Roberto Méndez
Gustavo Andújar
Giampiero Aquila
Aurelio Alonso

AÑO 2018 Año 14. No. 1 2018

Panel y debate a 20 años de la visita a Cuba de san Juan Pablo II

por Consejo Editorial

Celebrado el pasado miércoles 24 de enero de 2018 en el Aula Magna del Centro Cultural Padre Félix Varela con presentaciones a cargo de los doctores Roberto Méndez, Giampiero Aquila, Aurelio Alonso y Gustavo Andújar, quien se desempeñó además como moderador.

Gustavo Andújar: Buenas tardes. Bienvenidos a este panel. Creo que no exagero si digo que a todos nos ha sorprendido que ya hace 20 años de la visita a Cuba de Juan Pablo ii. Yo no creo mucho en efemérides y no creo que haya que esperar a un aniversario de múltiplo de diez ni nada de eso, pero ya se ha hecho una costumbre. Cuando se celebra este tipo de aniversario es una buena oportunidad para mirar atrás y revisar el camino que hemos recorrido, cómo fueron aquellos momentos, qué han representado en nuestra vida, en la vida del país, en la vida de la Iglesia, y qué más ha ocurrido. Para comentar aquella visita hoy hemos invitado a este grupo de intelectuales bien conocidos: el ensayista Roberto Méndez, director de la revista Espacio Laical, perdón… (sonriendo) Palabra Nueva. Perdón.

Roberto Méndez: No quiero oír de esa revista ahora (risas).

Gustavo Andújar: Es la costumbre de hablar de la mejor revista de la diócesis. El profesor Giampiero Aquila, de los padres carmelitas y el sociólogo Aurelio Alonso, de Casa de las Américas. Todos bien conocidos de nosotros, todos relacionados con la visita de Juan Pablo ii y conocedores de su magisterio. Y es eso a lo que nos vamos a referir hoy aquí. Vamos a hablar de qué representó la visita de Juan Pablo ii desde el punto de vista de su magisterio, qué representó la visita para el país y para el Estado cubano, cómo aconteció la visita y su repercusión en el contexto del proceso en el cual estaba inmerso el mejoramiento de relaciones entre el Estado cubano y la Iglesia.

Nuestras intervenciones van a ser relativamente breves porque queremos dejar espacio para el intercambio, que es siempre lo más valioso de estos encuentros. Así que les agradezco estar aquí con nosotros, y comenzamos ya con Roberto Méndez.

De izquierda a derecha: Gustavo Andújar (moderador), Roberto Méndez, Giampiero Aquila y Aurelio Alonso.

De izquierda a derecha: Gustavo Andújar (moderador), Roberto Méndez, Giampiero Aquila y Aurelio Alonso.

Roberto Méndez: Después de la visita de Juan Pablo ii a Cuba, en enero de 1998, tendió a generalizarse, tanto entre el pueblo creyente como en los no creyentes, así como en periodistas y analistas religiosos del mundo, la idea de que este histórico acontecimiento había iniciado un proceso de «deshielo» en las relaciones Iglesia-Estado y atribuyeron cualquier signo de mejoría de estas a solicitudes del Pontífice, o al efecto de la profunda empatía que este suscitó, aun en algunas de las más altas autoridades del país.

Sin desechar la condición providencial de su visita y el indudable efecto que esta tuvo, es preciso recordar algunos procesos en las relaciones aludidas que no solo favorecieron el hecho de que pudiera producirse la visita en esa fecha, sino que prepararon actitudes y medidas posteriores a esta. Quisiera destacar algunos elementos que deben tenerse en cuenta para el análisis histórico de estas relaciones:

Desde finales de los años 60 del siglo xx había venido renovándose la Conferencia de Obispos con prelados más jóvenes, como Adolfo Rodríguez en la sede de Camagüey, Fernando Azcárate, auxiliar de La Habana, y Pedro Meurice, primero administrador apostólico de Santiago de Cuba y luego arzobispo. Su participación en la Conferencia de Medellín fue decisiva. Esto demuestra una actitud más abierta para desarrollar la vida eclesial dentro de las circunstancias del socialismo y la búsqueda de diálogo con el gobierno sin sacrificar la ortodoxia doctrinal, lo que además resulta perfectamente afín a la política exterior de Pablo vi. Esta actitud va a impregnar sus mensajes a partir 1969 y durante las dos décadas siguientes.

Como contraparte, la designación de José Felipe Carneado para atender Asuntos Religiosos en el Comité Central del Partido favoreció el diálogo con los obispos y fue una vía efectiva de contacto con las autoridades superiores. Es uno de los ejemplos de que el talante personal de alguien favorece un proceso de mayor alcance.

Ya a la llegada de la década del 80 de ese siglo podía hablarse de una especie de gradual distensión entre Iglesia y Estado, que puede ejemplificarse en la entrevista que concede monseñor Meurice en 1981, en la que asegura: «Cuando hemos hablado o hablamos de “buen clima” no nos referimos a la ausencia de dificultades, que lógicamente persisten, sino precisamente a un “clima”, es decir, a un ámbito de escucha mutua, de voluntad de solucionar esas dificultades, que sí creemos que existe, y nos parece ver indicios ciertos para que pueda mejorar.»

Sin embargo, el signo más visible de la etapa fue la aparición, en noviembre de 1985, del libro Fidel y la religión. El volumen contenía el resultado de cuatro sesiones de entrevistas —en total unas 23 horas— en las que Fidel Castro conversó con el dominico brasileño Frei Betto. No se trataba de un documento oficial del Partido o el Estado, sino de las opiniones personales del líder histórico de la Revolución. En el volumen se hacían visibles elementos inesperados para la dirigencia partidista y para los fieles cristianos: aunque había reproches a ciertas máculas en la historia de la Iglesia en Cuba, había un explícito reconocimiento a los aportes de la enseñanza religiosa, una generosa valoración del papel de algunas congregaciones en la labor asistencial y sobre todo, la convicción de que un gobierno marxista y la religión, no solo podían vivir en paz, sino que podían colaborar en bien de la sociedad.

Sin lugar a dudas, este ambiente fue un marco adecuado para la celebración al año siguiente del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, que estuvo precedido por casi un quinquenio durante el cual se desarrolló la Reflexión Eclesial Cubana (REC) desde las comunidades en la base hasta la propia Conferencia. Era el primer gran evento nacional de la Iglesia desde el Congreso Católico de 1959, pero además, su larga y meditada preparación lo hizo representativo de un conjunto de fieles que eran cualitativamente distin-

tos de los de aquella fecha. El Estado ni favoreció ni estorbó el evento, pero comprendió que podía celebrarse una reunión de tal alcance sin que «se cayera el mundo».

Como en todos los procesos sociales, esta relación Iglesia-Estado no siguió un movimiento rectilíneo y uniforme, sino estuvo sometida a los procesos históricos en los que el país estuvo implicado. Los años 90 quedarán asociados al desplome del «socialismo real» en Europa Oriental y las críticas circunstancias económicas que tal fenómeno genera en Cuba. Queda en crisis el paradigma del futuro del comunismo en el mundo y un ambiente de decepción y desesperanza invade a buena parte de la población cubana.

En 1990 ocurrió un hecho importante que —al menos es mi parecer— no tuvo demasiado eco por parte de la iglesia: la reforma de la Constitución que incluía abandonar la postura oficial atea del Estado y pasar a la condición laica, según señala el artículo 8: «El Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa. En la República de Cuba, las instituciones religiosas están separadas del Estado. Las distintas creencias y religiones gozan de igual consideración». Esto puso fin a 16 años de estado constitucionalmente ateo y a 31 de una política de ese tipo. Tal cosa no era una solución a todos los problemas entre la Iglesia y el Estado pero sí un paso positivo que ayudaba a esclarecer las posiciones públicas de ambas partes.

A fines de 1991 el Partido Comunista dio a conocer que a partir de entonces podía admitir creyentes en sus filas. La respuesta de los obispos en la Circular de noviembre es cautelosa y crítica, y en ese año y en los siguientes el tono de los documentos episcopales resulta amargo al quejarse de diversos problemas sociales y políticos, en los que fueron prolegómenos del mensaje «El amor todo lo espera», promulgado por la COCC el 8 de septiembre de 1993. Este extenso documento, de casi 20 páginas, es la más detallada crítica a la política del gobierno cubano dada a conocer por los obispos tras las Pastorales del año 1960. Aunque no tuvo el tono de enfrentamiento de aquellas, sus planteamientos en medio de la gravísima crisis del país fueron percibidos como una declaración de enemistad.

Sin embargo, las aguas bajaron en el lustro siguiente y favorecieron la visita papal, que había sido diferida por las autoridades durante largo tiempo. No hay que olvidar que se había hablado de esta desde la década anterior, pero es evidente que una parte de las figuras prominentes del Partido Comunista no parecían partidarias de recibir a un Papa a cuyas visitas a Polonia —la primera de ellas en 1979, a solo unos meses de acceder a la cátedra de San Pedro— se atribuía primero la crisis del gobierno de Gierek en 1981, y más tarde la liquidación del socialismo con la contribución de líderes como el sindicalista católico Lech Walesa.

Tampoco la visita a Nicaragua en 1983 resultó tranquilizante, en tanto el Pontífice fue crítico con algunos aspectos del proceso que vivía aquel país, especialmente el conflicto entre católicos de proyección sandinista, y proclives a la teología de la liberación y otros que se ubicaban en posición contraria. Para colmo, Juan Pablo parecía olvidar la otspolitik de Pablo vi y no callaba sus diferencias con los gobiernos marxistas de Europa y el mundo, a los que criticaba abiertamente sus desviaciones y excesos.

A pesar de lo dicho, iglesia y autoridades oficiales cubanas, a mediados de los años 90, depusieron ciertas reservas para trabajar juntos en la preparación para la visita papal. Para la jerarquía y los católicos en general, esta confirmaría la labor de la iglesia en la Isla y ayudaría a darle mayor visibilidad social; para el gobierno, era a la vez un gesto de distensión interno en años críticos y un modo de abrirse al mundo en el momento en que tanto los Estados Unidos como la Unión Europea tenían una posición que amenazaba con aislar aún más en el terreno diplomático a la Isla. Este trabajo conjunto derribó muchos valladares, abrió canales de diálogo y ayudó a la apertura de las conciencias.

Cuando se recuerda que tras la visita del Papa volvió a concederse el día feriado de la Navidad, o que se permitieron ciertas celebraciones públicas de la fe o la presencia de los obispos en ocasiones especiales en los medios de comunicación, es preciso recordar que todo no fue efecto de aquellas memorables jornadas de enero, sino que venía preparándose desde antes. Aunque el trayecto a partir de allí y hasta la fecha seguiría planteando muchísimos desafíos.

Gustavo Andújar: La visita de Juan Pablo ii a Cuba se produjo en tiempos difíciles para los cubanos. A principios de esa década, privada por la desaparición de la Unión Soviética y el bloque socialista de los cuantiosos subsidios que recibía por concepto de precios preferenciales y otras modalidades de ayuda, la economía del país se había hundido en una terrible crisis económica, designada con el desconcertante nombre de «período especial». Si bien cuando llegó el Papa sus peores momentos habían pasado, la situación no mostraba signos de normalizarse. En la película Juan de los muertos, realizada hace apenas unos pocos años, el protagonista declaraba solemnemente ser «un sobreviviente», y terminaba su enumeración de los momentos críticos que había sobrevivido mencionando «el período especial y esto otro que vino después».

Por otra parte, no se puede olvidar que, si bien se produjo un indudable progreso en la situación de la iglesia en el país después de la publicación de Fidel y la religión, la celebración del ENEC y los cambios constitucionales de 1992, habíamos vivido durante muchos años en un medio sumamente hostil a la religión, que era presentada sistemáticamente en los medios y la educación a todos los niveles como «una concepción del mundo deformada, anti-científica y retrógrada», y «un arma de dominación de los oprimidos en las sociedades divididas en clases». En esa etapa en Cuba era muy importante evitar que lo asociaran a uno con la religión si se quería mantener alguna esperanza de progreso social. Los padres, preocupados por el futuro de sus hijos, se tomaban muy en serio el mantenerlos apartados de cualquier relación con la religión.

Una consecuencia directa de esto es que la ignorancia acerca de los aspectos más elementales de la religión era —todavía lo es, aunque en grado algo menor—, sobrecogedora. Monseñor Carlos Manuel de Céspedes contaba una conversación tragicómica que oyó cuando era párroco de la iglesia del Santo Ángel. Dos adolescentes discutían entre ellos mientras miraban un crucifijo. «¿Quién mató a éste? ¿Fueron los yanquis?» preguntó el más joven. «¡No seas bestia!» —le replicó el otro— «Eso fue en tiempos de los indios».

Como ya he mencionado, la publicación de Fidel y la religión tuvo un destacado efecto de deshielo en este contexto, y durante los años siguientes, se habían dado pasos significativos para la resolución de esos conflictos, en especial desde que comenzó a percibirse la visita del Papa como una realidad. Este progreso, sin embargo, se daba en un contexto marcado por demasiados años de ateísmo estructural, que cobraron un precio difícil de evaluar en términos de la deformación de los patrones de tolerancia requeridos para que pudiera hacerse realidad un modelo de participación social plenamente equitativo. Decenios de propaganda ateísta no pueden borrarse de un plumazo.

La visita de monseñor Jean-Louis Tauran, Secretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados, en octubre de 1997, y en particular la visita del presidente cubano al Vaticano, y su audiencia privada con el Santo Padre en noviembre de ese mismo año, dieron un indudable impulso al proceso de normalización.

A partir de entonces, los acontecimientos excepcionales se volvieron la norma: desde mediados de 1997 en adelante, millones de cubanos acudieron a los templos a venerar las imágenes peregrinas de Nuestra Señora de la Caridad, la Patrona de Cuba, que los visitaban; decenas de miles participaron, por primera vez desde 1961, en misas celebradas en plazas y parques con especial permiso de las autoridades. Equipos de misioneros fueron cordialmente acogidos en los miles de hogares que visitaron para anunciar el evangelio; las puertas de las casas y muchos lugares públicos exhibían carteles de bienvenida al Papa distribuidos por la Iglesia. En todas las emisoras de radio y por los dos canales de televisión existentes entonces, se leyó el texto completo del mensaje de Navidad enviado especialmente a los cubanos por el Papa en razón de la próxima visita, y el día de Navidad fue declarado feriado excepcionalmente.

Fue aún más increíble ver por la televisión nacional una intervención de 30 minutos del cardenal Ortega para explicarle al pueblo la naturaleza espiritual y el profundo contenido de la visita. También tuvieron comparecencias los obispos de las otras diócesis visitadas en sus estaciones locales de televisión.

La preparación de la visita fue ocasión para un intenso esfuerzo conjunto de toda la Iglesia cubana y representantes de la Santa Sede, con funcionarios del Partido y el Gobierno y numerosos especialistas y trabajadores de los organismos estatales involucrados, para garantizar el éxito del acontecimiento. Innumerables detalles, que iban desde la selección de los lugares para las celebraciones de las misas del Papa y el montaje de las instalaciones necesarias (plataformas para los altares, los celebrantes, los coros, etc.) hasta la organización del transporte de los peregrinos y el alojamiento de los numerosos invitados extranjeros, se acometieron en un clima de fructífera colaboración.

Se cimentaron durante esos días, signadas por un intercambio cordial, muchas relaciones personales entre quienes acometían juntos las tareas del momento. A pesar de que no faltaron diferencias de opinión, viejos prejuicios cedieron paso ante la evidencia de la buena voluntad y el empeño por servir. Ningún principio teórico, ninguna ley ni decreto puede hacer más por la unidad que la experiencia de compartir una tarea que se sabe útil y necesaria.

La visita fue espléndida culminación a este proceso que había venido desarrollándose. Durante cinco días gozosos, entre el 21 y el 25 de enero de 1998, Cuba vibró con la presencia y la palabra de san Juan Pablo ii. Los cubanos, que no estaban familiarizados en absoluto con la imagen del Papa, a quien los medios del país habían presentado con anterioridad solo muy ocasionalmente, pasaron de la sorpresa que les causó el grado de las limitaciones físicas del Santo Padre, a una decidida admiración por aquel hombre que se sobreponía a esas limitaciones a base de pura fuerza de voluntad y grandeza de espíritu. Como lo describiera atinadamente su vocero de prensa, Joaquín Navarro Vals, era «un espíritu que llevaba a rastras un cuerpo».

La asistencia a las misas públicas sobrepasó con mucho las expectativas, tanto de los observadores como de los propios organizadores, no solo en número, sino sobre todo en el grado y la calidad de la participación. Aquella famosa química que el Papa polaco lograba con sus audiencias, funcionó en Cuba a las mil maravillas. El pueblo vitoreaba, coreaba y aplaudía con entusiasmo en respuesta a afirmaciones que, de haber sido dichas en cualquier otra reunión pública en Cuba, probablemente no hubieran recibido otra respuesta que un tenso y nervioso silencio.

Esa cálida relación entre el Santo Padre y el pueblo, la intensidad y calidad de la participación popular, la forma en que respondían al Papa, eran sumamente elocuentes. Una cosa es asistir con respeto a un encuentro que se percibe importante y serio, pero ajeno, y otra muy diferente involucrarse voluntariamente, con genuino entusiasmo, en los vítores, los cantos, las oraciones, en las respuestas espontáneas durante el diálogo con el Santo Padre.

Durante esos días el Papa nos demostró cómo pueden expresarse las propias ideas y opiniones con respeto, y a la vez con la mayor claridad; sin comprometer la propia identidad, pero al mismo tiempo en un clima de suma cordialidad en la comunicación interpersonal.

Nunca olvidaré la impresión que me causó la acogida dispensada a las palabras del Santo Padre Juan Pablo ii por los asistentes a su encuentro con el mundo de la cultura en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, una impresión que fue aún mayor precisamente porque se trataba de un ambiente selecto, exigente. También allí la acogida fue extraordinaria. No fue solo la larga ovación que siguió a su discurso, sino el lenguaje corporal de la gran mayoría de los convocados: las miradas que intercambiaban, sus señales de asentimiento, sus gozosas expresiones de aprobación.

El haber experimentado esa respuesta de nuestro pueblo, a todos los niveles, me dejó profundamente convencido, no solo de que la Iglesia tiene cosas importantes que decir al mundo —a todo el mundo—, sino que muchas veces subestimamos la capacidad de ese mundo para escuchar y asumir como propio lo que la Iglesia dice.

Esos días maravillosos de enero de 1998 fueron jornadas de descubrimiento. Descubrimiento mutuo entre san Juan Pablo ii y el pueblo cubano, y descubrimiento por el mundo de que en Cuba, donde muchos pensaban que la Iglesia se había extinguido, había una Iglesia muy viva.

Unos meses después, en agosto de ese año, formé parte de la pequeña delegación cubana al Congreso Mundial de OCIC, la Organización Católica del Cine y el Audiovisual, en Canadá. En la sesión inaugural se presentaron las delegaciones. Cuando nos presentaron a los cubanos, el plenario, puesto de pie, nos regaló una larga ovación. Comprendimos enseguida que no nos aplaudían a nosotros, sino a la Iglesia cubana, a la que con asombro habían descubierto, activa y vital, en las transmisiones televisivas de la visita del Papa a Cuba.

Aurelio Alonso: Quiero agradecer a mi amigo Gustavo Andújar la sorpresa agradable de invitarme, de hacerme el honor de poder exponer en una fecha así tan señalada como esta junto a ustedes algunas experiencias, algunos recuerdos de la visita del papa Juan Pablo ii a Cuba hace veinte años. Para hacerlo revisé lo que había escrito antes sobre la visita de Juan Pablo ii, también lo que escribí antes de que se diera la visita, escribí varios artículos, uno de ellos publicado en la revista Temas, más bien extenso, muy crítico hacia el Papa, por cierto, no en espíritu de ateísmo, sino en el espíritu de la geopolítica. Inmediatamente después de la visita también escribí y publiqué un artículo al cumplirse los primeros diez años de la visita. Y también cosas que he redactado en fecha más reciente sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba.

Después de darle vueltas a todos estos materiales me animé a hacer estas notas en las que trato de resumir algunas miradas personales para someterlas a ustedes. En primer lugar considero que es necesario siempre contextualizar históricamente la visita, lo cual supone un recorrido, pues la contextualización supone un recorrido que no podríamos hacer aquí en extenso. Yo me limito aquí a recordar que en aquellos tiempos en que el Papa visitó a Cuba le sigue también una decepción del Pontífice en su visita a Polonia, después de la desintegración del sistema socialista mundial y por supuesto en Polonia también, pues Juan Pablo ii no encontró un rescate, y eso está en sus homilías en Polonia, incluso llamándole la atención al público asistente porque no dejaba que se escuchara su discurso, y las reflexiones por no haber encontrado un rescate de la fe en la medida en que él esperaba generara el desplome del socialismo, sino una atmosfera de desinterés espiritual y hasta de corrupción generalizada. Su discurso a partir de entonces yo lo percibí, por lo menos su discurso social, lo percibí más acentuado contra el capitalismo salvaje, que fue como él le llamó al fenómeno que se producía con la adopción del neoliberalismo. Y aquí puedo señalar que fue el discurso, el tema, la tónica del discurso del Papa, en la Asamblea General de las Naciones Unidas en el 1995 y el discurso del Papa en el Programa Mundial de Alimentos o en la Asamblea Mundial del Programa Mundial de Alimentos, en el 1996, entre otros foros, de modo muy marcado. A pesar del plano, entre comillas, «restaurador», que le ha

sido criticado frente a sus tres antecesores, los Papas de Vaticano ii, o sea Juan xxiii, Pablo vi y Juan Pablo i. Me refiero a críticas que le hicieron, incluso de vaticanólogos como Giancarlo Zacchi y otros, Arcún, etc. Téngase en cuenta que la visita a Cuba se había pospuesto casi una década, ya que la invitación original se produjo inmediatamente antes de que ocurriera el derrumbe socialista. Y sus efectos en la sociedad cubana a los que Andújar hizo alusión en su presentación, fueron enormemente graves, más graves que lo que nosotros incluso podemos decir que se percibieron. La economía cubana cayó en tres años en más de un 36 por ciento su producto interno bruto, una caída de ese género en tres años no se había producido antes en América Latina, la más cercana había sido la que se produjo con la pérdida de las anchovetas en las aguas cercanas a la costa del Perú y que produjeron un derrum be de la economía peruana, una fortísima crisis y un default de la situación de la economía peruana en la Banca Mundial. Cuba no se derrumbó a pesar de eso. Esta caída también provocó un giro en las posiciones de la Iglesia, que no voy a detallar. Yo pienso que Roberto Méndez las expuso en un excelente análisis publicado en el número 77 de Palabra Nueva, con el cual no tengo ninguna discrepancia. De todos modos creo que Polonia y Cuba fueron los dos únicos países definidos entonces como socialistas, y cuando digo definidos como socialistas quiero decir enclavados en el esquema de Moscú, que era lo que suponíamos el esquema socialista, que Juan Pablo ii visitó. Y a Cuba vino cuando ya había recorrido toda América Latina y visitado incluso en varias ocasiones algunos países como México y Brasil.

Realmente, Juan Pablo ii introdujo un cambio extraordinario en la manera de realizar su pontificado, convirtiéndolo en un pontificado girado hacia el mundo. Esto tuvo dentro de las iglesias mucho impacto positivo, también tuvo fuertes críticas dentro de los sectores eclesiásticos; recuerdo haberlas leído en mi tiempo. Me limitaré ahora en estas líneas que siguen a tratar de integrar apreciaciones que ya he formulado personalmente y en las cuales no he modificado mi criterio, omito, por supuesto, algunas en la que, lo confieso, vistas a la altura de los tiempos había errado. Entre otras cosas me tomé la libertad en algún momento de plantearme que probablemente no volvería a ver en los años siguientes una visita pontificia a Cuba. Resulta que Cuba es el país de América Latina que ha sido visitado por los tres últimos Pontífices, creo que el único. Desde entonces fueron evidentes para mí los datos que caracterizaban la visita pontificia del papa Juan Pablo ii como un acontecimiento verdaderamente excepcional. Así lo escribí en más de un trabajo. Voy a decir por qué de manera muy resumida. Primero, por primera vez desde 1959 Iglesia y Estado en Cuba colaboraban en un objetivo común; el Estado había dado pasos que la Iglesia había reconocido y la Iglesia dio pasos, quizás más temprano que el Estado, que el sistema político desconoció. Yo pienso que las dos Pastorales, y lo he dicho por escrito, que las dos Pastorales del año 1969 no tuvieron de las autoridades cubanas y del Estado cubano una reacción en consecuencia con la magnitud del cambio que la Iglesia asumía como desafío y proponía como desafío. En segundo lugar, creo que la visita del Papa barrió radicalmente con las especulaciones dilemáticas precedentes a la visita en término de éxitos o fracaso, es decir, la visita va a ser un éxito, la visita va a ser un fracaso, desde posiciones eclesiásticas había sectores muy conservadores que decían en el mundo y en Cuba que la visita sería un fracaso porque iba a realizar un apoyo, iba a significar un apoyo del Papa al socialismo cubano. Otras decían que iba a ser un éxito porque la visita iba a introducir al Papa en Cuba, etc. Yo creo que esa visión del éxito para unos y un fracaso para otros, esa visión dilemática, la visita la barrió, la barrió porque la visita terminó expresándose en el éxito de un espíritu integrador y fue un fracaso nada más que para las posiciones intransigentes, ya vinieran de derecha o de izquierda. En tercer lugar, por primera vez en cuatro décadas la población cubana hallaba en los medios masivos un discurso distinto del oficial. El Papa monopolizó el escenario mediático durante cinco días sin que nada se le opusiera y también le dio la posibilidad a la audiencia de comprender que la vida necesitaba de otros discursos, de otras voces, como dice algún personaje de Fresa y chocolate, hace falta otra voz, no solo puede ser la de María Remolá. Cuarto, dejó marcado un estilo de diálogo entre los líderes religiosos y las autoridades oficiales. Quinto, introdujo un cambio en la definición de «normalidad», entre comillas, porque siempre se ha dicho que las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba son normales, se dijo en los 60, se dijo en los 70, se dijo en los 80, se dice ahora. Entonces, ¿es que la normalidad ha sido la misma en todas esas décadas? Me temo que no. Hay normalidades, ha habido normalidades y normalidades. Yo pienso que la visita fue importante por introducir un cambio en la definición de normalidad en las relaciones, que se traducirían en avances puntuales posteriores que hoy en día conocemos todos. Sexto, en Cuba más que en otras latitudes la relación Iglesia-Estado no se limita a un intercambio local, es decir, no es solo una relación bilateral sino que es triangular, o sea, se triangula con las relaciones con el Vaticano, ya que el Vaticano es Estado y centro del catolicismo mundial a la vez. Paso a otro punto: si valoramos retrospectivamente es indispensable que lo hagamos desde la perspectiva histórica sin limitarnos a patrones que hacen del nexo bilateral una convención. Por eso yo me atreví a asegurar diez años después de la visita de Juan Pablo ii que lo singular de aquella visita fue más relevante que lo que pudo haber tenido en común con otras visitas pastorales de la época. En este sentido me permitía subrayar entonces el cambio en lo que yo me atrevería a llamar la atmósfera espiritual en la Isla, la atmósfera espiritual de diálogo, atmósfera de diálogo cualitativamente distinta a la que prevalecía antes de la visita y por eso la normalidad también ha ido siendo otra. Primero, cuando digo atmósfera de diálogo, pienso en diálogo en la relación del mundo de la fe con la sociedad en la cual se profesa, en el plano existencial tanto como en el institucional. Segundo, de diálogo inter-religioso tan importante hoy en el sentido universal, pero en el caso del cubano incluido también, en primer lugar, el hecho de que Cuba tiene una fuerte presencia transcultural, las creencias procedentes de una sociedad con una presencia africana muy marcada en su historia. Tercero, diálogo al interior de la Iglesia misma. Yo no pienso que dentro de la Iglesia todos piensen siempre lo mismo, es decir, creo que tiene que haber una heterogeneidad del pensamiento, sobre todo en lo que se refiere a asuntos sociales, es decir, diferencias que no tienen que ver con el dogma religioso, sino con la vida en la sociedad. La gran importancia de la exhortación papal «que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba», identificada no como consigna sino como inspiración, para mí implica apertura por caminos que beneficien sin exclusión a la nación cubana junto al reclamo al mundo, que no dejará de ser vigente en tanto perdure el desatino del bloqueo estadounidense. Más que por lo inmediato, excepcional ha sido la visita por su huella a largo plazo.

No quiero terminar estas observaciones sin recordar que al final del año de su visita salió a la luz la que tal vez sea la más importante de sus encíclicas en el plano filosófico, me refiero a Fides et ratio, culminación de doce años de elaboración, o sea, comenzada en el año en que los católicos cubanos publicaron el documento final del ENEC, que me parece desde fuera de la fe católica un documento que sigue siendo clave para las relaciones y para el diálogo. Me atrevería a afirmar que junto a esta encíclica también tiene una importancia relevante como expresión de su pensamiento social maduro la exhortación apostólica Eclesia en América, que aquí la Iglesia cubana celebró con un interesante, que yo recuerdo todavía, coloquio y con la Carta del Santo Padre a los artistas, que es también un documento esencial, sustancial, ambos documentos de 1999 que pueden considerarse como de las últimas grandes aportaciones pontificales de Juan Pablo ii. Quiero señalar también, para terminar, pues es histórico también, que estamos a punto de un cambio importante de generación en la dirección política del país. Y creo que también ha habido tres generaciones por lo menos en la jerarquía eclesiástica cubana, que han pasado desde el 59 hasta la fecha. Es decir, no creo que todos los obispos, todas las generaciones, se muevan con la misma correlación de pensamiento. El marxismo cubano lamentablemente empezó siendo muy ateísta, y digo lamentablemente porque históricamente fue así, es un dato real. Fue heredero de una visión del marxismo cargada también raigalmente; una visión de que el ateísmo es un elemento del marxismo. Es interesante, no solamente el ateísmo es un elemento presente con mucha fuerza en la ortodoxia moscovita, staliniana, en la configuración que Stalin le aportó o le deformó a la tradición marxista. También estuvo presente en algunos de los marxistas que el stalinismo consideraba heterodoxos. Hay ateísmo dogmático en Trotsky, hay ateísmo dogmático en Rosa Luxemburgo, hay ateísmo dogmático en Gramsci también. Es decir, algunos de los heterodoxos del marxismo también asumieron cargas ateístas. La historia es tan rica y tan complicada que no es posible delimitarla en blanco y negro. Tiene demasiadas tonalidades. Muchas gracias.

Giampiero Aquila: Asomarse, aunque sea por un aspecto particular, a la visita a Cuba de Juan Pablo ii representa una experiencia sobrecogedora. «El grande» fue el atributo que el papa Benedicto xvi le dio en la ceremonia de su beatificación, y cuando me senté a escribir estas pocas líneas, experimenté los sentimientos encontrados que se viven al tratar de hilvanar palabras que describan a quien se ama; siempre son inadecuadas.

«Cristo centro del cosmos y de la historia». Con estas palabras el papa Juan Pablo ii, hoy santo, inauguró su magisterio en 1979 con su Encíclica programática Redemptor Hominis, Cristo redentor del hombre.

La centralidad de Cristo, su encarnación y obra redentora, constituye la bisagra interpretativa de todo su pontificado, que se sustenta de manera admirable en la que me atrevo a definir catedral interpretativa de la «modernidad tardía», para usar la expresión que Anthony Giddens usa para definir la porción de historia que a partir de los años 60 del pasado siglo ha interesado y sigue interesando a nuestras sociedades.

Es al interior del horizonte del Concilio que podemos, y debemos, leer el magisterio de San Juan Pablo y consecuentemente su acción pastoral, así como fue su visita a Cuba, que se realizó, vale la pena recordarlo, por un lado acercándose a los veinte años de su

pontificado y, por el otro, teniendo en el horizonte próximo el tercer milenio. Afirmó en su primera Encíclica: «es dificil decir en estos momentos lo que ese año indicará en el cuadrante de la historia humana y cómo será para cada uno de los pueblos, naciones, países y continentes, por más que ya desde ahora se trate de prever algunos acontecimientos. Para la Iglesia, para el Pueblo de Dios que se ha extendido —aunque de manera desigual— hasta los más lejanos confines de la tierra, aquel año será el año de un gran Jubileo. Nos estamos acercando ya a tal fecha que —aun respetando todas las correcciones debidas a la exactitud cronológica— nos hará recordar y renovar de manera particular la conciencia de la verdad-clave de la fe, expresada por San Juan al principio de su evangelio: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”» (RH, 1).

Tal vez la expresión más conocida de la visita de Juan Pablo ii es su primer saludo al bajar del avión, después de besar el suelo: «¡Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba!» Concepto que reiterará en la homilía en la Plaza de la Revolución, en La Habana.

Es algo que hemos oído y repetido en muchas ocasiones y al iniciar esta intervención me siento obligado a recordarla, ya no como una exhortación que mira hacia el futuro hipotético y a una audiencia ausente, sino como constatación de lo que estaba aconteciendo en ese momento: en la persona del Papa el mundo se estaba abriendo a Cuba y, al ser recibido, Cuba se estaba abriendo al mundo. En el magisterio de Juan Pablo, Cristo y su anuncio son un acontecimiento presente, real, porque está sucediendo en ese preciso instante y la responsabilidad del hombre, de cada hombre, primeramente de él mismo, consiste justamente en reconocerlo y en anunciarlo.

Para entrar de manera más directa en el tema que me ha sido indicado prometo usar como guión la audiencia que tuvo el miércoles 28 de enero de 1998, en la que él mismo comunicó a la ciudad de Roma y al mundo, urbi et orbi, los contenidos esenciales y la propia experiencia de lo vivido aquí en Cuba. Dijo: «He ido como peregrino de paz para hacer resonar en medio de aquel noble pueblo el anuncio perenne de la Iglesia: Cristo es el Redentor del hombre y el Evangelio es la garantía del auténtico desarrollo de la sociedad.»

El evangelio al que hace referencia el Santo Padre es el estupor de Dios ante el valor y la dignidad del hombre, que lo hace merecedor de «tan grande Redentor», y ese estupor justifica la misión de la Iglesia para que impulse desde ese reconocimiento el auténtico desarrollo de la sociedad.

Al concluir su mensaje dio la que me parece la clave interpretativa más importante de su visita, o por lo menos la más explícita de sus intenciones: «¿Cómo no reconocer que esta visita adquiere un valor simbólico notable, a causa de la posición singular que Cuba ha ocupado en la historia mundial de este siglo? En esta perspectiva, mi peregrinación a Cuba —tan esperada y tan esmeradamente preparada— ha constituido un momento muy provechoso para dar a conocer la doctrina social de la Iglesia. En varias ocasiones quise subrayar que los elementos esenciales del magisterio eclesial sobre la persona y sobre la sociedad pertenecen también al patrimonio del pueblo cubano, que los ha recibido en herencia de los padres de la patria, los cuales los han extraído de las raíces evangélicas y han dado testimonio de ellos hasta el sacrificio.»

En el primer punto habló de su discurso en la Plaza de la Revolución y dijo: «He dado gracias a Dios porque precisamente en aquella plaza dedicada a la “Revolución” ha hallado un lugar Aquel que trajo al mundo la auténtica revolución, la del amor de Dios, que libera al hombre del mal y de la injusticia, y le da la paz y la plenitud de la vida.»

El significado de la liberación del mal, de la injusticia, esa liberación que otorga la paz y la plenitud coincide con la experiencia del encuentro real, histórico, con la persona de Cristo. Quien quiere comprenderlo hasta el fondo debe, con todas sus limitaciones y debilidades, con su pecado, acercarse a Cristo. Toda la estima respecto a la dignidad del hombre nace de la verificación experiencial de la correspondencia del encuentro con Cristo, con las necesidades más íntimas del hombre que, en su encíclica Redemptor Hóminis define con el término «corazón».

Haciendo esta operación Juan Pablo ii somete el núcleo del anuncio cristiano a la verificación experiencial y no a un análisis dialéctico, y por experiencia entendemos el encuentro entre el corazón del hombre y su significado, con la persona de Cristo presente en la comunión de los creyentes, en Su Iglesia.

En una breve comunicación a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales el 23 de febrero del año 2000, lo explicó de la siguiente manera: «la Iglesia evita adherirse al extremismo o al integrismo que, en nombre de una ideología que pretende ser científica o religiosa, se arroga el derecho de imponer a los demás su concepción de lo que es justo y bueno. La verdad cristiana no es una ideología.»

La verdad a la que se refirió en la misma Plaza de la Revolución no es solo la comprensión intelectual de la realidad, justamente una ideología, sino que es la verdad sobre el hombre y su condición trascendente, sobre sus derechos y deberes, sobre su grandeza y sus límites.

En el segundo punto mencionó el encuentro en Santa Clara con las familias, remitiéndolo a la continuidad con el segundo Encuentro Mundial de las Familias que se había celebrado en el mes de octubre anterior en Río de Janeiro. Para comprender la preocupación de Juan Pablo ii por la familia, como decía anteriormente, es suficiente recordar su deseo de ser recordado como el Papa de la Familia. Después de su primera encíclica Redemptor Hominis, el segundo gran documento es la exhortación Familiaris Consortio, de 1981; en ella se recuperan y ordenan las preocupaciones y las orientaciones de la Iglesia acerca de la familia. Y es sintomático que con miras al tercer milenio, frente a los cambios epocales, el Papa mire a la familia como a la célula de la sociedad. En esto es necesario que pongamos atención, ya que es fácil leer esta expresión en términos estructuralistas: la familia entendida como una ficha en un cuadro más amplio, la sociedad, que le va atribuyendo sentido desde su conjunto. Para comprender el sentido de la expresión es necesario mirar a la Doctrina Social de la Iglesia, que lee las relaciones entre sociedad y familia en términos de subsidiaridad, es decir, de la responsabilidad de parte del Estado y de las organizaciones de gobierno de garantizar la plena independencia de esta institución en pos de que cumpla sus fines, primeramente educativos, y de intervenir solo en caso de no estar en condiciones de cumplirlos y con el objetivo de crear las condiciones de poderlos alcanzar por sí sola.

En su homilía en Río de Janeiro había afirmado: «en efecto, la familia es esta particular y, al mismo tiempo, fundamental comunidad de amor y de vida, sobre la que se apoyan las demás comunidades y sociedades… De hecho, a través de la familia, toda la existencia humana está orientada al futuro. En ella el hombre viene al mundo, crece y madura. En ella se convierte en ciudadano cada vez más responsable de su país y en un miembro cada vez más consciente de la Iglesia. La familia es también el ambiente primero y fundamental donde cada hombre descubre y realiza su vocación humana y cristiana. Por último, la familia es una comunidad insustituible por ninguna otra.»

Se entiende por cuanto la preocupación por la familia en Juan Pablo ii parte de la concepción de la persona humana como el lugar privilegiado en el que toda la grandeza de la creación se abre a la dimensión espiritual, el punto en el que la creación entera se hace consciente de sí misma.

En la Carta a las Familias, ilumina esta afirmación con una consideración fundamental: «en la biología de la generación, está inscrita la genealogía de la persona». En la familia acontece la concepción de un nuevo ser, inicia una nueva vida, una biología, que lleva inscrita en sí misma una realidad de la cual los mismos padres dependen, una genealogía que los precede, de la cual están llamados a dar testimonio.

La fe ilumina este misterio: en la procreación el amor creador de Dios consiste en que Él, y cito la Gratissimus sane: «ha querido el hombre desde el principio y lo quiere en cada concepción y nacimiento humano. Dios lo quiere como un ser semejante a sí, como persona.»

A diferencia de la reproducción animal, que da a luz a un individuo de la misma especie, en la procreación humana cuando nace un hijo el fruto es una persona humana: un nuevo hombre, que trae consigo en el mundo una nueva imagen y semejanza de Dios mismo

Prosigue el Papa en la misma carta: «La persona se realiza mediante el ejercicio de la libertad en la verdad. La libertad no puede ser entendida como facultad de hacer cualquier cosa. Libertad significa entrega de uno mismo, es más disciplina interior de la entrega. En el concepto de entrega no está inscrita solamente la libre iniciativa del sujeto, sino también la dimensión del deber. Todo esto se realiza en la “comunión de personas».

La referencia al encuentro con los jóvenes en Camagüey hace hincapié en la victoria sobre el relativismo moral. Recopilar el magisterio de san Juan Pablo con los jóvenes considero que mercería una pequeña biblioteca. Cuando el Santo Padre hablaba del peligro relacionado con el relativismo moral ponía el acento sobre uno de los ejes fundamentales de su pontificado y de su pensamiento, que ya desde la Redemptor Hominis, en el capítulo dedicado a la Misión de la Iglesia y la libertad del hombre afirma: «La Declaración sobre la libertad religiosa nos muestra de manera convincente cómo Cristo y, después sus Apóstoles, al anunciar la verdad que no proviene de los hombres sino de Dios (“mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado”, esto es, del Padre), incluso actuando con toda la fuerza del espíritu, conservan una profunda estima por el hombre, por su entendimiento, su voluntad, su conciencia y su libertad. De este modo, la misma dignidad de la persona humana se hace contenido de aquel anuncio, incluso sin palabras, a través del comportamiento respecto de ella. Tal comportamiento parece corresponder a las necesidades particulares de nuestro tiempo. Dado que no en todo aquello que los diversos sistemas, y también los hombres en particular, ven y propagan como libertad está la verdadera libertad del hombre, tanto más la Iglesia, en virtud de su misión divina, se hace custodia de esta libertad que es condición y base de la verdadera dignidad de la persona humana.»

El relativismo es un tema que Juan Pablo ii retoma bajo distintos ángulos, dada su preocupación por el riesgo o la tendencia a considerar el relativismo intelectual y moral como el corolario necesario de formas democráticas de vida política. En la encíclica Centesimus annus, hablando acerca de los riesgos implícitos en los mismos procesos democráticos, afirma: «… desde esta perspectiva, la verdad es establecida por la mayoría y varía según tendencias culturales y políticas pasajeras. Así, quienes están convencidos de que algunas verdades son absolutas e inmutables son considerados irrazonables y poco dignos de confianza.» Por otra parte, los cristianos creemos firmemente que «si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia».

Y declara en la Veritatis splendor: «Así pues, es importante ayudar a los cristianos a demostrar que la defensa de las normas morales universales e inmutables constituye un servicio que no solo prestan a las personas, sino también a la sociedad en su conjunto: dichas normas constituyen el fundamento inquebrantable y la sólida garantía de una justa y pacífica convivencia humana y, por tanto, de una verdadera democracia». Estos valores no pueden basarse en una opinión cambiante, sino únicamente en el reconocimiento de una ley moral objetiva, que es siempre el punto de referencia necesario.

Quiero concluir con la visita a la Universidad de La Habana, a sabiendas de que dejo a un lado otros encuentros de gran importancia como la visita al Santuario de la Caridad del Cobre y el sorprendente discurso en el sanatorio de El Rincón que de manera singularísima aborda el tema del dolor en toda su amplitud.

El encuentro en la Universidad representa un momento cuyo simbolismo e importancia se conectan con este mismo Centro Cultural que lleva por nombre el del Siervo de Dios P. Félix Varela. No olvidemos que sus restos se conservan en el Aula Magna desde donde habló San Juan Pablo.

Al referirse a esto el Papa recordó a los numerosos pensadores católicos que han marcado la identidad cubana: «el mensaje de estos «padres de la patria» es muy actual e indica el camino de la síntesis entre la fe y la cultura, el camino de la formación de conciencias libres y responsables, capaces de diálogo y, al mismo tiempo, de fidelidad a los valores fundamentales de la persona y de la sociedad.»

En la Encíclica Fides et Ratio san Juan Pablo es contundente respecto a las dificultades actuales para mantener esta postura científica: «Se han construido sistemas de pensamiento complejos, que han producido sus frutos en los diversos ámbitos del saber, favoreciendo el desarrollo de la cultura…, de alguna manera se ha abarcado todas las ramas del saber. Sin embargo, los resultados positivos alcanzados no deben llevar a descuidar el hecho de que la razón misma, movida a indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, parece haber olvidado que este está también llamado a orientarse hacia una verdad que lo transciende. Sin esta referencia, cada uno queda a merced del arbitrio y su condición de persona acaba por ser valorada con criterios pragmáticos basados esencialmente en el dato experimental, en el convencimiento erróneo de que todo debe ser dominado por la técnica. Así ha sucedido que, en lugar de expresar mejor la tendencia hacia la verdad, bajo tanto peso la razón se ha doblegado sobre sí misma haciéndose, día tras día, incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atreverse a alcanzar la verdad del ser.»

El punto de encuentro con todos nuestros hermanos, los hombres, es siempre la verdad, como nos lo recuerda la misma encíclica: «Todos los hombres desean saber» y la verdad es el objeto propio de este deseo. Incluso la vida diaria muestra cuán interesado está cada uno en descubrir, más allá de lo conocido de oídas, cómo están verdaderamente las cosas. El hombre es el único ser en toda la creación visible que no solo es capaz de saber, sino que sabe también que sabe, y por eso se interesa por la verdad real de lo que se le presenta. Nadie puede permanecer sinceramente indiferente a la verdad de su saber. Si descubre que es falso, lo rechaza; en cambio, si puede confirmar su verdad, se siente satisfecho. Es la lección de san Agustín cuando escribe: «He encontrado muchos que querían engañar, pero ninguno que quisiera dejarse engañar.»

En el caso de los padres de la patria y en particular del padre Varela, para nosotros que nos encontramos aquí en este momento, considero fundamental no limitarse a saber lo que dijeron, a investigar con ahínco y mucha seriedad. Todo esto representa un paso indispensable, pero no suficiente: pienso que es necesario mirar hacia donde miraba el padre Varela. Solo así será posible mantenerse fieles a los valores que sustentaron su obra.

Gustavo Andújar: Muchas gracias a los ponentes. Ahora abrimos el debate, los que quieran hacer un comentario, una pregunta.

Enrique López Oliva, profesor de la Universidad de La Habana de historia de las religiones. Yo creo que hay un problema de contexto, obviamente. Aquí no se ha mencionado, se ha pasado un poco por alto, el papel importante de las relaciones entre el gobierno cubano y la Santa Sede. Ese es un elemento muy importante que marca este proceso que lleva a la visita de Juan Pablo ii. Quería subrayar eso y destacar especialmente a quien fue Nuncio Apostólico, monseñor Cesare Zacchi, que desempeñó un papel muy importante en buscar un mejor entendimiento en un momento muy complejo de las relaciones entre el Estado y la Iglesia.

Enrique López Oliva

Enrique López Oliva

También recordaría a Luis Amado Blanco, español, católico, que fue embajador de Cuba ante la Santa Sede y que da la casualidad que llegó a ser decano del cuerpo diplomático ante la Santa Sede, el primer decano del cuerpo diplomático de un país que se había proclamado socialista. Ese es un elemento importante a tener en cuenta, como también el papel del laicado católico en Cuba. Por determinadas razones es algo complejo, pero no podemos olvidar que hubo laicos católicos: Raúl Gómez Treto, el último presidente de la Acción Católica Cubana, Walfredo Piñera, a quien está dedicada precisamente aquí la sala de cine, pues fue crítico de cine, Juan Emilio Friguls, el periodista del Diario de La Marina. Ellos desempeñaron un papel muy difícil y muy complejo en la mediación y búsqueda de un mejor entendimiento entre la Iglesia y el Estado. Y llegamos a la visita de Juan Pablo ii porque hubo un Concilio Vaticano Segundo, hubo una segunda conferencia general del episcopado latinoamericano en Medellín, Colombia. No se puede obviar la importancia que tuvo en el Concilio los problemas de América Latina.

Aquí sí se mencionó la famosa entrevista de Frei Betto a Fidel Castro, y no podemos obviar la formación jesuítica de Fidel, en el Colegio de Dolores, en Santiago de Cuba, en el Colegio de Belén, de La Habana, y como presidente de la Escuela de Cuadros Políticos de los Jesuitas, Gertrudis Gómez de Avellaneda, que dirigía el padre Rubinos Ramos y en la que yo participé también, por cierto. Lo recuerdo porque yo coincidí en Belén con Fidel Castro, yo estaba en los primeros grados y él estaba en el bachillerato, pero recuerdo toda esa dinámica y esa formación que obviamente es un elemento muy importante. En la última autobiografía de Frei Betto que está aquí publicada se incluye un diálogo entre Frei Betto y Fidel recordando aquella época.

Gustavo Andújar: Muchas gracias. Roberto, adelante.

Roberto Méndez: López Oliva se ha referido a raíces un poco más lejanas. La mesa hubiera necesitado media hora más para ir tan lejos. Yo tuve que concentrarme un poco en los años inmediatamente previos a la visita del Papa, pero esta intervención ha suscitado un recuerdo en mí. Efectivamente, el papel de las relaciones de Cuba con la Santa Sede y los estrechísimos nexos de la Iglesia cubana con la Santa Sede favorecieron la visita y el ejemplo de monseñor Zacchi es muy bueno, pero yo creo que si ha habido una omisión notable es de alguien que habría que recordar a veinte años de la visita de su Santidad y es el papel del entonces Nuncio Apostólico en la preparación de la visita, monseñor Stella, alguien además no solo con una enorme habilidad diplomática para sortear en aquellos tiempos una cantidad de obstáculos grandes y pequeños, sino un hombre con un talante pastoral también excepcional. De hecho, si monseñor Zacchi tiene un lugar indiscutible en la historia de Cuba yo creo que en la historia de la Iglesia cubana y de sus comunidades la memoria de monseñor Stella no puede faltar. Nosotros pudimos vivir en nuestras comunidades su presencia, el apoyo a tantos proyectos de laicos. Yo creo que los laicos cubanos tenemos una deuda con monseñor Stella y creo que eso ayudó a darle también a la preparación de la visita un sabor muy, muy especial.

Gustavo Andújar: Gracias, Roberto. Ahora Julio.

Julio Pernús, periodista de Vida Cristiana. Buenas tardes. Quiero felicitar a los panelistas por la exposición, que ha estado muy buena. Entre algunos de los puntos que se tocaron, que nos pueden ayudar a refrescar la memoria, están las dos Pastorales que se hicieron en 1969 y que Aurelio Alonso mencionó. Me parece que él hizo referencia a la primera vez que la Iglesia empleó el término bloqueo para denunciar en esas Pastorales lo que le estaba haciendo Estados Unidos a Cuba. Pero creo que también parte del acercamiento que se pudo evidenciar dentro de la Iglesia aparece en el propio documento del ENEC, donde se recogen los aportes que hace el socialismo a la Iglesia. No sé si existe otro documento donde se refleje este tipo de propuesta a un estado socialista, pero aparece en el documento final del ENEC. Creo que resultan interesantes, aunque no se dijo, las palabras del obispo Pedro Meurice, en Santiago de Cuba cuando vino el papa Juan Pablo II.

Enrique López Oliva

Enrique López Oliva

Porque él dijo algo que yo creo que ha marcado un poco a mi generación y ha marcado también a la Iglesia cubana. Aunque no lo cito textualmente, él dijo: este es un pueblo que confunde Patria con Revolución y cultura con ideología, entre otras cosas. Porque muchas veces se ha tratado, desde una apreciación de la historia, de convertir a la Iglesia católica en una Iglesia revolucionaria, y esa no es la Iglesia católica. La Iglesia católica tiene su propia identidad, una identidad cristiana, y entre otras causas yo creo que esto fue lo que provocó que la visita del papa Juan Pablo ii no ocurriera en los años 80, porque aquí en Cuba se impuso la ideología marxista, ateísta. Quisiera decirlo con una anécdota del cardenal Jaime Ortega, que está aquí presente. Él fue a ver al Papa, a Juan Pablo ii, y le dijo que en Cuba el socialismo era irreversible, y en eso el papa Juan Pablo ii dio un golpe en la mesa y le dijo: lo único que hay irreversible en la vida es Dios. Es una de las anécdotas que se dieron en aquel contexto que me parece bueno recordar, pues mi generación no vivió la visita del Papa porque éramos muy niños. Sí ha recibido el efecto de todas estas políticas de acercamiento a raíz de la visita del papa Juan Pablo ii, una mayor apertura. Creo que debe ser vuelta a estudiar porque para mí es uno de los acontecimientos más importantes en la historia de la Iglesia cubana. Están el ENEC, la Acción Católica y la visita del papa Juan Pablo ii a Cuba entre los acontecimientos más importantes de la Iglesia católica. Gracias.

Gustavo Andújar: Gracias, Julio. Por favor, Aurelio.

Aurelio Alonso: Sí, me parece muy oportuno que un joven pregunte con una visión muy analítica sobre esta historia. Es cierto que el ENEC tiene un peso enorme; el ENEC tiene lugar años después. Cuando yo aludo a las Pastorales del 69 estoy aludiendo a un momento temprano, muy temprano, no ha pasado todavía una década de las confrontaciones más ásperas entre la dirección política y la Iglesia, la institución eclesiástica. Realmente el primer paso, que yo recuerde, de esa magnitud no lo da el Estado cubano, lo da la Iglesia. A mí primero me chocó que no hubiera una relación desde muy temprano. Después me puse a pensar y empecé a tratar de explicármelo por razones también de la comprensión de los contextos históricos. En 1969 los Obispos cubanos habían regresado de la CELAM, es decir, estaba la extraordinaria experiencia de la CELAM; pero por otra parte la Revolución estaba entrando en su primera crisis económica. La primera crisis económica no es la que se da cuando se derrumba el campo socialista. La primera crisis económica de este proyecto revolucionario se produce cuando la economía del país queda en quiebra financiera. Porque cuando se adoptó la educación gratuita nadie se preguntó con qué economía se iban a pagar las construcciones de las escuelas que iban a ser necesarias, y cuando la salud se puso al alcance de toda la población, nadie se detuvo a decir: primero hay que desarrollar la economía para que la economía del país pueda costearse. Es decir, las grandes medidas sociales de esta Revolución fueron tomadas cuando el movimiento de su economía era todavía incipiente y además sufría de la erosión de la capa profesional que tenía que dirigirla. Cuando se intervinieron los centrales azucareros, cuando se nacionalizaron los centrales azucareros, el 80 por ciento de los que fueron designados administradores de los centrales no tenían la capacidad ni la competencia profesional para dirigirlos, y eso provocó ya una baja de producción inmediata. Es decir, los años 60 ya fueron muy difíciles, el bloqueo se adoptó muy rápidamente y a finales de los 60 la economía de este país estaba en crisis. ¿O no nos acordamos ahora de la decisión desesperada de hacer una zafra de diez millones de toneladas? ¿Que fue un gran fracaso? Sí y no. Porque en definitiva dejó una infraestructura productiva, capaz de afrontar varias zafras de ocho millones de toneladas cuando ya Cuba estaba dentro del CAME, realidad que no tenía al triunfo de la Revolución. La situación de la industria azucarera cubana era muy complicada y la situación de la economía cubana entró en una crisis que fue la que motivó que Cuba tuviese que entrar en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Cuba, el proyecto cubano, estuvo durante una década completa intentando sostenerse de modo independiente, de insertarse en el mercado mundial sin tener que subordinarse a una potencia que le planteara exigencias económicas y de otro género. Entonces yo me imagino que esas dos Pastorales le cayeron a la dirección del Estado cubano como una bola de candela en las manos. Porque responder a ellas positivamente también era ponerse en tres y dos con una Unión Soviética que ya estaba exigiendo, o reclamando, o esperando o suspirando por que la dirección política cubana admitiera que había un solo marxismo, que era el que se redactaba en Moscú y se traducía en Moscú. Y así todo fuimos tan…

La dirección de este país, Fidel Castro, fue tan audaz que cuando Agostinho Neto le dijo: «mándenme hombres», aunque la Unión Soviética no estaba de acuerdo con la política que Cuba desarrolló en África, Fidel comprendió que si no había un apoyo desinteresado y fuerte en armamentos hacia Angola, se corría el riesgo de que la mitad de África cayera en manos del apartheid, y el apartheid no se hubiera terminado en nuestros días porque era África del Sur, la Namibia ocupada, que gracias al éxito de la lucha en Angola se liberó, era Angola ocupada y al norte, en Zaire, nada más y nada menos que Mobutu Sese Seko, el aliado principal de Estados Unidos en África. Entonces, realmente yo pienso que para el Estado cubano era un dilema asumir una posición proactiva en un cambio de proyección hacia la Iglesia y reconocer aquellas Pastorales. Ya en el año 80 la Iglesia había tenido un proceso de recuperación. Fíjense qué casualidad o qué coincidencia que casi coincidieron la publicación de Fidel y la religión y el ENEC. Es decir, Fidel y la Religión es una entrevista prolongada en que Fidel se relaja, produce una relajación de las relaciones con la fe y con la Iglesia católica específicamente, y por otra parte el ENEC produce un reconocimiento más profundo y más detenido de la realidad cubana. No hay que hacer claudicaciones ni alineamientos arbitrarios; son las posiciones asumidas desde el Evangelio y desde la Iglesia y desde la doctrina social. Entonces, hay un nivel de madurez ya distinto, que va a ser el que propicie que la visita del Papa empiece a ser considerada por la Iglesia y por el Estado cubano. Son cosas que no podían darse en los 60 o a fines de los 60, como la participación de su Eminencia el cardenal Ortega en el diálogo de Cuba y los Estados Unidos. Eso no se hubiera podido dar, esa ayuda de la Iglesia, posiblemente diez o quince años antes, o antes de que su Eminencia el Cardenal fuese el Arzobispo de La Habana. Sería anti-histórico plantearnos que eso podía haberse dado en los años 80.

Ahora yo me tengo que ir y les pido que me perdonen; me quedaría aquí hasta el final, pero tengo un compromiso en la Casa de las Américas a las 6 de la tarde y debo estar antes para ver varias cosas con Retamar. Entonces les pido disculpas por irme ya.

Gustavo Andújar: Aurelio no lo va a decir, pero él tiene que irse porque la revista Casa ha recibido un premio muy importante de la UNESCO, por lo cual lo felicitamos también.

Aurelio Alonso: Y gracias a ustedes por soportarme.

Gustavo Andújar: Sergio Lázaro. Perdón, Sergio, porque Roberto quería acotar algo.

Roberto Méndez: Bueno, yo quiero acotar algo a propósito de la intervención de Julio y es la distancia entre el documento leído años después, así, en seco, y el hecho de haber vivido los efectos de un documento. Hay una distancia y eso es lo que a mí me sucede con los documentos del 69. Esos documentos aparecen cuando yo estoy entrando a la adolescencia, pero ya tenía muchas inquietudes de lectura, de manera que puedo recordar perfectamente cuando salieron aquellos dos documentos de la Conferencia de Obispos, publicados en Vida Cristiana, y de ese modo llegaron a las comunidades. Yo no sé cómo los vivieron en La Habana, yo los viví en mi comunidad de Camagüey, y primero: son documentos de los Obispos, pero no había que esperar a que tuvieran el absoluto consenso de las comunidades católicas del momento. Generaron una agitación, una división y una serie de acomodos y desacomodos internos que no se me olvidan, aunque mis padres trataran de hacerme como una pantalla para que yo no entendiera lo que estaba sucediendo. Gente iracunda, gente que apresuró su salida del país después de estos documentos, gente que interpeló públicamente a los Obispos. De todo hubo, porque los que leen los documentos del 69, en su mayoría, han vivido las circunstancias del año 61 y recuerdan la Carta Circular de los Obispos de agosto del 60. Por tanto para ellos fue una especie de bandazo que fue leído por una parte de las comunidades como una adhesión acrítica y temerosa de la nueva Conferencia de Obispos a las autoridades del Gobierno. Se vio así y hubo sitios donde se interrumpió la lectura de los documentos en la misa del domingo por las incomodidades que causó en algunas personas, y lugares donde no se leyeron. Recuerdo una de las Pastorales que no se leyó en mi comunidad. Se le repartió a personas selectas, aparte, como un documento medio secreto y que llevó a comparaciones amargas. Para mucha gente de la época, monseñor Oves no estaba a la altura de monseñor Evelio Díaz y el joven Meurice no estaba a la altura de monseñor Pérez Serantes. Estas cosas estaban ocurriendo y en el Camagüey del joven Adolfo Rodríguez había quien añoraba los días de monseñor Ríos y Anglés. Porque de momento se veían confrontadas comunidades que ya estaban diezmadas por la emigración, por los que se habían alejado, por la escasez del clero, por una serie de conflictos pastorales, por la pérdida del acceso de la Iglesia a los medios. Aquellas Pastorales cayeron como dos meteoritos, pero fueron preparando el camino hasta la ENEC.

Por eso no se puede pensar cuando tú lees un documento de estos hoy, en el escritorio, que era del consenso absoluto de la Iglesia cubana en ese momento. Hay que decir que, por ejemplo, tampoco a veces eran demasiado sosegadas las visitas del Nuncio Apostólico a ciertas comunidades nuestras. Allí le esperaban preguntas muy incómodas, muy incómodas. Hoy lo miramos ya de otro modo, con esa distancia que da la historia, y un poco porque sabemos cómo se acaba el cuento, pero en aquel momento eso no fue así. Esto no está escrito ni por Gómez Treto ni por nadie, primero porque de algún modo no convenía ponerse a escribir sobre esas cosas y divulgarlas. Fue un proceso mucho más complicado que como aparece en los papeles. Y hay otros documentos que todavía no se han recordado. Yo recuerdo, por ejemplo, una entrevista, unas declaraciones que dio a la revista Bohemia, años después, monseñor Oves, cuando la preparación del xi Festival en La Habana. Aquello trajo también una serie de inquietudes y escozores e intranquilidades y desasosiegos muy serios, muy serios. Nombré hace unos minutos a una figura tan venerable para los cubanos como monseñor Stella, y ya monseñor Stella pertenece a una etapa más cercana. Yo no olvido, y vuelvo otra vez a mis ejemplos camagüeyanos, la primera visita de monseñor Stella a Camagüey para reunirse, a instancia del obispo de Camagüey, con un grupo selecto de laicos. Todo el que esté en esta sala que haya conocido a monseñor Stella recordará su talante paciente, paterno y además con un entrenamiento diplomático fabuloso. Bueno, pues hubo un momento en que perdió los estribos en la reunión con los laicos camagüeyanos y les tuvo que recordar que él era un diplomático de carrera. Porque le dijeron: no, usted no entiende, usted no entiende las cosas de Cuba y usted está hablando de diálogo, pero usted no se da cuenta de que no está entendiendo lo que le están diciendo, lo que está pasando.

Las historias no son exactamente una sucesión de documentos. Ahora yo me encuentro a alumnos que me explican las cosas a mí porque se leyeron los documentos, pero esos documentos están rodeados de otras cosas, de ambientes, del factor humano. Se nos escapa a veces en la historia el factor humano y contamos nada más que con lo que dice el texto, con la cita entrecomillada con una referencia bibliográfica abajo, y creemos que hacemos historia porque estamos poniendo fragmentos de documentos leídos literalmente. Todo esto tiene una historia mucho más compleja y rica. Las vivencias de las comunidades católicas en Cuba a lo largo de todas estas décadas van más allá de los documentos de los Obispos y tienen otras muchas experiencias incluidas, muchísimas historias de vida de laicos cubanos que no se han contado. Porque muy pocas de ellas se han contado. Es más, a estas alturas que han cambiado las generaciones cuando uno habla y le dice a alguien: Juan Emilio Friguls, te dicen: ¿y quién era ese? Walfredo Piñera. Ah, sí, el hombre del retrato ahí en el Centro Padre Varela. Se ha vuelto el hombre del retrato. Hay muchas cosas, muchas y muy complejas.

Cardenal Jaime Ortega: Me había llamado mucho la atención en el nombramiento este de nuevos Obispos, la ausencia de monseñor Oves, que fue clave. Ese documento le fue atribuido a monseñor Oves y su postura fue muy clara desde aquel momento e incluso desde antes, cuando regresó a Cuba. El señor Nuncio Apostólico, monseñor Zacchi, quien era Nuncio cuando su retorno, sabía que en él había un hombre de diálogo, y ese hombre tuvo un papel muy grande en la Iglesia de Cuba y ese hombre fue el que estuvo detrás del documento contra el bloqueo y tuvo que cargar con esa responsabilidad dentro de la Iglesia, no solamente entre los laicos, hasta el final doloroso de su estancia en La Habana. Muy querido en esta diócesis, muy querido por los laicos, pero eso de algún modo algún día la historia lo dirá. Es muy importante esta nota inevitable.

Gustavo Andújar: Muchísimas gracias, Eminencia. Sergio, adelante.

Sergio Lázaro Cabarouy, ingeniero informático. Gracias por las intervenciones y por el panel. La primera referencia: quiero hablar de monseñor Oves, a quien conocí siendo yo un joven que intentaba estudiar la historia de la Iglesia en Cuba. Fue el hombre que planteó, de manera explícita y pública, porque muchos lo habían dicho implícitamente, la opción global de la Iglesia por la realidad cubana. Opción global implicaba la opción por todos, por los comunistas y por los católicos, o sea, se podía hablar en aquel momento perfectamente de una gran dicotomía y esa opción global es, a mi manera de ver, muy cristina, clave para el diálogo, y le costó mucho. Fue una opción vamos a decir martirial, en el sentido de la martiria civil, que tanto también sacó a la luz pública Juan Pablo ii, aunque existe desde los albores de la Iglesia. Bueno, paso a resaltar un segundo eje de la visita de Juan Pablo ii, que llamaré interpretativo, hermenéutico de su magisterio en Cuba, que complementa el eje de la apertura y es el eje del protagonismo.

Sergio Lázaro Cabarrouy

Sergio Lázaro Cabarrouy

En el mismo discurso en el aeropuerto José Martí, primero dijo que Cuba se abra al mundo y después dijo: ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia, personal, familiar y social. Y este segundo eje es muy importante porque le hablaba a un pueblo que describiera después, de alguna manera, monseñor Meurice, pero que los Obispos habían ya calificado como desalentado en una de las Pastorales, desalentado, desarraigado y frágil, una Pastoral que era, creo yo, equilibrada porque también resaltaba los valores del pueblo cubano y sirvió también de referencia en la preparación de la visita. Entonces, Juan Pablo ii dijo: la solución de los problemas que los hace irse, que los hace ser débiles, que los hace desalentarse y vivir una desidia interior está en ustedes y no por coyunturas políticas ni por coyunturas sociales ni por nada que no sea la propia dignidad humana, aquella que sembró Cristo en ustedes. Para mí eso fue un elemento realmente iluminador y que de alguna manera debe ser visto para entender bien lo que Juan Pablo II vino a decirnos. El tercer aspecto de la visita del Papa, y este es más bien un sentimiento, a mí me permitió un ejercicio público, una expresión pública de la fe que hasta ese momento no había podido vivir. Yo recordaré siempre como uno de los mejores momentos de ejercicio de mi libertad personal, aquella experiencia de un grupo de jóvenes en la calle Real, de Pinar del Río, repartiendo un volantico que decía: el Papa sobrevuela mañana esta ciudad. El hecho de hacerlo públicamente, de entregárselo a cualquiera, fue para mí una experiencia liberadora que también de alguna manera marcó el resto de mi camino de fe. Muchas gracias.

Gustavo Andújar: Bueno, solo nos queda agradecerle a los panelistas su participación y a ustedes su presencia y sus comentarios, y esperar a que nos volvamos a encontrar aquí próximamente. Gracias.