…la verdad es tan horrible en lo que voy a decir,
que no se puede decir más que la verdad. José Martí «Castillo»1
En el medioevo europeo la palabra universidad, en latín universitas, significaba un gremio corporativo, es decir, cualquier asociación o comunidad orientadas hacia una meta común. Así se formó la de profesores. Entre los siglos xii y xiii aparecen dos tipos de universidades: la de París, que se constituyó como una corporación de maestros, y la de Bolonia, que se conformó como una corporación de discípulos. Al modelo de los maestros se atemperó la Real y Pontifica Universidad de La Habana. Sin embargo, fue Alfonso el Sabio el que definió la Universidad al estilo de un «ayuntamiento de maestros y escolares».
Alma Mater es otra locución latina que significa literalmente «madre nutricia», la cual es usada metafóricamente para referirse a una universidad, aludiendo a su función proveedora de alimento intelectual. De ahí se deduce que cualquier institución universitaria alimenta de conocimientos y cuida de sus alumnos.
Hoy me despedí de mis estudiantes universitarios de la facultad en la cual trabajé por treinta y cinco años; más de la mitad de mi vida estuvo confinada en las paredes de sus aulas. Por casualidad o por ironía, el tema del último encuentro como profesora fija consistió, en la asignatura de Ética y Sociología, en una evaluación final acerca de la violencia. La autora principal que seleccioné para el previo estudio y preparación del debate fue la pensadora Hannah Arendt.(2) Cuando terminamos el análisis, fue emocionante escuchar la petición de un estudiante para que continuara con ellos en el curso de Pensamiento Cubano el próximo año. Les expliqué que deseaba retirarme a tiempo, antes de dormirme en un seminario delante de los alumnos, o quizá porque la razón se encuentra en que las pocas decisiones de mi vida las he tomado —a la manera de Cortázar en Rayuela— siempre como máscaras de fuga.
Desde que me convertí en «académica», escuché algunas veces que la Universidad era para «los revolucionarios». Aunque no me gustó esa expresión, nunca me detuve a reflexionar sobre su sentido y ni siquiera la impugné de inmediato. «Hay verdades que se descubren con el tiempo». En una entrevista que le hicieron a esa especialista en Filosofía Política alemana mencionada anteriormente, ella señaló que lo preocupante no es que la gente asienta a todo lo que le impongan, de algo hay que vivir —expresó—, lo preocupante es que se lo crean. Asimismo, escribió sobre la importancia de reflexionar, lo que significa pensar siempre críticamente. Y pensar críticamente implica que cada pensamiento mina las reglas rígidas y las convicciones generales. Todo lo que sucede cuando pensamos es objeto de un análisis crítico. Otra filósofa, María Zambrano, con otro estilo, con otro vuelo, escribió lo siguiente: «Como sucede en el pensamiento, que solamente a fuerza de errores se adquiere conciencia del error y se aprende a pensar.»(3)
Tampoco fue de mi gusto esa aseveración de incondicionalidad que no tiene en absoluto nada que ver con la idea martiana de con todos y para el bien de todos, pues resulta excluyente y está en total contradicción con el supuesto principio de una educación inclusiva, que tanto se esgrime. Estas palabras de «La universidad es para los revolucionarios» me vienen a la mente porque hace poco leí una noticia en la que se comentó la expulsión de una estudiante de periodismo de la Universidad de Villa Clara por motivos políticos y de nuevo se mencionó como fundamentación de tal acto, ese nefasto lema. Este incidente no se divulgó de manera oficial por ningún órgano de prensa ni por los propios medios académicos.
Tengo entendido que una universidad latinoamericana o el gobierno de ese país, no sé exactamente —dada la inexistencia de una información directa cuando se trata de asuntos internos peliagudos como estos— le brindó a esa joven cubana expulsada la oportunidad que aquí le fue negada por tener opiniones políticas diferentes, «¿qué cubano mirará como enemigo a otro cubano? ¿qué cubano permitirá que nadie le humille? ¿qué cubano que no sea un vil, se gozará de humillar a otro?… Solo la grandeza engendra pueblos…El pueblo que abdica del uso de la razón…es un pueblo vil.»(4)
Hasta el cantautor Silvio Rodríguez en su blog escribió: «Qué brutos somos, coño, y pasan décadas y no aprendemos.» Si buscamos en nuestra Constitución actual encontramos el artículo 43, que dice lo siguiente:
El Estado consagra el derecho conquistado por la Revolución de que los ciudadanos, sin distinción de raza, color de la piel, sexo, creencias religiosas, origen nacional y cualquier otra lesiva a la dignidad humana: […] – disfrutan de la enseñanza en todas las instituciones docentes del país, desde la escuela primaria hasta las universidades, que son las mismas para todos;…
Es lamentable que el propio Estado viole sus propias leyes, que no respetemos lo que dice la Ley Primera de la República. Por vía digital leí un artículo de Julio Antonio Fernández Estrada, exprofesor de Derecho de la Universidad de La Habana, quien igualmente fue clasificado como «no revolucionario» y, por tanto, se vio obligado a partir de esa casa de altos estudios.
Ahora escribe para la agencia informativa Oncuba y fue en ese sitio digital que encontré su artículo «Apoyo condicional a la Revolución». Escribe este joven intelectual:
La primera vez que escuché el pedido de incondicionalidad estaba yo en la Universidad de La Habana, como estudiante de Derecho. Todas las organizaciones políticas y sociales repetían este verso extraño, los dirigentes juveniles y los más maduros voceaban a todos los vientos que debíamos ser incondicionales. Más difícil les era explicar a qué o a quién debíamos la incondicionalidad, si a la Revolución, si a los líderes, si al Socialismo. En este caso hubiera hecho falta un largo debate sobre qué se entendía por Revolución y Socialismo.
Esa idea de Bultecito, como algunos le decían en el recinto universitario por ser hijo del reconocido jurista Julio Fernández Bulté, me parece esencial: ¿qué se entiende por Revolución o por Socialismo? Preciso aún más, ¿quién soy yo u otra persona para decidir que una tercera es o no revolucionaria? Eso es poner en la práctica, en la vida cotidiana, la Sociología del conocimiento. Además, ¿qué significa en realidad ser revolucionario? Estamos en presencia de una construcción social. Alguien decidió un día que estos cubanos son «gusanos», estos «revolucionarios», estos «tienen problemas ideológicos». Cuando entré a trabajar, recién llegada de culminar mis estudios en la otrora Unión Soviética, una profesora se encaprichó en que yo tenía «problemas ideológicos», llegaron los años 90 y esa «revolucionaria» fue una de los miles de cubanos que se marcharon del país en una lancha.
Hasta hoy he sido en ocasiones tildada con tal epíteto por algún ser intrigante. Alguna que otra vez he sido incluso sospechosa de «segurosa». Surrealismo puro. Eduardo del Llano también hizo referencia al acto de expulsión de las universidades en un escrito denominado «(La canción de) los viejos revolucionarios». Aquí escribió: «Somos una izquierda adolorida que ha olvidado la lucha y es valiente y ejemplar ante enemigos de otras épocas, pero es incapaz de aportar nada fresco a las nuevas circunstancias porque estamos concentrados en vigilar al imperio y a la disidencia.»
Una vez una mozambicana me ofreció trabajar en una universidad privada, en la lejana África. No lo pensé dos veces y pedí inmediatamente la baja. Unos pocos colegas me trataron como traidora al colectivo. Sin embargo, otras personas conocidas me llamaron y me pidieron que me las llevara. Hice una lista, siete de mis amistades querían irse conmigo, pensé fundar una verdadera colonia cubana allí.
Mi mejor amigo me llamaba diariamente para conocer el avance de «nuestros» proyectos. Teníamos muchas ilusiones con esa perspectiva, hacíamos bromas. Mi jefe me dijo: si quieres irte, tienes que explicarle muy bien los motivos al Rector, porque eso se te puede demorar alrededor de 6 meses. En solo una cuartilla hice la explicación. A los pocos días el antiguo Rector me mandó a buscar; se tratará de un procedimiento administrativo, pensé yo. Me recibió en su despacho. Me dio la mano y me dijo con mucho énfasis: «¡Ud. es una “verdadera comunista!”» Me quedé atónita por la admiración con que se expresó y en un instante de ilusión hasta pensé que me iba a solucionar una casa con tal calificativo hacia mi persona. Pero solo llegó a ofrecerse para intentar resolverme —sin comprometerse totalmente— una cama «de la beca», cosa que rechacé de manera tajante, pues en la carta le había contado que dormía en esos momentos en un colchón en el piso. Al instante me di cuenta —como Fernando Pessoa— que seré siempre la que esperó a que le abrieran la puerta junto a una pared sin puerta. Bueno, al final, alguien impidió mí partida a través de la misma extranjera: le contaron que yo era una «loca». Otro epíteto interesante. Ojalá llegara a acercarme a la locura erasmiana, locura cristiana, humanista, esencialmente irónica y crítica o a la locura martiana: «Tan ultrajados hemos vivido los cubanos que en mí es locura el deseo, y roca la determinación, de ver guiadas las cosas de mi tierra de manera que se respete como la persona sagrada la persona de cada cubano…»(5)
En realidad, jamás me he puesto a pensar qué soy yo misma, de lo que sí estoy segura es que no quiero ser revolucionaria como esos individuos, hijos de papá, que por ser hijos de la meritocracia viajan en yate por Europa, ni como esas máscaras políticas a las que se refirió un día el padre Félix Varela en el periódico El Habanero. Quiero ser solo una persona, ser tratada como persona. Como Martí, sueño con claustros de mármol, pues hay gente anónima que dejó un legado a la nación, como Rosario Sigarroa, patriota que al terminar la guerra de independencia expresó: «No voy a vivir de los méritos que obtuve en la guerra, voy a vivir de mi profesión.» Murió en la miseria. En la época en que era una inexperta profesora los más viejos nos repetían a menudo: a los estudiantes hay que enseñarlos a pensar, como si el acto de enseñanza fuera solo de una dirección y no un proceso dialéctico. ¿Cuántas preguntas inteligentes no me han hecho los estudiantes en todos estos años, las cuales me han obligado a nuevas búsquedas y a repensar en determinados hechos sociales?
Recuerdo que cuando impartía clases en otro Departamento, un estudiante me prestó una novela de Milán Kundera. Era uno de los mismos jóvenes quienes me han tenido al día de lo que circula en la Isla. El libro se nombra La broma. Me impresionó; trata de un joven checo que era dirigente estudiantil de la Universidad. Se le ocurrió enviarle a su novia, que trabajaba de modo voluntario en el campo, una postal. En la nota que le hizo decía al final, en forma de broma: «¡Abajo el optimismo! ¡Viva Trotski!». Leyeron su correspondencia y fue suficiente esa despedida para que lo llamaran a capítulo. Estas palabras provocaron un análisis de sus compañeros de estudio y del secretario general del Partido Comunista en la Universidad. Lo tildaron de tener «problemas ideológicos», de ser individualista, pequeñoburgués, y lo enviaron a realizar trabajo forzado en unas minas. Recuerdo que el protagonista pronuncia unas palabras que me llamaron la atención, porque esa misma sensación la he sentido en algunos momentos.
Fue algo así como lo duro que era sentir cómo tus propios compañeros, con los que te has relacionado de manera constante, son capaces de levantar la mano para condenarte. Hace años Checoslovaquia dejó de ser un país socialista. ¿Cuántas veces se han cometido los mismos errores? Cuando visité España, hace ya más de diez años, escuché de la existencia de un artículo de una periodista inglesa acerca de cómo un terrorista irlandés intentó asesinar a una persona en el parlamento de Gran Bretaña. En el atentado murieron por accidente dos senadores. Pasaron veinte años, el criminal salió de la cárcel y la hija de una de las personas fallecidas en el atentado, quiso conocer al asesino de su padre, averiguar los motivos que lo llevaron a cometer un crimen semejante. Conversaron y se hicieron amigos, juntos enarbolaron un proyecto de paz y comenzaron a impartir conferencias sobre la necesidad de la no violencia. No podemos relacionarnos con los demás en la totalidad, sino en la pluralidad.
Defender nuestra propia singularidad, manifestarse como alguien mediante la palabra y la acción, no es amenazar, sino todo lo contrario; es fundar comunidad. La sociedad cambia: Hotel Manzana de lujo, campos de golf, cruceros cargados de turistas extranjeros, cuentapropismo…; estamos obligados a cambiar entonces nuestras actitudes y expresiones ¿o no? El discurso oficialista y asambleario agoniza. Cintio Vitier habló de un «discurso de la intensidad». Ese es el que necesitamos desarrollar en esta hora. Ojalá que en el escenario cubano un nuevo imaginario y un nuevo lenguaje puedan encontrar su lugar, detener la absurda pretensión de producir una verdad y un sentido únicos.
25 de mayo de 2017.
Notas:
(1) Véase José Martí Obras Completas Edición Crítica, Tomo 1, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2009, p. 50.
(2) Hannah Arendt, filósofa alemana de origen judío, se doctoró en filosofía en la Universidad de Heidelberg. Emigró a Estados Unidos e impartió clases en las universidades de California, Chicago, Columbia y Princeton. De 1944 a 1946 fue directora de investigaciones para la Conferencia sobre las Relaciones Judías, y, de 1949 a 1952, de la Reconstrucción Cultural Judía. Su obra, que marcó el pensamiento social y político de la segunda mitad del siglo XX, incluye, entre otros libros, Los orígenes del totalitarismo, La condición humana y La vida del espíritu.
(3) Zambrano, María Persona y Democracia. La historia sacrificial Ediciones Siruela, s.a., Madrid, 1996, p. 194.
(4) Martí, José Obras Completas Edición Crítica, T 22, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2011, p. 332-333.
(5) Martí, José Obras Completas Edición Crítica, T 23, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2011, p.174.