AÑO 2017 Año 13. No. 3-4 2017

Ajustando el lente

por Evelyn Pérez González

» Donde se definen ciertas cosas…

Según diversas fuentes, la palabra país proviene del francés (pays) y se refiere a una nación, región, provincia o territorio. Un área geográfica bien delimitada. Una entidad políticamente independiente, con su propio gobierno, administración, leyes, y la mayor parte de las veces una Constitución, fuerza policial, fuerzas armadas, leyes tributarias y un grupo humano que lo habita. En esencia: un área geográfica bien delimitada y un grupo humano. Eso es un país.
Y claro está que los países cambian, se superponen, mutan. A veces los límites geográficos van redibujándose a lo largo del tiempo, de la Historia. Tal es el caso de la antigua Unión Soviética, México o Yugoslavia. Otras veces aparecen nuevos nombres que incluyen nuevas fronteras: Israel es un buen ejemplo. Y están las ex colonias, los territorios de ultramar, los países dentro de otros países, como el País Vasco. Y esto solo en el aspecto geográfico.
Los grupos humanos también van determinando lo que es un país. Las migraciones, desposesiones, o reposesiones van moviendo hacia otros sitios las culturas, creencias y costumbres que definen poblaciones enteras, impregnándolos e impregnándose de su identidad. Redefiniéndolos y redefiniéndose ellos mismos en este proceso.
Entonces ya no resulta tan sencillo ubicar un país. Quizás sería mejor hablar de meta-países. Sitios con límites y fronteras flexibles, donde habitan seres humanos que no necesariamente se ajustan al estereotipo de lo que ese «país» representa o pretende representar. Y, por supuesto, hay meta-países más «meta» que otros. Países menos estructurados, con poblaciones dispersas; incluso con poblaciones sin territorio, como es el caso de los árabes saharauis o las tribus nómadas. En este orden de cosas, no sería descabellado hablar de una (o varias) meta-Cuba.

» De cómo empezó todo…

Igual que otros muchos países, Cuba fue, desde sus orígenes, meta-Cuba. Poblada de inmigrantes de América antillana y continental, no exhibía un conjunto de costumbres comunes que la definiera, más allá de las que garantizaban la subsistencia de los diferentes grupos humanos. La «cultura cubana» (o del cubano) no existía antes de la llegada de los colonizadores españoles. No había construcciones con un estilo significativo, ni un sistema religioso estructurado, ni siquiera un dialecto propio que defender del atropello ideológico de los conquistadores.
Mal que nos pese, Cuba fue dibujándose como país gracias (y también resistiéndose) a la colonización española.1 Y gracias al arribo de miles de esclavos negros procedentes de África y, aunque en menor medida, de los culíes chinos. Incluso, y no menos importante, a la presencia norteamericana.2
Y si bien es cierto que en la época republicana hubo un marcado interés en la construcción de una verdadera Cuba desde el punto de vista político y cultural (en ese período proliferó el culto a los próceres de la independencia como Antonio Maceo, Máximo Gómez y el mismo José Martí), la presencia cercana de los Estados Unidos y su influjo en distintos sectores de la vida cotidiana siguieron contaminando lo que por entonces intentaba erigirse tradición nacional. Sin embargo, algo se logró en el proceso de búsqueda: una especie, quizás, de conceptualización paisística. Comenzó a sedimentar la condición y la conciencia de «lo cubano». Aquella meta-Cuba desestructurada, difusa y más soñada que real, se estaba convirtiendo en Cuba, a secas. Profundizando sus raíces en tanto país. Con un territorio y una población bastante definidas.
El triunfo revolucionario de 1959 marca un antes y un después en la Historia y las historias que definen al país. La revolución triunfante hace brotar, por fuerza (y por la fuerza) una nueva meta-Cuba. Esto sumado, ya después de 1961, a la impronta soviética:3 férrea, resistente, implacable.

Esta metáfora de la cubanidad se caracterizó, en sus primeros años, por el éxodo masivo y vertiginoso de una buena parte de sus habitantes. Tiempo más tarde, en 1980, se sumó otra cantidad considerable a la ya significativa diáspora. Y, por último, la llamada «crisis de los balseros» completó el panorama que desdibujaba los contornos geográficos y humanos del país. Empezó a conformarse lo que muchos estudiosos llaman la Cuba transnacional. Aunque entre una y otra época los abandonos constantes de la isla no se detuvieron, estos tres fenómenos migratorios fueron los que más aportaron a la nueva dinámica territorial y poblacional. Y aunque hay cubanos que rediseñaron sus domicilios en todos los continentes, una aplastante mayoría lo ha hecho, sin dudas, en los Estados Unidos.
Pero sabemos bien que un país es más que un terri torio geográfico (definido o no), y un puñado de personas que se identifican con esta o aquella nacionalidad. En este aspecto, la nueva meta-Cuba fue también, a su vez, reconcebida desde la retórica. Las pautas ideológicas visibles y visibilizadas a uno y otro lado del mar estaban marcadas por un signo político: los que se quedaron, por el estigma de un régimen que enarbolaba las banderas de un socialismo pro-soviético; los que se fueron, por la oposición furibunda a este mismo régimen que habían dejado atrás. A pesar del aparente cisma, de la negación y/o tolerancia; de la contaminación o los intentos de desvalorizar a la contraparte, lo innegable es el hecho de que ambas comunidades han seguido conformando (y lo que es más importante, se han seguido sintiendo parte de) la cubanidad. O quizás debiera decir la meta-cubanidad, en tanto metáfora de lo que nos define. Aún de lo desconocido o desestimado como tal.
Esta meta-Cuba falsa o realmente escindida ha sido analizada, diseccionada e interpretada por sociólogos, politólogos, antropólogos y demás académicos más o menos autorizados. También han expresado sus opiniones, con respecto al fenómeno, cubanofílicos, cubanofóbicos y transcubanos. Y, pese a no haberse agotado por su multiplicidad de aristas, no pretende ser el pollo de este arroz con pollo.

Parque Central de La Habana

» El nuevo diseño…

De un tiempo a esta parte, la meta-cubanidad vuelve a cambiar de formas. Ya no hacia afuera, marcada por el reposicionamiento poblacional, sino más bien hacia adentro. Hacia un cambio ideológico ya no conceptualizado desde lo político, sino desde el imaginario y la imaginería sociales.
A partir del año 2006, cuando el líder histórico (y figura simbólica) del proceso revolucionario cubano cedió el poder a su hermano Raúl Castro, comenzó un nuevo proceso que movería los cimientos sociales y territoriales. Esta vez no caracterizado por la búsqueda de un destino trans-insular, sino meta-insular. Quedarse a sabiendas, a pesar de los pesares, obviando la «fatalidad» geográfica: el aquí y ahora, se convirtió en una iniciativa legítima.
Con las recién proclamadas políticas del nuevo presidente en funciones, por necesidad descentralizadoras (en las circunstancias anteriores, y sin la figura carismática de Fidel en el poder, resultaba bastante difícil, cuando no imposible, centralizar más); nació una nueva era en la que el cubano medio tuvo, por primera vez en muchos años, la alternativa de soñar y construir(se) un futuro.
Los negocios particulares, al margen de la economía estatal, antes prohibidos, estigmatizados y/o ilegalizados,4 comenzaron a florecer, sustituyendo o superponiéndose, en muchos casos, a los servicios que otrora manejara, acaparara o garantizara el gobierno. Gracias a este fenómeno, el poder (al menos el poder económico) se ha ido diluyendo, distribuyendo, cambiando de manos. Y las consecuencias no se han hecho esperar: una novísima meta-Cuba va emergiendo por sobre todas la anteriores. Esta vez marcada por el nivel de adquisición material o monetaria, la búsqueda del consumo y la des-politización del entorno ideológico.
A la nueva meta-Cuba no le importa definirse desde un punto de vista geodemográfico. No le importan los conceptos de aquí o allá. Gusanos o revolucionarios. A favor o en contra. En cambio, está muy al tanto de las redes sociales. De qué tipo de teléfono usa cada quién. De dónde y a qué precio puede comer, divertirse, tomarse un trago o un café. De cómo seguir manteniendo el estatus exótico de «lo cubano», pero a la vez apropiarse de otro más cosmopolita. Más cool.
Los más jóvenes fueron los primeros en buscar nuevos patrones en los que arraigar su ideología (en tanto el conjunto de ideas que luego acuñan lo conceptual a través del logos, del lenguaje). Nacidos en la década de los 905 del pasado siglo, estos muchachos fueron creciendo en un régimen ya desmoralizado, donde sus padres e incluso sus maestros habían vivido un proceso de desencanto paulatino que tuvo su clímax en el llamado Período Especial en tiempos de paz, donde muchos de los valores, modelos y criterios enarbolados hasta entonces por el estado socialista (y totalitario) se vieron obligados a desaparecer, forzados por las nuevas circunstancias. En esta época, incluso los más furibundos defensores del sistema comenzaron a cuestionarse la validez de sus creencias y ocurrie ron sucesos tan memorables como la renuncia pública al carnet del Partido Comunista, la deserción de altos funcionarios (o sus hijos, o sus guardaespaldas) y un relajamiento progresivo del adoctrinamiento consuetudinario. En este entorno lleno de vacíos políticos y en medio de una sociedad que comenzaba a generar prototipos y fórmulas diferentes, surgió y tomó cuerpo una generación de jóvenes reacios al control político estatal, ajenos a los conflictos paradigmáticos o fundacionales de sus padres y, sobre todo, divorciados de cualquier compromiso con el pasado histórico y el «futuro luminoso» en el que habían creído y habían intentado construir sus predecesores. Estos jóvenes han sido los protagonistas de las florecientes tribus urbanas de diversa índole que pueblan los espacios públicos de la ciudad: emos, mikis, repas, frikis, góticos, skaters… Si bien en los años 80 y los 90 también los jóvenes se reunían en torno a sus simpatías musicales o de otra índole, nunca como ahora estos agrupamientos fueron tan visibles y numerosos.
Pero no solo los espacios públicos han sido re-conquistados, re-dibujados y despojados de su anterior función por parte de los jóvenes;6 en su búsqueda de opciones alternativas a la escasa oferta brindada por las instituciones de cualquier tipo que emanan o dependen de la organización central del estado y el gobierno, han creado incluso espacios virtuales donde relacionarse, intercambiar y dialogar. De eso se tratan las llamadas Redes. Desconectados o apenas conectados de la verdadera internet (incluso de la llamada intranet), las Redes locales, que en ocasiones conectan a usuarios particulares de zonas bastante extensas en términos relativos, van convirtiéndose en un sucedáneo de las auténticas redes sociales como Facebook o Instagram, facilitan el tráfico eficiente de material informativo y/o recreativo, publicita actividades de interés común y, a fin de cuentas, extiende el uso de las nuevas tecnologías de lo individual a lo colectivo.
Es curioso que esta especie de interconexión haya tenido sus «orígenes» años atrás, en aquellos intentos de comerciar con el producto más mediático que transmitían las antenas satelitales. También en aquel caso se crearon entramados que permitían a los beneficiarios de una terminal, disfrutar de otro tipo de programación televisiva, producida y difundida allende los mares, que exhibía otros códigos, otras estéticas y otras propuestas conceptuales que diferían mucho de la producción nacional.
Por un lado, es el mismo fenómeno: una intención manifiesta del individuo de evadir los dictámenes estatales, una búsqueda de alternativas con el objetivo de formar parte, de sentirse incluido en la toma de decisiones que le atañen directamente. A falta de los mecanismos que facilitan el empoderamiento a nivel personal o colectivo, se generan soluciones que permiten incidir al menos en lo que se consume. Por otra parte, ambos fenómenos se diferencian en varios aspectos: en el caso de la antena, más allá de la elección del servicio en sí mismo, el usuario tenía un desempeño más bien pasivo. Pagaba por su terminal de antena y luego consumía lo que otro (el dueño que administraba el servicio) decidía para sí. Después del gesto inicial que rompía con la propuesta oficial, el resto era pura y simple aceptación, en última instancia, la misma actitud manifestada frente al propio Estado.
En el caso de las Redes, el usuario forma parte activa de todo el proceso: compra o «resuelve» en el mercado negro los aditamentos que necesita, hace la instalación con amigos, conocidos o especialistas pagados al margen de la empresa formal; y al final, pero no menos importante, deciden lo que copian, comparten y consumen, cuándo se conectan, con quiénes juegan o dialogan… forman parte activa del espacio alternativo creado. El gesto de resistencia consigue trascender, clarificarse, crear un nuevo estado de cosas. Forma parte indiscutible de la nueva meta-Cuba que va emergiendo por sobre las anteriores.
» Atajos, bifurcaciones y encrucijadas en el horizonte cercano…
Más allá de las opciones conectivas que generan las Redes antes mencionadas, lo cierto es que el acceso a la verdadera Red Global de la nueva meta-Cuba sigue siendo escaso, lento y caro; pero genera alternativas a la desconexión. Una de ellas, quizás la más representativa y englobadora, es el llamado Paquete Semanal. Vendido, comprado y trapicheado (completo o en porciones) en discos duros externos, memorias USB y cualquier dispositivo que permita el almacenamiento de datos, el Paquete Semanal consiste en un terabyte de información variada y actual que garantiza al cubano de a pie, por un módico precio, la posibilidad de estar al tanto de series, películas, revistas, animados de distintas estéticas, cómics, telenovelas, musicales, humor, juegos y, en general, cualquier categoría generada por los medios para cumplir con los requerimientos de (para no ser absolutos) casi todos los gustos. En resumen, y por contradictorio que parezca: un pedazo de internet offline.
Pese a las opiniones más conservadoras, que consideran esta iniciativa como algo pernicioso porque (supuestamente) difunde o legitima estéticas o desempeños culturales ajenos a aquellos que el proceso revolucionario pretendía difundir o legitimar, lo cierto es que, en esencia, el Paquete Semanal ha venido a satisfacer (o, al menos, intentar satisfacer) una necesidad natural en cuanto a opciones y a posibilidades para elegir. En un país que exhibe solo cinco canales de televisión con alcance nacional, una conectividad que provoca lástima y una ausencia casi total de publicaciones internacionales actualizadas, queda claro que esta alternativa ha venido a refrescar el aire viciado por cinco décadas de deliberado y obligatorio ostracismo mediático.
¿Que una buena parte de la información almacenada y distribuida a través del Paquete es más de lo mismo? Es indiscutible, pero en su defensa, la mayor parte de lo que se almacena y distribuye a través de los medios, no importa dónde, es más de lo mismo. ¿Que reproduce patrones de coloniaje cultural marcado por la publicidad y el consumo desmedidos? También es verdad. Aunque, puestos a elegir entre estos patrones y aquellos, poblados de consignas o slogans, no sé… ¿quién está dispuesto a lanzar la primera piedra?
Lo cierto es que luego de tanto principio innegociable, de tanto trabajo voluntario, de tanto sacrificio, de tantas promesas incumplidas, la nueva meta-Cuba está eligiendo un poco de frivolidad, de ligereza. Menos axiomas y más levedad.
Por el mismo camino del Paquete Semanal llegan las compras online sin conexión. Se trata de personas que encargan distintos tipos de productos que se venden a través de internet o catálogos: accesorios para computadoras, teléfonos móviles, perfumes, bolsos, zapatos y cuanta cosa pueda pasar por la Aduana. Alrededor de este negocio se mueven muchas personas: consumidores, proveedores, compradores, facilitadores dentro de la isla y las llamadas «mulas», que este caso no cargan drogas, sino pomos de keratina, artículos de diseño y todo un bazar de inauditas solicitudes.7 Las tiendas cubanas, desabastecidas, con un servicio deficiente y en muchos casos ofensivo, son incapaces de competir con semejante oferta. ¿Que es un poco más cara? Es cierto, pero con las múltiples tendencias del nuevo «crecimiento económico sostenible», hay mucho dinero circulando que se genera en los negocios particulares y no vuelve a manos estatales. Esta nueva clase que va surgiendo y que ostenta un mayor poder adquisitivo que la media de los cubanos de a pie, no constituye aún un indicador de cómo van las cosas en el resto de la nueva meta-Cuba, pero sí es un factor importante dentro del panorama social que se va conformando.
Por esta misma senda de la intrascendencia como fin último, de la apología a la trivialidad consciente y elegida con toda libertad (y conste que es un elogio), van surgiendo también las nuevas revistas digitales. Si antes, con el boom de las publicaciones electrónicas o distribuidas vía email, había una aspiración intelectual, un interés de explorar opciones novedosas para la divulgación de un corpus teórico, o, como mínimo, académico desde algún punto de vista; ahora las propuestas se basan en cómo figurar, en el movimiento de la farándula, en publicitar los nuevos y florecientes establecimientos privados. Vistar, Venus o Quinceañeras son algunas de estas creaciones. Con un diseño impactante y contemporáneo que nada tiene que envidiar a revistas del tipo Cosmopolitan, Hola u otras del mismo corte y ambiciones.
Aunque ancladas deliberadamente en el canon que caracteriza a dichas publicaciones, las nuevas revistas de esta meta-Cuba emergente se desmarcan de sus predecesoras e intentan modos diferentes de narrar, de reflejar una realidad mucho más compleja y heterogénea. La revista Vistar, por ejemplo, gusta de apropiarse de sucesos que no forman parte de la farándula más ortodoxa. Tal es el caso del espacio que dedica a los quehaceres de la Fábrica de Arte, patrocinada por X Alfonso, a la entrega del Premio Nacional de Literatura al escritor Eduardo Heras León, al desempeño de Carlos Acosta como bailarín clásico o al trabajo de diseñadores gráficos como Michelle Miyares o Erick Silva. La farándula de Vistar es la misma farándula de siempre; pero, al mismo tiempo es una farándula otra, emergente, meta-cubana. Y lo mismo sucede con las revistas Quinceañeras y Venus: intentan renovar un espacio que, en sentido general, apela a la tradicional y sexista visión femenina del mundo: modas, consejos para lucir mejor o cómo decorar tu regalo el día de San Valentín.
Nos guste o no, existe un interés en estos temas. Pueden considerarse triviales, superfluos, prescindibles; pero lo cierto es que, más allá de cualquier consideración filosófica, la moda, los ideales de belleza al uso y las pautas consensuadas a nivel social también forman parte de la cultura de un país. Las artes, sí. El modo de andar, de maquillarse, de lucir un atuendo, de gesticular, bailar… eso también. Mal que les pese a algunos. O a algunas.
Por eso, en esta meta-Cuba que emerge por entre las otras que han caracterizado a diferentes épocas, los nuevos patrones tienen las singularidades de lo que son, pero a la vez representan algo nuevo. Existe la intención de materializar un sueño aplazado y también la de proyectar un sueño futuro.»

«En cuanto al arte, es demasiado superficial para ser realmente nulo.»8

Cuando en 1961 Fidel Castro pronunció sus famosas palabras a los intelectuales, algo cambió en la cultura cubana. Desde 1959 y hasta entonces, habían cohabitado numerosas tendencias creativas en un contexto casi anárquico: el contexto generado por la revolución misma.

Puestos los puntos sobre las íes acerca de cómo iban a funcionar las cosas en lo adelante,9 el arte que comenzó a generarse dentro de los límites geográficos insulares, salvo raras y honrosas excepciones, más tenía que ver con una búsqueda para agradar a la Autoridad (o a las autoridades pertinentes), que con las búsquedas legítimamente artísticas de sus creadores. Este proceso, cuyo fin último perseguía la aprobación de un poder que lo despreciaba, concluyó o se atenuó, de cierta manera, con la llegada del llamado Quinquenio Gris. Avisados (de la peor manera) de que en cualquier momento quienes estaban al mando tenían a su alcance la posibilidad y los medios de parametrarlos, censurarlos, prohibirlos y ningunearlos; una buena parte marchó al exilio y otra emprendió un camino que les permitiera regresar a sus intereses creativos personales. Al mismo tiempo, comenzó su quehacer una generación que podría considerarse «revisionista» en el sentido más extenso de la palabra: volver a mirar, volver a conocer desde una perspectiva diferente, volver a descubrir. Y rehacer las cosas de otra manera, con otro signo.
El arte de la década de los 90 del pasado siglo estuvo marcado por una superposición casi entrañable con la realidad. Con el aquí y el ahora. Con el nosotros mismos. Con el así hablamos. O pensamos. O sentimos. Como el mapa de Borges, que pretendía ajustarse punto a punto al terreno que representaba, hasta que resultaba imposible distinguir uno de otro; el acercamiento artístico de los creadores a la meta-Cuba de aquella época estuvo encaminado a reproducir personajes, circunstancias o conflictos hasta entonces ignorados u ocultados por el discurso oficial.10
Ahora, con el nuevo reordenamiento social y económico, la fenomenología ha vuelto a cambiar. Sobre todo en los últimos años, cuando los mecanismos del mercado, aunque no funcionan todavía adecuadamente dentro el panorama cultural cubano, sí van marcando algunas pautas que definen cómo se construye lo cubano fuera de la isla. El impacto que este nuevo orden de cosas va teniendo en cada una de las manifestaciones artísticas amerita un estudio independiente, pero vale la pena referirse al menos a dos de ellas en función de ilustrar, al menos superficialmente, qué caminos va tomando el asunto.
Si echamos un vistazo a la literatura y la música que se están produciendo ahora mismo dentro de la isla, se hacen notables las tentativas de cambiar el signo a unos quehaceres que antaño se procuraran demasiado graves o comprometidos. No se trata, en estos casos, de una deconstrucción, sino más bien de una ruptura. Ni los músicos, ni los escritores que van surgiendo se sienten herederos y/o seguidores de una tradición. No se sienten constreñidos por lo que se espera de ellos. Ni por lo que espera de ellos el público, menos aún por lo que espera de ellos el poder. Constituyen lo que podría llamarse «la narrativa del reggaetón». Este género musical que una buena parte de la gente critica, desacredita y reprueba, pero con el que esa misma gente baila, se divierte o festeja; ha venido subiendo y popularizándose pese a la franca oposición oficial. Se ha establecido como la actual contracultura.
El reggaetón cubano, aunque sucesor de otras corrientes musicales arraigadas en Cuba desde mucho antes, como el rap o el hip hop, ha venido separándose de ellas no solo en cuanto a ritmo, sino también en cuanto a lírica. Con un lenguaje provocador, deliberadamente soez y en ocasiones sexista, el reggaetón cubano busca escandalizar, perturbar, incomodar a las esferas más conservadoras de la sociedad. A los puristas del idioma. A la «decencia» misma. Estas cualidades lo han alejado de los «grandes» escenarios y relegado a los centros nocturnos o, en el mejor de los casos, a los bailables populares.11 Ya a estas alturas, Los Van Van, NG la Banda o La Charanga pueden tocar en el Karl Marx. El Chacal y Yakarta, Chocolate o William el magnífico, no. Aunque parezca increíble, el reggaetón cubano constituye, en la nueva meta-Cuba que emerge, nuestra «bohéme». Una «bohéme» estruendosa y chillona, sí, pero también transformadora en el sentido de que altera el orden que se pretende conseguir desde el poder (en este caso no solo desde el poder político, sino también desde el poder fáctico o incluso disciplinario) y lo convierte en otra cosa. Bailar reggaetón es sexual, subversivo, exhibicionista; narrarlo es acuñar nuevos términos, darle un nuevo significado a términos ya existentes o crear nuevos referentes a partir de otros usados en un contexto distinto.12
Por su parte, la literatura está empeñada en crear una Cuba que no existe. Es más, en crear una Cuba que no existió y nunca existirá. No se trata, en este caso, de intentar la narración de un futuro posible, no es algo que quiera alcanzarse o que pueda hacerse luego realidad a partir del concepto, de la idea. La Cuba que busca narrarse es más bien una quimera, una utopía, una suerte de delirio. Ya no se trata siquiera de una meta-Cuba, sino de una alter-Cuba.
De la misma manera que la sociedad trata de aligerarse de la carga que le ha sido impuesta desde el sacrificio, los principios innegociables o la consagración a un proyecto fallido, también existe en la literatura una intención de ser irresponsable, de portarse mal, de olvidar o ignorar conceptos como «función social del arte», «compromiso con la verdad» y otras ideas panfletarias por el mismo corte propugnadas desde el poder. Un «pasarás por mi vida sin saber que pasaste».13 Un coqueteo con la «levedad» tal y como la entendía Milán Kundera. En términos formales puede considerarse realismo, aún cuando se trate de un realismo irreal.
De esta especie de impronta no se salvan tampoco (ni quieren salvarse) la ciencia ficción y el policiaco. Mario Conde, el detective creado por Leonardo Padura, el más conocido de los «héroes» del policiaco de los últimos años, es verosímil, pero no creíble. Es una utopía, una quimera. De hecho, el propio personaje vive tratando de ser otro distinto del que es. La ciencia ficción, por su parte, en los pocos casos que busca tener un anclaje dentro del entorno geográfico cubano, lo hace reinventándolo, corriendo los límites, incluso terraformando.14

» Había una vez…

Había una vez un hongo pequeñito que, de alguna manera, había conseguido crecer en medio de un descampado. No hay que preguntarse cómo. Los cuentos infantiles son así. De pronto, comenzó a llover y una mariquita que andaba cerca corrió hacia él para guarecerse. A los pocos minutos llegó un saltamontes y pidió:
—Mariquita, hazte a un lado para que yo también pueda taparme de la lluvia…
—Qué más quisiera yo, saltamontes, pero este hongo es muy pequeño. Si te dejo entrar me mojaré yo también.
—Muévete un poquito, anda… ya verás que hay espacio…
Llena de buena voluntad, la mariquita se movió para hacerle espacio al saltamontes. Apenas se habían acomodado cuando llegó la rana y pidió:
—Mariquita, saltamontes, háganse a un lado para que yo también pueda taparme de la lluvia… El saltamontes respondió:
—Qué más quisiéramos nosotros, ranita, pero este hongo es muy pequeño. Si te dejamos entrar nos mojaremos nosotros también.
—Muévanse un poquito, por favor, ya verán que hay espacio —suplicó la rana.
Entonces la mariquita y el saltamontes se apretaron uno contra otro para hacerle sitio a la rana.
Mas tarde llegó el gorrión e hizo el mismo pedido.
—Mariquita, saltamontes, ranita, háganse a un lado para que yo también pueda taparme de la lluvia… La rana, de muy buenos modos, respondió:
—Qué más quisiéramos nosotros, gorrioncito, pero este hongo es muy pequeño. Si te dejamos entrar nos mojaremos nosotros también.
—Muévanse un poquito, por favor, ya verán que hay espacio —imploró el recién llegado.
Entonces la mariquita, el saltamontes y la rana se apretaron aún más para hacerle sitio al gorrión.
Y así sucesivamente. Los animales fueron llegando a refugiarse de la lluvia y siempre hubo espacio para uno más. Al final del cuento la mariquita, muy asombrada, se preguntó cómo habían logrado refugiarse todos bajo un hongo tan pequeño.
Como es obvio, la historia (animales más, animales menos) va dirigida a enseñarles a los niños el valor de la solidaridad. Aunque también resulta significativo que en la ilustración final del cuento para niños aparezca un hongo grande que los cubre a todos. O sea, la solidaridad está muy bien, es un valor a tener en cuenta; pero por otro lado el hongo ha crecido con la lluvia. Y quizás, también, con la buena voluntad de quienes estaban dispuestos a apretarse un poco para ayudar a los que iban llegando.
Al igual que en el cuento, la nueva meta-Cuba que va emergiendo se parece cada vez más al hongo: gracias a la intención (y al intento) de quienes buscan refugiarse en ella, la inclusión va prevaleciendo sobre la exclusión. Lo diferente se torna regla. La meta-cubanidad se va ajustando de modo que siempre hay lugar para el recién llegado.
Más allá de las políticas gubernamentales, a pesar de ellas en la mayoría de los casos, surgen blogs personales, grupos pequeños y no tan pequeños con intereses comunes, organizaciones en busca de visibilidad y legitimización a través del trabajo arduo y paciente. Poco a poco la verdadera sociedad civil se va abriendo paso, ocupando espacios al margen del dictamen oficial. Si bien estos proto-proyectos apenas se van esbozando dentro de la macro estructura, más estratificada, lo cierto es que un panorama así no habría sido posible, ni siquiera imaginado, una década atrás. Pero, sobre todo, vale la pena señalar la importancia de estas pulsiones, en tanto ponen de manifiesto la existencia de una voluntad cada día más independiente del estado como ser omnisciente y omnipotente. La nueva meta-cubanidad que va emergiendo no busca defenderse del Estado, no se burla de él, no se rebela, no lo combate. Simplemente lo hace desaparecer, lo in(trans) visibiliza, termina ignorándolo y, en última instancia, olvidando que existe. Con intención o sin ella, da igual.
Es entonces cuando empieza a llover y el hongo crece. Y allá van los cuentapropistas, la Cofradía de la Negritud, los blogueros, los frikis, los seguidores del manga y el anime, los gamers, la comunidad gay, los nerds, los amantes de las marcas registradas, los que usan Iphone, Samsung y Alcatel (y también los que no saben nada de la tecnología celular), los que compran cualquier pedacito de oro, los trabajadores del sexo, los vendedores ambulantes sin licencia, los «ilegales» de otras provincias que no tienen dirección fija en La Habana, los periodistas independientes… Y son tantos… somos tantos… Porque en este meta-país que emerge, en esta nueva meta-Cuba que crece, por pura voluntad, cabemos todos.

Notas:

1 En el enfrentamiento ideológico a la metrópolis española, surgieron las primeras doctrinas que proclamaban el independentismo o la autonomía. Basadas, sobre todo, en el sentimiento de pertenencia a la tierra en la que se nació. Más tarde, la guerra de 1868 y el movimiento libertario que le siguió, retomaron ese sentimiento y lo elevaron a la categoría de «patria»: concepto más que llevado y traído hasta el presente por cuanto político ha llegado al poder.
2 Podría pensarse que la influencia norteamericana en la formación de la «cubanidad» comienza luego de la guerra hispano-cubano-norteamericana, pero la verdad es que desde finales del siglo xviii y principios del xix, numerosos empresarios norteamericanos formaron parte activa de la vida económica del país.
3 Todavía hoy, si nos visita un invierno particularmente intenso, hay personas que sacan del baúl de los recuerdos sus ushankas, con todo y orejeras, para recordarnos que hubo un tiempo en que solíamos cantar aquello de «Florecillas, manzanos y perales/ ya de nieve el río se cubrió/ y por la ribera iba Katiushka/ iba cantando su mejor canción (…)», pese a lo ajeno que resultaban dichos referentes a la realidad nacional. Eso, por no hablar de los famosos «muñequitos rusos», vínculo metafórico de más de una generación.
4 Ya en 1995 se había intentado un proceso semejante. Obligado por las circunstancias que generaron la caída del campo socialista y con ello la debacle económica de la maltrecha economía cubana que dependía fundamentalmente de la inyección de insumos y crédito casi ilimitados por parte de los países del CAME; el propio Fidel Castro autorizó la iniciativa privada con un carácter en extremo moderado por inspectores y supervisores de diversa índole. De este gesto «benévolo» solo consiguieron perpetuarse hasta el 2006, los relacionados con el transporte de pasajeros (los llamados «almendrones» o «boteros»), las casas de alquiler y algunos restaurantes o cafeterías particulares.
5 No olvidar que los años 90 en Cuba se caracterizaron por la escasez y, en el mejor de los casos, la austeridad material.
6 Tal es el caso del separador central de la calle G. De un tiempo a esta parte, el que otrora fuera un paseo y parque que se extiende desde el monumento a José Miguel Gómez hasta el de Calixto García en el Malecón; se ha convertido en sitio de reunión para los jóvenes, en un punto de convergencia para las distintas tribus urbanas. En especial los fines de semana, pero también, en menor medida, los días laborables, los jóvenes van a G. La trascendencia de esta apropiación ha incidido en algunos creadores que han dedicado sus cortometrajes o documentales al fenómeno de G. Aunque quizás el acercamiento más famoso es el del grupo punk cubano Porno para Ricardo, quien ha popularizado un tema cuyo estribillo dice «vámonos pa’ G, que no hay nada que hacer (…)». Lo cual resume el carácter mismo del lugar: a la falta de opciones o del dinero necesario para acceder a las que existen, vámonos pa’ G. La actitud no es de queja, sino de búsqueda de una solución alternativa: ir a G.
7 En Miami, uno de los sitios por excelencia de la diáspora cubana, tanto que ha sido nombrada por muchos como «la capital del exilio»; existen agencias de envíos para Cuba. Una vez más, el fenómeno tiene sus similitudes y sus diferencias: ambos intentos buscan suplir las carestías generadas por la mala administración económica cubana; pero, las posiciones del consumidor final, en uno y otro caso, son diferentes. El que recibe las remesas o artículos que le envían sus familiares, tiene una actitud pasiva, es un simple receptor de lo que se le da. No elige el producto, no lo paga, no lo busca. Hay quien lo hace por él, del mismo modo que el estado le da una libreta de abastecimiento y una canasta alimenticia que cada vez es menos básica. El que compra a través de una internet desconectada, tiene un papel activo en el asunto. Es alguien que no solo opta por el consumo frente a la escasez, sino que escoge lo que va a consumir. Y paga por ello.
8 Jean Baudrillard, El crimen perfecto, versión digital, p 65.
9 «Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada».
10 Proliferaron entonces las prostitutas, los policías corrup tos, los presos, las zonas de violencia rural o urbana, etc. En general se intentaba narrar una parte de la realidad que no formaba parte del concepto ideal de la «sociedad socialista» que se había intentado construir.
11 El mismo destino que corrieron, mucho antes, antiguas orquestas de salsa. También acusadas de soeces, inmorales y traidoras de la más puras tradiciones de la música cubana.
12 Tal es el caso de «guachineo», «guaripola» o «chupi-chupi». O, «¿quieres que te lleve a Singapur?», lo cual es obvio que no se refiere al país asiático; o «en cuestiones del amor, unos son fresa y otros chocolate; si tú no sirves pa’ matar, entonces deja que te maten», donde el asunto a debate no tiene nada que ver con la preferencia en el sabor de los helados; o «unos vampiros dicen que son Drácula, pero al final son el Conde Pátula», haciendo alusión a los equívocos que pueden ocurrir en el ansia de diferenciar a una mujer de un travesti.
13 Es significativo el hecho de que en la Cuba revolucionaria nunca haya existido un interés editorial hacia la novela rosa, las revistas del corazón o la poesía al estilo José Ángel Buesa. ¿Es que acaso la revolución no podía darse el lujo de ser cursi? ¿Es que lo cursi contamina el carácter serio y grave de la revolución? ¿Es que la narrativa de lo cursi no se ajusta a la narrativa revolucionaria? A saber… Es curioso, porque, sin embargo, la música llamada «romántica», que también está asentada dentro de una estética cursi, sí es bastante difundida. Contradictorio, ¿no?
14 Podría pensarse que de eso se trata la ciencia ficción, pero el asunto es que estas modificaciones que se hacen en el entorno de lo geográfico, no son en sí mismos elementos de la trama. O sea, el cambio de nivel de realidad que caracteriza a la ciencia ficción no depende del cambio del entorno. El entorno es más bien un decorado, el contexto donde ocurren los sucesos, un escenario. Dos de los más sólidos acercamientos a esta realidad otra son los universos de Habana Underguater e M; de los autores Erick J. Mota y Vladimir Hernández, respectivamente.