Si se pretendiera una teleología de la insularidad, tal y como Lezama le propusiera –o, más bien, le sugiriera a manera de plan a emprender en más o menos un plazo medio– a Cintio Vitier durante los años esplendorosos de la creación literaria dentro del grupo de intelectuales que se reunió en torno a la revista Orígenes, deberá buscarse, primeramente, una teleología del servicio, de la gestión en la cosa pública. Entonces sería imprescindible estudiar Manual del perfecto fulanista, de José Antonio Ramos.
La Editorial Letras Cubanas, por medio de su Colección Biblioteca Literatura Cubana, ha colocado en las librerías de la capital la más reciente edición de este libro eterno, es decir, vigente para todos los tiempos. Manual del perfecto fulanista es un conjunto de reflexiones redactadas por José Antonio Ramos (1885-1946), cuando este contaba sólo 21 años de edad. (En ese tiempo, Ramos ya había dejado de ser un intelectual en ciernes). Con Manual del perfecto fulanista Ramos se sumergió en el empantanamiento político-social que estigmatizó al denominador común de la gestión de los políticos cubanos de inicios del siglo XX. Con gracia mordaz pero con prosa incisiva, marcada por la impetuosidad de la primera juventud, Ramos dibuja las diversas expresiones conformadoras de la naturaleza criolla, tanto en sus costados serios como en los vergonzosos, con dos grandes intenciones. Ahora nada más me aproximaré a la primera: propiciar el impulso del progreso del ser cubano, el aumento del talante personal en ocupación del avance del territorio que había dejado de ser la isla para comenzar a llamarse el país.