Palabras del cardenal Jaime Ortega en el homenaje al Dr. Emilio Cueto, condecorado con la distinción «Monseñor Carlos Manuel de Céspedes», otorgada por la Comisión de Cultura de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba
Queridos amigos y hermanos:
La Comisión Episcopal de Cultura de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, que presido, nos reúne hoy para honrar modestamente, con la entrega de un signo honorífico, al querido y admirado profesor Emilio Cueto. Te llamo Profesor como pude haber dicho intelectual o artista, pues eres mucho más que esas palabras que intentan ubicarnos. Estos actos, a fuer de repetidos, pueden tornarse banales.
Pero no debe ser considerado así este momento que tanto significado tiene por el nombre de la honorificencia que se otorga, el del sacerdote de raigambre patriótica y profundo amor a Cuba, monseñor Carlos Manuel de Céspedes, y por la persona que recibe este sencillo, aunque noble galardón, el distinguido escritor, maestro y cubanólogo-artista Emilio Cueto. Estos apelativos te dirijo por tratar nuevamente de abarcar lo indefinible de tu quehacer, que se nutre de fe cristiana y de cubanía. «La fe —nos ha dicho el papa Benedicto— es amor, y porque es amor crea poesía y crea música». El arte, como nuestro acceso a lo divino, se halla en esa zona preconceptual del espíritu humano donde surge la mística, y la mística es indefinible e indescriptible en su esencia, porque es una experiencia espiritual que nos impulsa a ir más allá de nosotros mismos.
Por eso hablaba de Emilio como inabarcable en su proyección humana, intelectual y artística. Porque todo su quehacer, su fabulosa colección multiforme, histórica, museable, etcétera, no son cosas interesantes acumuladas, ha sido un ir más allá de las cosas recolectando a Cuba, coleccionándola para descubrir su alma y su irradiación. Y esto se hace libro, se hace grabados, se hace también homenaje pictórico, variado y emocionante a la Virgen de la Caridad. ¡Cómo no iba a dar con Ella quien cala tan hondo en el alma de Cuba, si Ella nos asume y nos resume! ¡Cuánta poesía hallaste en Ella y sobre Ella, cuánta música recopilas para cantarle!; y el villancico que compusiste es para ese Niño que Ella lleva en su brazo, porque es un villancico cubano, dondequiera que la inspiración haya surgido.
Nunca has vivido fuera de Cuba, Emilio, porque Cuba te ha acunado y sostenido, envolviéndote. ¿Será este el misterio de nuestro ser cubanos, que tú ayudas a desentrañar? Que nunca estamos dentro ni fuera, sino adentro de esa Cuba, nube o burbuja, que nos envuelve a todos dondequiera que estemos. Y así has vivido a Cuba desde su interior, desde su alma. Y esto es mística, y la cultura es mística en el mejor sentido de la palabra. Fue la mística la que sostuvo el trabajo de los Padres de la Iglesia durante siglos. Sin mística no hay Palabras del cardenal Jaime Ortega en el homenaje al Dr. Emilio Cueto, condecorado con la distinción «Monseñor Carlos Manuel de Céspedes», otorgada por la Comisión de Cultura de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba creatividad, porque no hay comunión del hombre con su Creador.
En un mundo de pensamiento lógico deductivo degradado por el rechazo de todo pensamiento articulado, un mundo que excluye la razón, que fuera exaltada un día como Diosa, para forjarse una visión reductiva del hombre hecha solo de sensaciones, gustos o desagrados, se esboza un ser humano a quien no se le deben presentar ciertas exigencias o altos ideales de humanidad, pues somos los simples descendientes de unos primates, y las teorías del superhombre o del hombre nuevo fracasaron. Este es el mundo del divertimento, del placer, del no pensar para poder vivir.
Este pensamiento débil se ha infiltrado en las venas de la humanidad, de las religiones, del cristianismo, conformando una cultura que no surge en aquel ámbito preconceptual donde lo bello y lo bueno nos salen al paso de un golpe y se hacen verdad y mística, sino que brota de abajo, de los instintos, de los gustos, de esa zona movediza del «dolce far niente». Es algo que no nos atrevemos a definir como contracultura y la llamamos eufemísticamente «cultura de nuestro tiempo». Por esto no forja un proyecto de ser humano al estilo del hombre agustiniano, capaz de cosas grandes por su razón, por la fuerza del amor, por el don de la Gracia. Pero, afortunadamente, obras como la tuya rompen los esquemas al uso y nos hacen recuperar la esperanza.
Gracias, Emilio, por haber amado y servido a tu pueblo desde esos caminos altos que permiten ver lejos y hablar de Dios sin palabras. Gracias por encontrar dondequiera un pedazo de nosotros, de nuestros corazones. Gracias por cantar en cualquier latitud y con acento propio nuestras viejas o nuevas tonadas, gracias de nuevo por tu amor a Cuba. Gracias por tu testimonio de fe y patriotismo.