ¿Qué es para esta filósofa esa palabra? No es caridad, no es simple compasión hacia los animales y plantas, no es tolerancia; es un sentimiento de comunión sin perder la individualidad del ser, es «saber tratar con lo diferente, con lo que es radicalmente otro que nosotros», es el «anhelo de encontrar los tratos y modos de entenderse con cada una de esas maneras múltiples de realidad». Esa realidad tiene un fondo misterioso, por ello define la piedad como un «saber tratar con el misterio».

» A manera de conclusiones

Es preciso que hechos como el que motivó este escrito: la posición fundamentalista de ciertas acciones y un juicio valorativo sobre esta con mucho de imposición, requieren una reflexión más profunda del complejo contexto social que hoy vivimos. Los que juzgamos los hechos en el plano del pensamiento, los científicos sociales, debemos actuar como los pacientes tejedores, combinar la cadena de razones y la trama de las experiencias.

«Acoger lo que es, intervenir en lo que es»,6 son dos figuras incompatibles, pero también inseparables, pues hay cosas que dependen y las hay que no dependen de nosotros.

Notas.

1. Una de las definiciones de la palabra fundamentalismo: actitud contraria a cualquier cambio o desviación en las doctrinas y las prácticas que se consideran esenciales e inamovibles en un sistema ideológico, especialmente religioso.

2. Véase: Intervenciones (1961-2001) Ciencia social y acción política Pierre Bourdieu Argitaletxe Hiru S.L., 2004, p. 123.

3 Shiftingcharacter: carácter cambiante

4 Weil, Simone La gravedad y la gracia Trotta, Madrid, 1994, p. 120.

5. Véase El hombre y lo divino de María Zambrano Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1993, El trato con lo divino: La piedad, pp. 191-225.

6. Collin, Françoise Praxis de la diferencia. Icaria editorial, Barcelona, 2006, p. 42.