Éramos cuatro mujeres en un restaurante del Vedado, y yo, la única cubana. Carla Guelfenbein estaba sentada a mi derecha. Una amiga común me había pedido que la atendiese durante su corta estadía en Cuba. Era de noche. En cierto momento, una de las compañeras de Carla se refirió al feminismo. Yo dije que, en mi opinión, hablar de feminismo acentuaba una diferencia a la cual debíamos pasar por alto para concentrarnos en la sociedad añorada. Hubo un silencio. Luego Carla se refirió a la deuda histórica que existe hacia las mujeres.
Debo aclarar que en aquellos momentos, y a pesar de creer lo contrario, yo aún no alcanzaba a calcular cuán traumático y potente es el patriarcado. Aún no había comprendido del todo hasta qué punto es estructural y afecta a hombres y mujeres. Y cuando tuve conciencia de este fenómeno recordé lo que Carla había dicho y comprendí que ciertos procesos individuales deben madurar para que podamos tener una opinión más completa y profunda de la realidad circundante.
Pero esta no es una entrevista sobre el feminismo o no solo, y durante aquella noche tampoco hablamos mucho más al respecto. De igual forma, pasamos por encima de cualquier comentario sobre literatura.
La amiga común que aún comparto con Carla nunca hizo referencias al quehacer literario de esta y fue mejor así, pues para mi desconcierto poco después comencé a encontrar libros de Carla en librerías de Nicaragua, Colombia, España, Italia. Ella, a quien podía recordar más bien centrada en la vida; ella, que mostraba tanta curiosidad por la sociedad cubana, se reveló así, a través de sus libros y de los años.
Carla Guelfenbein, de origen rusojudío, se exilió con sus padres en Inglaterra luego del golpe militar ocurrido en Chile el 11 de septiembre de 1973. Estudió biología en la Universidad de Essex y diseño en St Martin’s School of Arts. Hoy es una de las escritoras chilenas —y latinoamericanas— más leídas. Sus novelas, entre las que sobresalen El revés del alma, La mujer de mi vida, El resto es silencio, Nadar desnudas, Contigo en la distancia (Premio Alfaguara de Novela, 2015) y La estación de las mujeres, se han traducido a dieciséis idiomas y se distribuyen en todo el mundo.
Ninguna, sin embargo, ha sido editada en Cuba; por tanto, mientras seguimos a la espera de que los lectores cubanos puedan asomarse a los textos de Carla, sirva esta entrevista como una primera aproximación a su pensamiento, inquietudes y experiencia escritural.
-¿Qué es lo que recuerda con mayor nostalgia y agradecimiento de sus inicios literarios?
Lo que recuerdo sin duda con mayor agradecimiento fue una llamada por teléfono que me hizo el connotado editor de Planeta, Carlos Orellana, ya fallecido, para decirme que había recibido los informes de mi novela El resto es silencio, y que él mismo estaba sorprendido por el entusiasmo que manifestaban. Fue una sorpresa total. Semanas antes yo había dejado el manuscrito de la novela en la recepción en manos de la secretaria, quien, con una expresión de conmiseración me había dicho que me armara de paciencia porque todas las semanas les llegaban decenas de manuscritos y que tardarían al menos un par de meses en darme una respuesta. Por eso, esa llamada tan solo dos semanas después, era, por lo menos, sorprendente. Recuerdo que después de cortar saltaba de felicidad por mi cuarto.
¿Cuáles fueron sus primeros referentes en la literatura?
Empecé a leer muy pronto, estimulada por mi madre. Ella era profesora de filosofía en la Universidad de Chile. Mis primeras lecturas fueron la de autores latinoamericanos: García Márquez, Vargas Llosa, Rulfo, Benedetti. Pero mi verdadera revolución ocurrió cuando descubrí a Clarice Lispector, autora ucranianabrasilera, y a María Luisa Bombal, chilena. Sus obras la de la Bombal muy breve me abrieron los ojos a una literatura muchísimo más libre, intimista, explorativa, y por qué no decirlo, femenina, con la que me sentí identificada.
¿Cómo llega a Alfaguara?
Al mismo tiempo que entregué mi manuscrito a Planeta también lo dejé en la recepción de Alfaguara y B Ediciones, las tres editoriales españolas que estaban establecidas en Chile. En esa época las editoriales locales no tenían el auge que alcanzaron años más tarde, y prácticamente la única opción que teníamos para publicar si no queríamos pasar por la auto publicación, era a través de estas grandes editoriales. Días después de recibir la llamada de Carlos Orellana me llamó el editor de Alfaguara en ese momento, Gabriel Sandoval, para decirme que querían la novela. Estaba en una situación privilegiadísima, pero al mismo tiempo, no tenía idea de cómo elegir el lugar donde me quedaría. Entonces se me ocurrió pedirles a ambos que me publicaran en España. Entonces yo no tenía idea de que por escribir se podía pedir dinero. Al cabo de una semana Gabriel Sandoval me dijo que en España habían leído la novela y que estaban decididos no solo a publicarla, sino también a llevarme allá para promover la novela. Esa es la historia.
¿Considera usted que persiste una deuda con la literatura escrita por mujeres en nuestro continente?
Sin duda. No solo en nuestro continente, sino en el mundo entero. Primero fuimos silenciadas. Emblemáticos son los nombres de George Sand bajo el cual se escondía la identidad de Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, y de las hermanas Brönte que publicaron sus primeras novelas bajo los seudónimos de Ellis Bell (Emily), Currer Bell (Charlotte) y Acton Bell (Anne). Las posibilidades para ellas de ser publicadas siendo mujeres eran infinitamente menores que si se hacían pasar por hombres. Las mujeres hemos sido desplazadas del canon por siglos. Lo que se considera «literatura universal» está compuesta en su gran mayoría por escritores hombres. Pero las cosas están comenzando a cambiar. Una generación de escritoras no solo está irrumpiendo con fuerza en el panorama literario, también están poniendo en la palestra a aquellas escritoras que quedaron a la sombra en el pasado. Hay un largo camino que hacer, pero ya lo estamos recorriendo, y nada ni nadie nos detendrá.
Chile ha protagonizado dos oleadas de manifestaciones sociales que en los últimos años han impactado a Latinoamérica y al mundo. ¿Cuál es su opinión sobre el estallido social del 18 de octubre de 2019 y las protestas feministas en 2020?
Es interesante notar que el estallido del 18 de octubre habría sido inconcebible sin las movilizaciones de mujeres desde marzo de 2019. El 8 de marzo de ese año varios cientos de miles de mujeres marchamos por las calles de nuestro país exigiendo no solo equidad de género, también dignidad y condiciones de igualdad para todos los chilenos. Ese año las estudiantes universitarias salieron a la calle en varias ocasiones para protestar por los abusos, y por los atropellos de los derechos humanos y a las mujeres en todos los sectores de la sociedad. Emblemáticas son las fotografías de las estudiantes despechugadas, trasladando el cuerpo femenino a un contexto diferente, en el cual la mujer es dueña de su cuerpo, sujeto y no objeto.
Su última novela, La estación de las mujeres (Alfaguara, 2019), gira en torno a la sensibilidad femenina en las relaciones. A pesar de la complejidad de estas y del patriarcado, paraguas bajo el cual se desatan los conflictos, las protagonistas no adoptan una actitud de sumisión; al contrario, luchan por imponerse. ¿Hasta qué punto ha influido en su literatura la determinación de las mujeres chilenas, quienes desde hace tiempo se muestran dispuestas a barrer con los estereotipos machistas, los abusos y las violaciones?
Mi escritura es una oruga que se desplaza con lentitud y no responde directamente a los temas gravitantes, sino que más bien a obsesiones muy personales. La posición desmedrada de la mujer, el abuso, la violencia, la desigualdad de las oportunidades a lo largo de la historia son asuntos que siempre me han importado, y están, de diferentes formas, en todas mis novelas. Sin ser la mía una escritura militante, en el sentido de que no intento levantar banderas a través de mi ficción, las mujeres de mis novelas siempre recorren un camino que las lleva a un lugar de más libertad, de más autonomía, de más conciencia de sí mismas.
Me llama la atención el estilo de su narrativa y el modo en que usted estructura las historias generando una red que vincula a unos personajes con otros. Lo causal es determinante en su obra y también los distintos niveles de lectura. Usted logra transmitir una gran profundidad conceptual mediante un lenguaje que nunca es elitista. ¿A qué cree que se debe esto?
Gracias por tu bello comentario. Casi todas mis novelas están construidas sobre la base de diferentes voces, diferentes puntos de vista. El resto es silencio, por ejemplo, reúne las voces de un niño, de su padre y de la mujer de su padre, que en su combinación nos otorgan una mirada polifónica de la familia y sus enrevesadas relaciones. Siento que estas voces diferentes me permiten dar mejor cuenta de una realidad, porque nunca hay una sola verdad, un solo punto de vista de las situaciones que acontecen. En el caso de La estación de las mujeres, los cuatro personajes que la componen pertenecen a diferentes tiempos, por lo tanto, el entramado aquí es aún más complejo. Me interesa que los textos tengan varias capas de entendimiento y sentido. Que una historia hable, de forma casi invisible, de otras cosas.
¿Hasta dónde sus conocimientos sobre biología y diseño influyen en su narrativa? ¿Y de qué manera?
La biología me dio la rigurosidad, la minuciosidad. En la biología no caben las distracciones, hay que estar allí para tu experimento siempre. Tiene que volverse parte de ti. Así es también la literatura. No hay posible escritura desde el descompromiso, desde la distracción. Siempre he admirado a los escritores de fin de semana. Admiro que puedan brincar de una pasión a otra. Yo no puedo. El diseño me otorgó un sentido estético, un sentido de equilibrio, el «menos es más» en el diseño fue mi credo, y lo siguió siendo cuando me aboqué a la escritura.
Cultura e identidad son una mezcla de tradición, memoria, integración. ¿De qué raíces se considera heredera Carla Guelfenbein?
Aunque mi familia no era practicante, había un fuerte sentido de ser hebreos, sobre todo por las persecuciones y éxodos de que ha sido víctima el pueblo judío. Mis padres son hijos de la diáspora, y este sentimiento de desarraigo me ha acompañado toda la vida, especialmente por el hecho de que una generación después que mis abuelos llegaran a Chile huyendo de los pogromos de Ucrania, mis padres fueran perseguidos por la dictadura de Pinochet y volviéramos a tener que huir. Soy, en suma, depositaria de una identidad fraccionada y perseguida.
¿Hay algún lugar del planeta que describiría como inspirador? ¿Algún sitio en el que se refugie anímica o físicamente?
La naturaleza, siempre. Tengo la suerte de poder refugiarme en un lugar en el sur de Chile, rodeada de bosques y de montañas. Ahí, en ese silencio físico y humano, porque no tengo vecinos cercanos, puedo escribir con una facilidad impresionante. Es allí donde suelo comenzar mis novelas. Hay escritores que dicen necesitar el ruido, el drama, la interacción humana, para pode escribir. Yo, la verdad, es en el silencio donde mejor me siento, donde mejor fluyo, donde estoy más a gusto.
Recuerdo que nos conocimos por el año 2014 en un viaje suyo a La Habana. Hablemos a partir de imágenes. ¿Qué buscaba durante aquel viaje? ¿Qué representa Cuba para usted?
Fue un encuentro muy lindo. Siempre lo recuerdo. Tú nos diste una mirada sobre tu país y sobre La Habana que nosotras (éramos tres amigas que viajábamos sin destino determinado) no habríamos podido tener. Una cultura que no estaba a flor de piel, sino que había que salir a buscarla. Y tú nos diste las guías.
Mis padres habían sido grandes admiradores de Cuba y me habían transmitido esa admiración. Cuba representaba en mi imaginario juvenil, la igualdad, la alegría, el fin de las injusticas sociales. Mi primer novio, quien luego se volvió mi marido, era el hijo de un político chileno gran amigo de Fidel Castro, Carlos Altamirano, que una vez acontecido el golpe militar se transformó en el hombre más buscado de Chile. Fue Fidel, en conjunto con los alemanes del Este, quienes lo ayudaron a salir escondido en el maletero de un auto por la montaña. Su destino era La Habana. Allí apareció, vivo y a salvo, para el desconcierto y rabia infinita de los dictadores.
Cuando llegué por primera vez a Cuba ese año en que nos conocimos, me encontré con una realidad diferente. Los años habían pasado, la Revolución se había desgastado. Pero el espíritu de su gente era el mismo. Nunca he conocido un pueblo más amable. Viajamos por toda Cuba y siempre encontramos una mano amiga, incluso cuando una de nosotras se enfermó gravemente.
Quisiera compartir alguna opinión sobre la literatura cubana contemporánea.
Los obstáculos para conocer la literatura cubana son tremendos, como tú bien sabes, y la verdad es que me produce una gran tristeza, porque me he encontrado con autores fantásticos como Alberto Guerra Naranjo. Tuve la oportunidad de leer su libro de cuentos Blasfemia del escriba, y me pareció de un nivel superior. También he llegado a conocer la poesía de Fina García Marruz. De hecho, su poema «La extraña luz», es un texto que a menudo me resuena: «Yo para siempre tan sólo oscuras / conversaciones, a la extraña luz del alma / Yo para siempre y sólo noches / y no la noche clara.»
¿Está trabajando en algo nuevo? ¿Otra novela?
Acabo de terminar una novela que narra una historia de amor. Es una historia de infidelidad, de pasión desenfrenada y fatal que me permitió explorar y reflexionar sobre las pulsiones de la pasión. Es una novela que tiene algo de ensayo.
Usted es una de las escritoras chilenas que más títulos vende. ¿Es esto una responsabilidad?
Si te hechas al hombro responsabilidades al escribir ficción, entonces se acabó tu libertad y comienzas a ser una suerte de marioneta de esas responsabilidades. Creo que el escritor o escritora de ficción no debe perder nunca el contacto directo con su interior, con las pulsiones que no responden a responsabilidades ni deberes, sino a algo mucho más primitivo que tiene que ver simplemente con existir. Habiendo dicho esto, hay otras instancias en las cuales las responsabilidades sí son fundamentales.
Yo soy parte de un colectivo de escritoras chilenas: AUCH! Este se generó espontáneamente cuando un grupo de escritoras nos encontramos en la marcha del 8 de marzo de 2019. A partir de entonces hemos ido reuniendo en torno a ciertas ideas a cada vez más mujeres chilenas relacionadas con el mundo del libro. Aspiramos a ser un espacio inclusivo y transversal que acoja a las minorías. Somos un colectivo feminista y, por tanto, con una inclinación de trabajo profundamente político.
Nos mueve el deseo de reparar la desigualdad histórica que las mujeres han vivido en nuestra área y también las ganas de celebrar la escritura hecha por mujeres, potenciándola, visibilizándola aún más.