Una mirada histórica a los intelectuales en Cuba

Muy breve es la historia de nuestro país si la comparamos con la de otras muchas naciones. La civilización aborigen no nos dejó un elevado sedimento de cultura y tras la llegada de los conquistadores españoles, a un ritmo muy lento, se fue conformando la sociedad cubana hasta alcanzar su rostro identitario. A lo largo de este proceso, en el que intervinieron peninsulares, criollos, africanos y los aborígenes que lograron sobrevivir, se fue estructurando la economía de la Isla, se forjaron las primeras fortunas familiares y fue cobrando forma una capa ilustrada que podemos considerar nuestros primeros intelectuales.

Con un sentido incipiente de pertenencia a nuestro suelo y el loable propósito de llevar adelante algunas reformas en beneficio de su clase social, sin que esto significara la menor modificación de las relaciones de acatamiento a la Corona de España, criollos ilustrados de fines del siglo XVIII integraron el llamado primer movimiento reformista y formularon atendibles propuestas que abarcaban la agricultura y el comercio, la filosofía y la enseñanza, la higiene y la vacunación. Francisco de Arango y Parreño, José Agustín Caballero y Tomás Romay fueron, respectivamente, los principales impulsores de dichas iniciativas. Con ellos se inició entre nosotros la preocupación de los intelectuales, nacidos en nuestro suelo y arraigados en él, por los asuntos públicos. También podríamos añadir que comenzó entonces una especie de pulso entre los que representaban a las fuerzas renovadoras y los que detentaban el poder.