Revisar el álbum de estampas Cuba 1898-1915. Un viaje a través de postales(1), obra compuesta fundamentalmente de imágenes habaneras del período de tránsito entre el fin de la etapa colonial y principios de la republicana, me hizo reflexionar sobre algunos aspectos de la visualidad de nuestra capital en diferentes etapas históricas. Indudablemente el tema de lo visual es complejo, subjetivo y también manipulable. Haciendo uso del recurso se puede llegar a configurar el imaginario de una ciudad y sus habitantes de múltiples maneras, para bien o para mal. A través de imágenes es posible construir o desmontar historias. La «Imagen Cuba» no escapa a este fenómeno, ni tampoco es, simplemente, la que se prepara para anunciarnos como producto turístico.
Ella incluye aquella que cada persona proyecta de forma individual o colectiva, esté consciente o no del hecho. La de cada barrio o calle. La que sorprende al visitante en su curioso andar. Un balcón con sábanas no tan blancas o una esquina llena de basura en el mismo centro de la ciudad. Cualquiera de estas realidades puede ser perpetuada en un fotograma con facilidad. Según Kevin Lynch: «Parece haber una imagen pública de cada ciudad que es el resultado de la superposición de muchas imágenes individuales».2 La cuestión clave radica en meditar sobre qué sucederá después con esas imágenes que se toman. En muchos casos el destino final puede llegar a sorprender a cualquiera y entonces no quedará más remedio que parafrasear al conocido cantor cuando, inteligente y populacheramente dijo: «los yumas tiran fotos donde más te humillan». La toma de conciencia debe nacer a partir de esta interrogante para poder actuar con responsabilidad.

Lo que pudo haber sido un simple chiste circunstancial, se convirtió en un objeto simbólico.(3)
El individuo o la entidad proyecta lo que es o quiere ser y en función de eso articula su historia visual. Cualquier persona puede constatar lo que afirmo si observa las promociones turísticas cubanas: en ellas prima la propuesta de que Cuba es un destino de playas, música, mojito, palmeras, ron, tabaco, mulatas y sol. La cultura cubana es genuina y va más allá de todo eso. En muchos casos, sobre el propio discurso visual cubano creado, se montan otras historias, todas bien pensadas y articuladas, pero se invierte el objetivo discursivo, y se utiliza como base para mostrar múltiples fenómenos que también existen en nuestra sociedad. Este tipo de acción persigue el logro del efecto contrario.
Hoy cualquier persona, con un teléfono móvil, puede lograr una fotografía con determinado nivel de calidad y que porte un mensaje real o aparente. Luego, en cuestión de segundos, la verán millones
de internautas en el mundo. Si no asumimos estas realidades tecnológicas con responsabilidad ciudadana, será fácil convertirnos en promotores «voluntarios» del descrédito y la falsa imagen colectiva, pero también en consumidores pasivos e inconscientes de cuanto mensaje se nos envíe. Hay que aprender a manejar adecuadamente las nuevas realidades. Partiendo de la obra citada y de las reflexiones anteriores, afloró en mí determinada interrogante digna de ser analizada ¿Somos los cubanos consecuencia de nuestros procesos formativos históricos y culturales o tal como nos muestran las imágenes que hoy aparecen en muchos medios nacionales e internacionales de comunicación, oficiales y alternativos?

¿Somos los cubanos como aparecemos en infinidades de imágenes actuales que se propagan por el mundo?
Los cubanos no somos ni mejores ni peores que otros pueblos en el mundo, ni tampoco como muchos pretenden hacernos ver, simplemente somos diferentes en cuanto a cultura e identidad. Lo que sí es cierto es que los estereotipos culturales foráneos han venido permeando durante años a determinados sectores sociales, fundamentalmente juveniles, y hoy se torna complejo poder revertir las consecuencias. Téngase en cuenta que detrás de dichos estereotipos, producto de la «Cultura de Masas», opera una maquinaria intelectual y tecnológica de grandes dimensiones. Cualquier análisis que conlleve a intentar revertir la situación debe tener, lógicamente, un respaldo similar, por lo menos intelectual y creativo. Este campo de acción es muy complejo y dinámico, lo que en un momento pudo operar convenientemente, en otros no causan los mismos resultados y, por tanto, hay que contextualizarse constantemente. Es hoy un imperativo saber definir qué es lo que interesa a los diferentes sectores sociales y, en función de ello, activar consecuentemente los mecanismos necesarios, pues de lo contrario se estarían perdiendo tiempo y recursos.

Lo que en un momento pudo operar favorablemente en materia de mensaje de impacto social, en otro momento histórico no causa el mismo interés ni efecto. Los contextos sociales e históricos condicionan la ruta a seguir.
Retornando a las postales de La Habana a las que hacía referencia, se puede asegurar que todas ellas transmiten un caudal de información sobre nuestra capital y sus habitantes en aquellas épocas. No me cabe la menor duda de que las imágenes de hoy dicen también muchas cosas nuestras a quienes las observen, máxime teniendo en consideración que en la actualidad se estudian y aplican muchos procesos asociados a la comunicación visual, algunos de ellos extraordinariamente avanzados, que requieren de conocimientos y tecnologías especializadas para poder codificarlos y decodificarlos, e incluso entenderlos. Estos fenómenos y procesos están ligados al subconsciente humano, sea para la recepción del mensaje o para su elaboración, como son los casos del mensaje subliminal, la psicología de la imagen, el análisis de contenido visual, la sintaxis de la imagen y la lectura gráfica, entre muchos otros aspectos. Nosotros apenas comenzamos a interesarnos en estos campos, por lo que una inocente imagen colgada en Facebook puede llegar a convertirse en un nefasto boom mediático. Estas son cuestiones por las que debemos preocuparnos todos los cubanos que comenzamos a asomarnos a las redes sociales y ¿por qué no?, también las entidades estatales encargadas y responsabilizadas de generar información sobre Cuba. Nadie puede cuidar mejor de nuestra imagen que nosotros mismos, tanto de manera institucional como de forma individual. Según lo que proyectemos, así nos verán y nos valorarán. Hoy se precisa de una campaña de alfabetización visual. Este no debe ser tema solo para especialistas. Los cubanos debemos conocer a qué tipo de lluvia manipuladora nos exponemos. Esa es la única manera de poder actuar en consecuencia. Las ciudades son entes vivos y se transforman con el tiempo, pero no niegan ni borran de golpe su pasado. Ellas ayudan a que las personas que las habitan se transformen y estas a su vez la transforman a ella. Ciudad, historia y sus habitantes no dejan jamás de estar juntos y unos reflejan siempre a los otros. La Habana fue, es y será siempre un reflejo de los individuos que la hemos habitado.

Las alternativas de respuestas siempre requieren conocimientos profundos de causas.
Hoy han salido a la calle fenómenos sociales que algunos años atrás se mantenían dentro de sus hogares o no existían. Otros han surgido producto de situaciones económicas y organizativas desfavorables; pero todos ellos atentan contra la buena imagen citadina, y a su vez, son también «Imagen Cuba».

Algunas figuras sociales hasta hace algunos años no habían aparecido en la vía pública capitalina.
En muchos casos somos nosotros, los ciudadanos, los que podemos revertir la situación si somos conscientes de nuestro actuar. El hecho de profesar con plena libertad una religión no le da a nadie el derecho de convertir la ciudad en un ofertorio. Que vivamos en un país tropical no implica convertir la calle en una pasarela nudista o en una sala de juegos de mesa. La disciplina social depende mucho del individuo, pero también de los mecanismos de control instituidos.

Ya existen lugares en La Habana donde debe ser constante la presencia de las fuerzas del orden público por el bien ciudadano.
Lo que el ciudadano no cumpla, lo debe hacer cumplir la ley. Toda sociedad precisa de controles; no se puede vivir al libre albedrio, pues entonces afloraría el caos. La Habana no está exenta de ello. También se requiere de la adecuada comprensión ciudadana, que en muchos casos se muestra solidaria con la indisciplina. Eso trasciende y afecta nuestra imagen.
Han reaparecido en nuestros parques y avenidas figuras que desde hace muchos años no se veían, y otras de nuevo tipo. Mayoritariamente son personas jubiladas que necesitan un complemento monetario para su sustento. Otras surgieron a partir de los cambios económicos que se han venido operando y asociadas al turismo como fuente de ingresos. Floristas, dandis, momias y cartománticas representan formas de trabajo, pero precisan de un control, pues de lo contrario atentan contra la imagen de nuestra urbe y hasta deforman su verdadera historia. Hoy se pueden encontrar tantas Cecilia Valdés, Ernst Hemingway o Benny Moré como individuos quieran disfrazarse de ellos. Lejos se halla este trabajo de pretender abarcar todo aquello que afecte nuestra imagen como pueblo y no alcanzarían unas cuantas cuartillas para poder hacerlo. Tampoco nuestro propósito ha sido la actitud supercrítica e irreflexiva; conocemos nuestros problemas y sabemos de sus complejidades. Buscamos provocar análisis sobre estos asuntos que hoy nos afectan y promover la reacción personal en función de revertir las imágenes negativas. La Habana, capital de todos los cubanos, dista mucho de ser hoy una «Ciudad Maravilla», justo cuando se apresta a cumplir sus quinientos años. Se precisa de la acción mancomunada de todos para lograr el principal objetivo: una capital más bella; pero esa meta solo será posible alcanzarla si La Habana nos doliera a todos.
Notas:
1 Cepero, Eloy G. Cuba 1898-1915. Un viaje a través de Postales. Miami: Published by Downtown Book Center Inc. &AC Graphic, Florida, 2002.
2 Lynch, Kevin. La imagen de la ciudad. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, SL, 1998, p. 61.
4 (http://dcuba.net/viajes-y-turismo/turismo/la-habana- parque-tematico-castro-mcdisney/)