No diré que me llevó a la iglesia un sentimiento religioso: aunque católico, creyente en Dios y respetuoso de las cosas eclesiásticas, disto de ser un practicante: fui sencillamente por acompañar a mi hermana; no me costaba trabajo alguno y me ayudaba a hacer la digestión de la cena de Nochebuena -porque oír la misa del gallo era una experiencia extraviada en alguna esquina del tiempo que quizás no sería ingrato renovar.
Y fui también porque desde hacía muchos años no había visto la iglesia de mi pueblo y entrar de nuevo en ella sería como retroceder y reencontrar al niño y al adolescente extraviado igualmente en quien sabe que recodo del camino.