Tolerancia e intolerancia

En una mesa redonda celebrada hace algún tiempo en Madrid, destaqué la necesidad de descubrir el ideal auténtico de nuestra vida y optar decididamente por él en todas nuestras elecciones. Uno de mis colegas levantó la voz para advertirme, con no disimulada acritud, que perseguir en la vida «grandes ideales» trae  consecuencias devastadoras para la sociedad, como quedó de manifiesto en los atroces «doce años» del Nacionalsocialismo alemán. Intenté hacerle ver que «la corrupción de lo óptimo es lo peor que hay», como decían los romanos, y un ideal equivocado puede provocar hecatombes, ciertamente, pero ello no nos autoriza en modo alguno a dejar de orientar la vida hacia el valor más alto. Fue en vano. Se irritó todavía más porque entendía el vocablo «ideal» de forma borrosa, ensoñadora, a modo de meta utópica que uno desea conseguir de forma exaltada e irracional.