La década de los 50 del pasado siglo estuvo lejos de ser una época propicia para el normal desarrollo de la cultura en Cuba. Si bien durante su transcurso surgieron algunas instituciones importantes, como la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, en 1951, se llevaron a cabo significativas exposiciones de pintura, se extendieron en la capital las funciones de las salas de teatro y continuaron su normal desempeño organismos creados en décadas anteriores como las Academia Cubana de la Lengua y el Ateneo de La Habana, el golpe de estado protagonizado por el general Fulgencio Batista en marzo de 1952 rompió con el orden constitucional vigente hasta entonces y generó un clima de represión política que se incrementó en los años siguientes y condujo a la implantación de la censura de prensa, la clausura de la Universidad de La Habana, el cierre de publicaciones y la persecución de algunos intelectuales por sus posturas oposicionistas. No obstante aquella situación nacional, que se hizo más compleja al tomar fuerza el movimiento revolucionario armado dirigido a derrocar la dictadura, nacieron entonces algunos proyectos culturales independientes como la Federación Nacional de Escritores.
» La Federación Nacional de Escritores (FNE)
La iniciativa de fundar esta asociación surgió en el seno de un grupo de periodistas y poetas que encabezó el catalán Santiago Velasco Manent, exiliado republicano en Cuba y en aquellos días miembro de la redacción del importante diario El País, donde había desempeñado los puestos de Jefe de Archivo y de director del suplemento semanal El País Gráfico. No era nuevo este propósito de aglutinar a los escritores cubanos, pues ya existían al menos tres antecedentes cercanos: la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UEAC), constituida en 1938 por Juan Marinello, Carlos Montenegro, Rafael Marquina y otros, la Casa de los Poetas, que abrió las puertas en su propio domicilio el 2 de abril de 1944 el tabaquero y modesto versificador Francisco (Pancho) Arango, autor de un solo libro de versos, Música de nostalgia (1950), y el PEN Club de Cuba, fundado en septiembre de 1945 por Jorge Mañach como filial en la Isla del PEN Club Internacional, con sede en Londres. La existencia de la primera de estas asociaciones solo se prolongó un par de años y fue bastante limitado su impacto en la vida nacional, a pesar de las personalidades que la integraron; la segunda, en cambio, se extendió hasta la década de los 60; pero su proyección, basada en tertulias literarias, recitales de versos y camaradería de autores de escasa estatura creativa, como Ángeles Caíñas Ponzoa, Alma Rubí y Heliodoro García Celestrín, hizo que apenas dejara huella en la historia del movimiento poético en Cuba. El PEN Club logró en un principio aglutinar a figuras de muy alto nivel intelectual y de muy diversas orientaciones políticas, como el historiador Ramiro Guerra, los poetas Gastón Baquero y Regino Pedroso, el ensayista Raimundo Lazo, el dramaturgo y periodista Rafael Suárez Solís e incluso a los prestigiosos miembros del exilio republicano español María Zambrano, Antonio Ortega y Juan Chabás; pero pronto las pugnas internas provocaron una crisis en su seno y la renuncia de algunos de sus miembros. Su existencia también se prolongó hasta los primeros años del triunfo revolucionario, pero ya entonces había perdido la vitalidad de sus inicios. Al margen de sus notables diferencias, estas agrupaciones coincidieron en poseer un espíritu integracionista, no exclusivista, se desmarcaron de los poderes gubernamentales y no buscaron el apoyo oficial, por lo cual dispusieron de limitados recursos y debieron llevar una vida austera.
Animados por el atrayente propósito de constituir esta agrupación de carácter más bien fraternal, Santiago Velasco y sus principales seguidores, entre los que se encontraban los periodistas José A. Sabás Torriente, Gloria Borges y Rafael Escobar Linares, el 14 de junio de 1954 iniciaron en el Registro de Asociaciones del Gobierno Provincial de La Habana el proceso de inscripción oficial de la Federación Nacional de Escritores, cuya acta de constitución se levantó el siguiente día 7 de julio. En la asamblea resultaron
electos para integrar la Junta Directiva Santiago Velasco Manent (Presidente), la periodista Gloria Borges Borges (Vicepresidente), el poeta Manuel M. Villar González (Secretario), la también periodista colegiada Berta Nápoles Manzanedo (Vice Secretaria), Rafael Escobar Linares (Tesorero), Graciela Palacios Vieites (Vice Tesorera) y como Vocales José A. Sabás Torriente, el narrador e historiador Alfredo Mestre Fernández, autor de la novela Luisa (1943), el poeta manzanillero Rogelio González Ricardo y algunos más. Declaró como sus fines la Unión y como su sede Prado Nro. 264, altos.1
De acuerdo con sus Estatutos, pulcramente redactados, la FNE se declaraba «de tipo profesional, apolítico y laico, con el fin de unir a todos los escritores de Cuba en una entidad que propicie el mutuo conocimiento entre todos ellos, reuniendo tanto a los autores de novelas y cuentos en periódicos y revistas, como de radio y televisión, así como de cualquier otro género literario». Como objetivos se trazaba que sus asociados recibieran por sus trabajos una remuneración adecuada y, de modo más ambicioso, la creación de un departamento de publicaciones para la divulgación de las obras de los federados, la constitución oficial de un Colegio Nacional de Escritores, así como de una clínica, un balneario y un club propios. También se proponía sacar una revista mensual y de modo muy democrático establecía: «Todos los escritores, sin distinción de raza, creencia religiosa ni credo político, tienen derecho a pertenecer a esta Federación», que contaría con una Comisión de Admisión ante la cual podrían presentarse tanto autores profesionales como noveles o aficionados. La cuota de los asociados sería un peso cada mes y se crearían federaciones en cada una de las seis provincias del país, aunque también podrían existir delegaciones municipales. En el caso de que se disolviera esta agrupación sus bienes, recursos y valores pasarían a la Casa de Maternidad y Beneficencia de La Habana.
En las semanas siguientes la FNE comenzó a cobrar fuerza y sus fundadores realizaron una intensa labor de proselitismo no solo en la capital, sino en las ciudades del interior. Como resultado de aquel esfuerzo se incrementó su relación de socios y se crearon delegaciones tanto en Santa Clara y en la ciudad de Camagüey como en Remedios, Jovellanos y Los Arabos. Ese impulso y el entusiasmo provocado por una recién creada institución que iba en ascenso propiciaron que en diciembre de 1954 viera la luz el Boletín Informativo de la F.N.E., un plegable de modesta factura, pequeño formato y 8 páginas que dirigió Santiago Velasco. Este se encargó de estampar en el primer número unas palabras de saludo y un llamado a engrandecer aquel proyecto cultural que deba sus primeros pasos. El Boletín…, que hoy nos permite acercarnos aún más a la vida interna de la FNE, también en su primera salida enarboló como un éxito el surgimiento de las federaciones provinciales en La Habana y en Las Villas. Esta última fue presidida por la pedagoga Amparo Manso Valdés y la primera por Carter A. Ramos, de quien solo hemos podido conocer que ostentaba el título de Doctor.
En los números siguientes se informó que a fines de 1954 ingresaron en la FNE el dramaturgo, crítico de arte y conocido periodista de Información Rafael Marquina, el entonces joven ensayista Salvador Bueno, quien publicaba sus críticas literarias en el diario Alerta, el entusiasta poeta y narrador José Jorge Gómez (Baltasar Enero), el autor teatral y conferencista Eduardo Agüero Vives, quien durante muchos años había tomado parte en las luchas obreras, y el periodista Oscar F. Rego, recién galardonado con el Premio Periodístico Juan Gualberto Gómez y profesor de la Escuela Profesional de Periodismo. Poco después se sumaron a esta organización el poeta y barbero Mariano Sancho Gauchola, autor de Placer del alma; versos y prosa (1949), el narrador José Lorenzo Fuentes, quien en 1952 había obtenido el Premio Internacional de Cuento «Alfonso Hernández Catá», y la poetisa Carmen Jaume de Vallhonrat. Resulta sorprendente conocer a través del tercer número del Boletín…, de febrero de 1955, que la FNE contaba ya con delegaciones no solo en Guane, Coliseo, Sibanicú y Palma Soriano, sino también en Nueva York y en Long Island.
Como es de suponer, de todas las federaciones provinciales la que contó con mayor número de miembros y mayor prestigio por la relevancia de estos fue la establecida en La Habana. El 13 de febrero de 1955 llevó a cabo su asamblea general y nuevas elecciones, que dieron como resultado la siguiente Junta Directiva: Rafael Marquina (Presidente), la poetisa Alma Rubí (Vicepresidente), el abogado y aficionado a la filosofía Augusto Cortés Ruiz (Secretario), Baltasar Enero (Secretario de Relaciones) y como Vocales Eduardo Agüero Vives y Pedro Rivasés Malo, quien se desempeñaba entonces como Secretario de Relaciones Exteriores en la Asociación de ExCombatientes Libres y Antitotalitarios, entidad en la cual Santiago Velasco ocupaba el puesto de Secretario General.
A través del Boletín… podemos saber también que en los meses siguientes se incorporaron a la FNE decenas de autores o de simples aspirantes a escritores, pues en la dilatada relación que se ofrecía coincidieron algunos que ya se habían dado a conocer, otros que obtendrían más tarde cierta significación y no pocos cuyos nombres se diluyeron por completo en el olvido. Creemos que resulta de interés seleccionar de esa lista a los poetas, narradores, periodistas y ensayistas más conocidos. A continuación los mencionaremos: el decimista güinero Francisco Riverón Hernández, quien había obtenido éxito con su libro Surco y taberna (1950), Surama Ferrer, autora del libro de cuentos El girasol enfermo (1953) e integrante del cuerpo de redactores de Alerta, el ensayista gallego Fuco G. Gómez, quien había publicado en 1945 La agonía de Iberia, y la prolífica escritora Mary Morandeyra, autoproclamada Poetisa de la Raza y cuya bibliografía abarcaba más de una docena de títulos. A ellos habría que agregar a los dramaturgos José Cid Pérez y Dolores Martí de Cid, autores de la pieza en tres actos Biajaní, a Ángel Tur Canudas, pedagogo y narrador de estilo estrafalario e ínfulas filosóficas, como demostró en Atavismo; ensayo de novela científica (s/a) y en Biografía de la esencia trágica en el impulso pleno (1956), a Roberto Branly Deimier, años más tarde poeta notable y crítico de cine, y Eduardo Ordóñez, dramaturgo, abogado, poeta, cantante, exfutbolista del Real Madrid y autor de la comedia Por encima de todo (1953). Resulta llamativa la incorporación masiva en octubre de 1955 de los más sobresalientes integrantes del llamado grupo literario de Manzanillo, conformado por el prestigioso poeta Manuel Navarro Luna, su hijo, el crítico de música Gustavo Navarro Lauten, el cuentista e impresor Juan Francisco Sariol, director-propietario de la revista literaria Orto, el poeta Miguel Galliano Cancio y el periodista Epi Sánchez Quesada. Suponemos que estas altas obedecieron a la exhortación fraternal formulada por Rogelio González Ricardo, integrante de la Junta Directiva de la FNE, años antes miembro de este grupo manzanillero y frecuente colaborador en las páginas de Orto.
Miembros de esta asociación también fueron el escritor evangélico Alejandro Pereira Alves, de origen brasileño y residente en Cumanayagua, Las Villas, la investigadora Concepción Teresa Alzola, quien con posterioridad publicaría en dos tomos la relevante obra Folklore del niño cubano (1961), y los periodistas Antonio Reyes Gavilán, de Excélsior, Juan Manuel Martínez-Díaz Varela, director de la revista Meridiano, Emilio Céspedes Casado, director de La Voz de Colón (Matanzas), el crítico de cine Augusto Ferrer de Couto y Ángel C. Artola, merecedor del Premio Periodístico Enrique José Varona (1955). A esos nombres añadiremos los siguientes de poetas de un solo libro: Enrique Sureda Bosch —Reveres (1955)—, Manuel Villar —Confidencias a mi niña (1956)—, Mercedes Sendón Oreiro —Hacia mi distancia (1955)—, Joaquín Enrique Piedra —Única palabra (Camagüey, 1954)—, Mario Julio Moreno —La miel del corazón y otros poemas (1958)—, Rosa Fernández-Brito de Giménez —Mi sentir; obra del Señor, poemas (1955)—, Carmen Jaume de Vallhonrat —Dolor de eternidad (1946)— y Carlota Lluch Casals —Ensayos y poemas (Manzanillo, 1938).
Un poco más extensa fue la producción poética de Margarita Ferrer, Ángeles Caíñas Ponzoa, Rosita Arango y Baltasar Enero, y más aún, ya después del triunfo revolucionario de 1959, de Adolfo Martí Fuentes y de Adelaida Clemente Díaz.
Hasta donde conocemos, dos poetisas que tomaron parte activa en la FNE, publicaron con frecuencia sus versos en publicaciones periódicas cubanas y no llegaron a reunirlos en un volumen fueron Alma Rubí y Ana Morata Cañada. La pedagoga Amparo Manso Valdés dio a conocer en 1955 su «novela histórico-imaginativa» Detengámonos al borde del abismo, el santiaguero Ernesto Buch López, después de haberse iniciado como poeta, con mayor fortuna se dedicó a las investigaciones históricas sobre su ciudad natal, y Víctor Agustini en aquella época recibió algunos elogios por su libro Hombres y cuentos (1955). No deja de resultar curioso que se haya incorporado a la FNE el prestigioso médico y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana Juan B. Kourí. El novelista Enrique Serpa, quien ya disfrutaba de un general reconocimiento, no llegó a inscribirse en esta asociación, pero alguna vez asistió a sus actividades, como se recogió en el Boletín…
El número de integrantes de la FNE seguía un ritmo de discreto aumento, pero sus finanzas, a pesar de los llamados de Santiago Velasco y del resto de la Junta Directiva, no crecían. De acuerdo con el balance de Tesorería de diciembre de 1955 solo se contaba con la exigua cantidad de 150.24 pesos. No obstante esta situación, en marzo del año siguiente la Federación Provincial de Escritores de La Habana dio a conocer la convocatoria a un certamen literario.
» El Concurso «Federico de Ibarzábal» y el Concurso «Emilio Ballagas»
Según se estableció en sus bases, era «un Concurso Literario Anual de Cuentos Breves y Poesías» con el fin de estimular la producción literaria de los federados de todo el país y honrar la memoria de dos destacados autores cubanos fallecidos en fecha reciente: el narrador Federico de Ibarzábal y el poeta Emilio Ballagas. Solo podrían participar los miembros de la FNE, quienes tendrían la posibilidad de presentar hasta tres cuentos y cinco poemas. A los ganadores se les entregaría un trofeo y a los que obtuvieran accésit un diploma, pero no habría premios en metálico. El plazo de admisión de los trabajos cerraría el 31 de mayo de 1956 y todas las obras galardonadas serían impresas por la Editorial FENES, perteneciente a la FNE. El jurado estaría integrado por cinco miembros, que designarían la Academia Nacional de Artes y Letras, el Ateneo de La Habana y la Federación Nacional de Escritores. En total se presentaron 168 poemas y 64 cuentos.
Los resultados del concurso se divulgaron el siguiente día 30 de junio. De acuerdo con el acta oficial, la presidencia del jurado recayó en el ensayista y profesor de Teoría Literaria de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana Aurelio Boza Masvidal, como Secretario se desempeñó José Jorge Gómez (Baltasar Enero) y como Vocales Santiago Velasco, Rafael Marquina y José Luis Vidaurreta, quien ocupaba el puesto de Secretario de la Academia Nacional de Artes y Letras. En el Concurso «Federico de Ibarzábal» obtuvo el premio Francisco Chofre con el cuento «Y días después» y un accésit con «La rama seca», mientras Ramón Azarloza Blanco, Adelaida Clemente y Mario Julio Moreno debieron conformarse con los accésits que se les otorgó, respectivamente, a los textos titulados «La lingada», «El regreso» y «Predestinación». En el Concurso «Emilio Ballagas» se alzó con un premio compartido Mario Julio Moreno gracias a sus «7 décimas para cantarle al río» y además con un accésit por su poema «La miel del corazón». Premio recibió igualmente «El dolor del alma humana ante los pueblos en guerra», de Anita de Revert. Los otros accésits recayeron en «La inspiración poética», de Ana Morata Cañada, «Evocación», de María Heguy Barberi, y «Elegía por la niña y el templo», de Joaquín Enrique Piedra.
En el siguiente mes de septiembre todas esta obras aparecieron publicadas en un volumen que contó con un proemio de Santiago Velasco, dirigido a felicitar a los autores y a la Federación Provincial de La Habana por convocar al certamen, con una «declaración de principios» de la FNE, al final, para cohesionar aún más a los escritores cubanos, y con una ficha biográfica de los galardonados, que redactó Baltasar Enero. El libro llevó por título 6 poesías y 5 cuentos premiados y se consideró la primera piedra para la constitución de la Editorial FENES, proyecto que fue ampliamente promocionado a través del Boletín… Según se declaraba entonces, esta editorial sería autónoma en sus funciones, aunque como filial de la FNE. Con el fin de que pudiera iniciarse su funcionamiento se venderían acciones nominales por 5 pesos. Algunos federados, entre ellos los principales integrantes de la Junta Directiva, compraron varias acciones y hasta se llegaron a trazar las líneas temáticas que tendría esa editorial. Pero en el segundo semestre de 1956 el Boletín… dejó de publicarse y al igual que otras entidades culturales del país, la FNE comenzó a ser víctima indirecta del clima político enrarecido y la violencia que se fue extendiendo por todo el territorio nacional.
No obstante aquella situación, la Federación Provincial de La Habana en 1957 logró convocar de nuevo a los concursos «Federico de Ibarzábal» y «Emilio Ballagas». De forma colateral hemos conocido que Francisco Chofre en esta oportunidad recibió tanto el premio de cuento, con «Una mujer y su distancia», como el de poesía, con «La inútil pregunta», mientras Ramón Azarloza fue merecedor de un accésit con el cuento «Atentado»2 y Mario Julio Moreno de otro, pero en el Concurso «Emilio Ballagas».3 En esta oportunidad no se publicaron en forma de libro las obras premiadas. De modo evidente la FNE había caído en crisis, pero sus funciones no cesaron por completo. De acuerdo con un documento que se conserva en el expediente de esta asociación en el Archivo Nacional, en octubre de 1958 asumió la presidencia de la Federación Provincial de La Habana Augusto Cortés Ruiz.4 En aquellos momentos a la dictadura de Batista solo le quedaban unas semanas de agonía y Rafael Marquina entraba en la etapa final de su padecimiento de cáncer.
» Resurgimiento de la FNE tras el triunfo revolucionario
Aunque el último documento de esta asociación que obra en su expediente está fechado el 10 de febrero de 1959, existen pruebas de que la FNE resurgió y salió de nuevo a la luz pública tras el triunfo de la Revolución en 1959. No pocos de sus asociados se habían alejado de ella, otros se habían entregado a diferentes labores o marchado al extranjero; pero los más fieles lograron reagruparse con el propósito de darle nueva vida a esta organización. Su visibilidad pública se hizo mayor cuando en marzo de 1960 comenzó a sacar la revista de modesta factura El Escritor, «órgano oficial de la Federación Nacional de Escritores», bajo la dirección de Eduardo Agüero Vives y la subdirección de Santiago Velasco, quien evidentemente había descendido a un plano más discreto, aunque en algunos momentos se le reconociera el título de presidente de la agrupación. Fueron sus jefes de redacción y de información, respectivamente, las autoras ya conocidas Ana Morata Cañada y María Heguy Barberi, mientras su equipo de redactores pasó a ser integrado por Berta Nápoles Manzanedo, una de las fundadoras de la entidad, las asociadas de tiempo atrás Rosita Arango y Palmira Valdés Poyo, y asombrosamente el viejo historiador Gabriel García Galán y la destacada intelectual Loló de la Torriente.
En su primer número El Escritor incluyó el editorial «La Revolución y los escritores federados», en el cual manifestó su pleno respaldo al proceso revolucionario, que calificó de «movimiento nacionalista», aunque sin dejar de acotar que la FNE era apolítica. En la sección «Notas Informativas» hizo referencia a su pasado inmediato:
La Federación Nacional de Escritores tuvo durante la derrocada dictadura que soportar una vida casi inactiva como consecuencia de las medidas excepcionales que el gobierno del 10 de Marzo impuso a casi todas las organizaciones que no se sometieron a la incondicionalidad de sus imposiciones. Por eso vimos obligados (sic) a suprimir los boletines informativos y mantenernos casi al pairo para no correr el riesgo de una clausura con la que varias veces se nos amenazó.5
Hasta donde conocemos, El Escritor solo disfrutó de cuatro salidas, hasta octubre de 1960. En sus páginas abundaron los poemas dedicados al comandante Fidel Castro y al proceso revolucionario, escritos por Adelaida Clemente Díaz, Palmira Valdés y otros autores. También publicó versos de poetas mexicanos, chilenos y uruguayos, así como artículos elementales para honrar a los patriotas José Martí y Manuel Sanguily que no pasaban de ser composiciones de nivel secundario. Concebida esta revista como una especie de cajón de sastre, lo mismo publicó capítulos de una novela que pinceladas humorísticas, informaciones culturales, reseñas de libros y comentarios políticos. A partir del tercer número el nombre de Santiago Velasco desapareció y en ninguna de sus páginas hemos hallado los de Baltasar Enero, Rafael Marquina, Francisco Chofre, Rafael Azarloza… El Escritor era en realidad el vocero de una nueva FNE y de las posiciones políticas de su director, quien dejó a un lado los estatutos fundacionales, que establecían el carácter apolítico y laico de la asociación, para elogiar abiertamente el comunismo y, en su última salida, atacar brutalmente a la Iglesia Católica.
A fines de 1960 la dinámica vertiginosa de la Revolución había llevado a muchos escritores a tomar diversos derroteros, que incluyeron tareas administrativas, labores políticas, abandono del país, retraimiento, etc. El proyecto original de la FNE, integracionista, de unificación y tolerancia, se tornó incompatible con las demandas de la realidad que se imponía. Los escritores y artistas comenzaron entonces a ser convocados para incorporarse a una amplia organización oficial que se encargaría de apoyarlos y de canalizar sus inquietudes profesionales. En junio de 1961, a lo largo de tres sesiones celebradas en la Biblioteca Nacional José Martí, el comandante Fidel Castro se reunió con un amplio grupo de intelectuales y artistas y definió cuál sería la política cultural del proceso revolucionario. Semanas después, en agosto, se llevó a cabo el Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, que dio paso a la constitución de la UNEAC. Uno de los participantes en aquel congreso fue Santiago Velasco, quizás en representación, al menos simbólica, de la ya extinta FNE.
» Valoración final de la FNE
Esta organización estuvo desde sus inicios animada de muy buenas intenciones, que incluyeron la solidaridad, la camaradería intelectual, la defensa de los derechos de los escritores y la búsqueda de espacios para que estos pudieran divulgar sus obras, a pesar de la difícil coyuntura en que le tocó desenvolverse. Uno de sus principales errores, a nuestro entender, consistió en ser demasiado permisiva y abrirle de par en par sus puertas a cualquiera que se hiciera llamar escritor o que aspirara a serlo, sin contar aún con una obra al menos mediana. Esta falta de selección hizo que se devaluara el prestigio de la FNE y que la mirasen por encima del hombro los que en realidad, tras no poco esfuerzo, habían logrado una producción literaria reconocida o, en el peor de los casos, ya conocida. Hay que decirlo con claridad: algunas personas, muy deseosas de abrirse paso a como diera lugar, tanto en la capital como en el interior del país, vieron en esta asociación la posibilidad de tomar parte en un espacio público, codearse con personalidades de las letras e insertarse en un agradable ambiente asociativo. Aquella masividad atentó contra la reputación de la FNE, que a través de algunas giras campestres, como las realizadas a la localidad de La Cachimba, cerca de Güira de Melena, y a Matanzas, que incluyó un encuentro con la poetisa Carilda Oliver Labra, y por medio de alegres reuniones en la Barra Bacardí, de la calle Zulueta, y recitales de poemas en la Asociación de Repórters de la Habana, se propuso que estrecharan relaciones sus asociados.
No deja de resultar llamativo el considerable número de españoles que integraron esta entidad. Catalanes fueron dos de sus principales animadores, Santiago Velasco y Rafael Marquina; pero a ellos tenemos que agregar a los gallegos Fuco G. Gómez, Mary Morandeyra, Mercedes Sendón Oreiro y Adolfo Martí Fuentes, los valencianos Francisco Chofre y Manuel Uribarri Barutell, el aragonés Mariano Sancho Gauchola, la madrileña Mercedes Martí de Cid y la murciana Ana Morata Cañada, por solo citar a los más conocidos. De igual modo nos causa curiosidad la militancia en la masonería de algunos de estos federados, que llegaron a ocupar cargos relevantes. Santiago Velasco en 1944 ingresó en la Logia Minerva y tres años después pasó a la Logia San Andrés. Augusto Cortés Ruiz llegó a desempeñar la presidencia de la Academia Cubana de Altos Estudios Masónicos. En los documentos de la FNE que hemos consultado en el Archivo Nacional ambos estampaban al final de su firma tres puntos en forma de triángulo equilátero: un reconocido símbolo masónico. José Luis Vidaurreta, uno de los miembros del jurado del concurso convocado en 1956, era entonces Director Técnico del Museo Nacional Masónico, con sede en la Gran Logia de Cuba, donde con frecuencia ofrecía disertaciones históricas. También Eduardo Agüero Vives perteneció a la masonería y dictó conferencias en distintas logias. Furibundo anticlerical, publicó en la Editorial Mundo Masónico varias obras, entre ellas la pieza de teatro Las miserias de la sotana (s/a). Manuel Uribarri perteneció a la Logia Pi y Margall, pasó a integrar después la Logia Unión Ibérica y llegó a ser Maestro Masón, Representante del Grande Oriente Español en el Exilio. Alejandro Pereira Alves perteneció a la Logia «Francisco Sánchez Curbelo», de Cumanayagua, Miguel Galliano Cancio formó parte de la Logia «Manzanillo» y Roberto Branly en 1956 aspiró a ingresar en la Logia «José Nackens», de La Habana. Sin embargo, a todos estos hermanos masones los superó en grado jerárquico el historiador y poeta Gabriel García Galán, quien en 1935 llegó a ocupar el sitial de Gran Maestro de la Gran Logia de Cuba y durante su mandato creó la organización fraternal para mujeres Hijas de la Acacia, a la cual perteneció Ana Morata Cañada. Por el carácter mayormente secreto que tenía entonces la masonería no descartamos la posibilidad de que otros miembros de la FNE hayan pertenecido también a esa entidad.
La FNE se perdió en el olvido y sus escasos frutos resultan desconocidos incluso para muchos estudiosos de las letras cubanas. En el minucioso panorama cultural de la época que ofrece en su segundo tomo la Historia de la literatura cubana (2003), publicada por el Instituto de Literatura y Lingüística «José Antonio Portuondo Valdor”, ni siquiera se le menciona. Al cabo de más de medio siglo de su constitución y magro desempeño no resulta ocioso recordarla y evocar a sus principales animadores.
» Noticia acerca de los principales animadores de la FNE
Santiago Velasco (Mataró, Barcelona, 6 de octubre de 1902 – La Habana, 1 de marzo de 1988). Periodista, ensayista y maestro. Realizó estudios de Magisterio en la Escuela Normal de Barcelona y obtuvo el Doctorado en la universidad de esta ciudad. Desde joven participó en actividades periodísticas como redactor y colaborador de varias publicaciones. Por sus ideales antimonárquicos y liberales se opuso a la dictadura de Primo de Rivera. Durante el período republicano ejerció la docencia y dirigió la organización de enseñanza Seminario de Cultura Libre. También durante su estancia en Barcelona imprimió sus ensayos Joaquín Costa, paladín de la libertad, Federico Nietzsche o la voluntad de poder, La paz y el mundo futuro y El progreso y la libertad de la mujer, entre otros. Tras el estallido de la Guerra Civil defendió con las armas el gobierno legalmente constituido y en 1937 fue uno de los fundadores de la Alianza Juvenil Antifascista. Después de haber sido herido en un combate pasó a Francia, trabajó en el Consulado Español en Perpiñán e hizo una intensa campaña en favor de la causa republicana. En 1939 llegó a La Habana en calidad de exiliado y en marzo de 1941 ingresó en la redacción del diario El País, donde ocupó el puesto de jefe de archivo y más tarde la dirección de El País Gráfico (1942-1945). También dirigió el Boletín Filatélico y Numismático de la República de Cuba (1945), la publicación antifranquista Combate (1947) y la revista Vida Cubana (1958). Junto con Juan Chabás Martí, Herminio Almendros, José Luis Galbe y otros fundó en 1944 la Alianza de Intelectuales Antifranquistas. Recibió el Premio Periodístico Enrique José Varona en dos ocasiones: diciembre de 1946 y febrero de 1958. En El País escribió la sección bibliográfica «Cuba y sus libros» y en Excelsior, «Rumbos». Colaboró en Guión, Mundo Masónico, Solidaridad y en Policía e integró el consejo de dirección de la revista Meridiano (1959). Ocupó el cargo de secretario general de la agrupación antifascista Asociación de Ex-Combatientes Libres y Antitotalitarios, fundada en febrero de 1951, y como masón ingresó primero en la Logia Minerva, en 1944, pero tres años después pasó a la Logia San Andrés. Al crearse en 1954 la Federación Nacional de Escritores fue designado su presidente y, además, director de su Boletín Informativo. También ocupó la presidencia de la Federación de Redactores Teatrales y Cinematográficos. Escribió el proemio de 6 poesías y 5 cuentos premiados (1956). Después del triunfo revolucionario de 1959 trabajó como redactor-revisor de textos en la Imprenta Nacional de Cuba, en la Editorial Nacional de Cuba, en la Editorial Juvenil y, por último, en la Editorial Pueblo y Educación. Fue uno de los fundadores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y de la Unión de Periodistas de Cuba (UPC). Su verdadero nombre era José Elizalde Manent y firmó algunas veces como J. E. Manent. Publicó El archivo periodístico: función y técnica (1952).

Homenaje a Rafael Marquina en la Sociedad Económica de Amigos del País en julio de 1952. De izquierda a derecha: Cosme de la Torriente, una señora no identificada, Marquina, Dulce María Loynaz, Luis A. Baralt y Concepción Moles, esposa de Marquina.
Rafael Marquina Angulo (Barcelona, España, 24 de agosto de 1887 – La Habana, 24 de marzo de 1960). Dramaturgo, biógrafo y periodista. Hermano del conocido escritor Eduardo Marquina. En 1906 abandonó los estudios de Derecho y de Filosofía y Letras que cursaba en la Universidad de Barcelona e ingresó en la redacción de La Publicidad, donde escribió críticas teatrales bajo el seudónimo de Parfarello. En 1908 comenzó a dirigir la revista Teatralia, al año siguiente estrenó su primera obra teatral, El darrer miracle, así como el monólogo Mi amiga Blanca y en 1910 pasó a ser secretario particular del actor Fernando Díaz de Mendoza. En el Concurso de la Cámara Oficial del Libro obtuvo el Primer Premio en el género periodístico por su artículo «La medicina mejor», publicado en Cosmópolis. Por este tiempo fue redactor de El Día Gráfico y de La Veu de Catalunya. Más tarde llegó a ser redactor, jefe de información y, por último, director de El Imparcial, de Madrid. En abril de 1935 se estableció en Cuba y poco después ingresó en la redacción del periódico Información, donde se mantuvo hasta su muerte. Integró la directiva de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UEAC), creada en 1938, y en 1940 fue nombrado director del Teatro Biblioteca del Pueblo, primer teatro ambulante creado por el gobierno cubano, el cual llevó a escena obras de Martí, José Antonio Ramos y Pichardo Moya. Adaptó el cuento de Enrique Serpa, «Contra el deber» y, en unión de Félix Lizaso, escribió la pieza Estampas martianas. En 1943 se vinculó a Teatro Popular y dirigió varias obras representadas por este grupo. Sus piezas teatrales para niños Divertimento alfabético, En el país de las fábulas y Catalina Papalote y el reloj Don Monigote también fueron escenificadas por Teatro Biblioteca del Pueblo. Por esta época fue además redactor de los diarios Alerta, Avance, Frente y Heraldo y comenzó a escribir en Información las secciones «El Correo Semanal» y «Vida Cultural y Artística». En 1945 ofreció en el Lyceum y Lawn Tennis Club un ciclo de conferencias sobre figuras femeninas de la historia. Dos años después su artículo «El Día del Abogado» recibió el premio periodístico «Ignacio Agramonte». En 1951 ingresó en la Academia Nacional de Artes y Letras con el discurso «Mi hermano y yo». Fue Presidente de la Federación Provincial de Escritores de La Habana, creada en 1954, y perteneció a la Academia de la Historia y a la Sociedad de Estudios Históricos e Internacionales. Además, fue elegido miembro correspondiente de la Real Academia de San Fernando, de Madrid, así como socio colaborador de la Fragua Martiana, integrante del PEN Club de Cuba, Presidente de la Asociación de Autores Teatrales y Presidente de la Federación de Autores del Teatro La Cueva. Impartió conferencias en la Institución Hispanocubana de Cultura, escribió el prólogo a varios libros de cuento y de poesía y colaboró además en Artes, Grafos, Boletín de la Comisión Cubana de la UNESCO, Islas, Literatura, Revista Popular, Lyceum, El Periodista, Masas, Nuestro Tiempo, Revista Cubana, Acción, Diario de la Marina, Pueblo, Bohemia, Carteles, Revista de la Biblioteca Nacional, Boletín de la Academia Cubana de la Lengua, Revista de Cuba (Santiago de Cuba), Cúspide (Melena del Sur) y Blanco y Negro (España). Elaboró el índice por materias de las Obras completas (Editorial Lex, 1946), de José Martí, y tradujo al español Las flores del mal, de Baudelaire, así como textos de varios autores catalanes. Entre otras distinciones, recibió la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes, la Orden Caballero de la Corona (Italia), la Orden Caballero de Mehaudía (Marruecos) y la Orden de Honor y Mérito (Haití). Poco antes de su muerte fue elegido miembro correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua. Dejó inconclusos una biografía del General José Miró Argenter y un censo de personajes de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Publicó en Cuba Teatro cubano de selección, (1938), Gertrudis Gómez de Avellaneda, La Peregrina (1939), Antonio Maceo, héroe epónimo (1943), Las verdades de España (1947), Amores, bodas y divorcios entre prensa y público (1950), La ciudad de Marta y Marta de la ciudad (1950), Mi hermano y yo (1951), Juan Gualberto Gómez en sí (1956), Mirta Cerra (1957) y La mujer, alma del mundo (1959).José Jorge Gómez Fernández (Baltasar Enero) (La Habana, 6 de enero de 1920 – Íd., 29 de enero de 2003). Narrador, poeta y periodista. A los seis años fue llevado por su madre a Galicia y hasta los nueve residió en Suarriba, La Coruña. De nuevo en La Habana, ingresó en 1932 en el Colegio La Salle, del Vedado, donde culminó la enseñanza preparatoria. En 1935 se vio obligado a dejar los estudios y trabajar como aprendiz en los talleres de la revista El Fígaro. Allí se formó como cajista, impresor, linotipista, encuadernador y corrector de pruebas. En 1939 dio a conocer sus primeras colaboraciones periodísticas en El País Gráfico. Su cuento «El final de la lucha» mereció primer premio en el v Concurso Literario convocado por la Asociación de la Prensa Obrera de Cuba en 1945. Poco después ingresó en el Círculo de Escritores Obreros, organizó un curso de tipografía para los directores de las revistas proletarias y pasó a trabajar en los talleres Modas Magazine. En 1947 se afilió al Partido Socialista Popular y en 1949 se incorporó a la redacción de la revista Chic, donde publicó un cuento mensual durante seis años. Se adhirió a la Federación Provincial de Escritores de La Habana en 1954, y ocupó el cargo de Secretario de Relaciones. A esta responsabilidad renunció en 1957 y en unión de Francisco Chofre y de Ramón Azarloza inició la publicación de los cuadernos literarios Presencia. Durante este período colaboró además en Voz Gráfica, Cenit, El Fígaro, Modas Magazine, Cuba Nueva, Radio Continente, Lecturas, Avenidas, Vivero en Cuba, Boletín de la Federación Nacional de Escritores y Cúspide (Melena del Sur). En 1959 su cuento «La rosa y el viento» recibió mención de honor en un concurso de la revista Romances. Tomó parte en la constitución de la UNEAC en 1961 y al año siguiente se incorporó a la revista Con la Guardia en Alto como colaborador voluntario. En 1963 ingresó como periodista en la revista Cuba, donde fue coordinador de la edición en ruso (1964-73) y jefe del equipo de correctores (1975-83). Durante varios años escribió el programa «La voz de España», de Radio Liberación. Su cuento «Cada mañana amanece» alcanzó el segundo premio en el concurso literario vii Aniversario de los CDR (1967). Fue incluido en las colecciones Antología de jóvenes y viejos (1964), Los cuentistas cubanos del siglo xx (URSS, 1965), Pueblo en verso (1966) y Moscú-La Habana/La Habana-Moscú (URSS, 1977). Ayudó a Rafael Marquina en la confección del texto sobre la obra de Martí, La mujer, alma del mundo (1959). Entre otras condecoraciones, recibió la Orden Alfredo López (1973), la Distinción Félix Elmuza (1983), la Distinción Raúl Gómez García (1983) y la Distinción 28 de Septiembre (1985). Fue miembro de la UNEAC. Acostumbró a firmar con el seudónimo Baltasar Enero; pero en algunas ocasiones usó también el de Robbles Garlant. Publicó las obras La ruta interplanetaria (1946), La corteza y la savia (1959) y La voz multiplicada (1946-1961) (1961).
Notas:
- Archivo Nacional de Cuba. Registro de Asociaciones. Federación Nacional de Escritores. Legajo 135 Expediente 1944.
- Solapa del libro Unos cuentos (1958), que redactó Baltasar Enero. En este volumen se incluyeron narraciones de Francisco Chofre y de Ramón Azarloza.
- Solapa del libro de Mario Julio Moreno La miel del corazón y otros poemas (1958), que redactó Baltasar Enero.
- Archivo Nacional de Cuba. Registro de Asociaciones. Federación Nacional de Escritores. Ver Nota 1.
- «Notas Informativas». En El Escritor Año i 1. La Habana, marzo de 1960, p. 16.