En el fin de año de 1958, Virgilio Piñera, como cualquier habanero, descorchó su botella de sidra y gritó: ¡Viva la Revolución!, sin sospechar que en aquellos momentos el tirano Fulgencio Batista se estaba marchando de Cuba. Llegaron entonces los días triunfales, el desconcierto, las alegrías, el pueblo volcado a las calles protagonizando lo que él mismo describiera como «la inundación».