Una tarea pendiente con El Apóstol

» Antecedentes.

«El trabajo no está en sacar a España de Cuba, sino en sacárnosla de las costumbres…», dijo José Martí. Según el diccionario, costumbre es la manera habitual de obrar un animal, una persona o colectividad, establecida por un largo uso. Muchas veces me he preguntado qué quiso decir El Apóstol y saber si tenía una vez más la razón. De paso saber si hicimos algo por resolver lo de las costumbres. ¿Habrá querido decir Martí sustituir las costumbres de España por una que no repita los errores cometidos durante tantos años de permanencia en nuestra Isla? Deduzco significa quitar unas costumbres, malas, para poner otras, buenas. La pregunta sería, ¿cuáles debemos sacarnos?, es la primera pregunta y la segunda, ¿cuáles sustituir o dejar? Menuda tarea nos dejó, y creo será difícil cumplir con El Apóstol.

Un Estado cuyos dirigentes no tengan como prioridad forjar ciudadanos virtuosos, no tiene razón de ser, pues sin ciudadanos no hay nación y sin nación no hay Estado. Al no tener conciencia del problema no estaríamos preparados para responder a algo tan oscuro. Cada cual dirá lo primero que le venga a la cabeza. Somos nosotros los responsables de resolverlo con ayuda de la ciencia. Y como dice la definición, costumbre es la manera habitual de obrar una persona, lo cual equivale a «cultura», un término más moderno y abarcador. El nuevo término tiene muchas interpretaciones y alguna dificultad en su análisis. Al confundir instrucción con cultura la definición o sentido de ambas palabras es diferente. La cultura es lo primero que aprendemos sin necesidad de maestro y antes de saber escribir. Einstein dijo: «La educación (cultura) es lo que queda cuando uno olvida todo lo que aprendió en la escuela».

 

» ¿Qué es cultura?

Quiero ayudar en el asunto con algunos pareceres, pero antes debemos ponernos de acuerdo en hablar el mismo idioma. El término «cultura» tiene diferentes acepciones. Los estudiosos han compilado una lista de 164 definiciones; yo me adscribo a la siguiente enunciación, «es todo lo aprendido en sociedad y compartido entre sus miembros». Es la herencia social que la persona recibe del grupo. El entorno en que vive, las ideas que se le transmiten, el conjunto de creencias latentes en las que flota, los afectos y deseos que alberga, las fuentes de su placer y su dicha, las costumbres que le sostienen, las instituciones que rigen su vida, el régimen político que le gobierna, los ideales que movilizan sus emociones. El hombre aprende a través de su cultura lo bueno, verdadero o hermoso. Para conseguirlo y ser digno de los sacrificios que costó crearla lo primero que debe existir es sentirse orgulloso de ser cubano.

No obstante, lo que puede ser bueno para una cultura, puede que no lo sea para otra. Ortega y Gasset dijo: «no se puede entender la historia de España sin analizar la historia de los toros.» El signo de cómo le va a España, dijo, es cómo le va a la tauromaquia. El toreo es uno de sus valores. A pesar de que España señoreó durante más de 400 años como metrópoli en Cuba, la corrida de toros no se impuso. Puedo contar algo que no pasó inadvertido a mis oídos. Un pariente español, con mucho dinero, me habló de un torero alojado en el Hotel Habana Libre.

De la manera que me conto el encuentro, fascinado, no logré entenderlo al no darle su misma prioridad. Si usted dice en Cuba que es torero, por delicadeza no le dirán nada, pero pensarán que usted es un tonto. Si lo dice en España, desde ese momento su figura se elevará por encima del edificio más alto de la península. El hombre aprende de su cultura, además, las prioridades determinadas por cada sociedad. Los ingleses aman a sus soldados, Francia a sus cocineros, Italia a sus tenores, los Estados Unidos a sus actores.

» La Cultura y su importancia

La palabra cultura es citada con mucha frecuencia en conferencias y medios de comunicación. Al ser tan mencionada, al parecer, acudimos a ella cuando existe algún problema para socorrernos. No obstante, su empleo sostenido no resuelve el problema pendiente, al no ser la herramienta adecuada. Y al no saber cómo afrontar el problema acudimos al término equivocado para recibir ayuda. Algo debe de estar pasando sobre su empleo tan mencionado cada vez más.

Casi podría afirmarse que los mismos que la emplean desconocen su significado. Confunden instrucción con cultura y la definición o sentido de ambas palabras es diferente. Una simple explicación, remedial, sobre cultura la definiría como: «Conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social y a una época. La cultura es lo primero que aprendemos sin necesidad de maestro y antes de saber escribir. Lo adquirimos como algo natural a través de nuestros padres, de la sociedad, y lo incorporamos a nuestra vida sin hacernos preguntas, si lo transmitido por nuestra cultura es bueno o malo».

» ¿Cómo y por dónde empezar?

Discurriendo un día por las Tullerías, Napoleón se volvió de improviso a una señora y le preguntó qué hacía falta para que Francia tuviera buenos ciudadanos. La respuesta que oyó resultó fulminante, corta y sabia: «Buenas madres, Sire» —replicó la señora. Buenas madres y buenos padres producen buenos hogares, y en buenos hogares se crían ciudadanos de moral robusta, los que engrandecen a la patria y benefician a la humanidad. La recomendación dada a Napoleón no es suficiente para mejorar y modificar, la cultura es un proceso más largo. No deseo desaminar a nadie, pero puede tardar siglos. ¿Cómo y por dónde empezar a forjar las buenas madres y los buenos padres que necesita Cuba? Ellos solo no lograrían el propósito, sería preciso incorporar otros elementos. El primero es cómo borrar nuestro pasado español, lleno de acciones deshonestas.

A partir de identificar uno de los tantos problemas de entonces debemos concentrarnos en lograr la honradez de los funcionarios del Estado. Y para lograrlo es necesaria la ley de leyes que obligue a cumplirla, debe ser respetada y obedecida por todos. Los animales van directo a enseñar su cultura. Una leona le transmite a su cachorro dos enseñanzas: cazar y protegerse de los peligros. Lo demás, el sexo y la reproducción, viene en su ADN, no es necesario mostrárselo. Ello explica por qué no encontramos a ninguna leona enseñando a su prole a deshojar margaritas en la selva. Cultura es la herencia social que la persona recibe de la familia y el grupo. Pero, a diferencia de los animales que reciben lo exacto, en los humanos los valores vienen con enseñanzas buenas y malas. Los comportamientos adquiridos por nuestros padres debido a su entorno los heredan los hijos. ¿O es que acaso los cubanos del siglo xviii no soñaron con tener más esclavos? Hubo esclavos que compraron su libertad y adquirieron a un semejante bajo la misma condición de donde habían salido ellos. Estaban convencidos de que aquello era lo correcto para la época. Ahora eso resulta desdeñable desde la perspectiva humanista del siglo XXI. El hombre en su largo camino transitado por la superficie terrestre durante siglos puede haber incorporado valores positivos y negativos. Aprovecho ahora para decir que la afirmación de que la cultura es el escudo de la nación debe ser revaluado, por la misma razón de venir con enseñanzas no siempre positivas.

» Costumbre como sinónimo de cultura.

Nosotros, los cubanos, podemos ser un buen ejemplo de haber transitado por un aprendizaje con valores precarios. Arrancamos nuestra existencia partiendo de la casualidad, pues no estaba previsto que surgieran los cubanos. El propósito inicial de llegar a la India no se cumplió al interponerse una eventualidad en su camino. Colón quería llegar a ese continente para obtener especias y comerciarlas. Entonces, descubrió Cuba. La codicia se apoderó de los descubridores cuando comprendieron la superioridad del oro y dejaron a un lado las mercancías y las especias que motivaron el viaje. Por esa razón España se convirtió en una metrópoli y Cuba en su colonia.

Para dirigirla surgió la triste figura del Capitán General, que tanto tiene que ver con las costumbres adquiridas. Cuba estuvo sujeta al arbitrario dominio de España a través de una figura tan poco preparada para ser cortés y amable. Ese máximo representante de la metrópoli tenía como misión principal obtener riquezas para la corona. Su gestión no radicaba en defender a sus habitantes, que eran españoles y después cubanos. En 1837 las Cortes madrileñas resolvieron que las posesiones de ultramar —Cuba entre ellas— no podían ser gobernadas según la Constitución de la Monarquía, sino que serían objeto de leyes especiales. Esta especificidad consistía en negarle, una vez más, todo derecho a la Isla. La metrópoli, sin proponérselo, creo una necesidad en los cubanos, la de tener patria. A falta de una madre que lo enseñara y protegiera de castigo tan grande, creó su medicina, emanciparse. La permanente negación de ese derecho creó, entre otros, nuevos valores. Para resistir la opresión aparecieron el choteo, la simpatía y el egoísmo. Aprendimos a revelarnos, a resistir y también a oprimir. El propio factor cultural que nos hace avanzar desde hace siglos, la opresión convertida con el tiempo en resistencia e inseguridad, nos hace errar cuando queremos emprender un nuevo camino. Quizás por eso, mientras más nos alejamos de nuestro pasado, pareciera que más nos acercamos, y como consecuencia repetimos los errores, hacemos lo criticado. Así se van deformando las almas humanas.

A diferencia de otras potencias, la nueva colonia nunca tuvo la práctica de un gobierno propio. Sus fuerzas productivas estuvieron limitadas por la voluntad colonialista al no permitir el desarrollo de los habitantes de la isla, para evitar que se convirtieran en una fuerza económica y pidieran un espacio político. ¿Cuántas leyes y disposiciones se hicieron en la metrópoli para evitar que los cubanos hablaran y produjeran? Si hubieran hecho a Cuba una provincia más de España, como las Baleares o Islas Canarias, habrían resuelto el problema y la Isla sería aún española. Esa herencia cultural construida a partir de la codicia de la Madre Patria nos hizo, para bien o para mal, como somos. No fue un regalo de virtudes sino una amarga obligación construida utilizando la autoridad, el temor y la fuerza. Quizás por eso los cubanos discuten para ganar y no para aprender. ¿De dónde viene la costumbre? Ahora lo más importante es saber si la podemos cambiar y no de dónde viene.

A veces solo preguntando se puede derrotar a un oponente. Pero la necesidad de tener patria hizo que esos criollos se rebelaran contra su opresor, la metrópoli. Cuba y los cubanos se construyeron con un patrón de acuerdo al momento y conveniencia de una época. Así surgieron nuestros valores, creo, en las peores condiciones. Los seres humanos no son solo lo que hacen y comen, son además lo que creen. La necesidad de emancipación nos creó la necesidad de tener patria y nos hizo ser patriotas. Esos patriotas y su patriotismo hicieron la Guerra de Independencia para liberarnos de España. Y ese mismo patriotismo evitó que Cuba fuera una dependencia más de los Estados Unidos. La solución dada por estos en los casos de Filipinas y Puerto Rico la evitaron nuestros patriotas al oponerse al esquema de dominio. Aceptaron la Enmienda Platt porque haberse opuesto a ella hubiera significado quedar sin independencia.

Creemos en Martí, Maceo y Gómez porque ellos encarnan el patriotismo, equivalente a tener patria, y son nuestro escudo. Nuestra cultura nació y aprendió como valor supremo a tener patria. En eso creemos, nos alimenta, nos sostiene y somos capaces hasta de dar la vida por esa idea. Aunque es necesario aclarar que por nuestras venas corre sangre mambisa y también corre sangre española, en la que están incluidos los defectos de la época metropolitana. Los políticos cubanos descubrieron la importancia del patriotismo para movilizar a las masas y conseguir aceptación. Y sus discursos se encargan de repetir las ideas iniciales de los hombres que querían la separación de España. A veces el propósito no era redimirlos sino todo lo contrario.

A partir de 1902 la lucha por la independencia había pasado, ya teníamos patria, lo que quedaba por hacer era mejorarla. Para conseguirlo, entre otros asuntos a modificar, debíamos variar nuestros valores que aún repetían el pasado. Un repaso breve sobre nuestra historia nos confirma la reproducción de asuntos que se parecen más al pasado que a un presente por venir. Gerardo Machado y Fulgencio Batista son la repetición del autoritarismo español en épocas diferentes. No es casual que durante la Republica la reputación del sargento de barrio tuviera una ascendencia mayor a la de un profesor de una escuela. Porque sus servicios para conseguir votos se imponían a través de los forros, las bravas y, en ocasiones, el asesinato de los contrincantes políticos. Y si alguien piensa que es una exageración lo dicho antes sobre los asuntos relacionados con la cultura, puedo contarles algo interesante. Yo comencé a cartearme con Papo Batista, el hijo mayor del dictador, utilizando como intermediario a alguien interesado en la historia de Cuba. Mi libro Aquella decisión callada podía ser capaz de recibir o no la anuencia de una persona conocedora del asunto.

Búfalo norteamericano

Búfalo norteamericano

Papo aceptó que le escribiera y le hiciera preguntas sobre algunos asuntos relacionados con su padre y, de paso, con el libro. La oportunidad era insuperable y la aproveché. Le comenté que el golpe de Estado del año 1952 fue producto de saber Batista que la tercera posición que él ocupaba en las encuestas no ganaría en las elecciones. Me respondió. «En diciembre de 1951 Bohemia publicó que Hevia aventajaba a Batista 17.53% a 14.21% (Agramonte 29.29). En el “Survey” que aparece en Carteles, febrero 3 de 1952, página 28-32 referente a las provincias orientales, los resultados son bien diferentes. En la preferencia del voto aparece en este orden: Agramonte 25.75%, Batista 23.14% y Hevia 18.95%». A pesar de todos los atropellos cometidos por Batista entre 1933 y 1944 seguía teniendo popularidad. Porque la cultura de la metrópoli estaba presente en lo más remoto de nuestra conciencia y se imponía. Acostumbrados a las sinrazones de España prevalecía aún el hombre fuerte. Demostración de seguir equivocados. ¿En qué? En las costumbres heredadas de España.

Repasemos el problema desde el ángulo de la «cultura» y veamos un ejemplo ilustrativo que nos puede ayudar a seguir entendiendo la acepción; los sociólogos norteamericanos hicieron estudios sobre la cultura de los indios y los búfalos de las llanuras; su cultura giraba alrededor de estos animales. De su esqueleto fabricaban la mayoría de los utensilios que formaban su cultura material, pues utilizaban la piel, los tendones, los huesos, las cavidades, las membranas y otras muchas partes para distintos fines. Su religión, su cultura espiritual, estaba dirigida principalmente a asegurar el éxito en la caza del búfalo. Sus ritos estaban dirigidos a enaltecer los elementos espirituales que lo fortalecieran. El status, posición social de una persona dentro de un grupo, se media por el triunfo y la habilidad del hombre para la caza. La vida nómada que llevaban seguía el curso de la migración de los búfalos. En otras palabras: las diferentes partes de esta cultura se ajustaban las unas con las otras en un sistema recíproco de prácticas y valores para conseguir un fin. Seguir cazando búfalos era continuar comiendo. Una cultura es un sistema integrado en el cual cada rasgo, o parte de él, se incluye en el resto del todo. Cuando el hombre blanco exterminó a los búfalos lo hizo con el propósito deliberado de desmoralizar al indio al destruir el punto central de su cultura.

El factor subjetivo, la cultura, prevalecía sobre lo objetivo, lo que se ve o se toca. No es una casualidad que los pueblos cazadores adoren a los dioses de la caza, que los pueblos pescadores adoren a los dioses marinos y que los pueblos agricultores veneren a los dioses de la lluvia y al sol. Las diferentes partes de una cultura deben encajar unas con otras, si el propósito es que funcione con eficacia. Dicho de otra manera, los fines y los medios deben corres ponderse. Para los indios americanos el búfalo era quien mejor podía presidir su cultura, por su coherencia entre fines y medios. El fin, alimentarse del búfalo, el medio, cazarlo, sublimarlo y enaltecerlo.

Para nosotros podía haber sido el azúcar; sin embargo, lo fue de manera parcial. ¿Por qué? A pesar de la importancia de la industria azucarera, no tuvo el mismo valor que el búfalo para los indios. Los dioses cubanos, Santa Bárbara y San Lázaro, no parecen tener nada que ver con nuestro principal sustento, el azúcar. Al contrario, Santa Bárbara es la patrona de armeros, fundidores, mineros, prisioneros, artilleros, bomberos, soldados y pirotécnicos. Y en el caso de San Lázaro menos aún; su dedicación se dirige a los pobres y menesterosos, quienes pudieran salir de su precaria situación si contaran con la bendición de uno de los santos mencionados. Sin embargo, desde el descubrimiento la industria azucarera estuvo ligada a la historia de Cuba. Cuenta el padre Bartolomé de las Casas que en 1506 el catalán Miguel Ballester comenzó a extraer el guarapo o «zumo de la caña» por medio de un instrumento llamado «cunyaya» o prensa de palanca. Eso ocurrió catorce años después del descubrimiento. El primer trapiche de caballos lo construyó don Gonzalo de Velosa. A estos rudimentarios trapiches también se les llamaba «cachimbos».

Andando el tiempo, con la aparición de las calderas de vapor, surgieron los «ingenios». Dice Fernando Ortiz que se decía ingenio por decir «industria, maña o artificio». Con el desarrollo de la tecnología surgieron los ingenios ultra potentes, que pasaron a llamarse «centrales». Si la industria azucarera iba bien era época de «vacas gordas». Por el contrario, si a la industria azucarera le iba mal entonces estábamos en época de «vacas flacas». Recordemos aquella famosa frase que llegó a ser un axioma entre los cubanos: «sin azúcar no hay país». Sus triunfos y fracasos dejaron huellas indelebles en la historia y en el carácter de los cubanos.

No obstante la cultura del azúcar no aparecía priorizada en nuestros documentos transcendentales, como la Constitución o los programas políticos de los diferentes partidos. Era mencionada, pero no jerarquizada. Tampoco sus santos tenían el honor de presidir la cultura espiritual, que no estaba dirigida a asegurar el éxito de la producción de la caña. No sé si existe un santo dedicado a la producción y el desarrollo del azúcar. No profeso ninguna religión, pero si apareciese el santo patrón del azúcar, me convierto en su devoto. Este debe haber sido uno de los primeros errores de nuestra cultura, que tiene su explicación.

Durante el tiempo que reinó la metrópoli en la Isla, la Iglesia controlaba la enseñanza y, con ella, todo el amplio mundo de la cultura dominante. La idea del azúcar como madre y padre de Cuba no cabía en las concepciones de la corona porque le restaba importancia a España y se la daba a los cubanos, y esto podía significar ayudarlos a liberarse. La integridad de la Madre Patria radicaba en todo lo que pudiera aumentar los ingresos del imperio español y, después, en su Capitán General. Los españoles se dedicaron al comercio del azúcar porque conocían su técnica. No vieron la importancia de la producción porque significaba trabajar en algo complicado y difícil. Y ellos no estaban para sacrificios, sino para obtener riquezas rápidas y disfrutarlas en su país. Al dejarles a los cubanos la fabricación del azúcar, con el tiempo se puso de manifiesto la importancia de producirla. Existe un hecho parecido en la época moderna, el hardware y el software. Algunos vieron con anticipación en el software el futuro y otros se dedicaron al hardware, pensando que era lo mejor. La diferencia se contabiliza por miles de millones. La relación desigual fue diferenciando a los cubanos y los españoles cada vez más, hasta el momento en que los nacionales decidieron no seguir.

La metrópoli y la colonia solo tenían un común denominador: el idioma. Los intereses de las contrapartes cada vez se diferenciaban y se distanciaban más. El inglés Jameson no solo lo sintió, sino que lo escribió: «El desgano hacia las corridas [de toros], así como hacia el chocolate fue una de las formas en que se manifestó el deseo de los cubanos de diferenciarse de los españoles». Ya en 1820 se estaba produciendo la escisión entre cubanos y españoles, y al parecer muchos no se dieron cuenta. Recordemos las estrofas de Heredia: «entre Cuba y España tiende inmenso sus olas el mar…» La oligarquía criolla había ido encontrando en el azúcar y el café una vía superior de desarrollo y por ella llegar a la independencia. Ya hemos visto cómo el tabaco, al convertirse en monopolio estatal, quedó fuera de su posible control.

Muchos asuntos no pueden ser explicados sin ayuda de un análisis cultural. Aquel fenómeno produjo otro hito en la cultura de los cubanos. El control gubernamental de España sobre la colonia provocó que los cubanos con dinero sintieran que eran diferentes a aquellos que les negaban los derechos políticos. La riqueza era la manera de expresar, sin palabras, la diferencia que existía entre los de allá y los de aquí. Quizás por eso los cubanos estiman más la opulencia que el talento. Otras culturas siguieron caminos diferentes y situaron en un lugar especial la modestia, el consenso y la justicia social. Evitaron encajar otros valores negativos como la ostentación, la arrogancia y la grandilocuencia. Una sociedad como la japonesa le da un especial valor a la cortesía, a la sabiduría de aquellos que son capaces de poner los intereses de la nación por encima de los individuales. Afirman los médicos que somos lo que comemos, nuestra parte material. También somos lo que creemos ser, siendo esta la parte espiritual. La cultura se compone de valores y al igual que cada órgano posee sus células para realizar sus funciones, sean células hepáticas o cardiacas.

Los valores, células de la cultura, surgen por dos vías, lo que la sociedad ha recogido durante su existencia, pasando de la tribu hasta verse convertida en nación. Algunos valores se mantienen, o no, a través de toda la existencia, y otros se van modificando de acuerdo con las circunstancias de un período determinado. Lo que los caracteriza es el tiempo y pueden transcurrir siglos antes de ser modificados esos valores. Desde antes de nacer hasta que muere, el hombre es un prisionero de su cultura. Su cultura dirige y limita su conducta, define sus fines y mide sus recompensas. La cultura se le introduce en el pensamiento y le impide tener otra visión, de modo que ve lo que se supone que tiene que ver, sueña lo que tiene que soñar y desea aquello que ha sido preparado para ser deseado.

Los cubanos tienen su estereotipo estético. Les gusta la mujer exuberante, de grandes nalgas, senos abundantes y caminar ondulante. Rechazarían a una joven de pecho liso y caderas rectas, o a una regordeta de la época de Napoleón y los reyes franceses. La definición cultural de los fines es lo que explica las realizaciones y los fracasos de las distintas sociedades. ¿Por qué durante el siglo xviii Alemania estuvo a la cabeza del mundo en la música, Italia en el arte e Ingla terra con respecto al comercio? Los profanos atribuyen tales realizaciones a cierta aptitud racial o nacional, pero una observación más cuidadosa demuestra que toda sociedad sobresale en aquellas actividades que la «cultura» recompensa y favorece y las hace coherentes. El mejor proyecto político o económico no tendrá un resultado favorable si la cultura y sus valores no actúan en la misma dirección de sus objetivos. El búfalo y los indios americanos pueden ayudar a entenderlo mejor. Algunos políticos cubanos o aspirantes a gobernar manipularon la imagen de Martí y de Maceo para llegar a donde deseaban, y llegaron.

Donald Trump también puede servirnos de ejemplo. A pesar de las opiniones contrarias que recibe, también cuenta con aprobación. Según las encuestas, lo aprueba un porciento importante de ciudadanos estadounidenses. Visto a través de la cultura podemos concluir que los interesados en la superioridad de América, de hacerla grande de nuevo, tiene seguidores. Coinciden sus deseos con lo enarbolado en sus prédicas políticas. El hombre puede pensar que es él quien toma las decisiones, o que él dirige su destino; pero en realidad las elecciones de una persona normal se circunscriben siempre dentro de la serie de posibilidades que la «cultura» permite. La cultura se superpone a los intereses de la sociedad. Ese valor especifico e inconsciente puede obrar maravillas.

Lo contado por un cubano en China podría ser un ejemplo reciente sobre el coronavirus de Wuhan. «Algunos se refieren al consumo de animales crudos o semicrudos como la cobra china, el murciélago, pero pudiera haber también otras especies involucradas en la cadena de transmisión. Para aquellos no familiarizados con la cultura china, es crucial decir que en China existe una relación desarmonizada y controversial entre desarrollo tecnológico, patrones sociales y de comportamiento, tradiciones y costumbres. Las tecnologías van muy a la vanguardia en comparación con los estándares de conducta, un poco rezagados para una sociedad con infraestructuras del primer mundo y donde las tradiciones y costumbres juegan un papel cimero en la interacción social». Aquí volvemos a tropezar con la inquietud de Martí y las costumbres. Si la «cultura» determina las actitudes, los valores y los fines que queremos obtener en nuestra sociedad, entonces es señal de que algo debe estar equivocado en el enfoque de nuestra prioridad.

No hay médicos para la cultura y por eso nos cuesta trabajo consultarlos cuando surge la duda. Si nos planteamos como tarea priorizada la «cultura» en la defensa de la nación, estamos dándole prioridad a ese nombre femenino, según, el diccionario. No podemos comprender la conducta de un grupo sin conocer algo de sus mitos, leyendas y creencias sobrenaturales. ¿Habrían sobrevivido los judíos a tantos siglos de persecución sin ese mito que los sostenía de que eran el pueblo escogido? ¿Cómo podríamos explicar el ascenso de Hitler al poder sin profundizar en la herencia de los héroes teutónicos mitológicos, con los que habían identificado su movimiento los nazis? ¿Cómo podemos saber lo que queremos conseguir sin identificar el fin y los medios?

El objetivo de la ciencia estriba en indagar, bajo el aparente caos de las cosas o de los acontecimientos, el orden imperante. Se presenta como un rompecabezas con todas sus piezas desordenadas. En ocasiones la información que nos llega sobre un asunto es como una luz intensa que nos sorprende, impidiéndonos ver hasta que la pupila lograr adaptarse. Ante un obstáculo existen varias maneras de resolverlo, pero solo una es la mejor y es la que utilizan los estrategas. Por lo general escogemos la solución que se aviene a nuestra educación y cultura, y debemos estar prevenidos para no equivocarnos. Esta es la importancia de la cultura, aunque a veces no decidimos por lo que resulta más conveniente, como sucede en Wuhan con el coronavirus. En nuestro caso, Cuba, le damos más importancia a protegernos, acción defensiva, que a avanzar económicamente, actitud ofensiva; es la reacción instintiva de lo aprendido de la metrópoli, que nos condicionó a pensar primero en protegernos y no en desarrollarnos.

No ha sido esta la primera vez que sucede: un evento no programado impulsó la comprensión del entendimiento. Con la dominación inglesa de La Habana en 1762 comenzó otro desenvolvimiento económico. El gobierno británico abolió los monopolios mercantiles españoles y estableció el comercio libre. En los diez meses que duró la ocupación inglesa entraron al puerto de La Habana cerca de mil embarcaciones. Antes de esa fecha, solo llegaban seis. Los criollos conocieron de repente la miel de la libertad mercantil. Haber abierto el puerto de La Habana se convirtió en un espejo donde los cubanos se podían mirar y comparar. Después de siglos de colonización, la metrópoli aún no había descubierto a la mayor de las Antillas. Ignoraba las ventajas de su posición geográfica, su potencial económico y su valor comercial. La ceguera de la metrópoli venía desde antes del descubrimiento de la Isla. La mentalidad feudal de España no le permitía sacar un mayor provecho de ella misma ni de sus colonias. Las enormes riquezas de América pasaron por sus puertos sin saber que habían pasado. El susto propinado por los ingleses les hizo tomar conciencia de su vulnerabilidad, de perder su colonia. A partir de esa época y de la devolución de La Habana a España el 13 de julio de 1763, por el tratado de Versalles, empezó el gobierno español a tomar en consideración a la Isla.

Para no sufrir un nuevo revés comenzó a hacer algunos cambios. Se construyeron fortalezas con la intención de convertirla en un bastión inexpugnable. Viejos y nuevos castillos dieron a la ciudad una extraña imagen feudal, con sus casas prisioneras de la gran Muralla de La Habana, bajo la perpetua vigilancia de las altas fortalezas. Con su acción demostraban un error de conocimiento y una vez más faltaba establecer una prioridad. Las bases de un gobierno son sólidas cuando descansan en la confianza y la colaboración del pueblo y no cuando dependen de la construcción de fortalezas.